Dos o tres pétalos empalidecidos - Juan Pablo Descalzo

 

[Noticia: el siguiente texto fue leído en la presentación pública de Los contratiempos del dandi. Alan Pauls y la fuerza del anacronismo de Emiliano Rodríguez Montiel el día 5 de octubre de 2025 en la Feria del Libro de Santa Fe]

 

 

No donar enfermedad al arte sin donar arte a la enfermedad y viceversa;

 «artistizar» la enfermedad no sin enfermar al arte.

Alan Pauls

 

A escasos metros de acá, hace apenas unos días, en la mismísima inauguración de la Feria, una secretaria de ALGO leyó unas palabras probablemente escritas por chat gpt para dar inicio al evento literario. Haciendo el clásico discurso vacío de “uh, somos todos lectores, el mundo es genial porque leemos”, dijo que en los tiempos que corren leer era un acto revolucionario (zzz) pero fue más allá y alcanzó a decir que incluso prender un velador era un acto revolucionario.  Si hay algo que no es revolucionario es justamente la instalación artificial de la lectura, la pose misma de preparar la instancia, casi como un alter ego del video ese de la chica en youtube que te ayudaba a estudiar y concentrarte con música lo-fi.

Si la revolución pasa según las autoridades del evento por “prender un velador” quiero desde acá, a título completamente personal, y sin la autorización de los autores presentados, llamar a la contra revolución.

 

La lectura (y su hermana gemela malvada, la escritura) debería ser un acto ajeno a la comodidad; debería ser la propia instancia de la escritura la que encienda la habitación, el sudor de la mano que escribe debería arrugar la hoja recién garabateada, o por lo menos manchar de humedad el mousepad. La escritura/ lectura deberá ser el faro para la desesperanza. No tiene que ser la escritura el acto de revolución, sino el llamado a, deberá funcionar como piedra matriz. Deberá ser una reescritura del Flautista de Hamelin, pero allá donde el músico secuestraba a los nenes, acá deberá secuestrarse la ingravidez. Se contratará a un escritor para que se lleve las ratas, pero él terminará llevándose nuestro locus amoenus, llenándolo de dudas, carcomiendo nuestros conocimientos previos, transfigurando nuestras certezas en más y más incertezas, casi como si fueran una plaga atraída por los mismísimos roedores.

 

El libro que acá me convoca, Los contratiempos del dandi. Alan Pauls y la fuerza del anacronismo, es en parte el resultado de todo ese proceso. Es, como el autor mismo se encarga de aclararlo, el resultado de una tesis final de Doctorado. Instancia de profesionalización de cualquier crítico o ensayista que en los últimos años y bajo el irrealizable y abstracto lema de “equilibrio fiscal” se ve vilipendiado ideológica, moral y económicamente.

En la contratapa del libro aparecen bajo la firma de Premat, una verdad y una mentira.

La verdad allí citada es que el libro es producto de la lectura de todo Pauls. Hagamos énfasis en ese todo. La mentira es que aclara que la lectura crítica se ubica a la altura del pensamiento y la producción de Pauls. Que no se malentienda la primera (pero no última) apreciación polémica sobre el libro. Los contratiempos del dandi no está a la altura de la producción paulsiana (y quédense tranquilos que no voy a ponerme en términos de vendehumo a decir que la supera) sino que la lectura que Emiliano hace del libro habilita, condensa, clarifica y pone en relación ese todo paulsiano, que por mérito propio, se hace inalcanzable estar a su altura. Nos otorga una (re)lectura que ubica a Pauls como un Autor (con mayúsculas en el texto que estoy leyendo) que se nos hace un sinsentido ubicarlo a igual altura.

Cuando era chiquito, una de mis historietas favoritas era una en la que el Gordo Pete (uno de los archienemigos de Mickey) invadía una isla donde la comunidad de personajes de Disney vivía con total tranquilidad. Se armaba un despelote bárbaro y por esas cosas típicas y no derivativas de las historietas, todo se dirimía con un partido de fútbol. El equipo de Pete (astuto y sagaz como siempre) contrataba bajo la extorsión a varios profesionales, y al equipo dirigido por Mickey, no le quedaba más que ponerse a entrenar y sudar para el objetivo. En mi viñeta favorita, los avances del team Mickey eran tan prolíficos que te mostraban en un entrenamiento como no paraban de hacer goles uno tras otro al pobre arquero del equipo (si mal no recuerdo era Goofy). Recuerdo casi aterrado que esa viñeta me dejaba atónito, el equipo parecía aceitadísimo en control de pelota y ofensiva, pero Goofy parecía no agarrar una. La culpa indudablemente no era del arquero que estaba a la altura, sino de los límites alcanzados por sus propios compañeros. Recuerdo haberle planteado la situación a mi papá y él de manera muy sabia y concisa me respondió básicamente que no rompa las pelotas, que era solo una historieta.

Para que no nos perdamos en la primera de las desviaciones, digamos que la conformación desde la primera hasta la última hipótesis de Los contratiempos del dandi, es tan certera y está tan bien argumentada y arraigada en el todo del texto, que es imposible no dejar la figura de Pauls en un podio altísimo, quizás más de lo que verdaderamente debería ser. Durante el cursado facultativo (instancia que compartí con dos personas presentes en esta mesa) conjurabamos una máxima luego de la lectura de los análisis de Heidegger sobre Holderlin en la que no veíamos en los poemas, la grandeza con la que el filósofo alemán teorizaba sobre ellos. Como si Heidegger, Mickey o Emiliano construyeran y dieran vida a un Golem de barro que se escapa de sus manos.

 

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La estructura básica del libro consta de tres grandes bloques. El primero de ellos es el resultado de -no se puede decir breve en cuanto a la extensión-, pero sí una BREVE (en cuanto a recorrido y recapitulación histórica) presentación de los 2 conceptos claves que trenzan el libro: el dandismo y el anacronismo. De este fragmento del texto me eximo completamente de decir algo más ya que mi experticia, intención y razón me limitan.

Es sobre los otros dos grandes bloques del libro donde me gustaría detenerme un poco más y volver a recorrer sin reseñar, direccionar ni hacer envíos.

 

El primero de ellos Vida de escritor (compuesto por tres grandes apartados “Cómo escribir”, “Qué escribir y “Cuándo escribir”) es desde mi estructura mental el más cercano a un texto tradicional de crítica (leído así de corrido puede parecer una injuria pero no lo es). Tiene que ver también con mi acercamiento y recorrido de lector de la figura de Alan Pauls. Es acá donde aparecen hipótesis y recorridos de lecturas de sus novelas siempre bajo el tutelato de su hipótesis principal de lectura, el anacronismo.

Toda su obra literaria será analizada bajo la lupa de este concepto, el cual está como ya se dijo antes, historizado. Desde sus primeros cuentos, hasta su última novela (última al momento de escritura de la tesis) se indaga también en que filiaciones literarias parece inscribirse, o más bien desuscribirse o ubicarse en el medio de. Porque Pauls parece circunscribirse a la época como si se tratase de una ficción, siempre desde el borde no solo temporal sino además toponímico. Los alteregos paulsianos son las gotas de agua residuales pegadas en el borde del gran vaso que debería ser el hic et nunc que la literatura pretendía exigirle y que el autor decide esquivar.

Toda esta lectura es completamente justificada tras el arduo trabajo de leer no solo todo Pauls sino también todo aquello que habla sobre Pauls y para hacer aún más completo el asunto, todo aquello que parece hablar (o que uno quiere que parezca hablar) sobre Pauls. En una misma página pueden verse entrecruzadas las voces de Pauls con Barthes, Borges y Proust y reminiscencias a la crítica puntual sobre el autor. No es esa amalgama un mero name dropping sino que es precisamente la invitación, o apenas un breve adelanto de lo que traería el segundo gran bloque del libro Vida de lector.

 

Si todo el extenso capítulo anterior pugnaba por detenernos a leer la obra tangible de Pauls, acá por momentos el punto focal parece hacer una desfocalización de la Obra y nos acerca a la vida del autor en cuestión. Si de una película se tratase, en este momento, un zoom out nos alejaría de las palabras, de los párrafos, de los libros y se posaría de manera cenital sobre la figura del autor y su espalda corcovada leyendo en alguna habitación. 

De hecho, luego de un nuevamente pormenorizado relevamiento de la figura del dandi, la primera imagen poética (poética en contraposición a ensayística, crítica) es una anécdota de un Alan Pauls pequeño, infante (escena extraída de otra de sus novelas) leyendo y es acá donde se da comienzo, o mejor dicho se profundiza en aquellos autores, estilos y textos que fueron dándole forma a la estructura paulsiana que hoy día conocemos. Todo este apartado se centrará mayormente en la ficción autobiográfica, los móviles y los efectos de esa fabricación. La figura del novelista y cuentista trabajado anteriormente, decide correrse para que se pronuncie su faceta más inclasificable. Aparece acá el análisis de sus textos pseudobiográficos, de su obra diarística, ensayística e incluso su conocida secuencia con su expulsión de Mercado Libre -tengo que admitir que desde la primera página esperaba este momento-.

En uno de estos apartados está presente uno de los momentos que más me pinchó del texto. Alan Pauls describe a la crítica en palabras de Theodor Adorno: “Todo aquello sobre lo que escribía Walter Benjamin, se volvía radioactivo (...) las cosas cambiaban”. Entiendo que la autoreferencialidad suele ser un recurso vago, pero no puedo dejar de pensar luego de afirmaciones como esa, en una frase que me dijo mi hermano- adicto a la radiación /oncólogo-. La radiación nunca se va del todo, porque su desintegración es progresiva y eclécticamente matemática. Se pueden establecer rasgos, mediciones y números, pero donde existió un índice de radioactividad, jamás se vuelve a cero porque el cero es absoluto. Se puede aproximar en una variación infinitamente cercana al cero, pero jamás alcanzarlo.

Si la crítica radioactiviza a los textos, según Pauls dice Adorno, estos (agrego yo) no podrán jamás volver a ser lo que eran. Cada lectura de un texto es una nueva pieza reemplazada en el barco de Teseo. Lo es tanto, la lectura de Pauls sobre Adorno, como lo es la lectura de Emiliano sobre Pauls, como lo es, claramente, mi lectura sobre Emiliano.

 

Si mi lectura es metafórica, autoreflexiva e insuficiente, no lo es así la escritura del libro en cuestión. El análisis desparramado a los largo de casi 300 páginas se esfuerza no sólo en cada una de ellas, sino muchas veces también al pie de las mismas, en dar cuenta del trabajo realizado a lo largo de (tengo anotado acá en el texto “mirar a Emiliano y preguntarle “¿Cuántos años te lleva hacer algo así?”). Se presentan hipótesis, se presentan historias de conceptos, se presentan aristas de lecturas y sus resoluciones, y todo ello es entregado con la mayor presteza posible para el lector. Mi escaso recorrido de lectura de crítica académica viene acomplejado porque siento cada tanto que la crítica decide en ocasiones amarrocarse el saber, para el caso de Los contratiempos del dandi, no sentí eso en ningún momento, quizás debido a mi cercanía con el escritor[1], o quizás es la pose autoral adoptada por Emiliano, que frente a los críticos del egoísmo, que parecen esos heladeros turcos que juegan con tu ilusión y a cada rato te sirven el helado para después sacartelo frente a tu propia nariz, decide invitarte al festín del conocimiento y hacerte participe en calidad de agasajado.

 

***

 

Quiero hacer un breve ejercicio antes de pasar al punto final de este texto y retomo así un fragmento de una cita de alguien que no sé quién es, pero con quien concuerdo en ciertos aspectos. En un breve apartado destinado a la figura del Pauls ensayista se cita a Díaz Marenghi quien dice

 

A nadie le interesa qué pueda decir alguien de un libro que publicó otro. La función de la crítica dejó de existir. Fue reemplazada, en todo caso, por formas no tan disfrazadas de publicidad y promoción o por la circulación de información y opiniones en redes sociales o blogs. existe una crisis general del valor de la crítica.

 

Si de formas no tan disfrazadas de publicidad o promoción se trata, en un ejercicio análogo al extenso texto de Corche (hablo acá de Corche, porque para mí, él no es Victor Emiliano Rodríguez Montiel, sino, sencillamente, Corche), quiero jugar -brevemente y con menos tecnicismos- a su juego de pensar en su vida de Lector, en sus relatos de comienzos como escritor.

Si en la categorización sobre los relatos de origen propuesta por Premat, este libro, su primero publicado, pertenece al primer nivel su punto de partida editorialmente datado, quiero pasar al segundo  nivel, al conjunto in progress y contar una breve anécdota. Era si mal no recuerdo el 2011, tres de los acá presentes (incluso un cuarto que está ahí entre el público) todavía íbamos a la facultad e hicimos un viaje a la Feria del libro de Buenos Aires. Era la primera vez que yo pisaba esa ciudad y antes de dejar de ver como un completo extranjero lo alto que eran algunos edificios, juro que el Emi se gastó toda la plata que había llevado (éramos estudiantes así que tampoco era tanta) en la primera librería de usados que pisamos. Se compró como tres o cuatro libros sobre Roland Barthes antes incluso que yo le diera la espasmódica orden a mis rodillas de genuflexarse para ver los estantes de abajo del local. Ese es uno de los tantos gestos literarios que conforman su origen. En todo el libro puede notarse el espectro barthesiano y sentirse ese aroma de lector venturoso del francés. El tercer nivel, en el espectro propuesto por Premat, una explicación de la obra por venir, dejo acá el augurio de que sea extensa y quiero que conste que peleo día a día para que eso sea posible.




 



[1] Largo acá una breve queja y reclamo, ya que en la dedicatoria del libro, a los aquí presentes, le dedica cuatro oraciones a uno y una oración con epíteto incluido al otro, mientras que a mí me engloba en una bolsa con varias personas más.