Texto leído por una infiltrada en una reunión herética - Katherina Frangi

 

Soy una invitada. Alien le dicen acá, o eilien. Por Polleri, claro, quizás por lo que le dije a Luppino una vez en la terraza de El Espacio. Lo sigo diciendo: Polleri me cambió la vida, tiene razón. Pero me adelanto, paciencia.

Es un juego leerlo, imaginar la escritura in medias res. Un delirio. ¿Se acordará de que lo mencioné en mi aplicación al doctorado? La literatura delirante del cono sur, dije, y compraron. ¿Cómo no?

Hay un libro acá, La alegría de las mujeres, que no es Gran ensayo sobre Baudelaire. Es Hum, no Hem, además. Lo encontré en la FED y lo compré sin pensarlo. Una chica me hablaba de sus libros y me decía ta. El ta, ese ta, el ta ta ta ta que es la gotita que cae en la frente, que despierta, que tortura, que ta ta ta. Era Polleri, al final, el delirio de Polleri. Ta.

Lo leo, recuerdo el anterior, el hermanito mayor que fue mi inicio en este mundo raro. Lo leo y voy marcando, se marca la genialidad, la audacia. "Lo que hago es darles mi amor y, claro que sí, mi violencia y mi locura", dice. “¡Es Polleri, lo sabe!”, escribo al lado.

Polleri escribe porque perdió la cabeza, o nosotros lo leemos por lo mismo. El idiota también escribe, en realidad es lo que hace: escribe. Los idiotas escriben, quizás. Y los idiotas también leemos y nos fascinamos.

Hoy llevé el libro a hacer un tramite, lo saqué de paseo y no lo leí en ningún momento porque yo también puedo ser muy idiota. Hasta que vi a un amigo y lo desfilé en medio de la cola, en medio de los otros inmigrantes: tenés que leer a este tipo. Él miró el libro y anotó en su celular. "¿Con dos eles?" "Sí, Polleri con dos eles, es un genio".

Es distinto, digo, la lógica es distinta. La sucesión naturalísima de reflexiones inconexas (para el que no lo ve, claro). La arpiología, por ejemplo, ¿entendés? No entiendo, y por eso entiendo, me dice mi amigo. Él vio por adelantado, es digno de Polleri.

Morirse por no parar de fornicar con una arpía. Ay del sueño del pibe. Esa lógica, ¿entendés? Sí, me dice mi amigo, entiendo. Le leo las partes que subrayé, él se ríe. ¿Vos escribís así?, me pregunta. No, nadie escribe así. Los locos escriben así. Wey, que chido, me dice porque es mexicano. Sí, re piola, le contesto.

¿De qué se trata?, me pregunta. Ay, de un asesino serial, de cazar arpías, de marcianos, también. Algo así, como un Sherlock y Star Trek delirado, ¿no? Qué se yo, le digo, ponele que sí, ponele que nada que ver. Qué gracioso es hablar de Polleri de este lado, del lado sin cabeza. Ay de la cabeza, del que quiera tenerla. El que quiere explicar (o entender) está perdido, dijo Luppino, pero el que quiere tener cabeza, también. Son sinónimos, en realidad, le digo, ¿entendés? No. Entonces no estás perdido.

Resumamos, entonces, abreviemos: dichosos aquellos sin cabeza, nosotros, los marcianos, los idiotas. Dichosos (¡y qué dichosos!) los que vemos.

 

New Haven, septiembre de 2022