Una gran salud - Rafael Arce

 

Ser o no ser, Hombre o gentilicio. Serbia o no Serbia (Club Hem, 2021).

 

El exotismo lamborghiniano de Ariel Luppino es una superficie amartillada en la que el humor es intercambiable por el horror y viceversa, en una frivolidad económica que suspende los valores y en consecuencia el juego de mercado, volviendo cualquier cosa reemplazable por otra, fórmula de la superficialidad del exotista.

 

O el humor es la coartada del lector para digerir lo indigerible, la inversión abusiva para redimir lo que no quiere ser ni si quiera justificado. O el horror es la sustancia con la que el lector intenta desentrañar una profundidad que el relato nunca cesa de repeler.

 

O también: la gran llanura serbia de Luppino no acoge ninguna causa, por lo demás siempre “justa”, aunque podría conjeturarse que la causa justa es la que deriva de la consecuencia (y no al revés). Su Tokuro serbio solo puede contar historias de guerra y no pelear ninguna, historias que son cuentos, anécdotas, intrigas, chistes, pretextos. La guerra es casi siempre la mejor historia y a veces la única. Hijo fue a la guerra de Malvinas, aburrida, que ni siquiera pudo decirse que empezó, incomparable con gran tradición guerrera yugoeslava.

 

El serbio argentino las cuenta mal, pero lo malo es un don, el del derroche de consecuencias a un mínimo de causas (a la sazón, una sola). El argentino del serbio es la única “causa” del relato, con su plétora de anécdotas de guerra y de vidas infames, obscenas, groseras. Luppino escribe mal en el sentido airiano de la palabra. Pero lo malo es aquí lo bajo, lo material, lo escatológico y lo que no funciona, lo que se descompone, lo que hace agua. Los fluidos.

 

El sexo también es una buena historia, con la ventaja de no ser ninguna. La guerra y el sexo en vez de la guerra o el amor. Su pequeña guerra inútil (la del serbio-argentino). Inútil, como toda guerra (no por moral, sino por economía general: inútil por improductiva). Entonces, más bien, ni tan siquiera una ética (como en Pablo Farrés) sino apenas una fisiología.

 

Un tejemaneje mental y carnal, un abuso psicológico y uno físico, pero pura fisiología sin filosofía, una paja mental y un cerebro libidinal. Una vida no precaria sino deyectiva, no humana sino serbia (o argentina o croata), una particularidad de secreciones y de excrementos, sin espíritu nacional. La mirada exótica del serbio hace del argentino un pajero. Ese es su saber etnológico.

 

Serbio, como Argentino, son alegóricos: como Abuelo, Gordita, Maridito, Médico, Rumano, Hijo. Alegorías: ideas encarnadas, pero sin espíritu y en cuerpos protésicos. Autómatas, muñecos, robots, dobles en miniatura, ortopedias, ortesis: alucinaciones concretas, materiales, pesadillas de vigilia, infiernos artificiales, organismos mecánicos. Un expresionismo minimalista. Cuerpos artificiados por la enfermedad y por la cura, la decadencia y la droga, la muerte y la decrepitud. Una farmacopea, una famarcopolítica. Las alegorías son idiotas, débiles mentales, taradas, deformes, desmembradas.

 

Un personaje faulkneariano sin épica, argentinizado, un negro yugoslavo. No mezcla sino contaminaciones virósicas, bacteriológicas, fungicidas. Una gripa, como dice Serbio, una gripe en inclusivo y un chiste machista. “La enfermedad hace genios” dice Abuelo Lobinowicz. Una enfermedad farresiano-nietzscheana: una gran salud.

 

“Se respira cuando hay guerra” (O. Lamborghini). En la novela de Luppino las infecciones son respiratorias, el gran tema de agenda se trasmuta en enfermedad romántica, literaria (abuelo Lobinowicz lee a Poe), Belgrado se vuelve montaña mágica (sin magia, o con meros trucos: las muñecas, los artificios, las ficciones de Abuelo) o espantosa Salzburgo (si la enfermedad hace genios, cómo no pensar en Mozart o en Bernhard).

 

¡Serbia Serbia! ¡Albania Albania! ¡Alemania Alemania!

 

Los estereotipos argentinos se vuelven serbios o croatas por puro recorte y reubicación. El exotismo de Luppino no es inventivo, sino duchampiano. El pasado del serbio-argentino también es intercambiable. Los pasajes entre heterogéneos se hacen con elementos comunes, como el fútbol (Mundial del 90, Yugoslavia pierde por penales contra Argentina, Suker la rompe en el 98, Kusturica hizo un documental sobre Maradona), lo que “verosimiliza” el montaje de fetiches nacionalistas y sigue remitiendo a La causa justa, incluso en lo que ésta tiene de destilación de Gombrowicz, porque el policía que detiene el partido de fútbol (hay pandemia y están prohibidos los deportes) llama al protagonista “polaco de mierda”.

 

Lobinowicz mezcla al Lobo Luppino con Gombrowicz.