A flote - Manuel Estellés

 

 

Desde que me propusieron leer la primera novela de Katherina Frangi para su presentación hasta que me mandaron el texto, pasaron unos días. Esta lectura se empezó a escribir ahí. Después (que sí importa el después) la novela pasó por arriba de ese comienzo en vacío. Era lo lógico. Pero algo fantasma se quedó.

Cuando tuve Memoria de las especies en mis manos, ese fantasma me enseñó a acomodar los pedazos. Katherina Frangi nos trae un rescate. Nos debería dar miedo mirarlo pero nos da ganas. Al empezar, estuve tentado de escribir que nos metía en un post apocalipsis medio juguetón. Pero lo borré, no lo escribí, finalmente. Porque decir una cosa así sería ser conclusivo en un lugar donde solo cabe asomarse, meter la cabeza y preguntarse: ¿a ver?

Leí: “Venecianamente, se explica solo.” Y también: “El talento apareció por la práctica. Si no buscaba formas, las hacía aparecer con el alambre.”

Siempre es lo mismo pero no se repite. O al revés: siempre lo repito, pero no es igual. La fuerza de una escritura. La escritura que nunca se sabe lo que puede. Empecé una novela, leí treinta páginas: se largó a llover. Después de semanas. Era extraño, pero podía pasar. Leí un poco más. Me fui a bañar. Se tapó el coso y empezó a subir el agua. Arranqué la segunda parte. Frené para hacerme un café. Bajé. Había un pájaro tirado en el piso del patio. Yo no había visto qué pasó. Otra voz me interrumpió para narrarme: se la dio con la ventana y cayó fulminado. Levanté el cuerpo del bicho. Pensé: lo coso. Después lo tiré. Mi lectura avanzaba mientras yo estaba distraído con estas cosas.

Leí: “Nos quedó esa sensación de caer para arriba, de alejarnos…” Y también: “Imagínese no tener privacidad. Es peor que morir, me parece.”

Cuando yo era joven, y mi tierra se hundía, escuchaba Peligrosos gorriones. Lo que más me atraía en ese tiempo era que no entendía del todo las letras. Ni siquiera era que no hacía falta entenderlas sino que cierta incomprensión las dejaba más abiertas. Y a mí me permitía estar más atento a su sonido. La lectura de Memoria de las especies le dio play a la canción Baila valses.

Escuché: “Me desprendo del cuerpo que baila// veo todo el circo que hay, que cambia.// Cumple conmigo, te pido que te mueras dentro mío.” Leí: “Es inútil, se camina lento cuando no se entiende.”

Pero me olvidaba: hay gente que hace lecturas eruditas. No lo digo despectivamente. Son lecturas que brotan de saberes, que ponen saberes en contacto. Yo escribí esta, que pretende ser una improvisación preparada de antemano, parafraseando a Macedonio Fernández en sus brindis. Lo único que intenta es transmitir un entusiasmo con una escritura. Una escritura, la de Frangi, que pasa no solamente por el cuerpo: pasa por la tierra, por el agua. Y empieza a subir. Espero que tengan botas de goma. O que se pongan los pantalones dentro de las medias. O que anden con una góndola inflable en la mochila.

Leí: “Uno es más adentro que afuera.” Y también: “…devuélvanme a mi ciudad, me inundo gustoso.” Y escuché: “Baila valses sobre la terraza// baja, que te quiero ver descalza// jugo de cuchillas oxidadas, días, misas, nuestra casa.“

Como les iba contando: era una lectura que no me dejaba leer en paz. Me hacía abrir el WhatsApp y hacer una notita. Y otra. Me decía: pará, no sigas leyendo, lo que pasa importa menos que lo que estás sintiendo ahora. Yo dudaba, porque tenía mucha razón en eso. Pero no podía dejar de leer.

Además yo lo cuento mejor que vos, me decía la lectura. Me peleaba para seguir contando. Me quería hundir. Me cantaba canciones: allá en tu cancha te salvaron tus amigos// la policía de Meliquina y Capital// pero cuidate lector hijo de… Le dije: me estás cantando una canción de cancha. Me dijo: leé ahí. ¿No ves que dice “EL BOSQUE” y dice: “Uno hablaba y los otros pedían el vino”?

Leí: “Cualquiera que no los conoce se los confunde y creo que ese es nuestro gran logro.” Y escuché: “Toma todo el aire que hay en mi panza// llora toda el agua sobre balsas.// Cumple conmigo, te pido que te mueras dentro mío.”

Hasta que la lectura me dijo: no sigas que se va a terminar el libro. Y ahí la corté. Le dije: te equivocás. Lo único que no va a pasar es que se termine. Porque lo más importante de esta escritura es que de ahí sale más escritura. En Memoria de las especies no hay corte, no te frena un capítulo, no te frena un punto, ni siquiera el último.

Leí: “Debe haber un límite en la obsesión por los mapas.” Y también: “Está escrito en una lengua que no entiendo, dijo, quizás es la misma tuya.”

La escritura de Katherina Frangi muta y vuela, muta y anda, muta y nada, muta y todo. Solo hay que seguirla.