Malasya - Marmat
Presentación
- Manuel Ignacio Moyano Palacio
Alguna vez le escuché leer unos
relatos. También lo vi fumar, tomar café y acotar chistes. No sé bien dónde estábamos,
pero él se posicionaba en un ángulo chiquitito. Estaba acovachado, diría.
Su voz hacía a su figura entera.
En una pausa dentro de un discurso que no sé quién pronunciaba, me dijo que le
gustaría escribir una novela sobre el viento Zonda. La joda
terminó y nos perdimos.
En mi casa, leyendo algunos de
sus
inéditos y cuando ya había leído
mentalmente toda Malasya. La novela que no existe,
tuve una revelación: su escritura era el viento
Zonda que despeina sus
pagos.
Esa novela, le hubiera querido decir, ya
ha sido escrita. Era la novela de su voz. Recordé que Marmat había dejado los vinos y otras
cosas. El
humor agrio de su escritura quizás retiene todo. Le envié un wasap y se colgó en
responder.
Malasya es una hiperbórea. Se dice que se publicará y yo no sé cómo harán. ¡Malasya
no existe!
Marmat también esculpió Baladas y una Mitología
privada. La inedición (perdonen el neologismo, pero en la ventada marmática es inevitable caer volteado, como mi tío el
Pipo que decía mariarse de oler nomá’ el aliento del amigo el Pepo); digo, la inedición
de Marmat es el signo más
propio de su genialidad vernácula.
Copio dos frases del fragmento
que se lee a continuación, solo para ejemplificar cómo es posible ser un genio
y engarzar una cosa con la otra:
No son las lágrimas las que fundan si aquellas caen como chaparrón
neobarroso, no se sabe, ya nada (o casi nada)
…pero ya le cuento cómo
sigue ese discurso, solo quería descansar aquí, para mostrarle el nivel de devaneo que ese
mequetrefe deja aguaitar en su lenguaraz incitación y amenaza.
***
Malasya - Marmat
Novela. Saga. Inédito. Capítulos 8,
9 y 25.
Total 88 capítulos. Proceso de
escritura 2020-2024
08/ De cuando Personaje Descolocado
toma por asalto el texto del Escribiente y unas monjitas entran en dilema con
sus caniches
Cuando escapó (de su) Personaje y
llegó corriendo a pedirme que lo incluyera para que no lo agarraran sus
perseguidores (por haber recitado un parlamento de otro personaje de otro
texto), no dudé en darle un lugarcito. Me dio pena, un poco de miedo también ¿Por
qué no? Además, la responsabilidad que me la ha cargado a mí: salvarlo. ¿Por
qué decirle que no? ¿Si con él no hemos tenido ni un cruce clarividente que nos
profetice su tragedia?
—Acá en el texto hay un lugarcito
siempre —le dije, para que se calmara.
Personaje Descolocado se calmó
cuando me vio teclear, claro que lo hice, mire vea. Escribí su nombre de
personaje metiche y lo coloqué en la parte superior izquierda, como para no
olvidarme. Personaje Descolocado se fue a dar un baño luego de saber que aquí
tenía un refugio. Que tendrá que lidiar con los demás personajes y, por
supuesto, conmigo, El Escribiente. De aquí en más será así, pecho, si yo soy el
que me pelo el culo en una silla tecleando para la empresa. Pero eso es algo
bueno dentro de la situación en que vivimos. Un personaje que se escapa de un
texto por persecución y encuentra en otro texto un espacio, aunque sea mínimo,
después de todo, es una buena noticia. ¿O no? es un rescate de un perseguido,
un acto de bien, ¿o no?
Tiritaba. No sé si fue porque tenía
fiebre o qué. Personaje Descolocado siempre tiritaba, no es de ahora porque lo
persiguen. O es que siempre lo persiguen y termina tiritando. Bueno, el orden
puede que varíe. Persecución y tiritones.
Así debería llamarse entonces el texto, ahora que se me ha metido un Personaje
Descolocado.
-—A no arrebatarse, Don Descolocado.
Que usted apenas está llegando y por más tiritones no me va a hacer aflojar en
la entrada. Póngase cómodo y espere su turno que ya no lo andan persiguiendo
por ahí. De aquí no tendrá que escapar porque tiene el lugar para realizar lo
que hace todo perseguido: cebar mate. Por ahora. Déjeme seguir al menos unos
tramos que ya veo cómo lo incluyo.
¡Qué
tipo insoportable! Andar por ahí dando lástima, golpeando cada texto para que
le abran a cualquier hora de la noche como un desesperado. ¡Pero por favor! No
pude decirle que no. Y yo, que tenía otras cosas para contar, como lo que les
ha pasado a dos monjitas de aquí a la vuelta. ¡Masí! Mientras este tarambana se
ducha, se los voy a contar. Rezo no me aparezca de golpe como recién.
En fin, quería contarles lo de las
monjitas que andan de a dos, como las arañas, tienen dos perritos cada una. La
monjita I tiene dos blancos igualitos de insoportables y la monjita II también,
pero uno es blanco y el otro negro, igualitos de insoportables también.
—¡¿Qué hace, por ahí, Personaje
Descolocado?! —grito, al verlo pasar sigilosamente hacia la cocina.
—Nada, nada, perdón, perdón, pasaba
a buscar algo para tomar de la heladera. ¿Puedo?
—Sí, puede, y váyase rápido, que
usted está en el espacio superior izquierdo donde le he dicho que ha de
quedarse, hasta que yo lo convoque.
Personaje Descolocado, un miserable,
volvió a su lugar con un vasito de agua. De capa tenía una frazada. Supongo por
los tiritones. Supongo.
Entonces:
Monjita I sube al ascensor con dos
perritos horripilantes que ladran sin parar. Uno se caga y el otro se mea. La
monjita no habla porque las monjas por lo general no hablan. El piso del
ascensor es un asco pero ya faltan pocos pisos para llegar al subsuelo.
—¿A qué piso va, monjita?
—Al quinto subsuelo —respondió.
—¿Son suyos? —señalando los
canichitos, poniendo cara de “qué tiernos”, pero sin decírselo, porque no era
lo que pensaba, al contrario.
—Sí, son míos, son mis acompañantes,
pero ahora no sé qué les ha pasado, que “se han hecho” en el ascensor, siempre
aguantan.
—Pobrecitos… (malditos)
Monjita II, que es igual a Monjita
I, aguarda en el quinto subsuelo con los dos perritos de ella, el negro y el
blanco, moviendo los culitos de aquí para allá, a mil por hora, con esa
histeria típica de esos perros, que no sabés si te van a morder o es mejor, por
las dudas y de entrada, patearles la cabeza.
Cuando llegamos al quinto subsuelo,
las monjitas soltaron a sus bestias y yo me quedé con ellas un rato, porque
cuando salimos del ascensor, el canasto voló hacia arriba. El canasto le digo a
los ascensores. Así los nombro para que nos entendamos con Personaje
Descolocado que acaba de llegar.
Grité:
—¡Al canasto vas a ir a parar por
traidor a los textos y a los mandatos del director del establecimiento de
personajes! ¿Me oís? ¡Personaje Descolocado y la concha de tu hermana! Que las
monjitas se han ido a sus aposentos y yo aquí encerrado en el quinto subsuelo
con cuatro perros. ¿Por qué no venís ahora a golpearme tiritando, la puerta,
pedazo de infeliz?
Me saqué. Entré en ira como un
fagocitador sin tiempo. Debo haber transpirado el sentimiento porque los cuatro
perros iracundos se me vinieron encima y como peluches vivaches se colgaron de
mis piernas y brazos. Así, tuve que subir, cuando volvió el canasto al quinto
subsuelo.
Cuando llegué a mi piso, y entré con
los cuatro perros colgando de mis extremidades, Personaje Descolocado estaba
escribiendo en MI maquinita de escribir. Tiritando, como siempre.
Concentradísimo con lo que estaba haciendo, ni me miró. Me sentí un extraño, un
expulsado, un estafado por las monjas y los perros y por este miserable que ya
ha tomado posesión del texto. Resignado, le pido si puedo entrar. Sin sacar la
vista de su trabajo de escritura, me dijo que me pegara un baño. Que ya se me
iba a pasar, y aguardara en la piecita del fondo. Que me iba a dar un lugarcito
en su texto, que él me entendía más que nadie en este mundo. ¡Ah! Y que no le molestaba que pasara a buscar
agua a la heladera. Encima, el muy cabrón, me pasa su frazada de capa para que
me cubra del frío.
Tremendo hijo de puta ese.
09/ De cuando El Sabio Delirio
profetiza
En las conversaciones elementales,
que no fueron publicadas, el Sabio Delirio, vestido de reina egipcia, con los
labios pintados de arena y sus ojos delineados con kejel, dijo:
25/ Compadrito y chantita
Cierta vez, cuando el empolvamiento
se hizo moneda corriente por el zonda y, de ahí en más, hecatombe mental para
las cabezas de la feligresía de caballerizas, mientras El Celebrante Retirado
permanecía postrado en la cama con fiebre alta y tiritones y los ataques de
Personaje Descolocado lo internaban nuevamente por orden del Súper Siervo de
Las Condolencias, en una calle del sur, nocturna en sus sombras permanentes,
iban pateando tachitos Compadrito y Chantita. Los dos mequetrefes vivían juntos
en una pensión cerca de la terminal de ómnibus y a las cinco de la mañana les
sonó el chinchín, se levantaron como se levantan los voluntarios de tragedias
no evitables pero con el ímpetu de lo evitable, si no, pa’ que se levantarían,
¿no?
Compadrito venía de unas jornadas de
máxima energía en los altos del Pie del Monte de los Arqueros que, dicho sea de
paso, húbose incendiado por completo por la colilla de un cigarrillo mal
apagado, mientras subían carros y carros de bomberos como si se tratase de un
desfile fúnebre, dos mil cuatrocientos precisamente, según los datos del
Ministerio del Fuego (una calamidad, debo decir, vivieron esos manglares del
desierto) más La Tropa de los Acuáticos, escuadrón especial entrenado en diques
y lagos para el rescate de cofres de oro, acuamanes invisibles al estado
público por pertenecer a una división de tropas especiales según rubro: agua,
montaña, fuego, cielo.
En fin… fue un verdadero caos ese
incendio del que Compadrito fue parte, al menos en los tiritones de compañía
sosteniendo la mirada en las largas lenguas que tapaban al sol y derretían la
flora del Arco de las Desesperaciones Abísmicas. Mire vea, se trataba de un
lugar imaginario al que todos podían llegar y sacarse fotos en la punta, aunque
en las fotos no saliera el fondo, por lo que dije, imaginario land, súper land
de gamuza para el refriegue de zapatos negros, para que brillen por imantación
en la oscuridad torva de la zona.
De la turbación y ensimismamiento
propio de los que van a hacer algo de golpe y porrazo, Chantita saltó del atril
y al grito de Arroz arroz, atroz arroz,
arroz atroz salió corriendo hacia unos de los túneles donde se encontraba
El Refugio de las Computadoras, un gran salón oval con el piso de parquet
brillante y luces de vela alrededor, con un piano de cola en el centro. Arriba
del piano, La Máquina para Escribir Discursos. Chantita bajó la palanca para
apagar los mares y silenciar el momento. El poder, claro está, era de la
palanca y no de Chantita intruso que se metió al oval sin pedir permiso ni dar
aviso.
Mientras esperaban la vuelta de
Chantita como a un Martín Fierro domado por el Sargento Cruz, el mequetrefe
cerril intentó escribir su discurso con mayor desarrollo, sobre todo para
leerlo porque en el embale del impulso al arrancarlo se olvidó lo que tenía que
decir, se quedó pensando en que esa noche tenía una reunión familiar, un
cumpleaños o algo así, y se acordó que no tenía regalo, y demás. Cuestión que
dejó el discurso y se puso a escribir para no pensar más en el regalo. A
escribir el discurso… claro.
Lo cierto es que Personaje
Descolocado no sabía usarla, no sabía escribir en La Máquina para Escribir
Discursos. Ya te dije que no te metas con
la máquina, manijita, la podés cagar para siempre, retumbaba la voz de
vigilancia del Celebrante Retirado, activada sincrónicamente en unos
parlantitos de cámara para cuando el desesperado Personaje Descolocado osara
tocarla, o abrirla tan siquiera. Todo calculado tenía el cansadísimo
Celebrante.
El hongo empezó no solo a tomar
forma y tamaño sino que además largaba un olor hediondo, a cable quemado, a
pre-incendio preterintencional en grado de ignorancia 7, que es muchísimo
porque del 1 al 10, el 7, es casi situación de alerta negra, razón por la cual
debieron llamar a dos bomberos del palo, unos amigos del Celebrante, que no son
bomberos pero hacen lo que el Celebrante les pide.