De la amistad - Conversación entre Héctor Schmucler, Oscar del Barco, Alejandro Kaufman, Ricardo Forster, Nicolás Casullo, Diego Tatián y Gustavo Cosacov
[Noticia:
Esta conversación tuvo lugar en noviembre o
diciembre de 2000 en San Ambrosio, Provincia de Córdoba. Allí vivía Toto Schmucler y Oscar
del Barco tenía una casa de fin de semana justo al lado de la de Schmucler. Las
reuniones se extendían varios días. Por las mañanas se hacían caminatas y las
tardes se destinaban a la conversación. No fue esta la primera vez que se hacían
encuentros para dialogar sobre algún tema que se establecía con antelación.
Hubo antes al menos otras dos: en Vaquerías (1995) y en San Miguel de los Ríos
(1999). Pero sí fue la única vez que se grabó. Esa grabación se extravió, pero
alguien del grupo (probablemente el propio Oscar del Barco) había realizado la
desgrabación y el texto impreso apareció más de veinte años después
por azar entre los papeles de Diego Tatián.
Para
esta publicación, impulsada por Manuel Moyano Palacio, se ha respetado el texto
tal y como fue encontrado; solo se han corregido erratas y algunas oraciones
que dificultaban su comprensión]
Héctor Schmucler. ¿En qué está la amistad, en dónde está? Me refiero a la amistad como una especie
de confianza casi ilimitada en el otro. Confianza que significa casi un
pre-entendimiento del otro. Entender al otro, donde por lo tanto la literalidad
de las palabras es de relativa importancia. Este es el tema, porque ahí viene o
se sitúa lo de la amistad. A su vez, la amistad tal vez como el vínculo humano
más relevante, más importante, más definitorio. Cómo existir junto con
otro.
Oscar del
Barco. Pero debemos tener en cuenta que en la vida cotidiana uno emplea las
palabras con más ductilidad. Yo podría decir: “tal persona es mi amigo”. Pero
en un sentido estricto, como vos Toto lo estás expresando, no es mi amigo.
Tengo una relación amistosa, vieja, una buena y larga relación amistosa, pero
no es amigo. No. Falta una cantidad de cosas para que uno pueda decir: “es un
amigo”. Las relaciones amistosas pueden no ser hondas también, pero uno en la
vida cotidiana dice: “es mi amigo, ¿no?” Entonces sobre esa
persona yo diría que es un amigo. Pero bueno, si me pongo a trabajar la cosa,
no es amigo.
Héctor. Yo lo pensaría desde el punto de vista de la confianza.
Oscar. Eso me parece que es
importante.
Alejandro
Kaufman. Podría considerarse amigo a
quien no fuera un enemigo, ¿no? Se pregunta en la guerra … ¿amigo o enemigo?
Que es otra acepción. Y que, a lo mejor, en una vida cotidiana violenta, uno se
siente inducido a usar ese término para referirse a quien no es un enemigo, o
un adversario.
Ricardo Forster. Creo que lo que decía Toto, ¿no?, que Oscar decía, yo creo que más que nunca se usa la palabra
amigo como antes hubiéramos usado simplemente la palabra “un conocido”, alguien
con el cual establezco una relación de cierta proximidad en algunas
circunstancias laborales, o lo que fuera, pero cada vez más hay un lugar más pequeño para lo que se podría llamar la amistad, porque implica una cantidad
de cosas… Y cada vez más grande es ese espacio diletante de los conocidos, las
relaciones puntuales, las conversaciones genéricas, la falta de confianza, ¿no?
Porque en el fondo no se juega la confianza ahí, en esas relaciones. Son
acuerdos, tácticas, situaciones ocasionales, pero no profundidad, intensidad,
camaradería, la
cosa del Dar, de dar, ¿no? Eso no.
Nicolás Casullo. Por ejemplo, en mi caso,
recuerdo en la época de finales de los sesenta, donde se daba de manera muy
fuerte la militancia, y ahí se usaba mucho la palabra compañero. Que no era la
amistad. O era algo ideológicamente superior a la amistad. Pero siempre la sentía
como una experiencia distinta a la amistad que había tenido de joven, de
adolescente en el barrio, con algunos de la escuela. Estas últimas habían sido
como amistades que yo sentía casi en estado puro. Era esa amistad sin devenir
ninguna otra utilidad que la de estar juntos, verse, encontrarse, como un fin
sin otra finalidad que esa. Y la relación entre
compañeros
de militancia la sentía en cambio en términos críticos, porque sentía
muchas veces que infinidad de compañeros eran obligadamente compañeros. O me sentía mal en los ámbitos donde se compartía cambiar el mundo, pero
indudablemente donde al mismo tiempo creía que diez pasos nos podían dar en términos
de cultura de vida, en términos de gustos, de amores, de secretos íntimos, de
comprensión mutua. Resultaba una suerte de situación crítica permanente. Sin embargo, la palabra compañero tenía un valor altísimo, ¿no?
Compañero
era superior a una amistad en términos
ideológicos, políticos, porque era aquel con el cual ibas a jugarte las cosas más
extremas. Extinguido ese tiempo, reaparecen, creo que ya en los muchos años de
exilio ciertas nociones de amistad muy fuerte. En el exilio regresan las
relaciones más allá de las grandes ideas y
de los prejuicios dogmáticos para reagruparse en yuntas, grupos, cofradías. Ahí yo no sólo retomo desde otras necesidades e intenciones ciertas
amistades, sino que tengo nuevas amistades que empiezan a ser distintas al
anterior tiempo político extremo. Ciertas instancias de vida te llevaban a eso.
Años más tarde, de regreso al país, le hablaba ayer a Ricardo, sobre las cátedras.
Tal cual nosotros las vivimos, tal cual nosotros las pensamos, las proyectamos,
las dimos, ciertas cátedras estaban absolutamente cruzadas por la idea de
cierta amistad. Eran una comunión de amigos. Cosa que hoy está cambiando y se
está modificando mucho. Le decía: si no hubiese habido una amistad, una suerte
de proyecto existencial común, una intención profundamente pactada de impugnación
a algo o a muchas cosas del mundo y de nuestra sociedad, en esa época de
mediados de los años 80 en que tuvimos primero la cátedra en Arquitectura y
después las cátedras en Ciencias Sociales, creo que no se hubiesen constituido
tales cátedras. O sea, ahí se comenzaba a habitar mucho una amistad de nuevo cuño
que ya no eran los compañeros. Eran las nuevas formas comunitarias de querer al
otro y de estar junto con el otro y de esperar del otro. La cátedra era
sustancialmente un proyecto intelectual, cultural y político. Esto pienso ahora
que funda en mí, en muchos, un tiempo distinto. Lo funda sobre coordenadas y
horizontes que ahora creo que también se van perdiendo. Hoy vivimos académicamente
una modernización donde, por ejemplo, ese lugar de la amistad y el pacto
inconfesable hacia afuera de transmitir un secreto no dicho, obturado, está absolutamente
atravesado por otros valores, y no por el simple y decisivo hecho de que somos
un grupo de amigos que hace determinada cosa y nos auto-invitamos a dar clase.
Los concursos eran largas horas y días de charla, bares, cafés, vino, autores
cuya discusión duraba una noche, y sin duda había una cabeza, alguien
nucleador, pero el currículum a labrar sin ningún jurado de pares, era
simplemente un punto de llegada: una profunda comunión de pensamientos y
afectos frente a la vida y al mundo de las ideas. Eso va desapareciendo. Y se
nota, y se vive críticamente en algunos. Pero volviendo a lo que decía Oscar, ¿qué sería aquello que hace a una amistad y que no tendría aquel que es un
conocido, un conocido frecuentado muy asiduamente pero que no es amigo? ¿Qué sería eso que hace a una amistad? ¿El amor? ¿La confianza? ¿El creer que
se comparte del otro mucho? ¿El aceptar todo? ¿La posibilidad de perdonar todo
a un amigo? No sé, nosotros que somos más grandes que algunos de ustedes,
venimos de distintas épocas de amistades. Yo supuestamente siempre viví que lo
central de la vida es en un grupo de amigos.
Diego Tatián. En particular quisiera hacer una intervención sobre lo que dice
Oscar. Siempre sentí cierta incomodidad con las palabras que fijan, en relación
a los vínculos humanos. No me expresan. Sea la palabra amigo, más o menos
amigo, conocido, colega, compañero de la facultad, hijo, padre, hermano. Me
parece que no nombran lo que sucede, que hay una cantidad de matices en las
relaciones que las vuelven a veces difíciles de fijar; y que generalmente estas
relaciones pasan por una cantidad de relieves, de cursos de acontecimientos,
que salen de una categoría y entran en otra, y así siempre. Como diferencias
indecibles. Yo siento personas muy entrañables para mí, por decir así, y la
palabra más cercana para hablar de ellos es la palabra amigo, pero tampoco esa
palabra lo expresa. Prefiero dejar eso más o menos libre. Porque en ese nivel,
el de las palabras, es más lo que ellas oscurecen, obnubilan, cosifican, que lo
que nombran. Eso me ha pasado desde siempre, me ha pasado en las relaciones
familiares en particular, pero no solamente en ellas. Prefiero que eso quede
como en una cierta experiencia sin marca. Ahí hay una cosa, por ejemplo, en la
tendencia tuya, Oscar, a buscar siempre marcar: “este es más o menos amigo”, o “este es solo conocido”, o “este es amigo de verdad”. Para mí, en general, las
relaciones entre las personas tienen como un vaivén en virtud del cual yo no
podría trazar ese límite de manera demasiado taxativa.
Oscar. Toda relación, y todo lo
que pertenezca al lenguaje, tiene ese vaivén, todo. Cuando yo digo “cielo”, cuando digo “árbol”, cuando digo cualquier
cosa, tiene ese vaivén que vos decís. Vos
planteás
eso, yo diría que es casi como un presupuesto. Pero eso no te ocurre sólo a
vos, eso le ocurre a cualquiera, porque siempre después viene el uso del
lenguaje. Y uno usa el lenguaje. Es la vieja discusión que tenía con vos cuando
decías que no estabas casado, no tenías un lugar, no estabas en matrimonio. Y
yo decía: a eso en que vos estás le llamamos tal cosa. Vos rechazás las
palabras que aluden a ciertas cosas, porque crees que te quitan tu libertad, o
la posibilidad de vida amplia. No sé qué es, pero no estoy lejos. Pero bueno,
Diego, son las palabras. Cuando desde los griegos, o antes, se viene hablando
del amigo, esa palabra –amigo– efectivamente no puede agotar una cosa. Pero
alude a una cosa. Alude, lo quiera uno o no lo quiera. O podríamos llamarlo de
otra manera, en lugar de amigo, podríamos llamarlo zapato. No importa el
nombre. No se trata de qué nombre le ponemos. Yo creo que la amistad es algo
demasiado importante. Cuando uno quiere empezar a analizarla, se da cuenta de
que hay una cantidad de cosas que velan, que interfieren, mediaciones, y no las
puede aprehender. Porque yo diría entonces, la relación mía con el Toto, la relación mía con vos, la relación mía con él, todas son
particulares. Y no pueden ser homogeneizadas. Pero bueno, para entendernos creo
que usamos el lenguaje. Entonces yo diría que tenés razón con lo que decís entre la vida y el lenguaje, y que es casi como
una obviedad, pero la llamo así. Todo el mundo es fluctuante entre seres y
cosas, pero cuando empleamos palabras fijamos el mundo. Entonces vos rechazás
eso, tenés dos hijos, pero no querés emplear la palabra hijo. ¿Por qué?, porque
sentís como que el lenguaje te aprisiona en una cosa, que vos no querés ser
reducido por el lenguaje. Está bien, tenés razón, pero después,
efectivamente, cuando tenés que hablar con él, o tenés que hablar, claro… estamos
empleando la palabra amistad. Una palabra con toda la inaprensibilidad que
tiene.
Diego. Ahora estamos
reflexionando sobre la palabra, no empleándola.
Oscar. Entonces vos estás
planteando un problema de relación entre las palabras y las cosas. Y vos decís:
yo prefiero no emplear palabras en estas cosas porque las palabras aprisionan,
determinan, aíslan, fijan una cosa que no está fija, que no está determinada,
etcétera, etcétera, que, en última instancia, lo mejor es a-conceptual. Pero
entonces nosotros las conceptualizamos. Podríamos en cambio no hablar. Quizás
lo mejor sería no hablar. Pero si empezamos a hablar, a analizar, tenemos que
empezar a ser diferentes.
Diego. Hay un nivel en el cual
vos podés decir de alguien al que has visto tres veces y te resulta simpático,
que es un amigo. Se lo decís a otro. Pero en ese nivel coloquial. Ahora vos
marcaste una cosa que me parece interesante. Decís, desconfiamos de la palabra
con una cierta carga, con la cual la hacés descender a un nivel de profundidad
que no es el nivel cotidiano y coloquial de todos los días. Lo que digo es,
estando ya en ese nivel, lo que honra más a aquello que la palabra amistad en
sentido fuerte nombra, y a quien nombra, es como cierto silencio de eso. No
digo nada más que eso. No digo que hay que dejar de emplear la palabra. La dejo
abierta en vez de cerrada.
Oscar. Estamos en lo mismo.
Diego. Sí,
creo que sí.
Héctor. A ver si entiendo. Con los pocos amigos que uno tiene, yo nunca le
repito a ese otro: vos sos mi amigo. Digo, no es mi forma de amor al otro.
Salvo cuando uno tiene que hablar de la amistad. Entonces decís, bueno, alguien
como vos. Todas esas resonancias que son difíciles inclusive de escribir. Por
eso la amistad, en el sentido contractual –que nunca es así, nunca– no tiene
mucho sentido de ser hablada. Quiero decir, no hay una definición previa para
una tal acción. Decir: a ver qué tipo de vínculo establecemos nosotros, el de
amigos, por lo tanto tenemos que ser así. La amistad es al revés. Se da. Y
después uno puede decir cuál es la relación de esta amistad que tiene tales y
tales características. Pero ahí, ¿cuál es mi concepto de
amistad? Insisto, es la relación individual y este dato me parece muy
importante, sustancial en la posibilidad de existencia de uno en el mundo.
Pienso en el grupo Pasado y Presente. Es interesante, hace muy pocos días
alguien me preguntaba sobre quiénes integraban el grupo y cuál era la relación
entre nosotros. Creo que básicamente fue la amistad de algunos de nosotros.
Hubo un acto de amistad que atravesaba inclusive lo político. ¿Por qué? Porque
efectivamente creo que fue un acto de amistad de dos, tres, o cuatro de los que
estábamos ahí; no de todos. Los otros eran compañeros o conciencias coincidentes.
Nicolás. Camaradas.
Héctor. Sí, gente con la que
coincidíamos en un acto político-intelectual. Pero sin entablarse una amistad
real. Por eso es importante la pregunta que vos te hacías Nicolás: ¿todo se le perdona a un amigo? Yo creo que en la relación de amistad
no entra en consideración la posibilidad de perdón. ¿De perdonarle?, ¿por qué? Porque ya si uno tiene que pensar en que
puede no perdonarle, algo se ha desvanecido en la amistad. Pero esto no quiere
decir que esté uno de acuerdo con el otro. Sino que ya si siento que se plantea
el tema del perdón, algo se rompe. Y creo que, efectivamente, suele ocurrir
eso. En una amistad, de pronto “tac tac”, la cuestión cruje,
cuando uno se plantea si puede o no perdonar.
Nicolás. Iba a decirte en relación a lo que pensaba Diego, creo que hay algo
de indecible en la amistad. Más allá del momento de reflexión
que trate de definirla, lo no decible en realidad es la amistad en la amistad.
A no ser que la amistad entre en crisis, o se quiebre; ahí es donde pensamos,
como nunca, en la amistad. Buscamos las palabras. Si no es porque está amenazada,
o porque está en estado de cierta alarma, es muy difícil que pensemos decir la
amistad al amigo. No se dice. Es el tema que los amigos genuinos y las
experiencias de amistad no hablan. No hablamos entre nosotros de eso. Se da.
Casi inauditamente se da. Y digo inaudita porque desconfío de aquel que dice o
siente tener muchísimos amigos, el que se introduce en esa retórica política o sentimental. No sabría decir por qué no se habla. A lo mejor es
por lo que dice Diego, porque en realidad no hay que ahondar en eso. O tal vez
es porque si se da tan plenamente, la palabra es como si no sincronizase con
esa plenitud. Si recuerdo las veces que hablé de la misma amistad con el amigo
o la amiga, es escasísima. Hasta que alguna vez estuvieron en crisis. Y yo por
lo menos, viví experiencias de quiebres de amistades.
Héctor. Yo explicitaría una amistad como práctica concreta, y uno lo define
como una pareja…
Nicolás. Una comunidad de dos.
Héctor. Una pareja amorosa. Quizás no se tematiza la relación de pareja.
Nicolás. La pareja tiene habilitado, más que la amistad, hablar de amor, del
deseo, de la armonía entre sexos en medio de formas distintas de pasión.
Héctor. Del amor.
Nicolás. Sí, del amor. De la relación en sí del amor. La relación
de pareja es una discursividad infinita que tiene más legalizada la
autorreferencia.
Héctor. Cuando se pone en cuestión: “¿Qué es la pareja?” –salvo
para un seminario o coloquio al respecto– en la relación personal, es porque
algo ha sufrido.
Alejandro. Por ahí habría formas de
celebración en una pareja, por ejemplo, que en la amistad también las puede
haber. Formas de celebración del vínculo, del amor, que son explícitas.
Héctor. Sí, sí, claro. Bueno en la amistad también, pero no se tematiza. Ese es un
aspecto. Y otro aspecto, yo creo que hay una carencia. Por ejemplo, para hablar
del concepto de amistad. Yo creo que para hacer frente a una de las
consecuencias de cierta instrumentalidad en algunas relaciones, es necesario
justamente no hablar. Se habla del amor, del amor hemos hablado un montón de
veces, seguramente. Con nuestras criaturas amantes o en general. De la amistad,
sin embargo, no. ¿Por qué? Porque hay una categoría no coherente con el mundo,
con cierta instrumentalidad de las relaciones. Inclusive con la de compañero.
Porque uno podría ser amigo o no, o casi amigo de un compañero político. Dejemos de lado ya
algún tipo de militancia semi-clandestina o clandestina, donde, por el
contrario, la amistad estaba negada como concepto. Era perniciosa y peligrosa
para la integridad de la organización política. Y también merecería
alguna reflexión. Y uno no podía ser
amigo.
Nicolás. No sabías ni el nombre.
Héctor. Exacto. No sabía ni el nombre ni nada
de su vida, de su historia.
Oscar. Había una cosa en contra. En el Partido se llamaba amiguismo. Porque a lo
mejor eras amigo de un tipo, el Partido lo veía mal, porque eso era amiguismo.
Héctor. Exactamente. Pero fíjate vos, cuando a nosotros nos expulsaron del
Partido, lo primero que nos prohibieron era que nos siguiésemos viendo. Una de
las amenazas era que no podíamos estar
juntos.
Oscar. Nos propusieron varias
exigencias para poder seguir estando en el Partido.
Héctor. Para seguir estando nosotros, Pancho, Kichi, Oscar, no nos podíamos ver.
Alejandro. Es interesante que haya
aparecido la palabra amiguismo. Habría que hacer esta distinción: en el caso de
la relación militante, la motivación de esto que ustedes están contando tiene
que ver con la fraternidad universal, aunque después se haya mezclado con otras
cosas. Pero en principio, tiene que ver con la idea de fraternidad universal.
No es posible querer específicamente a alguien, porque el amor tiene que
dirigirse a todos, ¿no? A la manera de las tradiciones religiosas, en
definitiva. Es decir, el amor no puede ser dirigido a uno, sino que tiene que
ser dirigido a cualquiera. Y eso estaba en el fondo de la idea del militante.
Aunque después, cuando aparecen estas formas represivas que ustedes mencionan,
uno se encuentra con otra cosa, que nos lleva al otro uso del término
amiguismo, que se usa cuando en medio de los ambientes instrumentales en los
que estamos nosotros, se vincula con la meritocracia. Hay un antagonismo entre
la idea de amistad y la noción de mérito. Amiguismo, en un contexto meritocrático es una mala palabra,
porque es una forma de dirigirse a otro, de seleccionar a otro, de preferir a
otro, independientemente del mérito. Y esto tiene que ver un poco con las
transformaciones que han ocurrido en esta década. Es interesante este pasaje en
el significado del término amiguismo, de los movimientos político-revolucionarios,
a esta vida utilitaria, instrumental, meritocrática en que estamos ahora, en la
cual hay que prescindir de la preferencia por otro, para dejarla solamente en
manos del mérito.
Nicolás. Ahora se practica como nunca el amiguismo solapado.
Alejandro. Claro. Y ahora esto se
dirige en contra de una tercera cosa, que es otra forma de la amistad, que no
es la de la idea de fraternidad universal, que tiene que ver con el diálogo.
Hay dos componentes de la amistad en relación a la genealogía más antigua de Grecia, una es la guerra y la otra es el diálogo. Amigo
es el compañero de armas, es ese con el que lucho, que va a defender mi vida
como la suya, y recíprocamente. Ahí hay una forma de la amistad. Y la otra forma de la amistad es la que
tiene que ver con el diálogo. Soy amigo de aquel con quien hablo, es la amistad
filosófica, ¿no? Que no tiene nada
que ver ni con lo sentimental, ni tiene que ver con una preferencia, sino que
el hablar... hablar con alguien, eso es la amistad. Es cuando uno habla con
alguien, porque hay amor por la palabra, por el diálogo. Y la cuestión de la
meritocracia, entonces neutraliza todas estas formas. Neutraliza la forma de la
guerra porque la oculta, porque hay una lucha en relación con el mérito pero
oculta, solapada. Y también neutraliza la palabra, la neutraliza. Yo tengo que
estar al lado de cualquiera que haya satisfecho ciertos requisitos formales que
se llaman meritocráticos. Ahí hay algo que es muy
penoso, que es muy doloroso.
Héctor. Pero el mérito podría tomarse en un sentido abierto, y pensarlo desde
la militancia sin una idea de objetividad. Por ejemplo, el amiguismo es el que
tolera aquello que objetivamente tendría que ser rechazado. También se usa
amiguismo en el sentido de los favores turbios dentro de los negocios, cuando
hablamos de los funcionarios: “esto lo hace por amiguismo”; quiero decir, no
por objetividad. Me parece que se opone amiguismo a objetividad. En el campo de
la militancia era lo mismo. El amiguismo es peligrosísimo porque no se mira
objetivamente el acto del otro. Y referirse a valores implica compartir cierta
evaluación de la manera más objetiva posible. Por eso digo que es una categoría,
o un sentimiento que ha sido excluido de nuestras vidas.
Nicolás. Eso que decís vos significaría que la amistad es el
mundo de lo privado. Estaría más en el universo de
sentimientos donde predomina finalmente lo irracional. No sería una experiencia
signada por lo racional como sabiduría filosófica de vida, sino que sería
aquello que corre, se transmite por otros lazos, aquello que tiene otras
causas. Y la burocracia, la militancia, las tramas de poder y obediencia, el
ordenamiento universitario, sería una experiencia sobre todo dominada por la
dimensión pública-racional, donde la
amistad interfiere negativamente, porque la amistad es una sabiduría de vida,
un encuentro absolutamente íntimo.
Ricardo. Sí,
pero yo también creo en la amistad como refugio, como uno de los últimos
lugares que nos van quedando. En verdad, una amistad genuina es la que le
permite a cada uno de los miembros de esa amistad inclusive poder ver del otro
lo que no le agrada. Y poder atravesar la relación a partir de esas
diferencias, no sólo del encuentro. Yo creo que el punto más álgido,
y al mismo tiempo más misterioso de la amistad, no es el espejo, ahí no habría
amistad, sino que es cuando se produce la diferencia. Y estaba pensando un poco
en la mañana, cuando Oscar decía que había diferencias insalvables... y yo le
dije en tono de broma, bueno, vos sos de derecha, nosotros somos de izquierda,
esas cosas. Estaba pensando, inclusive ayer conversábamos con Diego cuando íbamos
caminando, de repente por qué no vinieron otras personas a este encuentro. Y en
esta conversación, vi más clara la respuesta. Si esto fuera un encuentro, vamos a llamarlo,
de pura discusión intelectual, vinculado a problemáticas filosófico-académicas o vinculado a
revistas o a interpretaciones del mundo… sin duda que acá faltan una cantidad
de personas que enriquecerían muchísimo esta conversación. Hablábamos de Horacio González, por ejemplo. O podríamos hablar de
Christian Ferrer, o de muchas personas, para poner nombres simplemente. Pero,
de algún modo, hubo un misterio en la constitución de esto, en el vínculo como
se fue articulado este encuentro, que transfirió el puro encuentro de discusión a una dimensión vinculada al placer,
al deseo de estar con el otro, a buscar ex profeso la oportunidad para que se dé
este encuentro, a disfrutar en función no sólo de lo que conversamos en términos
de lo que se puede grabar, sino de lo que disfrutamos caminando, o sintiendo la
alegría de que te vas a encontrar. Por eso uno se siente mal si alguno decide
no venir, pensando: “este no se da cuenta de lo que se está perdiendo”. O
efectivamente pensar que esto era solamente un encuentro intelectual para
discutir cuestiones serias, y no se da cuenta de que esto era otra cosa, ¿no?
Entonces,
digo, cada uno siente allí algo personal e intransferible. En el caso personal,
para mí que nos encontremos ya es un acontecimiento. Esencialmente es un
encuentro en un tiempo en el que es muy difícil lograr eso. Son más fáciles, por supuesto, las relaciones personales de amistad, con esos
amigos con que la vida ha ido tejiendo la relación, y que entonces te seguirás
encontrando. Pero encuentros de esta naturaleza, donde cruzamos afectos, ideas
compartidas, diferencias, discusiones a larguísimo plazo, libros leídos
queridos o no queridos, pasados que para algunos son mejores o peores, más o menos contaminados, más o menos felices; nos plantea un contexto atípico,
raro, que no suele darse, muchas veces nosotros conversamos en Buenos Aires
sobre la envidia que nos produce la facilidad con que aparentemente, como lo
vemos nosotros desde afuera, se generan en el medio cordobés la relación de
amistad. Hay una suerte de liviandad en los vínculos, una espontaneidad, un
cruce cotidiano de estar compartiendo un montón de cosas que en Buenos Aires ya
no se dan, o se dan muy escasamente. Yo recuerdo que cuando Nicolás se enfermó,
y conversamos largamente sobre nuestras soledades y nuestros distanciamientos…Él
lo veía, a partir de una experiencia personal, que lo colocaba con una cantidad
de horas diarias solo, y esto de la soledad, de no poder compartir, de no
disponibilidad, de no tener tiempo, estar ocupado, construir relaciones pragmáticas,
utilitarias, y de repente decir, bueno acá está pasando algo, algo en
nosotros que hace que todo lo hagamos en función de tal cosa, tal otra. Y de
repente, para mí, esto, lo que es, es solamente una oportunidad de quebrar, en
parte, esa lógica terrible en la que estamos metidos. Nosotros veíamos que, en
el caso de ustedes, se daba una situación de mayor fluidez… Yo estoy de acuerdo
con Oscar, cuando dice: “no se le puede decir a cualquiera que es un amigo, hay
que tener cuidado”. Porque está lleno de esas relaciones, que son entrampadas
en muchas cosas. Está lleno de amigos, amigos, amigos, amigos; cuando decís:
este es amigo de todos, entonces sospechás del que es amigo de todos.
Nicolás. Bueno, lo que ha desaparecido en gran medida en la experiencia de
vida de este tiempo, lo que ha disminuido mucho es el enemigo. La figura de
aquel cuya posición, poder, ideas e intenciones llevan o empujan al mundo a
donde yo no quiero que el mundo vaya. El campo de la cultura, el político e intelectual se entendían desde esta confrontación hace treinta años. Antes teníamos más adversarios, más no-amigos si se quiere. El que pensaba y
actuaba en términos opuestos. Pero más allá del campo político-cultural, había una
sociedad donde claramente muchísimos otros eran de otra tribu social, económica,
histórica, cultural, de gustos, preferencias, de amores, de diarios y libros leídos,
de experiencias vividas, de éticas, conductas, sueños, lugares habitados,
horizontes. Ese gran otro era otro proyecto de mundo, de historia, de porvenir,
de justicia e injusticia. El enemigo. Hoy la vida cultural, colectiva y
personal aparece como algo coloidal, indiscernible, no hay bandos, no hay instancias
que confronten. Todo es casi equivalente, subjetivismo, los colores se mezclan,
los sonidos se confunden, las palabras tienen la misma resonancia en cualquier
lado y en cualquier boca, supuran vacío en relación a lo que verdaderamente nos
sucede. Mundo donde, como dice Ricardo, también hay un montón de amigos que uno
cree que uno siente como amigos, porque hay una estética kitsch intelectual de no señalar enemigos, de hacer creer en la hibridez
de todo, la melcocha democrática que publicita la desaparición de aquel que uno
sentía como enemigo. Enemigo no para exterminar, pero sí para fijar claramente
que está en la otra vereda. La de enfrente. En el presente se alienta una falsa
amistad neutra, diplomática, cultural, académica, de “mercado”, un inmenso olor a muerte en nombre de la memoria de la muerte, que
no fija ningún debate cierto y esconde lo peor de cada quien. Recuerdo una vez
que Horacio González, en su revista y en una de sus entrevistas, comentaba la
salida de una asamblea de Filosofía y Letras allá por los años 60. Por la otra
vereda, creo que escribió, iba el Negro Portantiero caminando, saliendo de la
larga asamblea, y él tenía
ganas de cruzar y charlar. Y en ese momento era un declarado adversario, para
nada un amigo. Uno por una vereda, otro por otra vereda. Digo, en ese sentido
creo que era una época poco reivindicable en muchas cosas, pero no precisamente
en estas reyertas y confrontaciones que remiten a la amistad y a la no amistad.
Creo que el que no es amigo forma parte también, en ciertas ocasiones
intelectuales –de ideas, de escrituras– de una nobleza de “enemigo” que
construye una oculta comunidad en el tiempo, una amistad invisible, indecible a
veces, profunda, aunque parezca paradójico, que en este caso creo que era el
mensaje que se desprendía de lo escrito por Horacio sobre el Negro Porta. Hoy
existe una ideología pastiche de la amistad, del amigote, del amiguete, de la
nada, que está muy extendida. La mejor casamata frente a esto es fundar todo
sobre amistades ciertas, que se desmarquen. La amistad es todo lo que venimos
diciendo, yo puedo pensar que, si no hubiesen existido amistades, hubiese hecho
el 90% menos de lo que hice, porque uno hace montones de cosas a partir de que
tuvo amigos por encima de toda otra posesión y valor en la vida: amistades.
Digo, revistas, grupos de estudio, bohemias, cenas hasta el amanecer, búsqueda
del último café abierto en Buenos
Aires, Madrid o México, proyectos dibujados, familias de exilio, cátedras,
editoriales, programas de radio, momentos de la vida de uno. Quiere decir que
eso que es tan difícil, eso que sería tanto para pensar y valorar, a mí afortunadamente,
y no con tantos sujetos amados en el balance, no me resultó tan difícil. Y por
lo menos reconozco que he tenido etapas donde la amistad es la explicación de
un tiempo de vida y de todas sus consecuencias, aunque creo que puede haber
gente que pueda decir: a lo largo de mi vida he tenido poquísimos amigos o
ninguno. Creo que la amistad es en el caso nuestro, como decía Ricardo, también
lo que sentimos en cuanto a este encuentro, aquí sentados en una galería
umbrosa al pie del cerro. Creo que es una cosa indecible, pero está absolutamente
actuada por nosotros. Te pregunto, Diego, ¿vos pensás que esa diferencia
entre el decir y lo que realmente serían las cosas, te priva del goce de una
amistad?
Diego. No, en absoluto. Lo que
pasa es que se trata de niveles diferentes. Existe un nivel más inmediato que
ya hemos dejado atrás en la conversación. Es en el que vamos a estar todos de
acuerdo en cuanto al empleo de las palabras. Pero la pregunta mía es si una
palabra cualquiera, como esa, amistad, que se puede ampliar en un sentido
fuerte, cuando nombra una relación que presenta una intensidad, ¿es más lo que priva o lo que pone en libertad? ¿Es más lo que abre o lo
que cierra? Hay un nivel en el que, efectivamente, las cosas aparecen en su
realidad gracias a un cierto abandono de las palabras. Lo cual no quiere decir
que, en el otro plano, podamos prescindir de las palabras. Es una incomodidad
que tengo no solamente con experiencias puramente empíricas como mirar el cielo
o mirar un pájaro; también con las relaciones humanas. El goce de la amistad no
requiere clasificaciones ni calificaciones, simplemente sucede.
Oscar. Yo pensaba en una cosa
en relación al problema del amiguismo. Por ejemplo, en mí es un problema a
rediscutir. Discutir esa idea de estar en contra del amiguismo. No sé si es por
la edad que tengo, por cierta irascibilidad que tengo, pero no quiero no marcar
todo lo que veo, sea lo que sea. Quiero marcar. Porque el amiguismo es como se
dice siempre, bueno, no está bien. Se afirma a veces con severidad. Está bien
la amistad, yo comparto lo que dice el Toto, es una cosa que está ahí, como un subsuelo, pero
sobre la base de una severidad, de una severidad que a lo mejor no se
manifiesta, aunque creo que el amiguismo es un enemigo de la amistad. Es un
chabacanismo.
Nicolás. El amiguismo dentro de la amistad.
Oscar. Sí,
el amiguismo dentro de la amistad, o no solo de la amistad, dentro de las
relaciones. Me refiero al chabacanismo. Porque hay un chabacanismo, hay una
vulgarización que crece, y crece, y uno acepta, y uno avanza, y caímos en una
especie de cosa fea, ¿no? Entonces me parece que contra esa chabacanería habría
que estar alerta. Por lo menos estar alerta, y creo que la amistad está alerta
frente a eso. La amistad reconoce en el otro zonas propias, zonas de reserva. Y
la amistad yo no creo que sea una cosa trasluz, la amistad es una cosa opaca,
es una cosa compleja. Y ahí surge el problema del respeto. El respeto es
reconocimiento del otro, el otro como todo, el otro como misterio, el otro en
las cosas que no te dice; no hay por qué decirle todo al amigo. Pero creo que
el peligro es el amiguismo.
Nicolás. Pero esa marcación a la que haces referencia, ¿no sería aludir a una
amistad más filosófica?, en el mejor sentido de la palabra. Porque precisamente
es una amistad que no deja pasar puntos ciegos, relaciones incorrectas.
Oscar. Yo ya no lo digo en
relación al amigo, porque en el amigo si algo se quiebra, se quiebra. Y si no
se quiebra, eso ya está. Pero se trata de no caer en la vulgaridad. Estar
atento a lo falso. Por eso yo retomo aquello que en el Partido se decía
amiguismo, pero se lo decía en un sentido distinto. Ese concepto de amiguismo,
era el tipo que a su vez hacía oídos sordos. Que ejercía
tolerancia a lo que salga y a lo que no salga.
Nicolás. Podría pensar que una pareja
amorosa es un estado de permanente guerra, que puede tener sus largos momentos
de paz, pero son posicionamientos del amor bastante usuales. En cambio, en la
amistad, lo veo diferente. Es decir, la amistad también contiene, a diferencia
de la comunidad de los amantes, el no decir la falta del otro. Por eso lo que
vos planteás es muy interesante, porque precisamente la amistad es el aceptar
del otro aquello que nos parecía marcable en la vida de relación, pero que no
lo marcamos porque somos amigos. La mirada es al revés, precisamente porque son
amigos y yo se lo marcaría porque tengo una enorme confianza, y además porque
como lo quiero se lo marco.
Oscar. Yo no digo marcar. La
palabra marcar no me gusta.
Nicolás. O señalar.
Oscar. Una conversación más que marcar.
Alejandro. Pero por eso, la amistad
se produce con aquel con quien uno habla. Y cuando uno habla con alguien es
severo, porque la severidad tiene que ver con un valor de verdad. Entonces uno
habla con quien quiere hablar, y con ese es severo. Pero no sé si la palabra
amiguismo es útil para designar eso otro que vos decías.
Oscar. Supongamos un caso. Ayer
después de la charla me fui y estaba pensando, Nicolás había hecho una cosa
conmigo no amistosa. Yo podría no decírselo, ¿por qué decírselo? Y sin embargo tenía la necesidad, porque si no después esas
cosas se acumulan. ¿Cómo puede presuponer él
que yo pienso eso? ¿Cómo puede presuponer eso?
No puede presuponer eso. Porque eso es como pensar que yo soy un grosero, que
soy una cantidad de cosas que en realidad no soy. El amiguismo me parece a mí que
podría ser: “bueno, está bien, lo
dejo pasar, no lo comento”. Y me parece a mí que hay que decir lo que uno
siente aunque lo que uno sienta pueda estar equivocado. Porque si no el otro
dice después: “No, porque vos
interpretaste así.” Y puede tener razón.
Pero yo ya no me quedo con una cosa no expresada en su momento.
Diego. Ayer dijiste cuatro o
cinco veces que el peronismo es igual al nazismo.
Oscar. Yo no dije que es igual
al nazismo.
Diego. Sí,
igual al fascismo.
Oscar. No, yo dije que Perón tenía admiración por los
nazis y que admiraba a Mussolini. Pero no voy a decir que el peronismo es igual
al nazismo.
Alejandro. Es que la amistad
presupone la confianza.
Oscar. Pero yo no puedo decir
eso. No puedo identificar el peronismo con el nazismo.
Alejandro. Claro, esperás de un
amigo que no interprete eso.
Diego. Claro, yo creo que vos
podés decir eso o algo como eso en el curso de una discusión acalorada o
intensa y sin embargo, porque te conozco, porque hay un magma de conversaciones
e ideas acumulado, a pesar de que vos lo digas, sé que vos no pensás eso, ¿entendés?
Alejandro. Pero también ocurre,
porque las relaciones humanas son complejas, que el amigo puede sentirse
lesionado, no obstante, por el uso de la palabra, aunque te conceda esa
confianza y sepa que no estás diciendo lo que estás diciendo. La palabra hiere.
Oscar. Bueno, la palabra hiere,
hubo un mal comienzo en la conversación de ayer diciendo: “De la Rúa es un imbécil”.
Yo no me voy a poner a defender a De la Rúa, pero Nicolás sabe que en ese
sentido nosotros tenemos una actitud distinta, a lo mejor desde un punto de
vista lo es, y desde otro punto de vista no lo es.
Diego. Hay maneras de empezar
conversaciones bastante singulares.
Oscar. No, está bien, eso de
imbécil estuvo bien, pasó. Pero también podría ser una cosa que uno
diga: “no, no lo es”.
Nicolás. No. Creo que ahí hay otro tema que no lo tengo muy claro, por eso
planteaba ¿la amistad qué implica, el señalamiento, la tolerancia o la
intolerancia? ¿Qué
es el cuidado? El cuidado de la amistad. Ese es otro problema decisivo, porque
ese sí que lo vivimos permanentemente, porque la amistad contiene un drama que
la jaquea: “¡Uy!, Justo mi amigo viene a hacer esto”, “¡Uy!,
justo él asume esta posición”. Antes de venir a Córdoba
tuve una conversación muy fuerte con un amigo, y realmente por último le corté el teléfono. Entonces, ¿cuál es el cuidado de la
amistad? Porque ahí sí que me suena mal la
palabra amiguismo, porque uno no es tolerante con el amigo, le duelen ciertas
cosas que puede pensar, hacer, decidir. Yo lo que sentí, quizás no habiendo
nunca hablado mucho del peronismo con vos, es que me dolían ciertas palabras
porque venían de vos, Oscar. Porque que alguien me diga que Perón alguna vez
fue nazi, lo puedo hasta compartir. Que me digan que admiró al fascismo en los
años treinta, concuerdo. Pero la historia del peronismo pasó muy lejos, desde
este lejano país sureño, del significado
europeo de las palabras nazismo y fascismo, Hitler y Mussolini. Entonces, ahí está el problema del cuidado. En la amistad, ¿qué implica y qué significa
el cuidado de la amistad? Eso es lo que no tengo claro. Con Alejandro tengo
discusiones muy fuertes, ¿eso es el cuidado? O sea, ponerla permanentemente en
un desafío de que la cosa tiene que quedar aclarada: “Esto lo siento así, vos
lo sentís así, vamos a discutir” ¿O el cuidado es dejar pasar?
Ricardo. Y…
depende de la circunstancia.
Nicolás. ¿Las amistades no están llenas de dejar pasar?
Ricardo. Sí,
por supuesto, si no sería imposible, sería una cosa monstruosa. Si vos le decís
todo al otro…
Diego. Hay momentos de no
literalidad. O sea, no te podés aferrar todo el tiempo a una literalidad.
Nicolás. Es cuando está atravesada no por palabras sino por conductas. Por
ejemplo, yo no asumiría este compromiso… y después tu amigo lo asume. ¿Y ahí qué
pasa? Porque las palabras tienen climas, biografías, memorias, dentro de una
amistad, edificadas por esa amistad.
Ricardo. No, pero el problema
grave no está en la discusión de ideas. En la discusión de ideas vos podés
decirle: “Che, lo que estás diciendo es una pavada”, o “no estoy de acuerdo, no digas gansadas”, o “estamos en posiciones distintas”. Pero el problema más grave en una
amistad es lo que hace a lo cotidiano, a gestos, a actitudes, que pueden
lesionar la relación con el otro si se hacen demasiado explícitas. O si no hay
una suerte de capacidad de aceptación de las diferencias, decir: “bueno, esto
tengo que bancarlo porque si no la amistad no se sostiene”. Si quiero que el
otro sea como yo en esa visión del
mundo, no intelectual, sino de vida cotidiana, estamos embromados.
Nicolás. En lo masculino, el cuidado es, como lo decías hace un rato Oscar, a
diferencia de lo femenino, el cuidado es: hay zonas no enunciables. Muchas
zonas de la amistad que no están puestas en juego.
Oscar. Pero además pensar que
el amigo tiene razón. Por ejemplo, supongamos que hay que firmar un documento…
Nicolás. Un manifiesto.
Oscar. Un manifiesto.
Supongamos que el Toto es mi amigo, el Toto lo firma y yo no, o yo lo firmo y él no… si él lo firma y yo no, yo
tengo que pensar que por algo lo ha hecho. No tengo que decir: “se equivocó”,
no, es un llamado de atención a mí mismo, a mi propia
actitud.
Nicolás. Bueno, eso es un cuidado difícil, pero sí, es cierto.
Oscar. Lo primero que tengo que
pensar es que me llama la atención que yo no lo haya hecho. Ese es un
reconocimiento que incluso no se expresa, que está ahí, no hace falta
expresarlo, es como una cosa interior.
Diego. Hay otra cosa paradójica
en relación al concepto de severidad que vos empleabas, Oscar, que está muy
presente en algunas relaciones. La pregunta sería por la amistad y el juego. La
amistad es también un vínculo donde es posible cometer errores, y normalmente el mundo de la
vida, el mundo laboral, es un mundo de sobreexigencias muy grandes, donde
permanentemente el mundo está esperando que cometas un error, que te
equivoques, para actuar en consecuencia. Es de intercambios secos, que tienen
que ver con dar buenos pasos, y reparar los pasos mal dados inmediatamente. En
cambio, este otro ámbito no es de sobreexigencia; un amigo es alguien que te va
a tomar sin pedirte explicaciones, pero este aspecto paradójicamente
complementa el problema de la severidad, no lo diluye. Hay un espacio de juego
donde no hay severidad ni sobreexigencias, y es también de libertad.
Oscar. Tengo que entender que
mi amigo tiene zonas propias.
Nicolás. Yo diría que hay reglas de juego…
Oscar. No está sometido por la
amistad. La amistad no lo somete.
Alejandro. Ahí estás entrando en un terreno que me gustaría retomar en relación a lo que
hablábamos antes de los sistemas sociales que remiten al mérito y al poder… la objetividad
y la cuestión del involucramiento que supone la amistad en contra de todo eso.
Los sistemas sociales administrados desconfían de la amistad, no quieren que
haya amistades. No puede haber amistad frente a un sistema de objetividad e
instrumentalidad, la objetividad es una forma de desacoplar al sujeto de un
sistema de signos, por eso las relaciones son secas, son objetivas… es un vínculo que está más allá de las conveniencias del conjunto, de un conjunto. Ahora, por eso es
una pregunta profundamente política, el conjunto ¿es compatible con la amistad,
como conjunto?, ¿o necesita que desaparezca la amistad para sobrevivir como
conjunto? Y estos conjuntos, en los que vivimos hoy en día, no son muy
compatibles con la amistad. Por eso llaman amiguismo a la amistad, porque no la
pueden admitir, porque suponen un conjunto de reglas, un sistema de reglas
donde no hay sujetos, lo que hay son entidades aisladas, que por eso se
experimentan tan desamparadas y tan solitarias, porque tienen que comportarse
de ese modo para poder cumplir con esa colección de reglas. Ahí es donde hay una desgracia, donde la amistad se convierte entonces
en una impugnación de los sistemas.
Oscar. La amistad estaría destinada a desaparecer, ¿no?
Alejandro. En estos sistemas, sí.
Diego. Hay lecturas que dan
algunos indicios: leer “La sociedad cortesana” de Elías, leer a Maquiavelo, la
literatura sobre el Barroco… Somos una sociedad neobarroca. Las relaciones
sociales han sido casi siempre las de una hermenéutica de la sobrevivencia,
donde cada uno capta al otro, al sujeto y a las palabras, con temor y
desconfianza. Las personas son un régimen de signos que debe ser interpretado
adecuadamente para evitar perjuicios o equívocos que pueden ser muy lesivos.
Todo movido por el interés, la obtención de ventajas, el posicionamiento
favorable. En los grandes discursos sobre la amistad, en los discursos clásicos
como el de Aristóteles o el de Cicerón, la amistad es lo que justamente
interrumpe esas relaciones interesadas. Es una relación de desinterés, exenta de temor, donde la interpretación precavida se detiene,
donde es posible entregarse sin recaudos.
Ricardo. Hace poco estaba leyendo
unas cartas que se intercambiaron Weber y Lukács. Me sorprendió muchísimo la extraordinaria
generosidad de Weber frente a Lukács. Weber lo quería, tenía una relación casi amorosa al punto de mentirle al padre de Lukács, porque Lukács iba a
casarse con una rusa que estaba en las antípodas de lo que el padre podía
aceptar. Y Weber diciéndole al padre de Lukács que era una pariente suya para
darle legitimidad, luchando por la acreditación académica de Lukács, incluyendo hasta en algunos
casos…
hasta entrando en coalición con la propia convicción de Weber de lo que tendría
que ser un académico, un catedrático, porque veía que Lukács tenía, por un lado, vocación, pero por otro lado no la tenía. Y me
sorprendió, porque cuando vos leés un texto weberiano tradicional, es un texto
alemán, duro, con una conceptualización muy poderosa; y sin embargo en ese
Weber encontrás una dramatización de la vida, que yo sentí allí que se desplegaba lo genuino sin funcionalidad. O sea, Weber no
necesitaba a Lukács, digamos no lo necesitaba en términos utilitarios,
simplemente veía en él a una persona con una disponibilidad para la creación, y
él tenía que abrirle el mundo
para que pudiera desarrollarse. A mí me parecía una cosa genuina, transparente,
que también es parte de la amistad, y que yo, por ejemplo, creo que, entre
nosotros, siempre me dio la impresión de que hubo eso. Esa cosa de abrir,
dejar, dar, sacar, poner, que creo que ahí también hay un terreno bastante
delicado, que nosotros quizás vivimos más en un tiempo contemporáneo en que se
ha perdido. Es cierto lo que vos decís, hay una hermenéutica que hace que
nosotros leamos todo en función de cómo sobrevivir. Pero
también hay intentos de mayor destemplanza, de mayor intemperie, que te dan
menos posibilidades.
Nicolás. ¿Ahora es así? Por lo que decía Diego, y tomando la experiencia de
uno, el actual es un tiempo de despojamiento, de retracción de vínculos sociales, un
tiempo donde indudablemente desaparecieron hermandades o formas de vínculos
comunitarios, políticos, culturales, que en otras edades existieron. Yo no podría
decir si este es un tiempo que imposibilita una amistad o la posibilita. A mí me
da la sensación de que la amistad puede ser una aurora, una aurora filosófica, sí, uno puede pensar en lo
griego; pero también es casi la forma que adquiere un ocaso, la amistad, el
reunirse, la comunidad estrecha sería entonces la “comunidad del final de la
gran comunidad o su sueño”. Me da más esa sensación.
Es decir, yo estoy mucho más abierto a la dificultad de la amistad hoy, que a
la amistad de otras épocas, donde estaba más abierto a cosas funcionales.
Ricardo. Ese es el punto. Vos te
reunís acá, conversás, y en realidad sabés
que lo hacés sin otra posibilidad que remita a esta conversación, en verdad
sabiendo que, en general ocupamos un espacio no sólo minoritario, sino que es
casi invisible en lo que hace a la voz pública, el espacio en el que se mueve
la cosa hoy verdaderamente. Y sin embargo se abre una oportunidad genuina de
decir, bueno, justamente, porque no sirve para nada en términos de esa
funcionalidad que hoy impera, esto tiene una riqueza distinta, ¿no?
Alejandro. Otra cosa es el dominio
de la técnica, lo que cambia las cosas respecto a la historia de las relaciones
cortesanas, o de los ámbitos de supervivencia. El dominio de la técnica
establece espacios en los que sólo es posible sobrevivir a través del mérito, un mérito objetivo,
establecido por un tribunal independiente de la subjetividad.
Diego. Quisiera decir algo más
respecto de eso, que yo creo que sí, que efectivamente singulariza. Algo que
refiere a la pregunta por la amistad y el tiempo. En Aristóteles está la idea
de que un amigo es alguien con quien se han comido “muchas bolsas de sal”; para
ser amigo verdaderamente de alguien hay que haber comido con él muchas bolsas
de sal. No sé bien cuál es el origen de esa metáfora entre los griegos, pero
bueno…
Ricardo. Una larguísima duración.
Diego. Una larguísima duración, ya sé,
pero ¿de dónde viene el hecho de
comer muchas bolsas de sal? ¿Significa haber pasado juntos muchas adversidades?
La amistad está avalada por un tiempo, por una historia, pero también podemos
pensar en otra acepción, que me parece importante (y por eso la técnica, de
alguna manera, reduce la posibilidad de una amistad), que tiene que ver con la
pérdida de tiempo. Amigo es aquel con el que pierdo el tiempo.
Nicolás. Bueno eso es lo básico en toda amistad. La supuesta pérdida del
tiempo, pérdida del tiempo ordenador, del tiempo que nos demanda eficacia
permanente, clasificaciones horarias, citas de trabajo.
Diego. El sentido de pérdida
del tiempo. A lo mejor acá se podría introducir a Proust.
Lo de Proust es -creo haberlo leído en el ensayo de Deleuze- la búsqueda del tiempo
perdido no en el sentido del tiempo pasado, sino del tiempo en el cual era
posible perder el tiempo. El tiempo perdido es el tiempo de la infancia, donde
los momentos van hacia ninguna parte. O no van a ninguna parte.
Nicolás. Eso lo relacionaría con la cuestión del cuidado. La pérdida del
tiempo es una forma de cuidado de la amistad, del cuidado de uno, del pensar.
La no pérdida del tiempo es el descuido, es el descuido de uno mismo. Por
ejemplo, no perdés tiempo cuando técnicamente
respondés
de manera correcta. No perdés tiempo cuando el contexto te empieza a valorar en
cuanto a lo que sabés, no perdés tiempo cuando solo leés
las cosas y libros que son el insumo concreto para lo que estás trabajando.
Diego. Y la posibilidad de
darse la libertad de perder el tiempo con alguien, como condición de una
amistad porque si no, no hay posibilidad de una amistad. Por eso en la
juventud, me parece, es más fácil contraer amigos,
porque se vive sin cálculo, dicho de alguna manera, y entonces se está a la deriva,
se comparten tiempos y se comparten lugares sin someterlo todo a un cálculo,
mucho más que después, cuando la vida de algún modo se reduce a un sistema
mucho más acotado y cerrado. Pero darse la libertad de perder el tiempo con
otro es lo que está en la base de la amistad.
Héctor. Me parece que la amistad es posible entre sujetos que tengan otra
visión del tiempo que el ordinario, que el productivo. Quiero decir, no es
solamente encontrar un tiempo para perder el tiempo, sino una visión del mundo,
de la práctica del mundo. A ver, doy un ejemplo muy concreto, si un tipo dice:
seis días a la semana estoy en la máquina –máquina
administrativa, productiva, de cualquier orden– y el domingo lo dedico a la
amistad. Es decir, el domingo, mi ganancia de tiempo es perder el tiempo.
Quiero decir, ahí veo una dificultad. Es decir, cuando también el sentido de la
amistad es un cálculo en el sistema mayor. “Me encuentro con mi amigo a perder
el tiempo”, es como “me voy a ver televisión”. No sólo la práctica amistosa es la pérdida
de tiempo, sino que ¿qué se trae uno en el mundo? ¿Puede uno realmente perder
el tiempo en el dominio de la amistad, si uno en la vida tiene una práctica
contraria a eso? Yo creo que ahí también la amistad se vuelve funcional. Es
como la religión, ¿no?
¿La religión es el escape que tenemos ante un mundo que se nos viene abajo,
entonces nos agarramos de esto? Así dicen los sociólogos y tantos otros. ¿Eso
es la amistad, o es un sentimiento primordial, esencial, básico? Porque yo
incluso a la amistad la pienso en el orden de cosas de lo religioso, del amor,
de estos sentimientos que nos constituyen, pero que no son una elección. No es:
“me voy al gimnasio para adelgazar la panza”. Digo, es constituyente, y ahí viene
a veces esta confusión, porque tenemos momentos de práctica en la amistad. Ser
exigente con el amigo, no quiere decir, como ya se ha dicho, que el otro piense
como yo. Pero lo que es difícil es pensar una amistad si el otro es
radicalmente distinto a mí. Es decir, la severidad con el otro, la exigencia
del otro, es justamente: “Me preocupa, soy exigente porque soy amigo”. Es cómo
se lo exige, ¿desde el lado del otro?, ¿o es desde un lado distante? Quiero
decir, ¿me pongo en el lugar del otro? ¿me pongo en el lugar que se me ocurra?
No es que me perdone, sino que quiero entenderlo, tiendo a entenderlo no en el
sentido de la tolerancia, sino que pongo en duda su propio convencimiento
cuando el amigo, o alguien considerado amigo, actúa. Y la discusión que se
puede establecer es desde ese lado. Desde ese lado que da por sentado lo
irreductible de la amistad. Hay que integrar la posibilidad de quiebre, que
puede a veces ser una terrible decepción: ¿Cómo? Yo pensé durante
diez años algo, y de pronto surge otra cosa. La horrible sensación de haber
estado equivocado, o bueno, que el otro cambie por alguna razón especial.
Nicolás. Vos hacés referencia a la amistad del sábado y del domingo, y lo
relaciono mucho con ciertas formas muy difundidas de relación moderna con el
arte, que es una relación también de sábado y domingo. Pero se me ocurre pensar ¿qué
amistades son las que llevan a la amistad? ¿Qué amistades de cada uno con las cosas y las formas del mundo, son las
que llevan a una amistad genuina en nuestra experiencia de vida y de pensar?
Porque es indudable que aquí, por ejemplo, estamos hablando de la amistad,
podemos sentirnos amigos, pero hay un tipo de amistad que puede ser la que
tengo con un primo mío, persona que aquí desconcertaría, pero con el que yo
tengo una gran amistad. Es decir, hay una amistad como decía Alejandro, en el
terreno, por así llamarlo, filosófico. Es una amistad que forma una comunidad
de sentido, y cómo podría decirlo, con fondos de
literatura. Es una amistad que se funda para dialogar, para amar a Schumann, o
para amar a Joyce, Musil o a Beethoven, para amar a ciertos autores que
construyeron en tres mil años mundos de valores, interrogantes, ideales y
desesperaciones: autores amados pueden ser los que llevan a la constitución de
una determinada forma de amistad que es más –yo diría–
comunitaria. Porque también está la otra amistad, la amistad de la infancia, de
la juventud, que a lo mejor es una amistad más pura, más noble, más incondicional pase lo que pase, porque no se deviene sino
acrecentada en la conciencia de lo que amamos, sino que es la amistad que
remite al origen, a lo indecible, a más allá del razonar, es
oscuridad biográfica, es una amistad que tal vez no está quizás presente acá, en este diálogo entre nosotros. O sea, qué cosas amamos que son las
que en realidad constituyen amistad. Y en este caso habría más bien una idea de amistad que funda una comunidad entre dos, o entre
tres, o entre cuatro. Y hay otra amistad, que no funda comunidad filosófica,
que simplemente es la amistad de sangre, o que tiene que ver con lo parental.
Es posible pensar que el amor de Antígona por su hermano, como ella misma lo
dice, es la amistad más extrema, es solo amor más allá del bien y del mal, es una amistad ubicada en un plano que escapa a
toda palabra, que solo acaricia la vida y la muerte, el destino de Antígona,
diferente a la nuestra de compartir amores y prácticas, escrituras, poetas,
pasos y tiempos debatidos, pensados, buscados. Esto último forma la amistad,
compartirla en el libro, la naturaleza, la música, el arte, lo nostálgico, el
vino, la noche, y las ideas, ciertas ideas, ciertos filósofos, cierta forma de
ver la vida. La amistad son estos amores, solitarios, encontrados alguna vez en
otro.
Oscar. En relación al correr
del tiempo me parece lindo eso, ¿no? Yo estaba pensando, ¿no sería como un kairós eso, de la amistad?
Perder el tiempo, yo entiendo eso, pero perder el tiempo da una idea de
temporalidad… porque no es “perder” el tiempo; es perder el tiempo, pero en un sentido no peyorativo.
Por eso digo ese tiempo kairótico, ese tiempo como religioso.
Héctor. Claro, uno dice perder el tiempo entre comillas, para utilizar la
palabra.
Oscar. Pero decirlo así,
incluso entre comillas, no resalta que ese tiempo es un tiempo particular, que
es un tiempo distinto de una temporalidad que no está dentro del tiempo, eso
por un lado. Pero lo que decía acá Nicolás a mí me parece interesante, pero me parece que hay que distinguir. Uno
tiene una relación con un primo, con un hermano, digamos, tiene una relación
muy fuerte. Pero la relación amistosa que uno tiene con un muchacho de la
infancia, es un tipo de relación que es, en relación a la otra amistad,
deficitaria. Porque la otra amistad la presupone a ésta, tiene que haber ese
tipo de relación, como con la amistad a los quince años, o a los catorce años.
En la nueva amistad, para ser amigos, tiene que haber esa otra amistad, pero a
su vez está más crecida, tiene otras
cosas que la diferencian de esa amistad. Esa amistad pura, digamos, tiene que
estar.
Héctor. Pero esa amistad tiene mucha fragilidad.
Nicolás. Es fragilidad, pero también es absolutamente indestructible, en último término.
Oscar. Como la relación de parientes. ¿Por qué con un hermano, por ejemplo, no tengo que hablar de nada y
sin embargo hay amistad?
Ricardo. Hay una fidelidad, hay
una querencia total.
Alejandro. Lo que introdujo antes
Diego, que es el juego… la amistad está muy vinculada con el juego, con la
posibilidad del juego. Por ese lado también se produce un antagonismo con la
dominación técnica. Porque el juego
supone también una temporalidad, una temporalidad kairótica, y además tiene que
ver con otra cuestión que es la gratuidad, porque también por el lado de la
ausencia de gratuidad se imposibilita el juego. Los espacios de la gratuidad se
cierran. Hoy en día es muy difícil saber si es posible la gratuidad en términos
absolutos. No en términos de actos voluntarios, o individuales, o de pequeñas comunidades. En términos más generales, la
gratuidad probablemente sea imposible. Probablemente no haya un domingo que se
pueda encontrar, por fuera de ese espacio temporal de domingo, en otros
momentos. Es eso lo que ocurre. En ese sentido me parece que ser severo con uno
mismo y con los amigos, supone ser severo con la búsqueda de un espacio auténticamente gratuito que no sé cuál es. O sea, hay una
severidad que supone no admitir fácilmente que esa gratuidad es posible. Porque
va más allá del ámbito de las personas. Y
después hay otra cosa, el juego es el dominante en la infancia. En la edad
adulta, dado que se produce la entrada a la vida, el juego desaparece. Entonces
la amistad filosófica es aquella que restituye el juego de la infancia como
condición del diálogo. Cuando en el mundo del adulto es posible el juego serio,
cuando es posible el diálogo, el pensamiento, y el juego serio, como un archipiélago,
como una constelación, entonces ahí también tenemos una forma de reunir esta
idea de amistad.
Diego. Entonces, por lo que estás
diciendo, en vez de hablar de tiempo perdido habría que hablar de tiempo
recobrado.
Alejandro. Claro, eso es tiempo
recobrado.
Oscar. Pero un tiempo que ya ni
sé si se puede llamar tiempo.
Nicolás. Pero, ¿qué sería ese tiempo?
Héctor. No medible…
Oscar. No, kairótico,
cómo podríamos decirlo…
Ricardo. Tiempo mesiánico.
Oscar. Mesiánico. Que no es tiempo.
Ricardo. Es un tiempo que
interrumpe al tiempo.
Oscar. Claro. Es un tiempo que
corta al tiempo.
Héctor. Digamos, la amistad como el acto en el goce de estar con el otro,
callado, en compañía y silencio, dificilísimo, el placer de estar con el otro,
cierta comodidad del cuerpo. Estoy bien. Estoy… “¿Y qué están haciendo?” Estoy. Tiene algo de erótico también. El placer, donde
efectivamente es muy difícil el tiempo. Y luego otro aspecto relacionado a esto
es la posibilidad de vivir la alegría del otro como la alegría propia, este es
un punto central si uno tuviera que encontrar índices de la amistad.
Oscar. Eso es el amor.
Ricardo. Que se tiene, en general
con los hijos.
Héctor. La amistad es esto, ¿no? Porque eso de que la amistad se prueba en la
enfermedad y en la cárcel, como dice el tango, es relativo, porque uno tiende a
cierta piedad. No digo eso, sino vivir la alegría del otro como propia,
sentirla. Ese es un momento que también es independiente del tiempo, es un
chispazo. Hay una experiencia de la amistad que resulta difícil de definir,
donde entran este tipo de rasgos, la complacencia, no de lo que se habla, sino
del puro hablar, o del no hablar. Que es más difícil que se cumpla en grupo, pero posible más
individualmente. Y por esta necesaria comunidad que se establece me parece que
es inconcebible la idea de amistad masiva. Esas son otras cosas, también
bellas: comunidades, participaciones en creencias, en aspiraciones. La amistad
en cambio tiene algo de intimidad insoslayable.
Ricardo. Ahora, hay otro plano
que también lo venimos charlando, en cuanto amistad filosófica ¿Se puede ser amigo, en
el sentido filosófico del término, de aquel con el que no se comparte un humus de ideas común? Una cosa es ser amigo de una persona que no piensa
como uno, en los afectos, en los vínculos; y otra cosa es, en el plano de la
amistad filosófica, sentir que hay allí una posibilidad de construcción con
aquel con quien surge el antagonismo en cuanto a mundos conceptuales, a
tradiciones.
Oscar. Sí,
se puede ser amigo.
Ricardo. ¿Sí?
Lo digo como pregunta.
Oscar. Sí,
se puede. Pero tiene su límite. Por ejemplo, con el Pancho Aricó, pienso que yo
personalmente podría tener todas las diferencias, incluso filosóficas, y ser
amigo casi en términos absolutos. Digamos, yo soy “heideggeriano”, y él era marxista-marxista, él seguía pensando desde
el marxismo, y eso no ponía, desde ningún punto de vista, en cuestión la
amistad.
Ricardo. No, pero es otra
historia esa.
Oscar. Bueno, eso es lo que estás
planteando vos. Ahora, si un tipo es fascista, o es racista, o es antisemita…
Nicolás. O es peronista…
Oscar. Claro, si es
antiperonista, o es peronista, entonces si uno profundiza eso, pude llevar a
romper con la amistad, ¿no?
Alejandro. Me parece que acá hay un
problema con las palabras, porque tanto cuando uno habla de autores, o de
bienes culturales, lo que dijo Nicolás ahora en términos de ideas, plantea un
problema. Por ejemplo, uno puede compartir con alguien ideas, autores,
bibliotecas, músicas, y sin embargo el otro puede interpretarlo de una forma
tan diferente que te hace imposible la amistad. Y eso plantea el problema con
las palabras radicalmente, porque es el modo en que se designa la vida, la
experiencia. Por eso palabras como experiencia, formas de vida, que son lo que
me contiene con otro amigo en la diferencia, eso es lo más difícil. Porque yo puedo
disentir con un amigo en las ideas, en los gustos, y sin embargo experimentar
un diálogo enormemente afín. Y, por otro lado, puedo tener a alguien, un amigo,
con el que comparto absolutamente las mismas referencias, y sin embargo no lo
soporto porque él interpreta todo de otra manera. Al contrario, es mucho más
doloroso tener un amigo, o romper una amistad porque el otro lee lo que yo leo
de otra manera tan diferente… eso es terrible.
Nicolás. Pero, ¿cómo
se constituye la amistad?
Héctor. No, lo que vos planteás puntualmente tiene que ver con un dato previo
a la amistad. Normalmente, uno se hace amigo y de pronto descubre que para que
exista la amistad tiene que haber alguna…
Nicolás. De eso hablo, de eso que
vos llamás “previo”, pregunto ¿cómo
se constituye la amistad?
Alejandro. Es que, por eso, ahí está el tiempo. Porque, digamos, la amistad incluye la empatía, incluye
dimensiones afectivas, incluye encuentro, y después viene el transcurso del
tiempo. En el transcurso del tiempo es donde se ponen a prueba las dimensiones
experienciales y de las formas de vida, y ahí se dirime. Por eso se producen
rupturas o quiebres, o se fortalecen las amistades, aunque haya diferencias. Es
decir, en el mundo experiencial es donde se pone a prueba la amistad. Cuando
sabés qué es lo que supone, qué es lo que implica eso de lo que se habla.
Porque si no serían las puras palabras. Esas palabras están investidas de
acciones, de experiencias…
Oscar. Vos estás diciendo lo
contrario de lo que venimos conversando, de la indecibilidad, de la
indeterminación…
Alejandro. No, todo eso también es
indecible.
Oscar. Lo estás reduciendo a un
acuerdo de tipo racional.
Alejandro. No, no. Por eso digo
experiencial. Porque en realidad, se dirime en el tiempo, es el tiempo el que
define eso. Es indecible.
Nicolás. Yo decía de las
amistades, las cosas necesarias para que se constituya una amistad, es un tema
que se relaciona con otro problema. ¿La amistad es una cosa que se juega
cotidianamente, que se juega con una frecuencia determinada? ¿O que no se juega
nunca, o se juega una vez sola, y sobrevive o muere? Porque yo puedo ser muy
amigo, o conservar una gran amistad con un tipo que veo una vez por año y
entonces me es mucho más fácil superar todas las
diferencias, que si estás todos los días con un amigo furibundamente antimarxista,
o dogmáticamente
marxista, o violento, o por demás conflictivo. Es decir, a la larga a la
amistad llegás teniendo en cuenta estas cosas, no reflexionándolas fríamente,
sino viviéndolas. Hay una experiencia que vas sintiendo, la de compartir cosas.
Ya no sos exactamente vos solo frente a las cuestiones del mundo. Te abrís
hacia el afuera, te desembarazás de la perpetua tiranía de vos mismo y arriesgás
la vida compareciendo ante otros ojos, oídos, boca. La del amigo o la amiga. Ya
no es la amistad parental, la amistad juvenil o filial, que sería en cambio: “Yo
soy muy amigo de este, aunque en realidad con este no tengo nada que ver”.
Alejandro. Pero ahí está la consistencia del tiempo, del transcurso, de la acumulación de la
experiencia. Que también es indecible, por supuesto, es indecible.
Ricardo. Bueno, lo que pasa también
es que hay fragmentos de cada uno colocados de distinta manera en distintas
amistades. Uno no es amigo de distintas personas de la misma manera.
Nicolás. Sos amigo de un tipo que
juega bien al tenis, porque a vos te gusta jugar al tenis, por ejemplo.
Ricardo. Sí,
por ejemplo. O soy amigo de alguien que ama al fútbol, o de alguien que no ama
al fútbol, o de alguien que ama la música de tal manera, otro de otra manera, o
tengo amigos de la infancia… La palabra es muy complicada allí, porque allí introducís el afecto… ¿A quién querés más? Es absurdo, ¿no?
Héctor. Es que no habría que homologar. Hay un enorme mundo de afectos.
Ricardo. Por eso creo que el paso
que estamos dando, no es el paso de la amistad, vamos a llamarla, más espontánea, la amistad que ha
nacido con la vida, sino ese otro modo de la amistad que es el que está puesto
en juego en el encuentro de afectos intelectuales, de patrimonios comunes, o de
disidencias, pero que es de otro orden. Porque si no efectivamente caemos en
algo que es indecible en muchos aspectos, ¿por qué soy amigo de una persona con
la que no necesariamente comparto determinadas cosas y algunas otras cosas sí?
Lo que estamos discutiendo es la amistad en este sentido más filosófico, que es
parte de lo mismo pero que tiene otros mecanismos. Te doy un ejemplo, yo leí el último ensayo de Gustavo
en la revista Nombres[1]. Un texto que me gustó muchísimo,
pero con el cual tengo una disidencia profunda en cuanto a lo que Gustavo dice
allí. Yo siento que con Gustavo puedo conversar de una manera, como no puedo
conversar con otros individuos que “defienden” algunas de las ideas que Gustavo
defiende en ese texto. Y yo siento que en el ensayo de Gustavo hay, sin
embargo, una serie de vicisitudes intelectuales, estéticas, de sensibilidad,
que se vuelven un espacio común en la conversación. Y que a su vez la posición
de Gustavo, y creo incluir también la mía, acepta zonas de fragilidad en
nuestras propias suposiciones que hacen posible el diálogo. Por eso yo decía en
otro momento… vos decías el ejemplo de Pancho; Pancho tenía la capacidad de,
defendiendo lo que él creía una convicción, de todas maneras,
aceptar la convicción del otro, o inclusive aceptar su propia zona de
fragilidad. Y eso no es tan sencillo.
Héctor. Coincidiendo con vos, creo que es difícil lo que decís sobre la
amistad filosófica. Estoy pensando la amistad en lo íntimo, y que no puede
escapar de lo íntimo, estoy pensando en afinidades electivas, para decirlo con
una expresión célebre. Afinidades
electivas. Es decir, ese sentimiento absolutamente misterioso que es como el
amor, del orden del amor, cuando uno está vibrando y de pronto encuentra en el
otro un diapasón que vibra igual y a la misma vez. Y uno dice: ¿por qué se
produce? Bueno, no sé, ahí está el
misterio. ¿Por qué lo encontré? ¿Encontré el amor de mi vida? ¿O
el amigo de mi vida?. Pero no es sólo una construcción. Digamos, yo puedo conocer
a alguien, inclusive con alguien puedo coincidir, sin embargo, eso de la
afinidad es mucho más difícil,
excepcional, y le diría que estamos hablando en términos casi abstractos. Se
crea una afinidad espiritual que es inefable.
Ricardo. Bueno, a eso apuntaba un
poco ¿no?
Héctor. Afinidades que nos hacen también elegirmos a nosotros mismos. Con las
cuales no puedo decir tengo la mejor relación del mundo con este, aquel y el de
más allá, sino, no es la misma
que tengo con ese otro donde algo hace resonar palabras y cosas diferentes,
pero que está en un orden difícil de definir a través de
ideas.
Alejandro. Eso tiene que ver con el
amor.
Ricardo. Sosteniendo tu palabra,
es esa dimensión del misterio que envuelve a la amistad, impronunciable en términos
de reducción conceptual o racional. Eso lo doy como una ganancia de esta
conversación. Me parece que es como un sustrato ya sobre el que estamos todos
de acuerdo, creo que es la base desde la cual partimos en esta conversación. Lo
que yo agregaba era ese otro modo de la amistad filosófica, en la que es viable
una conversación profunda y amistosa, con alguien que no piensa como uno…
Alejandro. Pero esto que vos
estabas describiendo antes, Ricardo, que hablabas de la fragilidad, de la
apertura que eso produce, y que permite el diálogo justamente. Pero esto es
experiencial. A esto llamo forma de vida, o experiencia, o como se lo quiera
llamar, que no tiene nada que ver con las palabras con que se denominan las
ideas, o los gustos, o lo que sea, va más allá de ello, es un acontecimiento, algo que se
hace posible, y que no es lo mismo que el amor, está bien distinguirlo del
amor. El amor implica otra dimensión, que puede coincidir, o puede no coincidir
con esto. Es del mismo orden pero… estamos hablando de una familia, amistad en
un sentido wittgensteiniano, como el juego.
Diego. Me parece que hay un
problema ético muy fuerte, pero quiero que esto que voy a decir ahora no
retrotraiga el problema de la amistad a un nivel más superficial del que
estamos. Por ejemplo, hay un planteo que a mí siempre me resultó muy
interesante, que es el que hace Hume, en el Tratado de la Naturaleza Humana,
contra Hobbes. Hobbes dice que los comportamientos humanos se explican básicamente
por el egoísmo, por el amor a sí mismo. Entonces los hombres hacen lo que hacen
en función de esa pasión fundamental que subordina todos las otras. Pero Hume
da un giro a esa idea que es impresionante, porque él dice: el egoísmo no es la
pasión fundamental que genera los conflictos, sino que la pasión que está en la
base de los conflictos humanos es la generosidad. Ocurre que la generosidad
genera conflictos porque es limitada. O porque la simpatía no es ilimitada. No
es generosidad para todos. El problema que quisiera introducir es el problema
de la relación entre amistad y justicia. Si la amistad es una cosa soberana, o
bien está subordinada a la justicia. ¿Cómo son las relaciones
entre estos dos conceptos? Hume dice: yo cometo injusticias. ¿Por qué? Por
favorecer a mis amigos, o por amor a mis hijos. Hay determinadas circunstancias
en las cuales perjudico a alguien, a ese al que no se extiende mi simpatía, o
no alcanza mi generosidad, y lo perjudico objetivamente, no por amor a mí. Sí por generoso con algún otro que está dentro del radio de m simpatía. Porque esa
generosidad no es ilimitada, no es universal. Entonces, pensar la amistad que
me lleva a la pregunta por la justicia. ¿Hay casos en los cuales yo puedo
perjudicar a un amigo en función de la justicia? ¿O bien la amistad es lo que
prima ante todo y puedo cometer injusticias porque la amistad exige
incondicionalidad con mi amigo, porque la amistad no estaría condicionada por
nada, ni siquiera por la justicia? Este es un problema cotidiano que se nos
puede presentar, y de hecho se nos presenta, y que no es la amistad como
amiguismo simplemente, sino la amistad en el sentido fuerte.
Alejandro. Es la relación entre Sandokán y su amigo; no hay
justicia ahí. Es puro vínculo.
Héctor. Entonces es también amor, amor extremo.
Diego. No, porque en el amor
hay algo que es mucho más pasional. La amistad no es una pura pasión, el amor sí.
La amistad tiene por supuesto un nivel pasional y afectivo, pero también es
intelectual. Por naturaleza, una pasión no se explica por la justicia (que sería más bien del orden de la razón); en cambio un sentimiento como la
amistad, que es un sentimiento cavado entre la pasión y la razón, tiene un vínculo
con la justicia.
Oscar. Yo estaba pensando que,
con el tiempo, he perdido la capacidad de abrirme a la amistad. Podría citar
una cantidad de ejemplos de personas con las cuales podría ser amigo, pero no
me interesa. Como si la capacidad de amistad se fuera cerrando con el tiempo,
los años, cada vez
más.
Porque la amistad va a necesitar siempre tiempo, porvenir, la amistad es como
una historia cruzada también a veces por el amor a primera vista: somos amigos.
Nicolás. Eso es amor, no necesita
tiempo previo. Hay amistades que se gestan desde esa suerte de paréntesis del
tiempo necesario y racional.
Oscar. Después la amistad es un
trabajo; y por eso, a lo mejor uno se cierra. No es un trabajo en sí, sino un
trabajo del tiempo.
Ricardo. Y los años transcurridos
son como un certificado de garantía de la propia amistad, digamos. Tiene esa
cosa de: “¡Uy… mirá! Una amistad de treinta años, de cuarenta años, de veinte años…”.
Tiene algo de más genuino en la discusión, en la conversación, que una amistad
reciente. En la amistad reciente está todo por verse. No hay amistades
recientes.
Oscar. Ahora lo que dijo Diego
es una cosa casi para escribir…
Ricardo. Si hay justicia en la
amistad, si la amistad puede ser justa. O si se puede ser justo contra el
amigo.
Oscar. Claro, lo denuncio al
amigo.
Nicolás. Bueno, en el llamado
mundo del delito se da mucho esa opción, esa alternativa.
Alejandro. Pero no vamos a comparar
la justicia con la justicia penal.
Ricardo. No, no. Justicia de otro
orden. Lo justo.
Alejandro. Por eso, en ese sentido,
si la amistad incluye el diálogo, el diálogo es sobre la justicia, por lo
tanto, la amistad está subordinada, o está fuertemente ligada a la conversación sobre la justicia. La otra no
es una amistad desde ese punto de vista. Es decir, la que no reconoce la
justicia como condición de su propia posibilidad.
Oscar. Yo creo que lo que
plantea él es una política de la amistad: “Qué hago yo si viene un amigo a esconderse en mi casa. ¿Tengo que mentir
o no mentir?” Viene y se esconde en mi casa, después viene la policía: “¿Qué tengo que hacer? ¿Mentirle
a la policía? ¿Decirle: No, no está en mi casa?” No tiene una resolución.
Ricardo. Cualquier resolución es
fallida.
Oscar. No tiene resolución.
Ricardo. Sí, fallida.
Oscar. ¿Vos creés que tiene
resolución?
Diego. No sé si resolución,
pero me parece algo que requiere ser pensado.
Héctor. Creo que el concepto, o el sentimiento de justicia, no digo el
concepto porque podría ser solo sistematización intelectual, es difícil que
entre en cuestión en el campo de la amistad. ¿Qué quiero decir? Pongo un
ejemplo: yo protejo a un amigo por un hecho equis… porque le ha roto la cabeza
a su vecino. Hay una justicia que lo busca por lo que ha hecho, y yo lo
protejo, obvio. Ahora, ¿yo cometo una injusticia?, ¿o porque me pongo del lado
de él, que es mi amigo, a quien quiero, entonces no lo veo como una injusticia?
Nicolás. Podés ver que es una injusticia lo que hacés. Pero yo creo que la amistad
en último término es eso.
Héctor. ¿Pero en el movimiento de la amistad no está en cuestión qué es lo
justo y qué es lo injusto?
Oscar. Pero esa relación no es
fácil de definir ni de decidir. Por ejemplo, en un concurso académico donde se presenten
aspirantes para cubrir un cargo en una materia. Yo personalmente me inclino
siempre por mis amigos. Lo hago siempre, yo apruebo a mis amigos y no al otro.
Lo digo así groseramente, para que no queden dudas de lo que digo. Pero ese es
un nivel grave.
Nicolás. Yo creo que una amistad
se juega ahí.
Oscar. En el nivel grave.
Nicolás. ¿Y si no qué es la
amistad?
Oscar. Y esto que digo no es
para nada amiguismo.
Nicolás. No, no, no lo veo por el
lado del amiguismo. La amistad profunda, si uno lo ve a lo largo de lo que podría
ser la experiencia de una cultura milenaria como la occidental, la amistad que
se fue instalando como mito del amigo, de la lealtad suprema, de la entrega
absoluta, del valor supremo en la tierra por lo menos en las sagas de la
amistad entre varones en las grandes obras, personajes y tramas literarias, la
amistad es precisamente eso. Es una comarca propia de pactos, referencias,
abnegaciones, desafíos y respuestas. La amistad es solo la idea de la
radicalidad de sí misma. Así como uno podría decir, el único valor del perdón es perdonar lo
imperdonable, porque si no ¿qué estás perdonando? Si estás
perdonando lo perdonable entonces no estás perdonando nada. No estás ejerciendo
el perdón sino una regla, una convención, una lógica que al ordenar domina una cultura. Uno
diría que la amistad es precisamente que la amistad subsista frente a cualquier
acontecimiento, como hipótesis, intención, expresión de amor, más allá de cómo finalmente termina la
historia. La amistad, uno diría humanamente, es aquello que debería triunfar en
términos de valor, cuando se quiebra como relación. Es imposible, sería la
amistad imposible y por eso la buscada, la aspirada, algo de la dimensión de lo
renaciente de lo humano. Y no podría cumplirla, por supuesto.
Héctor. Sí, pero yo creo que en un
límite se quiebra la amistad. Quiero decir, si el otro, si el amigo de uno
comete un acto inhumano, inhumano: mata al hijo, por ejemplo, no sé, no quiero
dar ejemplos porque son torpes; porque uno es amigo también porque el otro es
incapaz de hacer eso. De llegar a suceder eso atroz, me resultaría muy difícil
pensar en la amistad de alguien que potencialmente sea inhumano.
Nicolás. Injusto.
Héctor. Pero puede suceder, alguien se volvió loco…
Nicolás. Es pensar en
radicalidad, desde un pensamiento radical, podríamos decir que la amistad tendría
que contemplar eso. Nada pareciera discutirse a fondo, ni en serio, si no lo
desafiamos situándolo en su propia radicalidad, en la frontera que lo anula o
lo aniquila, pero frontera que no es “otra cosa”, que no es solo su negación,
su antípoda, sino que tal radicalidad es la cosa misma, la amistad, que
discutimos.
Oscar. Pero vos siempre tratarías
de explicar esa amistad y ese acto que la expresa.
Héctor. Exactamente.
Oscar. Y ponerte en el lugar de
él, del amigo caído en lo aciago.
Héctor. Exactamente.
Alejandro. Me parece que esta parte
de la conversación se puede volver abstracta si no se considera la dimensión
social. Porque en el orden meritocrático, comportarse como decías vos, Oscar,
es una forma de resistencia. Imponer la amistad, allí donde no debe estar por
razones de objetividad, es un modo de resistencia a un cierto orden técnico. Y
por otro lado me parece que lo que dijo Diego es muy clave, porque ¿cómo
se conciben las relaciones entre los hombres? ¿Qué idea del sentido de la
experiencia? No como pura enunciación, acerca de las relaciones entre los
hombres en general, de la sociedad. Si yo pienso en una sociedad hobbesiana… por
eso la amistad filosófica…
La idea que voy a tener de la relación con el otro es muy diferente. Es decir,
si el mundo que construyo, si el mundo que experimento, es el mundo del egoísmo,
en ese mundo una amistad que sólo consiste en un egoísmo de dos, va a tener un
sentido completamente diferente con respecto a la justicia como valor. Es
decir, hay una contención de los hombres que determina una diferencia muy
profunda.
Nicolás. Es cierto, pero de igual
manera son pruebas de si la amistad contiene o no contiene el enigma final de
ese amor filial. Amistad y amor. ¿Vos sos capaz de esconder a un hijo que ha
matado? Uno diría que sí.
Alejandro. Pero es un hijo.
Nicolás. Pero es una experiencia
de amor. Es una experiencia de un uno y un otro puesta en máxima escena trágica.
Oscar. Sería tal cosa no tanto con un hijo, sino si sos capaz de esconder a un
amigo que ha matado.
Nicolás. Bueno, vos vivís esa
experiencia, esa por la cual descubrís un día de pronto que en vos cabe un amor, o una generosidad,
como diría Diego, que admite eso. Pero al mismo tiempo no la podés trasladar a
la vida práctica, a la amistad concreta y genuina. Quiere decir que esa amistad
está puesta en entredicho, aunque hayan triunfado otros valores y la propia
justicia. Pienso en voz alta, yo mismo hablo como preguntándome eso. A no ser
que la amistad sea una amistad simplemente como acuerdo con tales valores,
conductas y procederes. Pero eso más bien es tener un socio.
Alejandro. Vos podrías esconder a
un amigo que ha matado, como el último acto de amistad. Es decir, es muy difícil
hablar en esos términos.
Ricardo. Es un acto para ponerte
en cuestión a vos mismo. Es el mayor acto de devoción de amistad que tenés.
Claro, es muy difícil eso.
Diego. El caso de alguien que
esconde a un amigo y luego debe ser veraz con quienes lo buscan es de Kant
mismo, en un pequeño texto terrible. Lo que está en la base de todo esto es la
finitud. La finitud humana que marca los vínculos.
Alejandro. Si no te importara en
absoluto la justicia podrías seguir siendo amigo de alguien que ha hecho algo
que te parece detestable. El problema es si algo te parece detestable o no.
Héctor. Estamos mezclando. Volvemos al caso de un concurso académico para
elegir el profesor de una materia. Si participás en el jurado del concurso, ya
has aceptado una regla, pero no me cabe la menor duda que vas a favorecer al
que es amigo, porque uno ya sabe, digo, hasta cierto límite, que siempre es así.
Ricardo. Te lo voy a hacer más difícil, Toto. Tenés un concurso en el que
los dos candidatos son meritorios, tu amigo tiene méritos, pero el otro tiene méritos
superiores. No es que tu amigo sea un zoquete, porque ahí sería fácil; no, también es una
persona meritoria que hizo las cosas lo suficientemente bien. No es tan
confuso. Tu amigo merece ese cargo, pero el otro lo merece más en la medida en
que tiene una trayectoria más importante. Ahí se plantea una enorme dificultad. Lo grave es cuando tu amigo también
lo merece. Pero el término estricto de la objetividad requerida por la forma…
Diego. Quisiera dar otro
ejemplo, que para mí es el modelo para plantear este tema que hablamos. Yo no
tendría ningún problema en esconder a un amigo que mate y jugarme, no sé qué haría, pero digo, a priori,
se puede matar por error, por una cosa que uno hubiera querido hacer y no fue
la que finalmente hizo, o también porque pensó matar y mató. Escondo a mi
amigo. O me juego, miento en un testimonio, digo que no sé dónde
está y en realidad sé dónde está, lo que fuera.
El problema es otro. Supone que ese acto mío, de dar falso testimonio, decir
una cosa que no es y demás, significa que una persona, que no es mi amiga y que
yo no conozco, es sospechosa y recibir injustamente veinticinco años de cárcel.
Hay un perjuicio objetivo a otro. Ese es el problema. ¿Qué es lo que prima, la
justicia o la amistad?
Oscar. Ahí tu amigo tiene que
hacerse cargo, si no deja de ser amigo.
Nicolás. Me parece interesante lo
que plantea Diego. Por eso yo extremé el razonamiento, llevé la amistad a su límite,
donde ella misma pasa a quedar en duda. Donde su consumación extrema, en
realidad la desfigura, nos aterroriza, pero también donde pone en cuestión
nuestras bellas palabras sobre la amistad cuando no sufren estos desafíos.
Porque me parece que estamos hablando mucho de la amistad en el orden del bien.
Una suerte de Narciso y Goldmundo de Herman Hesse. Pero la amistad contiene
también elementos que improvisadamente llamaré “del mal”. Teniendo en cuenta
además que las cuestiones del amigo, el compañero, la muerte, la política que
llega, la tortura, la mentira, el esconder, el ocultar, fue la experiencia
cotidiana de gran parte de la generación de la guerrilla y la militancia en la
Argentina, donde en nombre de una gran causa se enaltecían esas cosas que hoy
nos parecen terroríficas. Es decir, no estamos hablando de China en el 1400,
sino de la Argentina contemporánea, la nuestra. Volviendo a nuestra charla, la
amistad contiene preferencias quizás cuestionables, acciones no tan dignas, un
más allá de la razón propiamente. Contiene la
tentación
de una especial impunidad, la complicidad frente al resto, un juramento
salvacionista mutuo nunca dicho, la espera de la defensa acérrima. Y eso es
amistad, aunque no remita a valores platónicos de bondad, virtud y belleza.
Digo, ahí está la amistad, cuando ni
siquiera remite a valores aprobados por el cuerpo social, por la religión, por
las buenas costumbres o la ética kantiana -dios la tenga en santa gloria.
Porque si la amistad remite solo a esa sacralidad santa o laica, entonces
estamos hablando de la pura filosofía. De un texto sublime escrito durante dos
mil quinientos años, pero no de la amistad en nuestras vidas diarias como
amantes de la filosofía. Es decir, por seguir con el ejemplo extremo que fue
citado varias veces, yo cobijo a un amigo que ha matado, bueno ahí se pone en
juego mi amistad. Porque mientras discutamos respetuosa o apasionadamente con
nuestras diferencias en un determinado texto, o respetemos al otro en el “pequeño campo del bien”, bueno, ahí no se juega
toda la amistad. Ni siquiera creo que se juegue lo que vale la pena interrogar
en sus formas abismáticas y a fondo de la amistad. No hace aparecer también los
elementos “de-no-bien” que demónicamente tiene
la amistad.
Gustavo
Cosacov. Hay una relación de la amistad con el bien, y de la amistad con lo
bueno. Distinguimos el bien en la amistad de la complicidad, por ejemplo.
Tienen dos fines distintos. Y en general la amistad genera como un círculo
virtuoso. Es decir, la amistad supone la creación de un ámbito en el que vos
sos mejor para poder seguir siendo amigo, y en el que el otro es mejor para
poder seguir siendo amigo.
Nicolás. O vos te sentís más virtuoso. Pero en ese sentimiento generalmente hay poca virtud, o
no hay virtud.
Gustavo. Sin duda, yo siempre me
puedo sentir virtuoso, siempre en un aspecto subjetivo. Pero la amistad se
rompe cuando hay una degradación o cuando vos sentís que te auto-degradas, es
decir, te corrompe.
Alejandro. La diferencia entre la
amistad y la complicidad radica en la palabra.
Gustavo. Para mí la amistad en ese
sentido es un ámbito: el de lo bueno, y no el de lo malo. Y se opone a la
complicidad. Y en los casos en donde se discute la amistad, para mí uno no
tiene que ponerse en el papel de juez, ni de pretender que vos tenés obligación
de juzgar objetivamente si él es esto o aquello. Pero sí, te estás juzgando a
vos mismo, en este sentido, con respecto al otro. Por eso hay algo que hace que
la amistad se termine.
Nicolás. Uno casi siempre puede
ser y sentirse más virtuoso. Hagamos un planteo mucho menos dramático que el de
un amigo que mata. Pensemos la amistad con un amigo que nosotros estamos
seguros que está perjudicando a una tercera persona, una tercera persona que
nosotros estimamos y que puede ser, para el ejemplo, una mujer. Es decir, uno
se siente virtuoso. Virtuoso en el sentido de que uno tiene un amigo, tiene una
amiga, tiene valores, y asiste a ese hecho lamentable. Virtuoso en el peor
sentido de la palabra, porque estamos sintiendo un mundo casi aparte del mundo.
Si lo sigo aceptando como amigo, a pesar de lo que hace con aquella tercera
persona, ahí se juega algo mal. Pero uno lo acepta, cuántas veces lo aceptamos.
Yo siento que es el mal, incluido en la amistad. Pero el mal no en el sentido
de que hay que combatirlo, anatematizarlo, castigarse con silicio, llevarlo a
la hoguera. La amistad no siempre se juega en el terreno del bien, ni nos hace
más virtuosos. Si fuese así solo habría filosofía, pero no arte.
Ricardo. Pero creo que apuntaba a
otra cosa. Si la amistad conduce a una autoconsciencia de la degradación, en la
relación construida con el otro, se va quebrando. En ese sentido planteo que la
amistad sólo es del territorio del bien, en la medida en que vos te sentís que
hay algo que va creciendo “con cierta armonía”. Inclusive, aunque sea
una amistad para el mal, es armónica respecto a que es una amistad para el mal.
Nicolás. Te puede hacer sentir
bien, y virtuoso como nadie, la comprensión del mal actual del amigo. Y podés
estar sintonizado fabulosamente en esa comprensión virtuosa del mal del otro, ¿no?
Vos sos el que avala esa amistad en lo que tiene de valioso, frente al amigo
que la pone en peligro con su forma de actuar. Esa es una de las formas
primeras de la amistad, que uno la puede sentir desde chico. En las amistades
hay salvadores de la amistad, y el otro que avanza amistosamente, sin darse
cuenta, con una guadaña. Ninguno es más virtuoso que el otro. La amistad
almacena fabulosas patologías también. Cuando vos decís a un conocido con
respecto a una amistad suya: “¿cómo lo aguantás?”. Y te responde, “y
bueno, es mi amigo”. Lo que estás cuidando es su virtud.
Héctor. No es mi virtud, es la del ser de mí mismo, mi propio reconocimiento.
Yo soy generoso con el otro y no por virtud, sino porque en realidad yo me
siento existiendo de una manera determinada en este acto.
Nicolás. De acuerdo, está bien lo
que decís. Pero si uno comienza a plantear el problema de la amistad como lo
plantea Diego, en el terreno del bien y del mal, la amistad no aparecería
siempre bien parada como un objeto totalmente bello. Lo que no significa que no
sea una amistad reivindicable a ultranza. Pero en la amistad también se juegan
otras cosas más interesantes que mi perfeccionamiento moral y ético.
Gustavo. No es que el mundo
considera que algo es injusto, y vos entonces podés avalarlo o no avalarlo.
Creo que es una cuestión de uno mismo en lo profundo de uno mismo. Es decir,
creo que la amistad fructifica, o se desarrolla cuando hay un sentimiento noble
que acompaña esa amistad. ¿Cuál sentimiento es el que
sentís? Que la amistad te hace mejor, y que lo hace mejor al otro. Es decir, la
amistad pensada y vivida en el terreno del bien. La relación de amistad tiene
ese impulso, y no puede no tener sino ese impulso. Si ese ámbito te lleva a
otra cosa, es decir, a no sentirte mejor, sino peor, la amistad es fallida.
Oscar. Yo creo que estamos
racionalizando cosas que no se pueden conceptualizar. ¿Por qué –como dice Aristóteles,
según recuerda Diego que dice Aristóteles– por qué entre los malos no puede
haber amistad? Yo quiero contar algo que puede ser ilustrativo. Nosotros tres,
Toto, Diego y yo, tenemos una amiga, muy amiga, cuyo hijo se bajó del auto con
un hierro en la mano, le pegó en la cabeza a un tipo, y no lo mató porque Dios
es grande. Después vino todo un juicio penal. Y de alguna manera imperceptible,
uno, no sé por qué, uno tomó parte: como si el otro, el agredido por el hijo de
nuestra amiga, fuera un desgraciado que le estaba haciendo un juicio a ese
chico. Uno imperceptiblemente sentía: ojalá que no caiga en cana,
que no se lo lleven, porque si lo llevan va a estar cuatro años preso. Fijate
vos; si hubiera sido una cosa objetiva, leída en cualquier diario, hubiésemos
pensado y comentado: “este hijo de puta que agarró un hierro, le pegó en la
cabeza al otro, ¡qué vaya en cana!”. O si se lo hubiera hecho a mi hijo: “¡a
este hijo de puta hay que castigarlo!”. Sin embargo, en el ámbito, la atmósfera y la historia de
una amistad, aparece una cantidad de cosas que hacen que nuestros juicios más íntimos
y genuinos sean muy difíciles de justificar racionalmente.
Nicolás. Estoy totalmente de
acuerdo con vos.
Gustavo. Pero este juicio que estás
haciendo vos con lo que relataste, precisamente es un juicio donde vos te
resistís a asociarte a la maldad del otro. Yo lo que estoy diciendo es que en
la amistad es fundamental la cuestión de la intimidad, cosa que Toto mencionó un
par de veces. En esa intimidad la amistad es un factor podríamos decir de
mejoramiento de la vida, de embellecimiento de tu vida: algo que está en contra
de la degradación. Por ejemplo, de la relación entre mafiosos. Entre los
mafiosos hay una relación de lealtad profundísima; no importa que sean malos,
son buenos entre ellos.
Oscar. Pero no hay amistad.
Nicolás. No estoy de acuerdo.
Entre mafiosos empedernidos puede haber amistad, puede haber profundos
sentimientos de amor, inmensa valorización de una historia en común, de gestos
y actos vividos. Por amistad se puede trágicamente matar violentamente a
alguien. Yo no estoy de acuerdo con tales procedimientos, solo digo que también
forman parte de amistades auténticas. ¿Qué sería la amistad en tanto dato despojado de historias concretas? Dos
seres que se entregan a un pacto profundo de afecto y confianza. ¿Dos filósofos o dos atorrantes?
Gustavo. Tiene que haber una
cuestión de bondad, y de ser mejores, para que pueda haber amistad.
Alejandro. Claro, en ese sentido el
ejemplo de Oscar del muchacho con el hierro en la mano no contribuye a lo que
estamos diciendo. Porque eso fue un accidente.
Oscar. Pero yo creo que eso se
puede generalizar.
Alejandro. Eso fue un accidente, el
tipo se enfureció, y a lo mejor él mismo condena lo que hizo, frente a sí mismo
o frente a sus amigos. Cuando hablamos del diálogo, ¿de qué trata el diálogo?
Acerca del mundo en el que queremos vivir, ¿cómo queremos que sea el
mundo en el que queremos vivir? A eso se refiere el bien.
Oscar. Pero esto no tiene que
ver con el diálogo. Salvo que todo sea diálogo. Somos diálogo.
Alejandro. Yo no puedo ser amigo de
un nazi.
Nicolás. No, no, pero no lo
expresemos así. Porque eso se sobreentiende. Ahí también hay hermandades.
Alejandro. No, pero un nazi no es
un tipo que mató un día,
es un tipo que tiene una concepción del mundo.
Nicolás. Estoy de acuerdo.
Alejandro. Alguien que salió de un
auto, con un hierro, y le pegó a otro, eso a mí no me dice nada. Yo puedo ser
su amigo: “y bueno… enloqueció…”
Nicolás. No te harías amigo de un
nazi.
Alejandro. Pero no, no es que no me
haría. Yo puedo descubrir que alguien es nazi después de haberme hecho amigo.
Nicolás. Pero yo lo que planteaba
era otra cosa. Esa idea racionalizadora, ilustrada, de que la amistad es el
camino de un mejoramiento, hija de Condorcet, me parece que no interroga a
fondo los velos de una amistad, o lo hace en términos poco intensos.
Gustavo. Lo que hablaba Oscar de
la vulgarización. La vulgarización, precisamente, es todo lo que está en contra
de la amistad. El amiguismo. Yo puedo esconder a un amigo en mi casa, pero
estoy asumiendo algún valor que hace que eso que estoy haciendo, esconderlo,
sea algo que no me vulgariza, que no me degrada.
Oscar. Voy a hacer otra
pregunta sobre la pérdida: ¿cuándo
se pone en juego el kairós? Así como hay un don, la amistad surge, no sabés
cuándo, pero a lo mejor hay un momento que vos decís: “¡Puta!, ya no soy amigo de este”. No lo podés explicar muy bien, pero
ya se cortó algo.
Nicolás. No es que uno sea amigo
del otro porque el otro es exactamente la posibilidad de compartir todo lo que
uno piensa y hace, y nada más. No. En la historia de un amigo hay un montón de
cosas que no me gustaron ni me gustan, ni las apruebo. Y sin embargo sigue
siendo amigo. No busquemos los extremos, los asesinatos. Busquemos otro montón
de cosas.
Héctor. Hay un acto de confianza por el cual uno está convencido de que el
otro no te falla. No te falla. Una amistad de hecho entre dos soldados que están
en la guerra. Uno tiene que necesariamente defender al otro. Uno hace alianza
con otro teniendo confianza en que el otro no lo va a traicionar. Bueno, eso es
un estado de entrega. Es un estado de entrega, no podés calcular la traición.
En la amistad también. Cuando uno dice “me falló”, cuando tiene la idea
de falla, es decir de quiebre, de hendidura, es porque hizo lo inesperado. Pero
no es que uno está esperando la ruptura. Cuando se rompe, se rompe.
Ricardo. La traición del amigo te
involucra. Te traiciona a vos. Eso quiebra una amistad. Otra cosa es que haga,
que tu amigo haga algo jodido, y vos lo avalás.
Héctor. La idea esa de falla, en la amistad, casi siempre es imperceptible.
