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Mostrando entradas de julio, 2017

Rojo - Emiliano Rodriguez Montiel

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     Renzo le dio clases a Julia durante dos años. En ese tiempo ocurrieron las cosas más importantes de esta historia. Julia, al llegar a su casa después de la primera clase, agarró la billetera del padre, le sacó una suma exagerada y se fue corriendo a la librería del centro, en colectivo, llevando anotado en la palma de la mano el nombre de la novela que había «herido» al profesor. Usó ese verbo: herir. Cuando lo dijo Julia se lo imaginó todo rojo: el libro rojo, las paredes rojas, la remera y el pantalón de Renzo rojos, sus ojos rojos, los zapatos de Renzo rojos y un gran charco de sangre roja en el centro de la escena. Renzo, en cambio, después de aquella primera clase, se encerró en su pieza, falseó la hora del día corriendo las cortinas y se acostó a rebobinar todas las imágenes que había capturado de su alumna. Julia en la primera fila, junto al pizarrón, esperando que empiece la clase. Las cejas de Julia, en la primera fila, junto al pizarrón, recuperándose de la maratónica se

Exotismo santafesino - Bruno Grossi

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     Arce observa que en el autor santafesino por excelencia, Saer, no hay lisos. Yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad de la obra de Saer bastaría esta ausencia de lisos para probar que es santafesino. Saer, como santafesino, no tenía por qué saber que los lisos eran especialmente santafesinos; eran para él parte de la realidad, no tenía por qué distinguirlos. En cambio, un falsario, un turista, un nacionalista santafesino, lo primero que hubiera hecho es prodigar los lisos, caravanas de lisos en cada página; pero Saer, como santafesino, estaba tranquilo: sabía que podía ser santafesino sin lisos. ​    Un falso santafesino pondría en el mercado una Santa Fe de pacotilla…vale decir, una que podamos reconocer. Una Santa Fe en la que los coetáneos sintieran la satisfacción inmediata frente a la cercanía o familiaridad de los tópicos. Una Santa Fe en la que los foráneos puedan captar, a través de las marcas evidentes de lo ya previamente intuido, la esencia inequívo

Tres notas sobre cine y registro (o No dejes de morirte nunca, compañero André Bazin) - José Miccio

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1   Michel Piccoli jugaba bien al billar. Lo sé porque en Les Nouces Rouges Chabrol lo filma como para que se note que las carambolas son obra suya. El cine es truco, pero su historia está llena de planos que declaran lo contrario. Planos deliberados, quiero decir. Planos-testigo: “Señores espectadores, esto que vieron fue”.   El billar de Piccoli es una de las tantas cosas que el cine aprovechó para hacernos notar (para convencernos de) que estamos frente a un espacio uniforme, en el que los actores y las cosas coinciden efectivamente. Otras, más decisivas, son la habilidad y el riesgo físico. Burt Lancaster obligaba a sus directores a filmarlo de manera tal que a todo el mundo le quedara claro que no era un doble el que saltaba o daba vueltas en el aire. Las películas de aventuras de Lancaster – El halcón y la flecha , El pirata hidalg o – son ficciones absolutas y documentales sobre sus capacidades atléticas. De ahí que cuando lo vemos interpretar en sus trabajos para Viscon