El dominio de una presencia. Sobre cómo se gestó el Bacon de Leiris - Raúl Andrés Cuello

  

[Noticia: esta es una versión adaptada del epilogo al Bacon de Michel Leiris de pronta aparición en Homo Faber]

 

La primera mención que hace Michel Leiris de Francis Bacon en su monumental Journal está fechada el viernes 12 de noviembre de 1965; allí sitúa al que luego sería uno de sus mejores amigos como un exponente del realismo, teniendo en cuenta, por supuesto, los condicionantes subjetivos a los que adscribe la definición de “realismo”. Leiris ya está dándole vueltas al término, intentando enarbolar una teoría que se ajuste no sólo a este complejo campo sino también a su cosmovisión estética.

Unas páginas más adelante -el 30 de julio de 1966- se confiesa algo nervioso porque se acerca la rentrée y aún no ha culminado el texto sobre Bacon en el que compartirá plaza con otros grandes como Picasso, Giacometti, Masson, etc. Es, si se quiere, el germen de la serie de escritos que le dedicará al pintor inglés y por el que, a su vez, pondrá a contraluz el espacio de marginalidad que su obra (la de Leiris) ostenta en el panorama literario francés.

El 8 de enero de 1967, Leiris se encuentra en una retrospectiva de la obra de Picasso en el Grand-Palais junto a sus amigos Isabel Rawsthorne[1] y Francis Bacon. Se apoya en una observación de Bacon en torno a la obra del malagueño cuando dice resultarle “maravilloso mirar un cuadro de una mujer cornuda” ya que, agrega, “podemos reírnos delante de éste”. Picasso, nos indica Leiris en clara coincidencia con Bacon, no busca ser cómico, lo cómico viene dado por la forma que tiene de componer sus lienzos.

El 14 de junio de 1969, en Saint-Hilaire, el diarista ubica a Bacon (junto a Giacometti y a Balthus) en la categoría de “artistas intempestivos” de la modernidad. Sobre este apuntalamiento ahondará Leiris hasta sacarle “agua a las piedras” -usando una metáfora recurrente para con su análisis de la obra de Giacometti- ya que ve en Bacon a un artista en el cual no hay mediación entre el mundo real y la obra propiamente dicha. Algunos años después -21 de noviembre de 1978- Leiris sentirá una contradicción frente a la posición del “arte por el arte” (tiende a vilipendiarlo), aunque los artistas que más admira no escapan a ello. “Picasso: infatigable experimentador de técnicas”; “Giacometti: toda su vida se limitó a dar cuenta de su visión”; “Bacon: dice buscar únicamente que sus cuadros tengan un poco de inmediatez”. Pone a Masson y a Magritte del otro lado del ring, es decir, de los que intentan intervenir en el plano político con sus obras. “¿Qué decir?”, se pregunta Leiris, “de aquellos que se sitúan del lado del ‘anti-arte’ (Duchamp, Schwitters). Lo único a lo que se opusieron fue al arte”.

6 de septiembre de 1979, Leiris da una vuelta por la sala de arte moderno del Kunstmuseum de Basilea. Le molestan algunas lagunas, ciertos olvidos, como por ejemplo no incluir en la colección las pinturas de Bacon y Matisse. Surge de improviso, mientras visita el pabellón dedicado al arte del siglo XIX, una idea motriz que va a hacer carne cuando dé comienzo a su libro sobre Francis Bacon: al contemplar la Olympia de Manet detecta, primero en la chistera de la mujer (Victorine Meurent), pero sobre todo en el lazo que envuelve su cuello, el rasgo de “modernidad” que vuelve al arte de Manet un acto supremo de contemporaneidad.

Nace entonces su libro Le ruban au cou d’Olympia (suerte de texto espejo de Francis Bacon, face et profil) en el que en todo momento convive la tensión entre lo presente y lo eterno. Fijando su mirada en este lazo aparece lo que Marc Augé denomina como “elemento de trascendencia”, similar al Pathosformel warburgiano, es decir, la fórmula emotiva que se sostiene en el tiempo más allá de las corrientes estéticas contingentes. Allí, en el corazón de lo particular (el lazo anudado en el cuello de la Olympia), lo universal recobra su sentido. La sinécdoque es extensible a los cuadros de Bacon, lienzos cuyo acento pervive más en el ambiente (luego repasaremos la definición de “moblaje” o “mobiliario” que emplea Leiris para hablar de los cuadros de Bacon) que en los giros o corrimientos que caracterizan los rostros de sus retratados.

El 28 de agosto de 1981 arranca el temario de Francis Bacon, face et profil. Allí Leiris apunta que palabras como “realidad” e “inmediatez”, pero también “arte por el arte” y “arte como juego”[2] , rescatando el mismo vaivén de resortes entre “tradición” y “modernidad” que ya empleó en Leruban, para determinar cuál será elemento activo que renovará la tradición.

Una semana más tarde observa que la vestimenta y los muebles (su modernidad) revelan la voluntad de hacer evidente la actualidad de los cuadros de su amigo. Y anota “Francis Bacon no niega que también existe lo que él reconoce como realidad de interiores”.

Entre esta entrada de diario y la del 10 de octubre de 1981 arranca, en paralelo, una serie de intercambios entre Leiris y Bacon a propósito del desenvolvimiento del proyecto. En la carta del 9 de septiembre, Leiris se disculpa con Bacon por los retrasos ocasionados a causa de la fatiga que siente por haber concluido Le ruban, deseándole una pronta recuperación y agrega que espera verlo el mes siguiente para poder continuar con la discusión del proyecto.

Al mes de esta misiva Leiris establece en su diario las correspondencias o paralelismos que encuentra entre Bacon y Kafka y/o entre Bacon y Beckett, teniendo en cuenta el efecto de realidad, o mejor dicho, la cuota de realismo que pervive en sus ejecuciones. Bacon, al igual que ellos, no necesita “engordar” la retórica o, en todo caso, no busca un giro mitológico en vistas de representar la realidad; a su manera consigue imprimir par excellence la condición humana[3].

Martes 3 de noviembre de 1981, Leiris anota:

 

Para Francis Bacon ser estéticamente “realista” es –sensu stricto– esforzarse, al margen de cualquier punto de vista metafísico, por dar cuenta de las ‘apariencias’ de la manera más vigorosamente posible. Esto es -en un sentido más amplio- dar cuenta, con la misma intensidad, de lo que representa mi condición.

 

Notamos hasta qué punto se funde Leiris con el objeto de su afecto, es decir, el ensayo en torno a Bacon y su oficio. Es consciente además de que la compenetración con Bacon es tan fuerte que ha llegado a “sentir su presencia”, y esto lo ha estimulado.

Las entradas que hacen referencia al proceso de escritura en su diario aparecen de corrido los días 5, 6 y 7 de noviembre de 1981:

 

Al mirar un cuadro de Francis Bacon uno creería estar -a menudo- ante una imagen que resume su biografía: la irrupción de la pintura en un mobiliario”, expresa en primer lugar.

 

Al otro día sigue:

 

Casi geométricamente, Francis Bacon -o el diseñador de mobiliario que fue- establece el lugar donde algo (la pintura) tiene lugar.

 

Acá vuelve eso que se anunció al pasar aguas arriba y que instituye su concepción de “moblaje de mundo”. Es por eso, recalca Leiris, que un cuadro de Bacon jamás puede convertirse en un objeto meramente decorativo: dentro de éste está encerrado el mismo espacio de representación, el mismo teatro de operaciones donde se desenvuelve la vida.

Unas semanas más tarde, el 1 de diciembre de 1981 y a través de una misiva, Leiris le agradece a Bacon por haber echado luz sobre su concepción del “realismo”. Coincide con éste en cuanto a que no es sino a través de la subjetividad que se logra “aprehender lo real”, es por eso -aclara Leiris- que nunca podemos ser del todo objetivos. Sería absurdo, entonces, esforzarse en serlo ya que se trata siempre de transcribir la percepción que tenemos de la cosa y no la cosa en sí. Le irrita el expresionismo, sobre todo por su costado caricaturesco; este “acentúa superficialmente ciertos rasgos de la cosa para producir un efecto, en lugar de intentar -tarea mucho más difícil- ofrecer en profundidad una traducción lo más viva posible”. Tal vez tratando -sigue- los temas trágicos o mitológicos a la manera realista, se pueda lograr un despojo de toda tentativa ilustrativa. El tema, concluye, le sigue pareciendo no obstante algo obsceno para él.

Se nota que el trabajo sobre Bacon va tomando cuerpo por esas fechas ya que el 26 de diciembre del mismo año y desde Casablanca, Leiris encuentra que en los lienzos hay “partes donde se lanzan los dados en relación con el resto que no es más que la neutralidad idéntica del abismo (abismo reducido a una habitación)”. Analiza sus pinceladas en una clara analogía con el jazz, distinguiendo las partes “hot” de las “cool” y cierra con una conclusión que versa sobre lo sagrado y lo profano en las elaboraciones de Bacon.

La mañana siguiente concluye un pensamiento remarcando que para él los cuadros más baconianos parecen concebidos a imagen y semejanza de la vida: los momentos plenos (donde la aventura se enreda) contrastan con lo monótono que es propio de cada día, los fondos dejan lugar a “focos” donde la pintura se vuelve violenta. Hay siempre una evidente diferencia de potencial (entre fondo y forma) que da lugar a una suerte de “corriente eléctrica”.

Nos acercamos al final, tanto a las referencias que hace Leiris de Bacon y de su Bacon, pero también al final de su intercambio epistolar. Entradas y cartas se suceden frenéticamente. En la misiva fechada el 25 de febrero de 1982, Leiris le menciona a Bacon que después de un envío que éste le ha hecho, su reflexión ha tomado un “giro serio” en cuanto a la opinión generalizada que tenía sobre sus obras. Ve “realismo” en la ejecución de Bacon a través de un tríptico que no llegamos a descubrir por falta de referencias, pero al que compara con Orestíada (1981).

La penúltima de sus cartas, la del 3 de abril de 1982, registra una de las vueltas decisivas que toma la obra de Leiris a partir del desafío que supone escribir su Bacon: frente a la sensación de sospecha que infunden los cuadros de Bacon, Leiris retoma la posición, también de sospecha, frente a la misma lengua y aclara que ha vuelto a los “juegos de palabras poéticos de sus viejos tiempos de surrealista”[4], buscando interpretar (como un conjuro) la palabra “realismo”. Y acto seguido transcribe un calembour:

 

“réalisme - miser ras et aller à l’âme

(l’artmême, icimême)”[5]

[“realismo - tocar fondo e ir al alma

(el arte mismo, aquí mismo)”]

 

Una de las notas que Jean Jamin hace de la correspondencia Leiris-Bacon resalta la paradojal posición que adopta el emisor frente a la posición de Bacon, diciendo: “¡Es como si reflexionar sobre el realismo a partir de la pintura de Bacon hubiera llevado a Leiris a retomar el surrealismo!”.

El 25 de abril de 1982 Leiris discute la distancia entre lo que esperábamos ver frente a un cuadro y lo que al fin terminamos viendo. ¿Cómo se reacciona frente a una obra si no sabemos de quién es? Trabaja estas nociones a través del Picasso naturalista y cita a Bacon (al de las entrevistas con David Sylvester) en términos testimoniales a partir de su “dar cuenta”, en donde se desestima el modo de expresión, incluso el más ordinario. Aparece entonces el “rechazo de lo estetizante” que deja surgir lo conmovedor. Cierra con la diferencia entre la “toma de distancia” y el “distanciamiento”, término este último sobre el que volverá en su última entrada.

Entre el 27 y el 29 de abril de 1982, Leiris anota:

 

En el caso de Francis Bacon, quizá haya que tomar el término distanciamiento al pie de la letra: antes de volver al modelo y a una nueva objetividad de la imagen, necesita, en efecto, recorrer una enorme distancia (que, en muchos casos, podría medirse en el propio lienzo; diferencia, entonces, entre los trazos de la imagen pintada y los trazos del motivo). ¿la inmediatez de la que habla Francis Bacon no implica, acaso, la actualidad?

 

    Una nota al pie de la meditación de Leiris que cierra el conjunto nos revela que Bacon, en una de estas famosas entrevistas con Sylvester, quería poner en un rostro pintado “todas las distancias del alma”, manteniendo no obstante su semejanza o fidelidad con lo que se está retratando. Toma como ejemplo una boca que atraviesa un rostro de lado a lado y se pregunta: “¿No es eso, acaso, querer que algo se acerque lo más posible al hecho real y, al mismo tiempo, ser profundamente sugestivo, abriendo nuevamente intensos ámbitos sensibles que se diferencian de la mera ilustración del objeto que se ha intentado representar?”.




 

 



[1] Isabel Rawsthorne, nombre de casada de Isabel Nicholas (1912-1992), artista plástica poco conocida en nuestro medio, fue una de las modelos recurrentes de los retratos de Bacon.

[2] “Tratar el arte como juego es negar la trascendencia del arte, algo así como volver ‘laico’ al arte; en tanto que el arte por el arte es una sacralización del arte como tal”.

[3] “A diferencia de El retrato de Dorian Gray, en donde hasta el colapso final se oculta lo que corroe al modelo, en un retrato pintado por Bacon parece mostrar, desde el principio, a su modelo como una criatura corroída. Realismo, sin duda, pero un realismo en cierto modo ‘profético’”.

[4] Ejercicio al que se entregará regularmente hasta 1985 y que dará lugar a la primera parte de Langage tangage (París, Gallimard, 1985): “Mántica flexible y simples tics de glotis”, complemento en cierto modo de Glossaire : j’yserre mes gloses, publicado por primera vez en 1939 pero cuyos extractos habían aparecido en dos números de La Révolution surréaliste.

[5]Este juego de palabras se retomará tal cual en Langage tangage en 1985; por lo tanto, Bacon tiene la primicia.