Atrevimiento y temblor en Fernanda Laguna - Julieta Novelli

 

En el 2005 Fernanda Laguna escribe una breve autobiografía para el proyecto Bola de Nieve en la que es posible leer la invención de un relato sobre sus comienzos como poeta, junto con la definición de rasgos y atributos que luego persistirán en su obra: el trabajo colectivo, el valor del error y de lo mal hecho, el hacer como prueba y devenir, la invención artística como espacio abierto al azar y al asombro, y el poder desestabilizador del arte sobre sus emociones. Todos estos rasgos serán retomados no solo en sus poemas sino en sus entrevistas, textos curatoriales y cartas. Convendría, sin embargo, recuperar directamente el modo en que Laguna cuenta el momento en el que “se hace” poeta:

 

En ese tiempo terminé por hacer cuadros escritos y divirtiéndome les puse de nombre poesías. Me parecía atrevido ponerle de nombre poesías a cuadros. Después de varios años me hicieron dar cuenta que en realidad eran poesías y me hice poeta. En ese momento fui las dos cosas y comencé a escribir los cuadros porque había cosas que no podía pintar y me gustaba ser muy directa. declaraciones [sic] de amor, pedidos específicos. (2005)

 

Si cada escritor, siguiendo a Aira, es un mito y su mito personal no es sino un relato de origen, podría apuntarse que en este pasaje Laguna inventa un momento de iniciación, de entrada a la literatura, en tanto que cuenta la primera vez que llega a ser escritora, cuando se reconoce poeta a partir de la mirada de otros –“me hicieron dar cuenta” dice–, y justamente desde la legitimación y el reconocimiento ajenos es que vuelve sobre lo ya hecho para redefinirlo bajo el nombre de poesía, en un gesto que imita la firma de los ready-mades. Como si la vocación poética llegara azarosamente a su vida o, aún mejor, hubiese surgido después del momento en el que se comenzó a escribir. De modo que esta escena despliega una serie de cuestiones fundamentales en la configuración de su performance. Una entrega al hacer sin saber, una práctica que comienza con un atrevimiento –“me parecía atrevido ponerle de nombre poesías”– y avanza en la apuesta por lo indefinido; en todo caso, primero se dispone el juego abierto al azar para, en un segundo momento, junto con otros, darle nombre a esa práctica: “en realidad eran poesías”.

A la luz de esta escena inaugural se resignifica el título –Poesías– de su primera plaqueta de 1995, nombre que se prolongará tres años después con un nuevo matiz –“Poesías para Mí”– en la selección de poemas publicada en Diario de poesía. Conforme el “para Mí” se empeña en suspender el saber hacer bien, más precisamente, el saber escribir bien de acuerdo con las ideas legitimadas de la poesía, el término “poesías” delata la necesidad insoslayable de presentar sus primeros escritos en un marco que justifique su inscripción dentro del género. En relación con esto, Laguna afirma en una entrevista: “le puse ese título como para decir «estas son poesías»”. Aunque el “para mí” también remite a un ejercicio de auto-ayuda, especialmente por los versos que, resaltados a modo de subtítulo, presentaron otra selección de su poesía publicada en la revista nunca nunca quisiera irme a casa unos meses antes de aquella del Diario: “Poesías para Mí. Que me calman y me alegran”.

La escena del origen dispone, a su vez, otras dimensiones sugerentes para estudiar su performance del yo como son las apuestas por lo heterogéneo y por la inmediatez: “en ese momento fui las dos cosas”. El sentido inaugural está marcado por la apresurada adopción de la ocurrencia y por la indeterminación que traza, entre su obra visual y su escritura poética, un vaivén continuo signado por la falta de premeditación. En otras palabras, parece que estos cruces, antes que ser programáticos, le sucedieran sorpresivamente a su performance y a su obra. Así como de la oscilación de su performance se alimentará su escritura, sus poemas y pinturas sustentarán su performance, en un ir y venir constante que invoca su movimiento. Este desplazamiento que ejerce Laguna en relación a una posición fija (ante las ideas de calidad literaria, de la figura de poeta, de artista visual, de obra) se performa, entonces, tanto en la presentación declaratoria de sí como en su escritura, en su producción visual y en sus formas de hacer libros y espacios.

Antes de abandonar la escena mítica, es preciso reparar en una de sus tantas reescrituras, cuando en el encuentro del 2019 en la Universidad de Buenos Aires al que fue invitada para conversar sobre su obra y su visión de arte, Laguna narra sus comienzos con algunas variaciones. Este gesto es un indicio ineludible de la conciencia de Laguna de estar haciendo un yo en la medida en que, si bien las variaciones no dejan de subrayar el movimiento inquietante de sus formas de hacer, develan una atenta reflexión sobre lo que, antes que proyecto, podría llamarse su “camino de la performance”.

 

Yo había ido a la Pueyrredón a estudiar Bellas Artes pero no tenía ningún tipo de aprendizaje. Lo primero que leí fueron los poemas de mis amigas. Eso fue todo. Yo escribía pero no pensaba que eso fuera poesía, para mí ni siquiera había un mundo de la poesía, estaba afuera de eso. Tenía poemas como ese de la hormiguita pero para mí no eran poemas, les puse «poesía» como un chiste. Pensaba que eran cuadritos, no sé, algo así y terminaron siendo poemas… En el 95 armé 10 libritos de poemas y se los repartí a diez personas. Uno se lo di a Pablo Pérez y otro a Arturo Carrera que era amigo de él. Después Carrera llevó esos poemas a un taller donde iban Cecilia Pavón y Gabriela Bejerman. Ellas pensaban que yo era alguien falso, que era un personaje de Carrera; recién cuando las conocí a ellas me di cuenta que existía un mundo de la poesía. Y ahí dije: «yo quiero escribir también». (Baigorria y Díaz: s/n, la cursiva es nuestra)

 

La persistencia en la falta de saber y el reconocimiento tardío de la propia escritura como poesía reaparecen con agregados. Uno de ellos es el énfasis en el carácter impropio de su escritura: “no eran poemas”, “estaba afuera de eso”. Por otro lado, irrumpe la potencia creativa de la imitación, recurrente en Laguna, como se vislumbra al final de la cita cuando, a partir de lo que ve que hacen sus amigas, resuelve: “yo quiero escribir también”. Es sumamente elocuente, a su vez, la atribución de chiste –“les puse «poesía» como un chiste”– que le otorga a sus primeros poemas. Esta noción, cuya potencia anida en volver risible los valores dados sobre la poesía, será relevante para su performance y su poética en la medida en que comprende el atrevimiento y la sorpresa de lo inesperado, al mismo tiempo que subraya su especial interés en las vanguardias. En uno de sus textos curatoriales dirá, a propósito de Duchamp y de John Cage: “el contexto y la firma que la convierte en «arte» [a la cosa o al objeto] era el chiste” (2019:16). Laguna retoma en sus textos lo que Cage le hace a la figura de compositor y Duchamp a la de artista plástico, con el objetivo de repetirlo en sus prácticas a través de la provocación y la sospecha sobre el estatuto del arte. En la escena que reescribe sus comienzos y en el texto en el que se refiere a Cage, la firma y la obra son para Laguna nada menos que una broma en la que se engendra el secreto del arte y de la poesía: “el humor es una de las mejores maneras de guardar secretos porque nadie lo toma en serio”, afirma (2019:16). En esta línea, es posible analizar una intervención de Alejandro Rubio sobre Laguna, de quien comenta “una boluda total con un secreto que nadie descifraba”. El secreto al que se refiere Rubio convoca la obcecación y el desplazamiento, pues la imbricación de este movimiento imposibilita el “desciframiento” de su arte. Es que la fuerza del hacer de Laguna converge, precisamente, en su, para decirlo con ella, deseñalamiento constante, siempre corrido, imposible de inmovilizar.

En la versión de origen del 2019, la preeminencia que cobra el tinte humorístico (antes percibido en términos de “diversión”) juega con el riesgo de no ser tomada en serio. Dicho posicionamiento explicaría, como se dijo, la elección doblemente motivada del término “poesías” en tanto atrevimiento, en la medida en que se afirma, y en tanto temblor, en la medida en que necesita del contexto. Si el atrevimiento del chiste radica en su capacidad de operar desbaratando la realidad, en la performance de Laguna irrumpe como un modo de desestabilizar lo dado renunciando a la razón aunque en una zona temblorosa siempre próxima al temor.

La risa nombra, en efecto, una de sus estrategias para seguir haciendo dado que, como señalan Laguna y Palmeiro, sacude “el cuerpo de la norma conectando lo sutil con lo grotesco, lo sublime y lo carnal” (76). Para ellas, el humor es parte de la lengua de las locas en la medida en que “permite traficar ideas mientras la gente se ríe y piensa que es una pavada” (76). De modo que puede advertirse que, ante las ideas fijas, la performance adopta la estrategia del humor como una pequeña trampa que solapa el atrevimiento y el temblor: “como quien mete un caballo de Troya, medio en joda medio en serio, y va instalando ideas radicales en medios adversos, allanando el terreno” (76). La metáfora del caballo de Troya es una de las figuras que también emplea Barthes como gesto para evadir los fascismos del lenguaje. Dicha ofrenda, según Barthes, alude a la figura de un engaño que sugiere el fin del combate para, desde el interior, seguir batallando sin someterse a su juego. En lugar de la confrontación directa mediante la fuerza destructiva y violenta, la ofrenda permite ingresar a partir de la trampa que habilita la abolición del sentido fijo desde el interior del lenguaje. El humor sería, entonces, como el caballo de Troya, otro modo a través del cual Laguna evita el enfrentamiento inmediato ligado a la arrogancia y a la hostilidad. Así, frente a un “ellos” identificado con la poesía seria, Laguna recorta un espacio para el “nosotros” que la incluye sin necesidad de apelar a la confrontación. Hace un yo que se desdobla al momento de mostrarse consciente del lugar que se le ha dado dentro del campo artístico y parodia esos valores al constituirse en el poema:

 

Me da risa sentir respeto por mi poesía.

No sé cómo dejé de escribir por tanto tiempo

escribirla es desacralizarla.

Tal vez me tomé muy en serio

ser poeta

y por eso dejé de escribir.

¡Qué horror!

[...]

Me acuerdo cuando se reían de mis poemas en los 90/ 2000

por no decir que los odiaban.

Voy a apretar el enter final

hacia la comunicación

por el presente.

Porque no quiero que esto

se trate ni del bien ni de lo bueno.

(2018: 79-80)

 

El riesgo de no ser tomada en serio se vuelve evidente cuando el yo poético señala que otros se reían como respuesta reactiva de su escritura –“por no decir que nos odiaban”–. No obstante, la forma de hacer el yo que el poema abona, como muchas intervenciones declaratorias de Laguna, es la de un yo que ante la burla y el odio propone una risa desjerarquizante. El yo se iguala con esos otros mediante la acción de reírse –“me da risa”/“se reían”– y en ese gesto visibiliza la estupidez de la arrogancia que se pretende exterior, al tiempo que denuncia la trampa de las lecturas confiadas en perseguir, valores de calidad mediante, la solemnidad poética. Escribir de esta forma particular implica un movimiento corrido de la idea de poesía “bien hecha” y, a su vez, de la idea de “ser poeta”. Este yo sigue escribiendo “sin sentir respeto”, mientras que avanza con el enter como una vía de desacralización y lo hace, según explica en los versos finales, “por el presente”. ¿Qué presente? El de la poesía y la literatura condensadas en el “esto”: “no quiero que esto/ se trate ni del bien ni de lo bueno”, es decir, su forma de hacer “esto” busca instalar una concepción poética alejada de los valores de calidad. “NO ME IMPORTA QUE MIS POEMAS SEAN MALOS”, se leía en la revista Ceci y Fer.

Para Laguna ser poeta significa escribir poesía de la misma forma en que ser artista visual significa hacer obras, ejercicios que cualquiera puede realizar. Sucede que la forma de hacer un yo de Laguna, en tanto un yo que escribe poesía, propone un nuevo reparto en el que su sensibilidad prescinde de la legitimidad externa o, mejor, en el que esa legitimidad recae en su grupo de amigos. Ante las acusaciones de frivolidad, de hecho, sus yoes no buscan demostrar inteligencia, sino que responden redoblando la apuesta de la tontería o traspasando con “máxima lucidez”, como señala Silvio Mattoni, “la pose de la inteligencia [...] se convierte en pura ingenuidad”. De modo que los lugares en los que aparece su yo poético tensado con la imagen de escritora y su individuo real replican inéditamente, sin defenderse, la estupidez.

La variación de la escena mítica interesa, por último, dado que hace ingresar a los amigos poetas –los “otros” se transforman en Cecilia y Gabriela– cuya presencia se exhibe como determinante para el momento de escritura; cuestión que se manifestaba en el hacer colectivo de Belleza y Felicidad, por ejemplo, o también en la conversación entre amigos que se articula en sus textos literarios. A la vez, con este gesto presenta a sus mentores: el mundo de la poesía cobra existencia en los contemporáneos, especialmente, a partir del encuentro con los afectos quienes generan el deseo primigenio, siempre a destiempo porque ya se escribió y hasta se publicó, de querer escribir. Mientras que se devela el atrevimiento en la decisión de entregarle su autoedición a dos figuras influyentes de aquellos años como Arturo Carrera y Pablo Pérez.

 En este punto, es interesante contrastar el modo en el que, un año antes de su autoedición de Poesías, Laguna había llegado a ser parte del Centro Cultural Rojas. Más que por los afectos, alcanzó su primera exposición a través de una vía institucionalizada como la presentación de una carpeta a Jorge Gumier Maier, quien fue el curador del Centro Cultural Rojas entre 1989 y 1996, y quien inmediatamente le concedió su primera muestra. De esta escena, hay dos rasgos que prevalecen, además de las afinidades afectivas que sobrevienen entre el Rojas y Laguna. El primero es la suspicacia que genera, así como había ocurrido con Pavón y Bejerman al pensar que Poesías lo había escrito Carrera; Gumier Maier describe el efecto que le embargó cuando recibió la carpeta: “Sería tal vez una de mis compañeras adultas de la Academia Asplanato, ¿hoy vieja gagá?”. Y, el segundo, es el modo inmediato en el que ingresa dentro de un grupo de artistas que ya eran, y continuarán siendo, centrales para pensar los noventa y los 2000 como son los llamados artistas del Rojas. Así, la forma de hacerse artista del Rojas coincide con los movimientos que empujan su forma de hacerse escritora. Si en esta última su yo se desmarca de la idea de poeta y, sus textos, de la noción de poesía, su hacerse artista del Rojas reproduce las dos instancias de este mismo movimiento en relación con la noción de artista y, también, con la de vieja gagá; como si siempre se tratara de aparecer donde no se la espera mediante un atrevimiento original que no deja de mostrarse en retirada.


 


Bibliografía

Laguna, F. (1995). Poesías. Buenos Aires: Autoedición.

____. (1998a). “Poesías”, en nunca nunca quisiera irme a casa, 2-3, pp.15-18.

____. (1998b). “Poesías para mí”, en Diario de poesía, 47, p. 14.

____.(2005). Fernanda Laguna. Disponible en: http://www.boladenieve.org.ar/artista/26/laguna-fernanda

____. (2018). Los grandes proyectos. Buenos Aires: Página 12.

____. (2019). Espectacular. Cartas y textos de arte. [Libro]. Rosario: Iván Rosado.

____.y Palmeiro, C. (2023). Mareadas en la marea. Diario íntimo y alocado de una revolución feminista. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Baigorria, M. y Díaz, J. (2019). “Contra el mito de la inspiración”, en El flasherito diario. Disponible en: http://flasherito.com.ar/contra-la-inspiracion/