Ese célebre escritor pringlense (XII) - Marcelo Zabaloy


Me lo he propuesto y tengo dos opciones, seguir o no seguir. Seguir es tedioso. No seguir es sencillo, porque es suficiente con no seguir invirtiendo en este tipo de libros y como si esto fuese poco no siguiendo se obtiene un rédito económico. Y entonces me pregunto, ¿por qué sigo si no tengo un compromiso con un periódico culto ni con un editor que me lo solicite? Y me respondo que es un objetivo que me he impuesto y que el célebre escritor pringlense se lo merece. No digo que lo merece todo porque eso es de obsecuente y no lo soy. Escribir sobre lo que él escribió me entretiene; ese es un motivo.

Si bien es cierto que me empobrezco crecientemente contribuyo con el negocio de los libreros en un momento oscuro como el presente. Ese es otro motivo poderoso, empobrecerse uno en beneficio de otro siempre es un modo noble de vivir, muy digno, silencioso y humildemente heroico. Y por cierto tengo otros motivos puesto que he leído muchos de sus libros y no fueron pocos los que me produjeron un enorme gusto. Solo dos o tres de los que leí se me hicieron tediosos y en uno de ellos me demoré un mes –¡un mes en leer un libro cortito como vuelo de perdiz!– porque después de leer un folio siempre me venció el sueño. Pero incluso este, lo terminé.

No todo lo que reluce es oro, dicen, y todo negro nimbo o cúmulo oscuro tiene siempre un reborde de oro. No es cierto que el tiempo es oro; ese despropósito es un dicho inglés con el que no comulgo. El tiempo es lo que uno consume y no tiene precio. Pero no es de este tipo de estupideces que quiero escribir hoy. Lo precedente es un mero ejercicio de los dedos y el cerebro, un prolegómeno de lo que quiero decir respecto del libro cuyo título es Prins. ¿Por qué lo elegí? Porque en mi procedimiento me fijé un presupuesto que no puede exceder el costo de cinco o seis kilos de lomo por mes, que no compro ni consumo, en libros. En vez de lomo, libros, que elijo por el lomo. Todo un signo de estos tiempos de elecciones. Pero no quiero, hoy justo, extenderme en digresiones sobre elecciones. El pueblo dijo lo suyo y el desconcierto es concreto.

De modo que por este procedimiento escojo dos o tres nouvelles, esos libros cortitos que puedo leer de un tirón, en el inodoro o en el comedor o tendido cómodo en mi lecho. Y ni bien termino de leer estos breves libritos voy como un poseído y me compro uno de los novelones menos escuetos como Prins. De este modo consigo el justo equilibrio económico que me permite seguir con este delirio de escribir un poco sobre los delirios de otro. Porque, empecemos y dejémonos de rodeos, Prins en un delirio convertido en novelón. He visto que se lo reseñó en uno de los medios serios donde le pusieron el dudoso rótulo de ‘experimento’: ‘Prins, el último experimento del célebre escritor pringlense’. De todos modos debo decir que este libro se publicó en 2018 y muy posiblemente no es el último, hoy, septiembre de 2021.

El héroe en este novelón es un escritor que decide no seguir escribiendo. Por lo que llevo leído de este célebre vecino mío, noto que el juego de opuestos es un leitmotiv recurrente, por consiguiente no es imprevisible que el libro verse sobre un escritor que decide no seguir escribiendo en beneficio de los lectores que no pueden leerlo porque son lectores poco leídos. Porque los muchos libros que escribió el héroe de Prins, cien como mínimo, fueron novelones góticos que lo convirtieron en un hombre rico, con millones de (supongo) pesos y sobre todo euros en efectivo de los que dispone de un modo inconcebiblemente estúpido. Pero estos libros no fueron escritos por él sino por un grupo de sirvientes escribidores, a quienes por supuesto el héroe despidió. Todos los escritores quieren concluir lo que escriben con el propósito de, en lo sucesivo, escribir bien…

Entonces, si no escribe, ¿cómo vivir? El héroe nos dice que fue un lector precoz y que lo leyó todo. Entiendo que este exceso es del héroe –que por cierto no tiene nombre– y no del escritor; uno no debe confundir uno con el otro. Y como un modo de eludir el ocio hueco del vivir elije convertirse en un consumidor de un hipnótico poderoso, obvio el opio. Inducido por el símil sorprendente entre los dos términos, con todo el desprecio que siente por lo obvio, se decide por el opio. Un extenso número de folios se consumen en resolver dos o tres cuestiones, puesto que el opio, obvio, no es un producto de libre expendio y el comercio es delito. Consumirlo es convertirse en delincuente. ¿Quién lo vende? ¿Dónde se vende? Etc.

El Quién y el Dónde, o mejor dicho, el Dónde, el héroe lo resuelve en el medio de un pensil público, en un punto verosímilmente lejos de los límites si bien no en el centro geométrico del predio, en pleno centro, obvio, de Flores. Un, se supone, individuo con el mote de el Mustélido, quien todo lo que dice es esto: ‘El tipo que lo vende vive en el Histórico, Hong Kong 1. Tómese el 126.’ Y el hombre sigue durmiendo en el piso. De modo que nuestro héroe, el escritor podrido de escribir novelones góticos (recordemos que estos novelones fueron escritos no por él sino por sus sirvientes escribidores) emprende un periplo en el colectivo 126 donde todo lo sorprende, los hombres y mujeres vencidos por el sueño, sin proyectos, yendo y viniendo como insectos en esos colectivos menesterosos. Pero sorprendentemente, puesto que todo periplo en este mundo es un periplo por el tiempo en direcciones impredecibles, en ese colectivo se produce un reencuentro con quien fue presumiblemente su loco querer de juventud. Mucho después el héroe nos refiere los pormenores de estos episodios de precoces desencuentros y tortuosos torneos de sexo en su fortín; pero esperemos un poco.

Desciende por fin en Hong Kong 1. Lo recibe un tipo diciéndole que su nombre es Ujier. El hombre dispone del opio requerido pero el inconveniente es que lo tiene en un solo bloque sólido y enorme como si fuese un freezer. Flor de inconveniente. El flete es un serio impedimento que se resuelve con un viejo Jeep de los 50, todo roto, con el motor fundido y cubierto de óxido. Entre los dos meten el bloque níveo en el Jeep y como el Ujier no tiene dónde ir después de vender el último bloque de opio, decide vivir en el fuerte del héroe y convertirse en su sirviente. Lo del Histórico me dejó perplejo, lo mismo que sucedió con el héroe quien confesó que el estudio de los sucesos históricos remotos siempre se le hicieron imposibles de comprender por el recorrido inverso del tiempo, ¿cómo comprender que primero viene el LXX y después el LX. Es inconcebible y comprensible.

Y después viene lo difícil de conseguir que el Ujier, hombre silencioso y tosco, cuente su propio cuento. Todo lo referido por él son bloques inconexos que el héroe debe recomponer. El Ujier solo emite opiniones de filósofo plebeyo. Pero no tiene ingenio. Folios y folios sobre el Ujier. De repente descubrimos que en el fuerte del héroe vive su mujer pero siendo un fuerte enorme no es posible que su mujer se encuentre ni con el Ujier ni con su sirviente/meretriz/loco querer de juventud que vive en un recoveco del último piso y con quien sostiene encuentros de sexo desmedidos, poseído por los efectos del opio.

Como no quiero que el lector que como yo compre este libro termine descubriendo el misterio inexistente y se decepcione en virtud de mi indiscreción, no seguiré describiendo el resto de este novelón tedioso como pocos. Si el propósito del escritor fue producir desconcierto en el lector, creo que lo consigue. Si esto le divierte es suficiente y lo considero legítimo. En mi registro lo pongo entre los libros que hubiese preferido no leer. Pero todo sirve. Porque de todos modos ejercito el vicio de leer y me entretengo escribiendo estos textos que no son críticos ni serios sino simples reflexiones sobre opiniones y gustos.




Publicado originalmente en Cartas Amargas. Lipogramas, 12/9/21