El piano como maestro - Francisco Bitar

Mis hijas, de tres y ocho años, saben tocar el piano. Más bien tocan el piano, saber hacerlo les importa poco. El instrumento mismo está estucturado de manera tal que la técnica se vuelve accesoria: cualquiera que se siente frente a él —tal como han hecho mis hijas desde el principio, sin haber visto antes a ningún profesional— entiende de inmediato que esta máquina de raros botones blancos y negros funcionará con apenas poner una mano de un lado y otra del otro, y apretar. O menos: Rosita lo aporrea con las palmas o lo recorre de punta a punta con los dedos índice y mayor de la mano derecha, como si el teclado formara un camino de escalones que se hunden y vuelven a subir, y dos piecitos los pisaran. De hecho, ese es el movimiento que ella usa para hacer andar al hombrecito que se planta frente a playmóbiles y barbies, y que va y viene por la casa. Solo que acá baja y sube: más que como escala, ella entiende a la música (por lo menos la del piano) como el asunto de una única ...