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Mostrando entradas de diciembre, 2019

A propósito de Aira y Cortázar - Rafael Arce

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      El insufrible predicamento del “estado de la cuestión” nos impide a los críticos algunos placeres y nos impone condiciones desmesuradas. Siempre hay algún referato que te amonesta si no citás a Fulanito. Inútil objetar: conozco el trabajo de Fulanito y me parece malo, por eso me doy la libertad de no citarlo. Pasmosamente sucede con las firmas rutilantes o con la señalada bibliografía obligatoria. Importa poco si no viene a cuento de la argumentación: lo que cuenta es la vigilancia de la exhaustividad, “la policía de las pequeñas distracciones” (Borges). Para peor, no tenemos la compensación que equilibraría la balanza: dedicar un artículo completo a refutar lo que dice un colega sobre tal texto o autor. Ninguna revista lo publicaría. Así que tenemos que citar al Prócer de rigor y, si lo amonestamos como de pasada en una piadosa nota al pie, siempre habrá alguien (el famoso evaluador) que nos lime las asperezas. Entonces, ¿cómo me voy a perder la oportunidad de hacerlo con Pr

Algunas mínimas sobre El juego de los mundos - Francisco Vanrell

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  Finalizaba la década de 1990, el siglo XX y el Segundo Milenio después de la venida del Redentor. Hay quienes auguraban el Fin de la Historia, el Apocalipsis, el Colapso de la Economía o algún otro escenario de devastación y ruina para una humanidad cansada ya de su propia autosuficiencia.   En este modesto país del Cono Sur, llegaba el fin del Menemato y todo auguraba que no iba a desentonar en nada con el cataclismo a escala mundial.   Corrían esos años de incertidumbre cuando César Aira, completamente ajeno o, tal vez, completamente consciente del ocaso humano, terminó de escribir una más de sus novelitas . La tirada fue breve y el libro quedó perdido en la vorágine de su literatura, olvidado, convertido en mito. El texto original llevaba estampada, como momento cúlmine, la fecha del 24 de enero de 1998; pero no fue hasta el año 2000 que finalmente salió de imprenta.   Apenas un poquito más de 20 años después, en un acto poco común en él (al menos que lo sepamos, o

La frivolidad - Emiliano Rodriguez Montiel

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  Hace un par de años, en una mañana de agosto santafesina, Gabriel Giorgi formularía -con el sol reflectándose por entero en sus anteojos de marco negro- una ocurrencia cuyo atractivo sigue hoy convocándome: “en la literatura argentina no hay abortos. Vayan y busquen que no los van a encontrar”. La transcripción, desafortunadamente, no es literal. Los años y la vuelta insistente a esta escena han querido que la misma, por las modulaciones propias de la memoria, abandone su condición anodina de digresión y adquiera la contundencia de una consigna. El comentario ingenioso dispuesto a aterrizar en un clima distendido de cierre se traduciría, así, en un desafío, en una feliz provocación impulsada más por la curiosidad de conocer el estado de la cuestión del tema que por formular, ya en el terreno de la fabulación y el anacronismo, una respuesta: «¿cómo puede ser? ¿cómo que no hay abortos en la literatura argentina? ¿Tan maternales y reaccionarios hemos sido? ¿Qué tiene para decir nuestr

Digresiones sobre el amor - Alberto Giordano

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[Paradoxa, N°4-5, Rosario, 1990]     El amor es una sombra, pero del amor nadie sabía nada, porque nada se sabe de las sombras. Lo que nace no arroja sombras, sino destellos. Pensar no es saber.   César Aira. Una novela china   Cuando su hermana ya no puede soportar la curiosidad y le pre gunta si fue por su madre que él se volvió homosexual, Joe Orton le respon de, sin palabras, con un gesto de fasti dio. Fastidio,   suponemos, por la presen cia inesperada de la madre (¿no la aca ban de enterrar?), pero también, sobre todo, por la presencia de la pregunta, porque su hermana (justo ella, que hasta hace un instante parecía estar tan cerca suyo, como participando de su vida) crea que hay algo por lo que pre guntar: una causa, una razón, un moti vo. Eso ocurrió, eso ocurre. Nada más. La vida de Joe Orton -tal como Stephen Frears nos la presenta en imá genes ( Prick up your ears ) es como la parábola, incompleta, bruscamente interrumpida, que dibuja un proyectil lanzado a toda ve