Josefina o la transubstanciación - Ana Regina

 

Presentación de Ana Regina - Por M. Ignacio Moyano Palacio

 

Enlazar la producción literaria de autoras mujeres en un listado tipo La nueva narrativa feminista de Tío Pujio o Las mujeres olvidadas de la literatura azteca, es un acto de varoncito con cejas a lo Pantriste: el que hace de cada autora un ellas, las mujeres en un paternal gesto que las aúpa y mete en algún conjunto, más o menos progresista según el caso y con criterios bastante ordenadores, mientras la típica mueca de respeto por la reivindicación de las luchas feministas sobrevuela la carita apenada del señor. Ah, y siempre trata de retirar su nombre del gesto para no quedar como el que les da la palabra a las olvidadas o negadas, aunque lo haga cuando ya es demasiado tarde.

 Bueno. Hay autoras que se arrodillan para ser incluidas en una etiqueta y con esa exigencia ponen el ojo lector donde debe estar. En las conexiones que la escritura sugiere, consciente o inconscientemente.

Ana Regina —la autora Ana Regina, la reina que se arrodilla— se deja enlazar violentamente en una maravillosa tradición literaria que ha sabido carcajear y arrancar las cejas de los Pantriste de turno, de los grupos literarios de moda y de las seriedades de la Gran Literatura. Me refiero al conjunto excesivo y brillante de las mujeres aburridas.

Las mujeres aburridas son el inicio más propio de lo literario. Porque cuando una mujer se aburre, pasan cosas. Josefina o la transubstanciación, una narración de una autora hasta el momento inédita que presentamos en La novela rota, se sitúa en esa trampa sentimental. Enseña que del tedio proviene lo esencial: la imaginación desbocada, el hastío y el espanto. En una palabra, que de ahí nace el sexo que habla. El sexo que también cuenta chistes lubricantes.

El tedio de una narradora dispuesta a ser penetrada por las cosas, a hacerse literatura, abre de entrada el espacio donde se escribe. Desfilan los grandes personajes de la tradición: desde la Josefina kafkiana, la artista amada ambiguamente por su pueblo, hasta la Emma Bovary flaubertiana y la Anna Karenina tolstoiana. Mujeres con hambre de algo más. Y desfilan para ensoñar —ya no enseñar— el lugar donde la autora y el personaje comulgan y se vuelven una, el lugar donde la narradora y sus peripecias se coagulan con la vida, el territorio donde la sangre de la imaginación se mancha sobre el desierto de la realidad. El desierto que en Josefina… es el sur argentino. Un sur bien al sur.

Creo en el mandato matrimonial pero sólo encuentro desierto y aburrimiento. Suspiro por el paraíso perdido, por el calor compartido, por el fervor dialogado, largan unas líneas hacia el final del texto. Desierto y aburrimiento: el hambre imaginario lleva a la protagonista a la lectura y la lectura se vuelca en escritura. Y en la escritura, siempre pasan cosas. Se fantasea con otro hombre, con accidentes, se odia a las otras mujeres, etc. Entonces, cuando una mujer se aburre —y todo en este mundo tiende a producir el tedio femenino—, lee, y cuando lee, su vida se hace una manera más de la Escritura.

La transubstanciación: acompañando en un orden de alternancia al título y nombre de la narradora-protagonista, este sustantivo remite a una tradición cristiana que fundó lo más literario de esa religión. Juan 1,14: y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Carne y palabra se funden porque así es que pasan cosas: cosas divinas.

Ana Regina impone una relación con la letra donde los pecados pertenecen a la divinidad, donde creer en el mandato y violar el mandato son parte de la misma religión. La condena y el castigo son la salvación. Llevar este axioma sublime hasta sus últimas consecuencias hace a la estética Regina.

Una vez vi asistir a la autora en un evento. Usaba unos zapatos turquesas de charol. No llevaba medias. Los bordes del calzado habían tajeado sus talones y los cantos del pie. Se veían las curitas que cuidaban la carne. Y se veían refulgir los zapatos, poderosos y contenciosos. Tuve una revelación: el cuerpo quiere hablar por medio de la sangre, hay que escribir el aburrimiento hasta sacarle una carcajada roja.


***


Josefina o la transubstanciación

Novela

Ana Regina

 

Martes

A veces se coge por amor a la literatura. No me refiero a cogerse a alguien del ambiente de las letras, en ese caso no siempre hay amor aunque tal vez, haya admiración ¿puedo demostrar admiración chupando una pija? Claro, no es lo mismo chupar una pija cuando su dueño está parado, sentado o acostado. Si el otro está parado es casi un gesto de adoración cristiana, una devoción que roza la sumisión. Por eso no a todos los tipos hay que chupársela de rodillas, pertenezcan o no al mundo literario. Pero no hablo de eso. Hablo de coger para hacer literatura. De coger para escribir, para escribirlo. Hablo de la escena, de la mirada. De mi deseo de volcarla en palabras. ¿Qué acompaña a la escena? Aislada es sólo pornográfica, no tiene valor, no tiene historia. Puedo verla, nada más. Ni siquiera me calienta. Pero la veo y tengo que trabajarla, hacer algo con ella. Supongo que por eso me cogí a mi marido hoy.

No es fácil el encuentro de los cuerpos, es una tarea digna de los astronautas del Apolo acoplando el módulo lunar con el módulo de comando, usando el sextante, introduciendo las coordenadas, observando por la mirilla. Aunque no es fácil el encastre, nosotros nos acoplamos bien. O aprendimos a hacerlo. Pero lo  había olvidado. Olvido la geografía de su cuerpo, la olvido por conocerla.

Supongo que el problema es lo que hilvano, si lectura o escritura. A veces busco que la lectura distorsione mi realidad fría, blanca, que modifique este escenario nevado y hostil, monótono. Adicta e insomne, trato de cansarme buscando, escarbando algo que se hunda en mí. Soy Emma Bovary, exiliada en el sur áspero del subdesarrollo argentino. Ella tiene algo que se me escurre entre las manos, la capacidad de pensarse como posibilidad pura o radiante: Emma se atiborra de lecturas, se ve a sí misma como pura potencialidad. Yo trato de no hundirme en la nieve mientras la helada me seca.

¿Hay grupos de autoayuda para bovarystas? Si pensara que soy una lectora adicta me sentiría muy cerca de Emma, lo mío todavía es ensoñamiento, no locura. Emma se evade en la imaginación, insatisfecha con su realidad. Padece su matrimonio y desprecia a su marido. Su vida no es lo que ella leyó, por eso sigue leyendo. Claro que Emma para escapar del tedio consume muebles, ropa, amantes y, al final, veneno. ¿Qué consumo yo? ¿Qué me consume?

 

Cuando vivía y trabajaba en Buenos Aires mi tramo preferido del viaje era el que iba en paralelo con la ruta. Me gustaba ver a los imbéciles que andaban en moto, sin casco y sin preocuparse por el límite de velocidad. Con los ojos bien abiertos fantaseaba con un accidente: la moto que no llega a frenar y se lleva puesto un pozo que hace que el cuerpo salga volando hasta que el cráneo se encuentra con el asfalto y lo tiñe de rojo. La camioneta 4x4 que viene a toda velocidad y no vislumbra el coche compacto salir de la rotonda: el metal achicharrado, los vidrios dispersos, los miembros casi cercenados. A veces el ensoñamiento sucedía cuando caminaba y veía una bicicleta delante de un colectivo. Siempre tuve una buena vista de lejos, la imagen se armaba lentamente. Durante varios metros caminaba deseando que el colectivero no viese al ciclista y lo rompiese. Me excitaba la posibilidad del vuelo involuntario de los cuerpos. Me sigue excitando.

Nunca vi un accidente en presente y sólo unas pocas veces sus efectos. Pero atesoro las imágenes. La carne extendida en el asfalto, se exhibe para mi goce, la sangre oscurece al sol, se espesa, chorrea lenta… Esas imágenes también me provocan, pero son fragmentos, no hay nada que las una, no hay ni siquiera una escena. Son imágenes pornográficas, sin hilvanar. ¿Cómo escribirlas? Son violencia improductiva.

Ahora no sólo fantaseo con contemplar cuerpos ajenos destrozados por la violencia. También mi carne es un lugar donde proyecto esta ensoñación. Fantaseo con apoyar mi cara en la plancha mientras la empleada limpia mi casa. Ella plancha y dobla la ropa, yo me siento a trabajar con mis clientes y me cuestiono a cada rato el porqué pensé que sería divertido trabajar con redes sociales, porqué sentí que este páramo de estatuas vivientes y marcas mediocres podría devolverme algo más que plata. ¿Abandonar la escritura? Cedérsela a otros, no poder tomarla de nuevo.

Hoy mientras armaba una campaña, sentí que estaba rompiendo los diseños cuidadosamente armados de los usuarios, los desvestía mediante tags y fue como mirar directamente a su ansiedad. Un espejo más bello pero igual de deprimente. Por eso tengo ganas de apoyar la cara en la plancha.

“Deseaba que mi auto diseño fuese realmente diferente, que se destaque, por eso apoyé la cara”, Josefina la creativa de la cara quemada. Podría decir que cómo siempre lo que me inspira es la literatura y la moda: derretirme la piel vendría a ser una performance feminista, un grito desesperado de liberación: “obsesionada con las arrugas, decidió plancharse el rostro”. Me libero del mandato de la belleza y la libero también a la empleada del trabajo. El accidente le provoca estrés post traumático. Mi marido y su familia cheta tienen que pasarle a ella y a sus hijas plata hasta que muera. Josefina, la liberadora de la cara quemada, devenida en artista y escritora feminista. Si no puedo ser hermosa… I want to be invisible, decía el personaje de Palahniuk, pero él escribió eso antes de de instagram, de twitter. El sentido ahora está dado por la visibilidad. Recostarme, descansar en la plancha, alisar mis arrugas me daría esa visibilidad.

 

Viernes

Nuestro cuerpo encastrado nos une, pero ¿somos la misma carne? Serlo exige sacrificios. Sacrificio y negociación. Los mandatos matrimoniales. Sacrificamos cosas, cedemos, intercambiamos. Emma Bovary sigue a Charles, lo sigue sin importar el aburrimiento que le provoca, lo chato de sus palabras. Se muda con él, cumple su deber matrimonial pese a su deseo de no estar viva, de estar siempre durmiendo, esperando algo que la saque de la monotonía. No, no es el love that will tear us apart, es la rutina. A veces creo que yo me sacrifico más que él. Mi vida en Buenos Aires, tal vez mi salud mental, todo por el crudo sur argentino, por él. Mi marido me dio aislamiento, nieve a cambio. Siempre pensé que hubiera gozado más si me sacrificaba realmente, que hubiera encontrado algo de placer en la entrega.  El registra mi incomodidad. Me trata con cuidado y un amor que no provoca amenaza. When routine bites hardMe pidió que lo acompañara a una fiesta con gente de su trabajo. Sus intentos por involucrarme son loables. No puedo negarme. A veces creo que sí somos la misma carne.

 

Lunes

Ayer nos costó salir de la cama tan temprano, era una estupidez el horario. Pasamos a buscar a su compañera, Carla, la veterinaria, por Dina Huapi. Él apenas la nombra, cuando la vi entendí por qué. En la intersección de la 40 con la 23 nos esperaba. Le tocó la bocina mientras el riff de Kurt Cobain la invitaba a subir. Del parlante salía la voz triste intentando sonar optimista come as you are, as you were, as I want you to be y pude imaginar su instagram: Carla en la playa con amigas y tragos, as a friend, Carla vestida con su ambo junto a los animales que atendía, as a friend, un par de paisajes perdidos, fotos con hermanos y padres. Probablemente las de su ex habían sido borradas o archivadas. Una vida genérica, as a known enemy. A primera vista me pareció bastante joven pero con la luz en la cara y la cercanía vi patas de gallo, marcas alrededor de la boca, arrugas incipientes en el cuello. Mi marido nos presentó, le preguntó si le molestaba la música, Carla, la veterinaria, negó sonriendo y aproveché para preguntarle si le gustaba la canción. Dijo que no la conocía.  No sé si ingenuo, galante o cortés, él sugirió que tal vez Nirvana fuese anterior a su época. Lo interrumpí y le pregunté si era pos 92. Carla, la veterinaria, era del ‘88, pero no se consideraba a sí misma una persona muy musical. Sonreí y supe que mi marido podía adivinar lo que estaba pensando.

Llegamos a la típica casa de barrio cerrado. Nos recibió una mujer que tenía en sus brazos un bebé gordo vestido con un enterito verde vibrante, en la espalda le salían unos triángulos de tela blanca. Visualicé la búsqueda en pinterest: first birthday boy dinosaur theme. La mujer tenía un rodete rubio, aros que brillaban en el mismo tono que la ropa de su hijo y un buzo blanco con una etiqueta que rezaba mamisaurus. La boca pintada de fucsia se abrió en una sonrisa amplia mientras saludaba a mi marido con confianza. Debían haberse visto en alguno de los asados a los que sistemáticamente me niego a ir. Me llamó la atención el bebé, suave, demasiado tranquilo para un contexto con tanto bullicio. Pensé que tal vez la pobre criatura estaba drogada, pero sus ojos nos seguían atentos. Quizás, sus padres obsesivos, le habían cortado las cuerdas vocales para que no pudiera gritar. Los imaginé combinados con delantales de cirujanos llevando a cabo la carnicería. Su cría quieta, sedada y ellos abriéndole la gargantita para que no moleste. Con cirugía o sin ella, ese niño terminaría por odiar a sus padres.

Enseguida se nos acercó Clara, dueña de casa, abuela del niño mudo. Sobria y fina, no se parecía mucho a su hija, la mamisaurus. Identifiqué a su marido, llevaba una etiqueta que rezaba “Orgulloso abuelo de Vicente!!!”. No sé qué me dio más vergüenza la etiqueta o lo colorado de su cara. Junto a un grupo de hombres adoraban la carne expuesta en la parrilla. La mamisaurus nos dio etiquetas para que escribiéramos nuestros nombres, mi marido anotó con prolijidad su nombre en la etiqueta y se la pegó en el sweater. Yo puse la mía en el lado interno de mi falda, como cuando me copiaba en la secundaria, sentí su reprobación y me alejé.

Noté un golpe en el cuerpo, unos bajos que empezaban a resonar en mi pecho: neutralize every man in sight. ¿Quién ponía Massive Attack en un cumpleaños infantil? Sentí la música en los brazos y la espalda, la boca me empezó a salivar. Sentí el parquet en las plantas de mis pies y el sudor emanando de mis poros, sentí las manos de Nacho en mis piernas. Volví a la realidad y lo vi. Encogido mirando la pantalla de la computadora, buscaba y agregaba canciones a una playlist. No pude pensar en un peor candidato de DJ para una fiesta infantil. No llevaba etiqueta de filiación dinosauria, tenía una bombacha de campo en color verde musgo combinada con unos timberland chocolate, y un sweater azul muy profundo. Era Sebastián, el otro hijo de Clara, el hermano de la mamisaurus. Me acerqué, elogié su elección musical, me dijo que él también era vegano. Me estaba riendo cuando noté la mano de mi marido en mi cintura. Pensé en Anna Karenina hablando descaradamente con Vronsky en el baile, a la vista de todos. En Emma Bovary bailando entusiasmada en el castillo de La Vaubyessard. Seguí tomando vino, jugando con mi pelo y sonriéndole al hombre que acababa de conocer.

 

Después de la fiesta dejamos a Carla, la veterinaria, en Dina Huapi y mi marido me preguntó qué onda Sebastián. Su curiosidad parecía genuina pero había un rastro de celos. Odio ese tipo de preguntas, demasiado amplias, difíciles de evadir. Le dije la verdad: me gustaba la música que estaba pasando. Con mi marido la música nos une y nos separa. No tiene que ver con el gusto musical, somos generacional y socialmente compatibles. Pero nuestra experiencia sensorial es distinta. Para él la música es física. Para mí también es química. Él no lo entiende, porque carece de ese registro corporal. Inhibido de los placeres químicos de las drogas y los cuerpos, incapaz de soltar el control, temeroso, cobarde. Yo disfruto de entregarme a las alteraciones químicas. Tal vez compartimos la misma carne, quizás yo soy el cuerpo, él la mente y lo que nos falta es el espíritu.

La memoria funciona de manera radial, como cuando cae una gota en otra superficie líquida y genera olas. Un mismo estímulo nos lleva a lugares y tiempos distintos. Pero con mi marido tampoco tenemos la misma relación con la memoria. A veces creo que vamos en un auto, pero mientras él mira hacia adelante, yo voy mirando por el retrovisor. Una magdalena y una taza de té, merienda proustiana. La totalidad del mundo en una taza, la vida entera de una persona. En la novela (y en la vida) cualquier molécula es un vehículo que permite recobrar un fragmento del pasado. La memoria involuntaria es disparada por un elemento del orden de lo sensible. Qué onda Sebastián. Odio su pregunta porque no sé cómo responderle. Tal vez tendría que haberle nombrado mi magdalena, quizás debería haberle contado la escena que me invadió en la fiesta, aquella noche en la que Massive Attack sonaba en el living de Nacho: la lámpara tapada con una remera, el gato escondido, no sé si invierno o verano, pero nuestros cuerpos tenían una temperatura alta por la pasti. La música me llevaba a ese living y en mi cuerpo podía sentir su fuerza y mi humedad. Por eso me acerqué a Sebastian,  porque me acordé de mi ex. Mi marido no  puede  entender nada de esto. A él le importa lo que hablé con Sebastián y por qué de todas las personas presentes lo elegí para entablar una conversación. Tal vez debería recordarle a Nacho, hablarle nuevamente de sus manos apretándome, marcándome. De la memoria liberada a partir de rastros de sus mordidas, de los moretones que me dejaba y que yo contemplaba extasiada, de los castigos para superarme. Nombrar al ex suele enmudecer al actual. Eso me daba placer. Hoy, me aburre.

 

Martes

Mi marido no sólo se cree superior intelectual sino también psicológicamente. Su ciencia no puede develar el misterio de la tristeza más que a partir de fallas electroquímicas en el sistema nervioso. Aún así cree que lo que piense la madre puede modificar mi manera de ver al hijo. Como siempre, desconoce mi mirada. Él no ve en las madres seres irresponsables y egoístas, para él tienen la verdad, conocen realmente a sus hijos porque fueron parte de ellas.  Por eso me quiere contar lo que Clara le comentó sobre Sebastián. Un conocimiento dado por el cuerpo, la carne. El amor tiene que ver con el cuerpo. Pero me pregunto si siempre el amor implica conocimiento. Supongo que coincidimos aunque lo expresamos de manera distinta: hay gente que tiene descendencia porque fantasea con tener otra sucursal de ellos mismos. Puedo visualizar las fotos de las familias con sus hijos pequeños y un epígrafe al estilo “Mirada de amor verdadero”. Las personas suelen confundir amor con dependencia. Un bebé y un perro te miran de la misma forma, tienen la certeza de que necesitan de vos para sobrevivir. Supongo que a los padres y a los dueños de los animales les gusta engañarse, le dan sentido a su vida mediante la necesidad que otros seres vivos tienen de ellos. Está bien, no juzgo, no creo que eso sea amor.

Pero Clara no miraba a sus hijos de esa forma. Mi marido puede pensar que la mirada de Clara es la de una madre preocupada y a mí me agota que peque de ingenuo. Clara es una entomóloga. Una madre preocupada no le cuenta a un desconocido que su hijo está inestable porque se suicidó su pareja. A Clara le interesaba ver la reacción de su interlocutor y llevar un registro de su comportamiento. Está aburrida. Tiene una hija frívola, un marido promedio y un hijo inestable. Yo también elegiría entretenerme con Sebastián, parece estar mejor escrito que los otros dos.

¿Qué le habrá pasado a la pareja? Me gustaría saber más. Ver la escena. ¿Se habrá cortado las venas? ¿Habrá tomado pastillas? ¿La cabeza en el horno? ¿El mar o el río? Alejandra, Virginia, Alfonsina o Sylvita. Elige tu propia suicida. ¿Cuál habrá sido el nombre de la pareja? ¿Habrá dejado sus cosas en orden? ¿Le habrá dejado sus contraseñas a alguien? Facebook tiene una forma de tratar con la muerte de sus usuarios y es no nombrarla, hay una parte especial. Como en los Óscar, existe el segmento memorial, una cuenta conmemorativa. Para que tu muerto llegue a ese segmento hay una serie de pasos a seguir entre ellas mandarle a Facebook una foto del certificado de defunción y esperar. Para evitar la burocracia virtual es mejor dejar la contraseña a alguien de confianza que pueda gestionar el gran shut down.

Me hubiese gustado hablar de eso. Me hubiese encantado que Sebastián me contara lo que su madre considera interesante de él. Me hubiese maravillado que decidiera establecer un vínculo tan íntimo conmigo. Cuando yo era sólo yo, era más interesante para los demás, ahora soy en relación a mi matrimonio. Cuando me presenté Sebastían me dijo “vos sos la esposa vegana de un compañero de mi cuñado”. Esas son mis referencias.

Sebastián da un taller contra la obsolescencia programada. Me dijo que pasara por el taller si se me rompía algo. Tal vez hoy prepare hummus con los garbanzos más duros para ver si la minipimer aguanta.

 

 Miércoles

 No quiero pasar mi vida escribiendo para clientes. Dedicarme a escribir infinitos posteos. Ahora somos AD COPY, antes éramos creativos publicitarios. A veces extraño la agencia, por lo menos tenía la excusa para no escribir. Ahora estoy sola, escribo para los clientes que quiero, pero no puedo escribir para mí. Ahora cumplo con las tareas del día, pongo orden y contemplo la posibilidad de escribir. Me paro frente a la hoja o frente a la pantalla y no hay nada. Escribir tiene que ser algo así como un fin en sí mismo. En mi es sólo un deseo. Deseo escribir cuando observo mis libros así como deseo tomarme el jabón líquido cada vez que enciendo el lavarropas.

No vino la empleada y tuve que ordenar y limpiar todo sola, cuando fui a buscar el jabón me pareció hermoso. Azul, brillante, pesado. Lo abrí y lo olí: químico y natural. ¿Cómo hacen para lograr esos aromas? Quise tomarlo, quería saborearlo, me visualicé con espuma en la boca. La volví a ver a Emma Bovary tomando arsénico cuando su vida se fue al tacho por estar demasiado aburrida y pensar que podía dedicar su vida a comprar y coger. A mí ya no me interesa comprar nada… ¿Coger? Anna Karenina y Emma Bovary cogen y mueren. El matrimonio es el lugar para el sexo sin riesgo. Por fuera el sexo conduce al suicidio según la literatura clásica, y al asesinato según los thrillers de finales del siglo XX. En otras historias, si los personajes son decentes y bondadosos, se les permite algún que otro encuentro hasta que uno de los dos decida que la familia está primero y ese gran amor se convierta en fotos de puentecitos para la National Geographic. La pareja de Sebastián ¿se habrá matado por estar aburrida? Antes de conocer a mi marido barajaba la posibilidad de matarme de a poco, acelerar el proceso de derrumbe, of course, all life is a process of breaking down.

No es que me quiera morir, lo pensaba como un proyecto, creía que podía dar cuenta del sinsentido de mi existencia y a través de la escritura y la performance de mi muerte. Me habían enseñado que a la literatura hay que ponerle el cuerpo: desangrarme de a poco a medida que escribía. Pegarme un baño, abrir los poros, aflojar el cuerpo, hundir una hoja bien afilada, disfrutar del contraste y las endorfinas. Un corte y una sesión de escritura. Cuando no me quedase más sangre, la obra tendría que estar terminada. Borges dice que el suicida lega la nada a nadie, yo no quería ser esa suicida. Legaria MI obra junto a la performance de muerte.

En The Hours Richard le dice a Clarissa que está vivo sólo para satisfacerla. Mrs Dalloway le contesta: They stay alive for each other. Palahniuk en Invisible Monsters chicanea: No matter how much you think you love somebody, you’ll step back when the pool of their blood edges up too close. Me imagino la escena, Sebastián abre una puerta y la sangre casi toca sus borcegos, pero ¿qué hace? ¿Se acerca? Retrocede. Me gustaría saber qué hizo en ese momento. Mi marido retrocedería sin dudas. Para empezar siempre camina mirando el piso, o sea que la sangre invadiría su campo visual antes que nada y él saltaría dos pasos atrás para que no manche sus inmaculadas zapatillas. Después me vería. En ese momento la sangre tocaría sus pies, justo cuando yo entrego mi gran obra al mundo y resignifico mi vida.

Hace un tiempo leí a un francés, Levé. Le escribe a un amigo muerto, suicidado: salís de tu casa, en el medio del jardín le decís a tu mujer que te olvidaste algo en la casa, volvés a buscarlo, momentos después se oye un disparo, te metiste una bala en la cabeza. Somos el amigo muerto. Nos, los lectores, somos esa segunda persona. Levé escribe Suicidio, entrega la copia a su editor y diez días después se ahorca.

La idea de mi obra ya ni siquiera es original. Si lo hago me coloco en la larga tradición francófila argentina, más imitación y copia, nada nuevo bajo el sol. Me pregunto si será macabro llevar este libro a la vista cuando visite a Sebastián, ¿cómo reaccionaría al ver el título? Quiero provocarle algo. Mientras el azul brillante del jabón me sigue tentando. Quiero abrir la boca roja, me pintaría los labios para marcar el contraste. Sacaría la lengua y tiraría unas gotas azules, me la pasaría por los labios, me intriga saber si ese encuentro entre el azul del jabón y el rojo del labial logran formar un violeta mortuorio. Abriría la boca. Bien abierta. Y lentamente vertería el contenido azul por mi honda garganta. El cuerpo tirado, con el brillo azul decorando la escena: Josefina y el mandato femenino de la limpieza.

 

Sábado

Fui al taller de obsolescencia programada. Le hablé de su nombre: Sebastián es un nombre de origen griego. Parece que significa reverenciar, honrar. Se lo dije. Necesitaba su reacción. ¿Le gustará que lo reverencien? Lo veo y me dan ganas de arrodillarme.

El garaje de su casa oficia de taller. Quería ver su hábitat. ¿Qué tendría que hacer para conocer algo más que el garage? ¿Cómo le pido a este tipo alto que me agarre fuerte de la garganta y me arrastre a otro lado? Antes los hombres sabían leer eso en mí. Mi marido nunca pudo. Perdí práctica y gané matrimonio. Matrimonio y obsolescencia programada. Cliché y obvio. Productos diseñados para morir en un determinado período de tiempo. La mini pimmer que llevé al taller es la tercera que compro desde que estoy casada, ya sé cual es la pieza que falla y Sebastián me dijo que va a ayudarme a reemplazarla. Están diseñadas para durar aproximadamente dos años y medio, un año más que la mayoría de mis relaciones exceptuando el matrimonio. En el taller Sebastián comentó que hay tres tipos de obsolescencia: obsolescencia de función, lo que pasa cuando sale a la venta un producto más avanzado, con nuevos features, obsolescencia de calidad, cuando el producto se rompe o empieza a presentar fallas, mal funcionamiento y obsolescencia de deseo, cuando sale a la venta un producto más avanzado y por cuestiones de estilos o moda nos vemos tentados a cambiarlo. Para un ecologista funcional la última es descartada, la de calidad es la que quiere contrarrestar el taller y la de función es la única apenas atendible.

La obsolescencia, signo de época. Tecnología, relaciones, sólo la literatura resiste. ¿Resiste? ¿Resiste mi matrimonio o estoy frente a un producto mejor y más avanzado que mi marido? Me sumo a una serie de mujeres fantasiosas y escapistas. Anna lee en el tren, el viaje es la circunstancia ideal para la novela, nos movemos junto a nuestros héroes. Anna se traslada desde la convención y la comodidad de su matrimonio con el orejón y feo Karenin hacia los brazos novedosos y jóvenes de Vronsky. La conocemos a través de los ojos de su futuro amante que ve en ella fuego. Su amiga Kitty también ve ese resplandor, observa una mirada que quema. Anna es consciente de ello, ese fuego se vuelve un fuego infernal-diabólico cuando Vronsky empieza a seducirla. El fuego no puede ser contenido y Anna que sabe de la obsolescencia de su vida familiar y es consecuente con su ardor, quema todo. Anna Karenina y la obsolescencia de calidad.

Sumida en el sopor del campo y su matrimonio Emma también se refugia en la literatura, es una lectora voraz, devora, consume, sueña despierta. Se evade en su libros y su imaginación. Emma Bovary padece su matrimonio, desprecia a su marido de quien considera que no puede aprender nada y cuya conversación  considera trivial: Charles es un hombre que no puede iniciar a la mujer en las energías de la pasión, en los refinamientos y los misterios de la vida. Emma pretende demasiado. La insatisfacción de Madame Bovary es tal que no soporta ni siquiera verlo comer haciendo ruido cuando toma la sopa como un viejo, Emma siente que toda la amargura de la existencia le ha sido servida en su plato, la desesperación es total. Emma Bovary y la obsolescencia de deseo.

Hasta la soledad desesperante del Sur, sigue Josefina a su marido. Creo en el mandato matrimonial pero sólo encuentro desierto y aburrimiento. Suspiro por el paraíso perdido, por el calor compartido, por el fervor dialogado. Encuentro un hombre tan aislado como yo. Su altura me resulta inspiradora, Sebastián: ecologista, vegano. Una versión mejorada. Deseo, calidad, función. Agotado el original es reemplazado por un sucedáneo, que por supuesto también está destinado a ser sustituido. Josefina y la obsolescencia. Mejor aún: Josefina y el inevitable derrumbe.