Fundamentos del cine literario. 4: La imagen movida - Francisco Bitar
Por
muy habladas que estén, las Películas Literarias no evitan la cuestión clásica
de la segregación de las imágenes. ¿Hasta dónde llega la prohibición que la
regla de imaginar entraña, o, dicho esto desde el extremo contrario, el de una
afirmación: dónde estará la soñada reserva de imágenes por descubrir, la que
hará posible mi libertad total de hacer películas?
Para
plantearlo directamente: ¿toda secuencia debería estar determinada por una línea narrativa o argumental, de
las que se establecen de antemano y economizan cada elemento? ¿No podría en
todo caso la imagen registrarse porque sí, por su propio atractivo, incluso por
su verdad, aun cuando no quede conectada a otra por ninguno de sus extremos?
En
caso de ser así, la imagen
de esta clase de Películas Literarias se acercaría a la fotografía clásica, con su “instante indicado”,
por lo que tiene de retrato de fugacidad, pero también por lo que no puede
encajar sino en sí mismo: el próximo segundo, la vida continuará con su rutina,
con su insignificancia, y este segmento suspensivo habrá pasado sin resolver en
otra cosa.
Este
“instante indicado”, en realidad, también es insignificante, pero al quedar a
punto de significar, vale por esa promesa de lo que no se produce (y que
algunos llaman hecho estético). El problema de esta clase de imágenes resulta
de quedar expulsada de todo modo de presentación, donde sí pueden exhibirse las
fotografías (con sus muestras), o las secuencias, que se agregan como unidad de
significación a las películas.
Para
alcanzar un estatuto, este instante expandido toma prestado de los dos mundos,
el de la fijeza y el de la continuidad. Lo llamamos imagen
movida, no por efecto de un movimiento, de la cámara o del objeto,
que la imagen no alcanza a detallar y que cuaja en un raspón, sino por estar
accionada desde adentro: la imagen movida era lo que se presentaba de modo
contenido en un solo fotograma, que sin embargo se movió (hizo falta filmar). Y
aún así, ese movimiento no siguió hasta lograr una transparencia, por lo que
pareciera revertir a su expresión inicial, la fijeza.
Atrapada
entre dos mundos, entonces, la imagen movida busca desesperadamente un soporte.
Demasiado larga para ser una fotografía, demasiado opaca para insertarse en una
película, su destino parece ser el de perderse de toda trascendencia, de toda
materialización.
Las
Películas Literarias proponen una salida para estas imágenes movidas: poner una
al lado de la otra. Es cierto, la película entera podría extenderse apenas por
lo que dura la imagen, sin poner nada antes ni después, quedando de unos 12 ó 15
segundos de duración: con eso alcanzaría para mostrar la autonomía total, su
derecho a una existencia apartada y breve. Pero al reunirlas en una muestra se
observa mejor la imposibilidad de cada una de engancharse a la anterior o a la
siguiente, ganada como está por una resistencia invencible a todo cuanto la
rodea (en esto resulta equivalente a la imagen previa y a la que sigue, que
también son absolutas). Al mismo tiempo que esto ocurre, mientras cada una
ocupa al lado de la otra su lugar, se va haciendo la película.
Amarrocar
estas imágenes para luego, con los años, encontrarles un discurso unificador,
como ha hecho Jonas Mekas en sus bellas películas, se parece a traicionarlas.
No sólo porque se apuesta un sentido donde antes sólo había un delibarado y
asombrado acto de filmar por filmar, sino también porque sufren la extorsión
del paso del tiempo, que todo lo embellece tan solo por su aire de “esto ha
sido”.
(Con
el paso del tiempo, las imágenes se cargan de una emoción que las vuelve automáticamente
bellas, pero no es una belleza provista por la imagen misma sino por el tiempo
transcurrido).
Si
obedecen a un discurso, estas imágenes pasan a tener un lugar definitivo,
quedando una atrás de la otra. Y, como ya dijimos, la intención de estas Películas
Literaria es poner dichas imagenes una al lado de
la otra, mostrando su posición, incluso su intercambiabilidad: en concreto, están
ubicadas en el espacio, no en el tiempo.
Con
este propósito, creo, hay que abolir todo criterio curatorial, para
desparramarlas como cuadros en una pared, disponiéndolas quizá por sus colores,
o por algún otro criterio mágico de imantación. Lo importante, en todo caso, es
que cada clavo que se inserta en la pared de la película pueda servir para
colgar cualquiera de las otras imágenes.
El
resultado se parece a un atlas personal del recuerdo. Su funcionamiento es aleatorio:
en el recuerdo no hay más que la imagen que quedó en nostros por algún
movimiento del alma lanzado hacia delante, cuyo motivo de retorno se nos
presenta inaccesible. Y así como desconocemos ese motivo, nos resulta
imprevisible también la aparición de la imagen recordada, que la marea
incontrolable del presente trae hasta nuestras orillas. La imagen recordada está
cortada de sentido tanto de un lado como del otro.
En
suma, la Película Literaria de imagen movida funciona como el recuerdo pero no
es el recuerdo. Por estar dedicada a una sucesión igual de caprichosa de
imagenes movidas, resulta en maqueta de ese espacio, que es el sujeto, y que trabaja
menos como un todo ordenado y continuo que como una acumulación inconexa de
informaciones.
Entendemos
muy poco de nostros mismos, y lo que entendemos muy pronto se transforma o
cambia de lugar.
La
imagen movida se parece a ese recuerdo que busca ciegamente un sentido en la
oscuridad de quien recuerda.
DOS
POSDATAS CONDICIONALES
PD
1: A distancia del recuerdo, el espacio heterónomo capaz de reunir las imágenes
movidas, ¿no sería la ciudad, de donde estas imágenes salieron en primer lugar?
Y en consecuencia, ¿no estaría esta clase de Películas Literarias hablando
siempre de ella?
PD
2: ¿No sería el de las Películas Literarias el único modo no alienante de usar
el celular, quedando el resto de sus funciones bajo el dominio del trabajo y el
mandato de consumo?