La Ida final de Milita Molina, la joya de la escritura argentina - Agustina Perez
La escritora
falleció este 22 de enero, dejando un hueco imposible de llenar en la
literatura nacional. Tenía 73 años y una pena extraordinaria por la
reciente pérdida de su marido.
El 08
de enero me encaminé hacia el Salón de Fumar. Así le llamábamos al living de la
casa de Milita Molina, una de las escritoras más singulares del siglo XXI. Nos
reunimos para festejar la No Navidad y payar, que era la cosa nostra aunque,
por el lugar elegante en el que se desarrollaba la escena, más que una payada
en una pulpería gaucha parecía una causerie de élite, de las que
escribía Lucio Mansilla.
Hicimos,
como corresponde a una No Navidad, un intercambio de dones, no de regalos. Ella
me dio un bolsito inexplicable que se hacía mochila, una rareza de diseño que
conservaba hacía añares, yo le regalé un cenicero de acristalado con vetas
azules que le gustó tanto que decidió convertirlo en su cenicero oficial.
Milita
vivía en un PH lindante entre Almagro y Boedo con una decoración exquisita. El
Salón de Fumar estaba armónicamente ocupado por sillones de época y modernos, jarrones
de porcelana antiguos, objetos de lo más llamativos, un set de té delicadísimo
que incluía una azucarera broncínea con terrones de azúcar (nunca vi terrones
de azúcar en Buenos Aires, a exceptuar en el Salón de Fumar de Milita, donde
eran moneda corriente), y pinturas de su esposo Javier Maiza que falleció en mayo
de 2024. El deceso del marido con el que había estado casada más de 30 años
fue, acaso, una de las causales de que Milita Molina haya emprendido, como el
Martín Fierro de José Hernández, La Ida.
Y, como
corresponde a una escritora de su talla, La Ida es definitiva. No hay Vuelta.
El 22
de enero me llegó una llamada: “Milita murió”. Así. No había más que decir.
Falleció en su casa con la cortesía de no hacer alharaca (a fin de cuentas, su
primer libro se titula Una cortesía y la cortesía era uno de sus rasgos
más aristocráticos). Luego, Juan Molina, su hermano, me contó que al ver que no
contestaba el teléfono, acudió al PH, al que yo llamaba ―medio en broma, medio
en serio― el Palacio Molina, y la encontró ya sin vida, “como un pajarito
roto”.
Milita
Molina fue co-fundadora de la cátedra de Literatura del Siglo XIX de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, se desempeñó en altos cargos en el
CONICET, y trabajó desarrollando planes pedagógicos a nivel nacional, en
puestos de muy alta jerarquía. Mantuvo amistades de larga data con escritores
como César Aira, Germán García y Luis Chitarroni, y tuvo un encuentro ―tan
fugaz como inolvidable― con Osvaldo Lamborghini. En su lado B, era
asidua del boliche Cemento y amiga de Javier Martínez de Manal, una banda
totalmente disruptiva, e íntima de Omar Chabán, el controversial productor
musical, sobre quien escribió en sus obras.
En
1993 publicó su primera novela, Fina voluntad, aclamadísima por la
crítica y el ambiente académico. Lo mismo pasó con Una cortesía, de 1998.
Pero en el 2002 las aguas empezaron a bajar turbias después de la publicación
de Los sospechados, un libro inclasificable, con una escritura
desenfadada, que no se apoyaba en los cánones literarios, sino que ―como sus
maestros (o, mejor, “su ajuar reducido”, como le decía Nicolás Rosa), que
fueron Samuel Beckett, F. Scott Fitzgerald, Jack Kerouac, Herman Melville, Lamborghini
y “su dios”, Charles Baudelaire―, venía a cuestionar el statu-quo a
nivel formal, pero también exponía las canalladas del ambiente académico y
literario. Con la publicación de este libro increíble, los aludidos
respondieron con un silencio histérico: desaparecieron las reseñas, los
comentarios críticos y la enterraron prematuramente con el mote de “autora de
culto”, que ella detestaba, porque decía que impedía la lectura. Y así fue.
Hay
que aclarar que Milita Molina renunció a su cargo en la Facultad de Filosofía y
Letras, una institución en la cual la entrada es a precio de sangre y la salida
no existe. Son muy pocos quienes se animaron a cortar ese lazo. Milita Molina
fue una de ellas, y sufrió las consecuencias.
Pero
así nació una de las escritoras más joyescas que ha dado nuestro país.
Luego
vinieron Melodías Argentinas (2008), Mi ciudad perdida (2012), Trilogía
(2021) y, por último, el libro que editamos en España con Miguel Vega Manrique,
fiel amigo de Milita, Destreza del desesperado (2024). Detalle: el libro
entró a imprenta el mismo día que murió su marido, el 29 de mayo. Allí empezó
la debacle.
Pero
Milita Molina quería vivir. Tenía proyectos: escribir sobre 10 objetos
especiales de los muchísimos que había en su casa, continuar corrigiendo su
obra cúlmine, Berretines, y publicar La Puta Gente por Ediciones
Chinatown. En este último caso, el manuscrito estaba corregido en más de un 80%
y pronto a entrar a maquetación. Solo el porvenir dirá si su obra, de las más
valiosas de la literatura contemporánea, conseguirá el lugar que su escritura, potentísima
y distinguida, merece.