Testamentario - marmat
El monstruo y su (con) texto
¿Quién
puta es el que habla y quién puta es el que escribe? ¿Y quién es el sospechoso
que lo cuenta? Una simbiosis esquizoide entre autor escribiente y voces que
retumban en las cuevas de la mente ¿Un ensayo de ficción? ¿Una novela en
ciernes? ¿Una ponencia para un congreso internacional en Alemania sobre la
desposesión de las aves y de los hombres? Lo que el lector desee. Esto es un
regalarse y abrirse de gambas al lector pa que acabe de una buena vez con sus
especulaciones cotidianas de esperanza.
1
Una tormenta inesperada -y
eléctrica- húbose desatado en este silente pueblo. Aún el cielo la anunciara
con sus truenos. Aún los contoneos de los nimbos que saben anticipar a los
chubascos cuando el cielo se encapota. Los parroquianos del lugar ocupaban el
tiempo en sus quehaceres, y no se dieron cuenta de lo que se les estaba por
venir encima de sus casas. Encima de sus techos. Se cierne la tormenta en la
ínsula. Y me gusta frotarme las manos de vez en cuando. No por frío, sino por
gusto. Al escribir y contar lo que me dictan, hay veces, que paro a frotarme
las manos, y también paro a frotarme las piernas para darme calor y aliento a
mí mismo. Y me acerco con una mano -generalmente es la izquierda- unos sorbos
largos de café a la boca. ¡Yo me doy por
la boca! ¡Es eléctrica! Entonces. La tormenta inesperada. Y es el cielo el
único médium que la anuncia. A los gritos sordos y pelados. Esas nubes
incestuosas se recargan de más nubes. Y es una cadena de pompones blancos y
azulados que terminan anulando al sol en pleno día. Y lo hacen por deformación y no por mudanza.
Lo escuenden al sol. Y cuando lo escuenden ¡Ay!
¡Es una maravilla! Verles amodorradas sobre el calcio. Las nubes se
anaranjan. Y llevan disimulado entre sus vientres al sol. Y oculto se lo pasan
de regazo en regazo, de una nube a otra nube. Por eso de la magia que tiene el
mareante traqueteo en los celajes, esto es lo que sucede. Sol niño amarillo de
oro. Lo mecen algodonales aéreos al niño santo. El sol está secuestrado por las
nubes. Y el niño amarillo de oro…
La imagen es bellísima ¡No me digan que no! Al menos eso
quisiera transmitir con lo que escribo. La belleza de las nubes encapotadas
sobre el pueblo, que es todo mi mundo en este suelo. Cielo parco. Bigotudo y
altanero. Las veo formar una masa turbulenta de aire comprimido; y también veo
que con apenas unos dejos de lluvia la garúa se acentúa con sus púas en mi
corazón. Todos los santos días esas bardas amenazan. Y no es frecuente ver caer
agua en el desierto. Puro amague es ese nubarrón pasajero que insinúa; y será
que deba en otros suelos largar toda su furia encapsulada. Y ya se sabe. Aquí
es la piedra y la arena, la tierra cuarteada y su polvo quienes fantasmalmente
mantienen su presencia. La presencia de esa nada. La cuestión del despegue del
arriba hacia abajo y que caiga la lluvia de una buena vez por todas en revés.
Es el torbellino de los zarzos y el ovulante cardo ruso el que baja rastroso
por el viento. Y no podemos confundirnos. Frente a la intemperie y la
desolación ya no queda ni santo ni profeta que camine por la arena. Nadie,
parece creerle más a nadie, en este suelo de faquires.
Por lo visto y lo que se escucha,
nadie posee un horizonte en el que acodarse a filosofar el porvenir, y repasar
la historia de las acciones humanas que han hecho de los hombres y mujeres de
estas lejanías, un arquetipo inverosímil para la añeja antropología. El
desierto es por condición la misma nada. El fantasma real de una imaginación
esquizofrénica posa sobre la rama helada de un árbol calcinado. Y ya se dijo
que, ausentes los profetas que supimos ver peregrinar hacia la meca, ahora no
se ven ni las sombras de sus promesantes. Y tampoco se ven los contornos de las
jorobas de sus camellos. Cuando todo esto era viña, los camellos se suspendían
ondulantes en lo alto de la duna. Pero la duna ha desaparecido en el ondularse
de la vista, por causa de un maléfico espejismo. A la duna donde aquel camello
paraba, quizá la haya modificado el viento.
Cosa e mandinga. ¿Qué será la vida del profeta? Pregunta,
paranoico y descentrado al que de pibe lo apodaron con tal mote. Y yo le
respondo que el profeta ya no está. Que se ha muerto. Tocando y tocando la
batería con sus palitos chinos importados. Y nadie sabe ya si el ausente
profeta mencionado está sepulto, o lo han dejado como Creonte dejó al cadáver
del hermano de Antígona, Polinices, al aire libre y abandonado, destilando su
hediondez y bien putrefacto, considerado traidor por quebrantar el orden de la
ciudad, y de ahí que fuera alimento de rapiña pa los bichos y vagabundos que comen carne extinta de los
hombres. Antígona, la del mito, se resistió. Sí que resistió tal destrato con
su hermano. Y le hizo frente a la orden de Creonte. Y sepultó a su hermano
Polinices en secreto bajo un pozo. Pero bueno… Ya pasó, ya pasó. Dejemos de
llorar esa tragedia. Ante hechos de público conocimiento griego digo: habrá que asumir la desdicha de Antígona y
la malaventura de sus hermanos y la de toda la ciudad de Atenas. La de sus
parientes todos y toditos en esa guerra fratricida que, desde ahí, se
desprendió en la zona mediterránea. Porque Creonte…
2
Y los vientos, Ay los vientos ¡Qué
belleza! La belleza de los vientos.
Título de la obra que me gustaría escribir (y ya lo hice) Una vez se lo dije a
MM y luego se lo conté una noche a MR. Que quería escribir una novela o algo
semejante. Un alegato largo con una descripción plagada de eufemismos y de
buena prosa sobre los cuatro vientos cardinales. Pero ellos me dijeron que ya
lo había hecho antes, en otro tiempo, en otras obras de oblicuos vientos. Yo no
encuentro en mi recuerdo dónde fue que hice lo que MM y MR me dijeron que yo
hice. No me acuerdo si eso lo escribí en algún papel o en un cuaderno viejo de
los que saben de estar amontonados en los aparadores juntando mugre por la
casa. Entonces, pienso, que si ellos (MM y MR) dicen que lo hice, y yo no lo
recuerdo, lo tendría que hacer de nuevo, porque a mí me gusta escribir dos
veces lo que veo. Escribir, es reescribir, y leer, es releer. Lo demás es
entretenimiento. Puro cuento. Desgracia. A primera vista.
Y también se lo conté por otras
vías, quizá astrales (no me acuerdo con certeza) o por vía telegráfica fue que
anoticié al vikingo CK. Se lo dije una tarde en mi casa mientras nos bajábamos
tres botellas de vino tinto y comíamos con las manos un pollo al espiedo con
papas. Él es quien supo hacerlo, sí. Y no estoy hablando del pollo, porque lo
compramos hecho en una rotisería que te lo lleva hasta tu casa. Él, en su
islario de geografía universal rejuntó ínsulas reales y existentes en un libro,
pero también incluyó en ese islario, a los cayos imaginarios y a los estrechos
y lagunas inexistentes de toda geografía. Como el espejismo de SIWA que, según
dicen, queda en Libia. Al que va mucho turismo ecológico y de plata de
vacaciones. Guiris. Pijos. Judíos alemanes y holandeses. Gente de guita de
Francia. Si uno se fija en el mapa pegadita a Egipto está esa tenebrosa laguna
mencionada, SIWA. Las Malvinas aparecen en ese islario como tantos otros
deltas. Pero es en los relatos de Darwin que a las Malvinas se las nombra. Y el
vikingo CK aprovecha y lo cita a Darwin para referirse a ellas. No una, varias
veces lo cita para referirse a las Malvinas. En su evolución, esas islas
-cuenta el vikingo CK que dijo Darwin- “Se
irán agrandando por el efecto del descongelamiento, y se unirán a la Antártida
hasta ser un continente de pólderes, y abrazarán golfos y penínsulas. Bahías”.
Darwin deliraba. Le habían
convidado un brebaje que aquí se usa cuando viene a conversar un conquistador,
sea este sabio, investigador o estudioso ¡Es
un conquistador! Y al conquistador no se le succiona el miembro. Ojo. Sí,
es cierto, que lo saben hacer algunas tribus a modo de reverencia. Y que cuando
llegan los extranjeros y a modo de bienvenida una tribu en particular se la
chupa toda al conquistador. Lo descargan de vitalidad dejándolo seco y
lívido. Porque en el sur los indios
patagones usan un veneno hecho licor pa conversar. Y es desde ahí que Darwin…
Espejismos de la literatura. El
libro de los vientos o algo así aparecería más tarde en la Revista Barton,
donde el vikingo CK hizo de su arte un ministerio. Fue un orfebre de los
textos. Lo llamaban cual plomero a solucionar averías del gas en las cañerías
de una obra en construcción. Cuestión (y disculpe el lector tal confesión) Que
(yo) no puedo hacerlo. Digo, al libro de los vientos. Me es negado describir la
belleza de las simples cosas. Mi situación subordinada de escribiente no me lo
permite. Es el autor denominado escritor quien puede darse tales
licencias. Ese gusto y ese goce no me pertenecen. Sin embargo, disfruto con lo
que me dictan. Y cuando me canso, esta máquina no para, porque aparece el
amanuense que sabe cuándo intervenir con su estilete sobre el texto. ¿Estoy cansado dije? ¡Si mi trabajo se trata
de eso, de cansarme escribiendo por una miserable paga! Con lo cual puedo
decir que ya formamos un cojonudo equipo de tricota involuntaria, y somos
inseparables. Escribiente, amanuense y las voces que nos dictan, integran esa
triada.
3
Las voces no paran de indicar.
Ambientan ese idílico momento de la supuesta creación. Toda vocación lleva en
su vientre la posibilidad de una creación autentica e independiente del afuera.
Pero ocurre que por caso no se tenga vocación para nada. Y pienso en lo largo
que se me hace llegar al nervio óptico del cuento, cuando uno no tiene tal
vocación. La vocación de llegar a algo, a un final. Se me demoran los dedos
sobre el teclado y me quedo mirando el ventilador como excusa para divagar
sobre los vientos. ¿Puede ser los haya
sentido retumbar en las chapas de la casa? Vaya uno a saber de qué se trata
esto del crear, cuando lo que hace uno lo hace por amor fatti. Estrategia de
supervivencia de escribiente es el parte aguas de conciencia e inconsciencia de
las voces de la creación. La creación es anónima y silenciosa. A uno le dictan.
Y al copiar, puede hacer trampa. El dictado de un texto largo digamos por
nombre novela, permite se ejercite la trampa. En la literatura de las grandes
obras está inscrita (Pierre Menard, el
autor del Quijote) En el desarrollo del meollo, aún ese meollo no se deje
ver, está el julepe del texto. El hoyo del queque. Acaso nadie crea ya en la
trampa de la literatura. Está agujereada y por los orificios de las balas pasan
los autores publicados. Esto, lo dice Orangel en uno de sus libros. Y sé que
Orangel no es santo de la devoción de la academia. Pero, aún ese prejuicio,
Orangel lo dijo. Y pasó inadvertido Orangel con lo que dijo, y por eso es que
se traumó Orangel ante tamaña indiferencia. Al punto que el alcohol…
Porque nombran a la literatura con
ese nombre: LITERATURA, es que las cosas y los dichos se apocan en el idioma de
los argentinos. No se puede detectar ese apocamiento así como así desde el
principio. Es sutil su espectro ante los ojos de alguien que no existe. El
autor así considerado es el único que cobra existencia real en la jungla de la
empresa editorial. Y es él quien alimenta a los que sostienen su causa de héroe
para salvar la editorial. Mas no actúa así el escribiente. No. Y mucho menos un
amanuense de experiencia. Estamos en condiciones de celebrar. ¿Estamos en condiciones de celebrar? Un
texto se termina y se publica. Nosotros, estamos agazapados. Nosotros, con el
amanuense estamos en una situación de guerra con el autor, y también estamos en
guerra con la cultura. Y la empresa del autor que lo sostiene es parte de la
cultura a la que nos enfrentamos. La organización es la empresa. Una editorial
no es más que una compañía que pretende
determinadas cosas y persigue
específicos objetivos. Los supone comunes a escritores y lectores, lectores de
los libros de la empresa editorial. Aún les de vergüenza decirlo, una editorial
es un negocito en la literatura nacional (la discusión de lo rentable o no es
otro cuento) Nadie hace nada por amor al arte de la editorial. Aún se trate de
una edición artesanal es un pequeño negocito de arte conceptual. Kiosquitos.
Donde venden chupetines artesanales pa los niños. Y por oficio, alternadamente
de escribiente y de amanuense, sabemos dónde está la trampa. El nido. El tesoro.
El grial. El dorado que no se ve y permanentemente buscamos a oscuras. Usamos a
la trampa en la vida cotidiana así como en el truco y en los juegos, somos
bichos pa mentir. La trampa es condición para ser parte del círculo, y poder
participar en ese juego, en esa "ilussio".
Porque el juego incluye a la trampa, si no la aceptas quedas afuera de todo,
hasta del texto, en los márgenes de la escritura y en las afueras de la
literatura nacional. En el conurbano de las letras.
Sabemos meter púa, y lo que se nos
da la gana metemos cuando por encargo nos dan un material escrito de largo
aliento. Porque después dada la calificación que tenemos escribientes y
amanuenses en la superestructura cultural, nadie le presta atención al reclamo,
al decir, al grito pelado, a la palabra del escrito final y concluyente. Y es
ahí donde la trampa se hace más que evidente, y se pronuncia, aunque borrosa,
se habilita. Y de la trampa la literatura hace una trama de lenguaje. Teje
laberintos incompresibles de des-bordes. Pero está ahí, en la trama impensable
de la trampa, que se hace trauma escritural y rodeo psíquico por la no
compresión de lo dado y de lo hecho. Lo imaginado y proyectado. El porvenir es
demasiado largo e inalcanzable. Podríamos decir, ahora sí, en este momento y en
este espacio del escrito, que la traición ES literatura. La cultura ES el
enemigo. Y escribir ES síntoma de algo que no se sabe. Una enfermedad producto
de la propia literatura que se inocula como un virus. Ya se dijo hay literaturas
que nos enferman. No es el caso de Marisa, que lee cosas lindas.
4
Sirva todo este rodeo para
contextuar al monstruo del cual vamos a contar algunas cosas. Cada comunidad,
cada barrio (no quiero decir sociedad porque la sociedad no existe, menos que
menos hoy) La sociedad es una abstracción sin comunidad. No existe la sociedad
como no existe la opinión pública sin comunidad. Opinar existe en el cara a
cara, pero, en la abstracción, la opinión pública, así se le dice al conjunto
de opiniones, cobra existencia por alquimia de la trampa, y la trampa crea a su
propio monstruo, a su síntoma colectivo. Y de ahí viene esta trama de la cual
advierto contiene imágenes sensibles, y algún que otro sentimentalismo de
pueblo en su dislexia, en los personajes que a continuación se les presente en
esta obra teatral de la vida misma. Vamos a los hechos entonces, porque así fue
lo que ocurrió en este pueblo en medio de la inesperada tormenta eléctrica.
Por tamaño rodeo en la anterior,
pero también por tamaño rodeo en la presente maraña de reflexiones, dobles
disculpas de entrada nomá voy pidiendo al lector por tanta demora en ir al
grano, al fondo del vaso digo. Hablo de
“el monstruo y su contexto”, y de “Nace niño lobo”. Tal como se lo
bautizara al escrito anterior con el primero de los títulos, y sobre el que se
objetara (lo sabemos, fue en silencio) capciosas nigromancias sobre lo tratado
en su momento. En indolentes devaneos se dijo lo que se dijo y se escribió lo que
se escribió. Pues es hora de pasar al objeto directo entonces, y más
específicamente al referente empírico de lo que experienciara la anterior
deriva filosófica en la mente del escribiente y del amanuense.
Así es que se iniciaron las
disciplinas generales, capturando, distintos ámbitos de conocimiento, y la
disciplina particular de un área temática, su conjunto de topos, sería el fruto de un arte, que antes, apenas
siquiera, fuera una incipiente idea bobalicona. Y su pulido póstumo quedaría en
manos de expertos y así lograr una disciplina con todas las letras producto del
trabajo de eximios artesanos, de la orfebrería y de la vestimenta. A la
disciplina y a sus miembros se los viste y se los reviste. En cada escuela
nacional, y en la única escuela internacional se los desviste, para mostrar
cuánto de cipayismo le ha tomado el virus en la piel, y si se le ha extendido
en el cuerpo en forma de ronchas. Y como en un juego de niños se establecen
reglas… de todo y para todo, etc. Así se funda también la comarca de una
disciplina. Con sus integrantes en pelotas, y después, en su fase superior de
evolución, con los pudores de la ropa. Sus integrantes se taparon los rabos. El
rey está desnudo en todos lados donde la palabra rey se lea. En un cartel, en
un bando. Y si no, vayamos al caso en cuestión.
Decía entonces de ir al grano. Y
para hincarle los dientes -ahora sí y de una buena vez por todas al propio
monstruo- parido en argumentos anteriores del mencionado escrito. A lo que
ocurrió una noche larga en un pueblo de provincia. Hace años, décadas. Y que
traemos ahora a colación y a nuestro presente con el solo fin de honrar
nuestras eximias retóricas. Dichas como escritas y voceadas como textos por la
población. Como pompas de jabón en la bañadera de una publicidad de los años de
ñaupa. Supo el pueblo (en este relato la historia con sus arquitecturas hace de
escenario) obrar manso y tranquilo. Pueblo de donde se dijo vivió un ancestro
de Piero el cantante Ítalo-Argentino. Eso, es lo menos que importa. No
obstante, y en ese pueblerío, y lejos de heredar la tradición del mencionado
ignoto, el silencio general en esa población era un abismo. Como si un mudo
callara su desgracia asumiendo el para siempre en el famoso fluir de las cosas;
pero shockeado y temeroso en darle genie a la palabra y al habla genitora de
las prácticas. Hechicería, magia negra, trabajitos, curanderismo. Lejos de la
practicante fe cristiana. Aquellas costumbres no llegaron a desentonar. Tampoco
serían condenadas. Un pueblito chico plagado de gente común y sin abolengo
decía poseer extraños poderes especiales. Algunos cultivados y otros
reconocidos por sus dones que fueron germinando generación tras generación: y
que fuera ley primera en cualquier tiempo que sea. Además, los vecinos eran de
agradecer. Adoraban al curandero y a la hechicera así como a la bondadosa
adivinadora y a la lujuriosa maga de circo. Especies de santos mártires
extinguiéndose solos en sus tiendas de campaña. Y lejos de dudar el vecindario
iba a sus ranchos y les llevaban a sus hijos y a sus animales. Buscaban una sanación
de un malestar o por algún gualicho que le hayan hecho pa que se los bloquee. A
todo parroquiano pobre o rico se lo atendía en los toldos.
5
Cada cual celaba su juego mágico.
Luego hicieran el clan esos hombres y mujeres se retiraron en silencio y se
instalaron en los toldos. Era gente sabia. Recibían en sus chozas a cualquiera
que necesitara de la curación. Sabían de ir a los toldos los parroquianos de la
ciudad recomendados por alguien, del cual seguramente se le habrá escuchado
hablar, de los socorros que los brujos atendían. Esos magos y hechiceras, y
esos brujos y adivinadores se asentaron en la periferia de los barrios antiguos
que rodean a la plaza principal de la ciudad. Más bien en el tránsito de la
frontera espiritual que oponen las zonas rurales, apenas uno se aleja del ruido
y de la bulla. Ellos, los brujos y las adivinadoras aguardaban a los visitantes
en sus ranchos bajo una estricta vida austera. A voluntad del parroquiano era
lo que recibían los brujos por sus socorros, a voluntad del promesante. Podía
ser alimento o podía ser moneda. Era un barrio, por ponerle un nombre tal,
hecho en forma circular y no derecho. Ni de a cuadras se hicieron sus manzanas.
No existían las manzanas. Aquí, la noción de arquitectura, no es la de las
estrías verticales y horizontales que acostumbraron a trazar los primeros
colonialistas cuando fundaron las ciudades. Era vasto el territorio. Y,
dispersos, dijeron, moraban los sabios alejados unos de otros, y que algunos
sin conocerse fueron enterrados en un mismo pozo. Se conocerían en la muerte.
Una bocanada de soledad en la pianura le extirparía bostezos a la iracunda, y
como niebla cálida se haría hedor pestilente en los jardines maltrechos de las
casas. El hedor salió de los pozos cuando soterraron a los sabios. Vaya uno a
saber por qué los contornos ondulantes de este juntadero de toldos hicieron de
este rancherío un lugar misterioso y atractivo a la vez. Lúgubre y deseable. No
se sabe si eran veinte o más los ranchos, que al momento de este hecho,
conformaban el conjunto de viviendas, y que en ellos habitara ese indiaje
cobrizo de resplandor dorado en su piel como si hubieran absorbido el sol de
cada mañana. Miraban al sol hasta apagarlo. Firmes contra el sol y hacia el
sol, se erguían como plantas ancestrales, cardones vigilantes parecían cuando
se le paraban al sol. Enfrentándolo. Si bien la zona no tenía nombre, y la
alcaldía la incluyera en los planos y a los bordes de la ciudad, la zona,
pertenecía a otro sitio. Digamos que ellos, sus habitantes, conformaron una
muralla humana que dividió la pulcritud del hedor. Le decían el barrio de los brujos. Y una noche, lo
que me contara en un bolichón (el bar está ubicado frente a la plaza principal
del poblado) y lo que tuvo que vivenciar ese hombre de mentas Ramón Sánchez
Orondo, puestero de la zona, y que luego de pastorear sabe bajar de la montaña.
Acostumbrado al intercambio de cabras por gallinas, el hombre del que hablo, me
dijo en ese bolichón lo que se llama vaticinio de mal agüero. Me lo contó ebrio
frente al yute, y tentado por hablar, y gracias al envalentonamiento que le dio
el alcohol me largó la historia que aquí nos ocupa.
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Me dijo que me contaría algo que
le punzaba el pecho y lo oprimía hasta la sofocación. Yo lo escuchaba
atentamente mientras sorbía de mi vaso un trago de whisqui. De una botella
tibia que le pedí al mozo me serví otro trago y me acomodé en mi silla abriendo
de par en par las piernas para darle toda mi escucha a ese pobre hombre. Y le
dije que por supuesto, Don Ramón Sánchez Orondo, soy todo oídos pa usté. Y le
insistí que me contara lo que quisiera o necesitara decirme. Que yo era sordo
como la piedra. Y que además no se preocupase por hablar porque éramos dos
perfectos desconocidos. Largue Don Ramón que le va hacer bien hablar, me dijo
que le dijo. Se habría conmocionado el hombre pálido. Y pienso que fue por la
buena predisposición de mi parte al ofrecerle oreja, y fue así que tomó una
botella de grapa del estante del bar y se me sentó a la orilla de mi mesa, y me
miró fijo.
De su blanca y amplia frente caían
unas gotas de sudor. En el rincón del salón no había nadie. Y fue ahí que se
puso a describir lo sucedido y lo que ocurrió y lo que vio este hombre
desesperado. Don Ramón habría seguido a los protagonistas de esta historia y
escondido entre las tapaderas de los ranchos y tras una vieja chapa oxidada de
una pared de madera, luego de unos tapiales dijo haber escuchado las sonadas
circunstancias de una parición. Los ruidos salían de una casa. Dijo que escuchó
el chillar de una parturienta. A una jovenzuela de la ciudad le sintió el
gritar de los chanchos cuando son carneados. Y dijo, que en ese marco de
situación, una hechicera iba y venía por la casa. Que arrastraba en el zaguán y
por todo el comedor y por todo el patio un fardo de yuyos hediondos y
humeantes. Y que abrió de par en par los ventanales cuando se juntó la
humareda. Evidenciaba dudas la hechicera dijo. Lo que hubo de comprobar no lo
veía hace mucho. Le tiritaban las piernas al caminar. Cabizbaja y pensativa iba
de aquí para allá meditabunda. Le sudaron las manos. La hechicera que hubieron
de llamar a la casa quedaría sorprendida cuando vio a la parturienta arqueada
de piernas y que de su interior asomara tal criatura.
7
Ohhhh…
No, ¡Niño lobo!
Dijo asombrada la hechicera. La última vez que vi uno destos niños fue hace más
de 30 años. Lo que dijo… lo dijo por lo bajo la hechicera… Y en medio de un
suspiro se le escapó aquella frase. Y agregó por lo alto ¡Y ahora de nuevo nace niño lobo! Y ocurrió la parición nomá. La
hechicera cavilaba a la luz de la vela. Habrán sido las once de la noche de ese
jueves. Y lo que nadie pensó iría a sobrevenir, y otrora dos generaciones
recordaran, de nuevo volvería a suceder. Ella, la vieja hechicera del barrio,
la que leía los partos de memoria, supo recibir a criaturas extrañas en las casas de las parturientas.
Donde la llamaban iba, ¿y ahora estaba
convencida? Convencidísima estaba la doña luego de amansarse. Ya no le
quedaron dudas. Lo que vio salir del organismo de la parturienta era de lo más
extraño que había presenciado. Y dijo más luego, y en los almacenes, que lo que
vio salir del interior de la madre fue un regordete niño lobo. Y les contó a
todos en las tiendas de color canela que el niñito refunfuñaba como un lobito.
Que era un engendro ese pobre crío. La hechicera sabía lo que debía de ocurrir
en adelante con esa criatura.
8
¡Niño
diablo! Dijo
interrumpiendo el hombre alto y desgarbado ¡Este
niño es Lucifer! Y hay que sacrificarlo antes del cante del primer gallo.
Ha venido a sembrar la sevicia a este pueblo. Y mirando a las dos viejas dijo
definitivo: ¡Echémosle sal! A los
niños que nacen a la par que la madre se les muere se les llama niño diablo, y
se les echa sal en todo el cuerpecito ni bien salen de la parturienta aún muerta ella hay que echarle sal primero al
niño. No es de mi agrado lo que les voy a decir estimadas vecinas: además de
echarle sal, habría que matarlo ahora mismo. Y deberá de ser alguno de
nosotros, de los que presenciamos su alumbramiento. Así rezan los reglamentos
internos de este pueblo estimadas vecinas. Lo que dijo ese hombre alto y
desgarbado lo dijo con sorna. Sorprendida por lo que vio la vieja hechicera y
ya en su embotamiento no logró escuchar con claridad al sentencioso. El
sentencioso estaba pálido. No obstante, ansioso por finiquitar el entuerto con
el crío. Habría llegado a la casa de la parición este hombre alto y desgarbado
“por intuición nomá” alegó. Y que
algo lo hizo venir… Que tal vez fuera el viento zonda el que me trajo, que tal
vez fuera la noche borrosa o los retortijones que sentí en mi panza diéronme la
señal de que debía de venir. Algo me indicó que debía de venir hasta acá, dijo
retentivo el hombre alto y desgarbado.
9
No,
No, No ¡Niño santo!
Dijo la dueña de la casa golpeando la mesa con su puño. Lo dijo ofuscada y
emberretinada la vieja dueña de la casa. Y agregó lueguito y ya manceba de los
nervios: éste niño viene a sacarnos de la merma en la que estamos emproados. El
pueblo es una desolación semoviente ¡Mírense
ustedes y míren a esta pobre mujer muerta! ¿No ven que cada vez nacen menos
niños y que los pocos que nacieron hace rato ya se fueron a la ciudad? Tan
solo por nacer el niño ya es un niño santo. En medio de esta fatalidad el niño
es una bendición. Y por eso hay que cuidarlo y protegerlo. Tendremos que evitar
que alguien le haga daño, por eso ¡salgan
de su lado, no lo toquen y déjenlo que llore!
Los tres no se pondrían de
acuerdo. Quienes presenciaron el alumbramiento, su aparición en este mundo tras
la muerte de su madre, cada uno por su lado dijo que la vida de este niño sería
un problema para todos. Su existencia ya lo era en la época en que el mito
gobernaba. Porque uno ahora lee con el prejuicio envenenado y por el ojo del
progreso parco es que a las sugerencias y a los cuidados intensivos sobre
aquellas costumbres y prácticas uno se ha acostumbrado a enjuiciar de
anacronismo. Porque no podríamos entenderlo es que adjetivamos y consideramos
desde propias experiencias lo que debía de hacerse con este niño problemático,
si expusiéramos el caso. No diga el lector no se ha formado al respecto una
opinión. Niño lobo, niño diablo, niño santo. Son tres las posibilidades para
elegir. Y por apretar un botoncito anónimo ¡usted lector! podría ser artífice.
Su clic es sentencia. Y junto a otros que le dieron clic al botoncito anónimo
¡al mismo que usted apretó recién! podría modificar el destino. El andar por el
mundo de este crío. Entonces, y ya que votaron y ahora sí lo sé, debo
informarles como corresponde el veredicto: ha ganado una sola opción por un
gran porcentaje. El 80% ha decidido. El resto ya no cuenta.
10
¡Niño
monstruo! Interrumpió el
amanuense ¡Debieron de cuidarlo ni bien
nació! Y lo cuidaron. Lo protegieron. Lo aislaron pa que nadie le haga
daño. Aun así el niño sufriría tormentos mentales con el tiempo. Lo llevaron a
un descampado a ver películas al aire libre. Era el Cine Luxor la base sobre la
cual se erigía ese cielo y en él, aquellas estrellas de cristal. Vistas desde
las butacas de hierro asomaban por encima de la pantalla su tramado luminoso.
Allí vio La Frontera y dos películas más. En un picnic de los que se
acostumbraba en el cine al aire libre el niño las vio. Bolsos con comida,
cerveza pa los grandes, gaseosas pa los niños. Se le cuidó el cuerpo y se le
vigiló el nombre. Lo anotaron en una oficina que tenían un cartel que rezaba: Registro Civil. Y allí le designaron un
primer nombre al nacer, pero, a los siete años lo anotaron de nuevo con otro
nombre, y un nuevo segundo nombre, póstumo ya, que lo acompañó durante toda su
vida y le ayudó a olvidar el nombre precedente en esos siete años. Entonces, el
niño lobo ha muerto a los siete años ¡Vaya
la cuenta! ¡Vaya pensamiento! ¡El
amanuense pensará que estoy re contra loco! Y fue así que (acá es el
amanuense y por la situación que atraviesa el escribiente es quien prosigue con
la redacción) decidieron sin más sepultar vivo al niño santo. Lo enterraron
dormido en un pozo de tres metros de profundidad. Al pozo lo cavaron la hechicera
con el hombre alto y desgarbado y la vieja dueña de la casa. Lo taparon con la
misma tierra que sacaron del fondo de ese patio. Plantaron en su tumbita una
semilla de mandarino. Y luego se fueron lejos, escapando, a otra ciudad de otra
provincia. Desperdigados como si hubiesen dejado una bomba los tres impostores
simplemente huyeron. Pero antes de diseminarse cuchichearon entre sí y por lo
bajo agachándose de cuclillas conversaron, filosofaron, cavilaron y
especularon.
La socialización de este mutante
humano que quiere denodadamente habitar éste presente se logrará si le
aplicamos el protocolo. El manual de procedimientos. Que consiste en hacerle
creer al niño lobo que es alguien entre sus impares aliados, y que nacidos de
efímeras e interesadísimas relaciones no tendrá ningún adicto. Que no tiene
historia ni suelo de arraigo ni ninguna relación que aquí lo afinque. Ni por la
baratija de sus tratos. Entonces, los argumentos, ustedes ahora ya los saben de
memoria, unen a todos en ese gran simulacro. Bajo un mismo templo de desgracia.
Y pueda que a alguno se le ocurra organizar un festival solidario a beneficio
del niño santo. El niño diablo está enterrado. Y si fue lobo, ya es cadáver.
Quizá a alguien se le ocurra hacer una estatua en la entrada principal del
pueblo, luego de la rotonda, o en la misma rotonda. Por eso debemos irnos. Y en
todas las ideas que entren en el imaginario pre anunciado por el presente vivir
en el que todos se bañan, uno se pregunta, si
se es alguien cuando uno ya no existe, o en todo caso, si se es alguien una vez muerto. Acaso niño lobo, acaso niño
diablo, o acaso, tan solo niño santo. Solo cuando uno se muere será recordado
por alguien, dijo la hechicera. Ahora la sociabilidad imprime una inquisición
de estilo y de labia aprobada por una estética ideológica que da entrada sin
palabra a los lugares. Porque quieren vivir el presente, hacen lo que hacen,
dijo, y se metió en la conversación muy envalentonada, la vieja de la casa. Y
deshacen a su antojo compromisos de palabra. Y a nadie de ellos, por más poesía
y literatura vindiquen y libros acumulen, jamás les pertenecerá ese sentir de
su palabra. Es por la galería que lo nombran, cerró, la vieja dueña de la casa.
“Niño lobo, niño diablo, niño santo”.
A coro, cual tres locos, repitieron ese mantra siete veces. Usan palabras de
mero consumo distractor y tiemblan de miedo ante el mínimo silencio, dijo el
hombre alto y desgarbado. Entonces, traicionada la palabra, también será
sacrificado el compromiso. El niño nace lobo y se hace diablo y muere santo. Es
tal cual un rezo y un canto. Y la lírica es parte de su confección, y su
hechura es una melodía melancólica, dijo la hechicera. La única manera de
creerle a una persona es verle cumplir el compromiso que ha tomado previamente
de palabra. Ahora, si es así, es también todo lo contrario. Porque dentro del
espiral histérico de sentimientos que le brotan a las gentes, un lavarropas
mental en la cabeza les licua las ideas, y a la cabeza ya la tienen ocupada
enjuagando impropios trapos sucios. Patrias
infames y ridículas apapachan al niño santo, largó, el hombre alto y
desgarbado. Peor, creen estar fundando colectivamente algo importante y por
haber tomado la decisión de matar al niño lobo están fagocitándose unos a otros
dándose de comer en la boca pa luego invocar el acto, agregó la hechicera.
11
La vieja de la casa pispiaba y
consustanciada en la hora fúnebre miró babeando a sus cómplices. Poco es lo que
participaba en la conversación. Con los ojos abiertos como huevos y rojos por
no dormir, la vieja dueña de la casa, pasaba por su peor momento desde la
última desgracia con su marido, cuando hubieron de cortarle la pierna por la
gangrena y luego un brazo, y luego el otro. La lepra se le hizo metástasis en
la piel, como ocurre con el amor, y lo cortaron en rebanadas hasta que no quedó
nada del pobre marido. Costras de sangre cuajada y negra por el piso. El
armazón del esqueleto vestido de frac. Era un muñeco el pobre marido. Fue
conservado, claro, no iban a dejar de aprovechar la ocasión, pa honrarlo el día
de los muertos. La decisión que debían de tomar ahora, con el niño, la volvería
a incluir en una desgracia. Porque fue en su casa que ocurrió tal muerte y tal
aparición y tal enterramiento. El cadáver de la madre quedó postrado y nadie se
ocupó de él. Estaban pendientes más del niño que del cadáver de la hembra. El
niño le chupaba la teta izquierda. A la difunta le salía leche de ambos pechos,
como a la Deolinda en el desierto buscando a su macho cabrío.
¿Mostrar
el acto es hoy condición de posibilidad de todo existir? Más bien de decirles a otros se
trata: ¡el niño santo está vivo, y
viviendo en otros! Dijo la hechicera. ¡Viviendo
de otros! Metió la vieja de la casa donde ocurrió tal parición. Porque
tiene miedo el hombre es que se mete en el barullo de las colectividades. Las
etiquetas de las colectividades se usan de certezas. Como el lugar que alguna
vez ocupara la etiqueta de la familia. Con certeza arrastramos la estructura
familiar donde vayamos. Y vamos que nos vamos dijo el hombre alto y desgarbado,
ansioso. Transpiraba por las manos. Etiquetado él y su madre cada uno por su
lado. Al mismo lugar que han de haber ido no se encontrarían. Y no se
encontrarán nunca. Porque han de quedarse sueltos por ese salirse de adentro. Y
estar salido de adentro es lo más fiero que a una persona le pueda suceder,
sentenció la hechicera.
¡Pregúntenle
al niño santo!
Dijo la vieja dueña de la casa ¡Está
muerto! Le respondió el hombre alto y desgarbado.
La gente está obligada a mostrar
lo de afuera a cada momento. Entonces mostrar, palabra de la que no se hace
mucho escarbe…
¡Mostrar
muestran los monstruos! Interrumpió
la hechicera.
Monster
monstruo muéstrame tus encantos. Que no te creo, dijeron con los ojos cerrados
los tres a coro.
Es más por niño diablo y no por
niño lobo lo que sabe este niño santo. Interrumpió otra vez el amanuense. Y
continuó: Lo que sabe lo sabe por niño diablo. Porque no tiene tiempo, el niño
santo vive en el espacio, y en el espacio su alma errará iracunda y siempre
diabla. Por viejo muere dios, y hasta ahora, es el único muerto que anda
molestando. El niño diablo promete traición y no chamuya. La cumple. No engaña.
El niño diablo es el mismísimo demonio. Y aunque se vista de seda mona queda.
Tampoco del todo es santo. Menos será un profeta. Atávico y muteado a coro será
en otros, agregó el amanuense, entusiasmado en la conversación de la que no lo
habían convidado. Nunca hablamos con la misma persona, aun esta sea, la misma
con la que hemos tratado hace un rato. Algo ha cambiado, denodádamente, hacia
el delirio anacrónico de las cosas, de la vida de las personas que habitan este
pueblo, dijo, el hombre alto y desgarbado…
¡Auxilio! Gritó el amanuense. La cosa se
puso fulera y harto delirante. Y prosiguió: ya
no aguanto más esta historia tan tremenda. Quiero descansar.
12
El amanuense se fue a descansar.
Se irguió de la silla y le apuntó
caminando a la puerta de la cocina. Preparó un café y fumó un armado de tabaco.
Y puso a la música fuerte. La música del tango, dijo, a cualquiera le hace
bien, porque al escucharla uno se purga, y olvida de una buena vez todo lo que
nos viene de arriba y nos llega de abajo, y nos sorprende, como los vientos a
los costados del camino. La biblia para este niño no es otra que un gran libro
llamado Tango. El amanuense lo vio todo. Y lo fue escribiendo a medida que
escuchaba esta tremenda historia, de este niño, dicen, nacido lobo. ¡Qué
felicidad! Dijo el amanuense. ¡Qué
laburo abrumador, por dios! Don Ramón Sánchez Orondo, en su relato, no
paraba de soltar prienda, y perturbado por los detalles de ese aquelarre de
sangre haría de su confesión definitiva una sentencia. En el bar ya no había un
alma. Y borracho por los tragos de la grapa, Don Ramón, rojo y con los ojos
vidriosos me confesaría que lo tuvo que matar él. ¡Yo lo hice! Dijo sollozando. Cuando
los escuché dudar a los tres impostores y ver que ninguno se animaba a quitarle
la salud a ese diablo lo hice yo. Yo mismo le clavé el facón en el pechito. El
crío, ensangrentado, arriba de la madre quedó con los bracitos encorvados,
sobre las tetas. Cuando se fueron despavoridos los tres cómplices yo desenterré
al niño del pozo, y cavé una fosa más profunda para que entraran los dos
juntos. Por lo que escuché de la hechicera se nos venían días oscuros en la
población. Las siete plagas vendrían, dijo que escuchó. Si ese crío sobrevivía,
el maleficio caería sobre la gente del poblado. A un niño así hay que hacerlo
desaparecer, dijo temblando Don Ramón Sánchez Orondo, compungido de
desgracia. Abrumado por la situación.
13
Sacrificio. Los tiempos de la desgracia
menguaron en el pueblo. El niño estaba muerto, sí. Pero muerto y todo se dijo
que fue enviado con otra familia pa que lo críe. Que su muerte fue una
alegoría. Que nada de lo que dijo ese tal Ramón Sánchez Orondo era cierto. El
tipo era un borracho que deliraba. Que no pasó lo que dijeron que pasó. Lo
dieron por muerto y en adopción al niño pa que otros lo cuidaran y revivieran
de su difuntez. Y como la madre estaba fallecida y el padre ignoto no lo podría
proteger por no saber de su existencia, dadas las luctuosas circunstancias
acaecidas, mencionadas, al principiar esta historia, no lo cuidó nadie de los
que se supone lo debieron de cuidar. Los tres impostores se rajaron. Pero el
niño fue creciendo. Y los adoptivos lo anotaron en una escuela pa que aprenda
matemáticas y lengua. Pa que sepa, multiplicar y escribir su nombre, y sus
sentimientos si él lo apetecía. A la misma escuela vieja lo mandaron, donde
supo ir cuando vivía con su primera identidad. Suprimida la vieja identidad
pudo sobrellevar la carga de los días con la nueva, y a un tiempo fue feliz,
muy feliz. Y supo andar a caballo a puro galope por las viñas.
Fue en un campo lejano de una
provincia humilde. Los nuevos padres lo llevaron a aprender cuestiones de la
naturaleza: del campo, de la vida de los bichos. Cacerías. Con la horqueta les
disparaba piedras a los pájaros de los árboles de Asia. Y bajó varios, y se
puso contento por darles a los pájaros su merecido final. También supo de
travesuras con otros críos de la calle. Vio cómo a los animales se los carneaba
y se les curtía el cuero pa hacer alfombras. Vio la sangre chorrear del
chancho, y vio, cómo el chancho, a puro grito pelado, dejaba ese perturbador
sonido de dolor en el aire polvoriento. Todo era muy normal por ese entonces.
Cuestión que el niño ya con nueve años se subió a un caballo que pasturaba por
la zona. Eran bichos de baqueanos que andaban de fajina en ese valle. El valle
albergaba al sol, y a unos kilómetros, la dársena de un lago inexistente, donde
iban a tomar agua los bichos, era un resplandeciente espejismo. Una simulación
de las especies. Algo que más bien sale en la televisión y no en la naturaleza.
Cuestión que el niño montó el caballo y otro niño más chico, del que dijeron
era su hermano, de apenas seis años, se subió a una yegua embarazada de puro
guapo. El niño chico le pegó con el talero a las ancas de la yegua y la yegua
salió con el niño como flecha saltando sobre el lomo a punto de caerse. El
animal resultó incontrolable. Por la velocidad la yegua con el hermano menor
fueron perdiéndose en el paisaje. Entonces el niño grande lo fue a perseguir
por los montes y por unas quebradas ondulantes. Cabalgó y cabalgó. Era tarde.
Lo perdió en el horizonte porque dijo que lo había visto lejos y chiquitito
galopar hacia el volcán. Sobre el lomo del caballo y agarrado de las crines
cual principiante, el mayor se largó caminando a buscarlo por la grava
neblinosa.
14
Era todo polvo lo que veía ese
niño arriba del jamelgo. Se le había perdido su nuevo pariente chico. Era de
perder cosas en el camino porque el destino lo quiso desde un principio (perder
horas, perder parientes, perder la orientación) Y desesperó. Y al no verlo en
la lontananza se tiró por el costado del equino como un cowboy a la tierra.
Nunca pudo frenar al bicho enfurecido por el trote. No tuvo la fuerza
suficiente para que del lazo y de las riendas el bicho aflojara su cabalgar. Se
tiró dije. Y voló por el aire jugándose la vida por su hermano. Y dio la cara
contra el piso, y dio más de cinco vueltas en la tierra seca.
Arremolinado en su mente le
chorrió sangre de la pera por un corte específico y profundo en la caída.
Shockeado por el golpazo no sintió dolor. Tenía un tajo de sangre y lágrimas
que le bajaban de sus mofletes. Tuvo desesperanza por la desaparición del hermano
postizo. No supo dónde habría ido la yegua embarazada con el niño chico. El
mayor, ya caído, se levantó del piso, y caminando atravesó la hondonada. Y se
perdió por completo tras los álamos. Siguió en dirección a la cima de la
hondonada por si lo veía. Pero era todo polvo. Y entre medio de ese polvo
apareció como un espectro el niño chico todo
ensangrentado y llorando. Solo y alterado. El mayor ejerció su rol de
hermano mayor y lo pudo abrazar al doliente chiquilín pa que se calme. En una
situación que ya ni recuerdo cómo fue, me la contaron, y poco es lo que retengo
de aquella situación. El encuentro calmó al chico y al grande, y así fue que
caminando con la ropa mugrienta hecha un barro ennegrecido pero rojo. Los dos
con la sangre y la tierra pegada a la cara llegaron a la casa, y desde el
corral pudieron ver al padre postizo agachado en la huerta. El que lo había
traído a estas enseñanzas levantó su cuerpo y los vio y se sorprendió ¿Qué les ha pasado, mijitos? Dijo el
postizo padre espantado por las caras de los niños ¡Los críos separados al
nacer fueron rejuntados al atardecer! Las decisiones de los mayores habían sido
bienintencionadas, entonces ¿a quién juzgar si esos niños estaban abiertos a la
pura desgracia? Pero acá no ha muerto
nadie. Es la sangre que les brota de la cara y son los moretones y las
raspaduras en los brazos y en el torso. Y los piquetes en cada una de las
piernas lo que se les ve. Estaban maltrechos y hechos triza. No se sabe qué
dijo el mayor ni qué contó el menor de los sucesos en la hondonada cuando el
menor le dio talego a su yegua embarazada y se fueran sin decir ni mú con sus
respectivos caballos al quebrachal. Los niños tenían miedo, miedo que los
retaran. Miedo de aquellas palizas que se aplicaban pa que aprendan los niños a
no hacer las cosas por sí solos. Picardías; y que por esas consecuencias del
destino les pasara algo malo, por caso
una desgracia. No obstante, la gente de la hacienda los llevó a las curaciones,
a un puestito de salud. El único que había en esa desolación de tierra
cuarteada por el sol y de escasas lluvias. Les pusieron paños tibios en la
cara, y a cada uno y en todo el cuerpo, pa que se les calmara el ardor de las
raspaduras, les pusieron rodajas gruesas de tomate, del redondo, pal frescor en
la carne mutilada. Sollozaban los críos por el ardor. No tenían a la madre ni
tenían a nadie de confianza que les colmara el corazón pa desinflarles ese
pánico. Crecieron con difidencia. Sospechaban del alrededor y de los extraños
naturales porque les perturbaba los nervios a los críos. Pero sabían de una
abuela no enterada del accidente; y le dijeron al padre postizo que los llevara
de vuelta pa las casas. Que allí los esperaba una abuela pa cuidarlos.
En silencio los dos niños bajaron
del valle, abatidos.
15
Vacaciones en la playa con Marisa
y sus tres hijos adolecentes. Planazo. Ella lee la novela La belleza de los vientos. Una saga, hecha y derecha sobre esta
historia que ya se contó en este devaneo en que venimos. La lee pa sentirse
mejor y se toma un té moruno en la cama de la cabaña. Los hijos adolescentes de
Marisa se han de ir al mar con unos amigos a nadar, y no creo que vuelvan hasta
entrada la noche a la hora de cenar. Marisa lee cosas lindas desde que se
separó de su marido, y yo le digo, como aquel presidente de la nación: “decime cosas lindas, Marisa”. Habíamos
planificado pasar unos días en el mar. Alquilamos una cabaña en un bosque de
pinos altos y azulados. La cabaña era confortable y tenía habitaciones
suficientes pa que nos fueran a visitar tanto amigos como amigas de Marisa, y
quedarse unos días a compartir, si querían. Yo no invité a nadie de los míos
porque no tengo nada mío. Solo tengo a Marisa y a sus tres hijos adolescentes,
que esa noche, salieron el primer día que llegamos al mar, y los esperábamos a
la hora de la cena. Y nunca volvieron. Marisa estuvo muy nerviosa y ¿cómo no
entenderlo? se estresó, porque Marisa pensaba siempre en lo peor ¿Y si se ahogaron? Preguntó Marisa
pensando lo peor. Tres días después fuimos a buscarlos. Marisa había pasado
esos días en cama y en la oscuridad de la habitación deprimida y asustada. Decí
que habíamos llevado un potaje suculento de drogas farmacológicas por si Marisa
se deprimía, porque Marisa, fue diagnosticada de depresión por el médico de la ciudad, pero fue el mismo médico que
le dijo que unas buenas vacaciones en familia y en el mar le harían bien a su
ánimo. El médico se lo dijo a guisa de recomendación. Marisa venía mal, porque
uno de sus hijos tenía problemas con las drogas de diseño, y ella, Marisa, tan
vigilante en estos casos con las drogas, estaba ofuscada con él, porque ella
quería que estudiara diseño como la hija de la prima. Pero el hijo optó por el
diseño de las drogas de Escohotado que tomaba cuando garchaba con la prima. La
depresión de Marisa era arrogante hasta la soberbia. No quiero aquí a un drogadicto de diseño, Yo quiero un estudiante de
diseño, dijo, baqueteada por los psicofármacos y el alcohol. Marisa era un
infierno en la toma de decisiones de porsí o de pornó. Se dedicó al pornó en su
cabaña frente al mar, y como Thelma Biral se quiso suicidar en el abismo,
tirándose del techo de sabiola, que era más bien bajo de altura, lo cual le
impidió lograr su cometido: morir aplastando su cráneo contra las rocas. Marisa
se quebró solo las costillas de la espalda y quedó tendida en la cama luego le
pusieran yeso en todo su caparazón. Y esperó a que llegaran sus tres hijos
adolescentes. Marisa estuvo doce días empastillada hasta el ojete. Cuando
fuimos a buscarlos al mar en la playa no había nadie, ni el gato estaba. El
ruido de las olas con sus golpeteos sobre las rocas, el viento que levantaba la
arena y que porfiadamente nos tapaba la visión, impidió, sí, impidió esa
búsqueda capciosa, inútil e ineficaz que habíamos entablado. Nadie nos pudo
auxiliar. No sabíamos por qué en plena temporada estival y en ese pinar no
había más que una sola cabaña ocupada. La nuestra.
¡Ay
Marisa, Marisa! ¿Qué podemos hacer ahora? ¡Deberemos de tener fe! ¡Ya vendrán
tus tres hijos adolescentes! ¿Viste como son los muchachos cuando se van por
ahí? Deben de estar felices surfeando entre las olas en la zona de Pincheira,
por Los Castillos de Pincheira, en las cuevas quizá estén refugiados, esperando
a que baje la cota de este mar tan bello y profundo, Marisa. No creo que
tengamos que ir hacia allá, Bella Mía. Es al otro lado de la ribera. Quizá la
subida de la dársena y su agua en altura les impidieron volver con el bote a
tus tres tristes tigres, y estén esperando a que baje los pobrecitos. Por eso
no pienses lo peor Marisa
-le dije pa que se calmara- Pero Marisa no se calmó un carajo.
Julio de 2025