Amplificación, condensación, fragmentación (o Los panameños tienen algo de chino) - Bruno Grossi
Uno
pensaría que al ser el libro más extenso de una obra siempre asociada a la
brevedad (las famosas novelitas), el Diccionario de autores latinoamericanos
habría suscitado el interés crítico, sino por los valores intrínsecos a su
género archivístico, al menos como excepción, como rareza dentro del corpus
aireano. Pero la realidad es que este fue extrañamente desatendido, confinado
no sólo a un lugar marginal de la obra, sino inclusive ignorado dentro de
aquellos textos no-ficcionales. Digamoslo claro: viniendo de Aira se intuyó
siempre el ensayismo, el chiste conceptual en él, pero su efectivo fervor clasificatorio
pareció decepcionar progresivamente a los hermeneutas fascinados con la velocidad.
Queriendo encontrar a Aira en cada línea, no vieron sino impersonalidad
científica, mera bibliotecología freelance: el chiste se les agotaba rápido; el
género, incólume, persistía.
Así
como -suele decirse- no se puede aprender una lengua leyendo un diccionario,
leer el Diccionario aireano para aprender sobre literatura
latinoamericana puede resultar cuanto menos dudoso, en tanto el catálogo de
nombres omite la articulación histórica que constituye la totalidad. Aun así,
un relato, involuntariamente, emerge por acumulación. De allí que la lectura
global permita ver lo que la lectura aislada pierde: el leve pero tangible
decurso histórico que en él se va construyendo. Frente a los relatos
totalizantes que subsumen el detalle al conjunto (la apretada síntesis por
nacionalidad del final violenta más de lo quiere aclarar), el procedimiento
monadológico de la entrada singular parece extrañamente minar la generalidad del
punto de vista supraindividual. A riesgo de caer en una fenomenología salvaje
de la lectura, la fragmentación, la desconexión, la discontinuidad entre fenómenos,
nombres, lugares, géneros que en otro contexto deberían ir juntos da,
paradójicamente, una visión más real del acontecer histórico, en tanto revela
la falsedad de la percepción de una versión metahistórica que busca suturar los
vacíos y homogeneizar lo diferente para generar la ilusión de un flujo constante.
Empezar por el final, ir hacia atrás; valorar un autor en su absoluta falta de
relación; entender el origen por su última encarnación: el azar alfabético
genera constelaciones imprevistas que nos dan un conocimiento alternativo del
objeto.
En
este sentido, la repetición aislada de biografemas le brindan al
hermeneuta una multiplicidad casi infinita de temas para rastrear e inventariar
en el Diccionario: una historia del surrealismo latinoamericano, de las
revistas de poesía fundadas por Rubén Darío, del rol de la diplomacia en la
importación de capital cultural, de la relación entre participación política y
literatura en el siglo XIX, de la modulación del habla popular en la novela
costumbrista, del alcoholismo en los escritores del caribe, de la influencia de
D’annunzio en la literatura finisecular. Entre todas ellas me interesa un
tópico no necesariamente afín al imaginario aireano: la historia de la función
Autor en Latinoamérica. A contramano de la impronta vanguardista que le debería
hacer desconfiar de las instituciones, hay en el libro una extraña preocupación
por analizar los modos en los que la escritura devino autónoma, reglada,
genérica. ¿Le interesan en este sentido realmente a Aira los textos coloniales,
los sermones, los comentarios reales, las crónicas de los adelantados, las
epopeyas falopas de los curas? De hecho, se queja constantemente de lo
monótonos, farragosos, moralistas de esos textos, y aun así le dedica un
espacio desproporcionado con respecto a su calidad. Es la concesión del
filólogo, me dirán, pero habría que ver en ese señalamiento un gesto no pocas
veces apreciado: hay un exceso no premeditado, calculable o aprovechable en el
acto de un cura que, restándole tiempo a su labor evangélica, escribe un relato
barroco de mil páginas en verso sobre la historia de unos indios que no conoce
del todo. En realidad, algunos ni siquiera alcanzan a ver en vida el resultado
de su esfuerzo y otros arruinan su existencia, reciben procesos, son
excomulgados, exiliados, asesinados por sus textos. La escritura todavía está
claramente ligada a una función y un dogma, pero ya allí hay algo, un momento
de libertad subjetiva inédita con respecto a la praxis cotidiana. En este
sentido los procesos de institucionalización de la escritura parecen asentarse
en un detalle banal pero que aparece sin falta en cada entrada del Diccionario:
los trabajos de los escritores. De los curas medievales a los periodistas (o
los diplomáticos, los abogados, los médicos) hay una continuidad: no sólo el interés
en sí de Aira por el trabajo (“En una sociedad en formación como lo era la
americana a mediados del siglo XIX, el trabajo era una actividad política, la
única auténticamente política”), sino especialmente en los modos en el que cada
escritor se inventa los medios necesarios para sobrevivir y poder realizar lo
que realmente quiere hacer: escribir. De allí que vaya marcando cuando, a
fuerza de superproducción y ventas, un escritor consiguió finalmente vivir de
la escritura. Ahora bien, la idea de “autor” del título sugiere lo literario,
pero el libro excede ampliamente esa caracterización, o al menos problematiza
su definición al incorporar aquellos cuyos objetos a veces ni siquiera se
acercan a la ficción: curas, científicos, cronistas, oradores, gramáticos,
historiadores, críticos. Antes que una historia de la literatura, lo que hay en
el Diccionario es, barthesianamente, una historia de la escritura que va
más allá de las instituciones, los géneros, los estilos, la ficción. De hecho,
por momentos parece invertir las jerarquías: la ficción en general suele parecerle
tediosa, conservadora, epigonal; en cambio celebra a aquellos (muchas veces
anónimos) que crearon himnos, leyes, historias, tratados, ensayos, inventos que
ayudaron a la construcción de las respectivas nacionalidades y la aceleración
de la cultura local.
Fue racionalista, anticlerical, y aunque no lo califican literariamente su estilo ni sus objetivos, sí lo hace su simpática actitud de divulgador y amigo del saber. Por otro lado, su habilidad de científico aficionado no era despreciable, pues predijo la aparición del cometa Halley con más precisión que los astrónomos europeos [Agustín Aspiazu]
Dejó un rico anecdotario sobre su distracción en asuntos prácticos [Capistrano de Abreu]
Sacerdote, vino al Alto Perú a evangelizar y dedicó sus ocios al estudio de los metales y su explotación. En 1640 publicó El arte de los metales, tratado de metalurgia de sapiencia incomparable en su momento [Álvaro Alfonso Barba]
Crítico literario, de extraordinario predicamento en su época (…) “Dialogo en las sombras”, publicada en La Nación, es una curiosa reseña de La isla de los pingüinos de Anatole France, escrita en forma de comedia cuyos personajes están sacados de novelas del mismo autor. Becher no publicó ningún libro [Emilio Becher]
Autor de curiosa especialización: la Polinesia, sobre la que Chile mantiene un remoto reclamo territorial [Enrique Bunster]
Cronista de obra intermitentemente atractiva, especialmente sus obras del pasado precolombino, donde la fantasía se confunde a menudo con la veracidad histórica [Miguel Cabello de Balboa]
Sus ideas, tal como quedaron expuestas en las páginas del Semanario, tienen una extraordinaria calidad de anticipación, por ejemplo, en su teoría de la evolución de las especies, medio siglo antes de Darwin. Su prosa fue el medio más adecuado para la exposición científica de la naturaleza, modelo de claridad y sencillez. En sus Cartas en cambio, sobre todo en las dirigidas a su esposa, cae en todos los excesos del romanticismo [Francisco José de Caldas]
Fue monja desde muy joven, en el convento de Santa Clara de su Tunja natal, de la que nunca salió (…) Su confesor le recomendó escribir su vida. Lo hizo sin desmayo hasta la muerte. El resultado fue Su vida y sus sentimientos espirituales. En su obra no hay el menor propósito didáctico ni ascético ni moralista ni apologético: es pura literatura de introspección y éxtasis [Francisca Josefa del Castillo]
Matizó su actuación política con el cultivo de la poesía. También hizo investigaciones botánicas, y un año antes de morir publicó una Enumeración de las plantas de la provincia de Azuay, de donde era nativo [Luis Cordero]
Crítico literario, ocasionalmente ensayista político. Fue dentista y su tesis de doctorado versó sobre “Valor del examen de los dientes en la identificación de los cadáveres”, lo que es muy sugestivo en un crítico [Domingo Melfi]
Poeta, ensayista, funcionario, periodista, publicista (una de sus creaciones fue el difundido slogan “Mejor mejora Mejoral”) [Salvador Novo]
Comparado por ejemplo con los grandes memorialistas argentinos del siglo XIX (el general Paz, Iriarte, el mismo Sarmiento), éste tiene el mérito incomparable de ser un libro “civil” y, más que eso, “particular”: ni batallas ni ascensos al poder ni revoluciones sino empresas comerciales, trabajos, oficios, vagabundeos [Vicente Pérez Rosales]
Ahora
bien, es imposible desconocer el carácter “personal y doméstico” del proyecto
aireano, o no percatarse de las inclinaciones subjetivas que lo animan, el
impulso que hace exceder, desrealizar lo que bajo cierto marco no deja de ser
un texto racional, serio y sistemático. Pero dicho exceso sólo puede
reconocerse retrospectivamente. De hecho, entre el manuscrito y las reediciones
el Diccionario cambió notablemente, pero no porque algo de su contenido
haya sufrido alguna variación (en los prólogos enfatiza la falta de entusiasmo
para emprender una actualización) sino porque entre 1985, 1998 y 2018 lo que
fue transformado es el propio Aira. Si el lector imaginado originalmente era el
buscador de tesoros, el curioso que se sumergía sin pruritos en el anónimo
material enciclopédico para rastrear una bizarría bibliográfica; en el presente
el fetichismo por la marca Autor pareciera reducir el objeto a mero apéndice
del sujeto: leemos en filigrana lo que en cada autor Aira dice sobre sí. Es lo
que él mismo señala en la hipótesis que sostiene en la posdata de 2018:
internet liquidó el enciclopedismo y volvió literario un material que no lo
era. ¿Es el Diccionario parte de la novela personal del artista?
Recuerdo
que una vez me contaron que un viejo profesor porteño daba un seminario medio
secreto en el que restituía la estética que se hallaba entre líneas en la Ciencia
de la lógica de Hegel. En comparación, rastrear signos tempranos de la
estética aireana en el Diccionario es un poco más fácil, en tanto toda
adjetivación, condensación y maximización da cuenta de criterios subjetivos. No
obstante, el objetivo de Aira pareciera ser, por momentos, desaparecer en su
materia. Largos pasajes y entradas parecen escritos bajo el signo del
automatismo, de leyes combinatorias de autores, estilos, escuelas, movimientos,
géneros, siglos. Como si sólo bastase mezclar sabiamente los términos (X es
parnasiano – simbolista + popular – confesional + religioso) para dar con una
identidad literaria precisa. Algo de todo esto recuerda al procedimiento
surrealista que luego elogiará en Pizarnik. En este sentido, hasta en el
momento de máxima objetividad y apego a las reglas del género, uno podría hacer
una lectura subjetiva del libro. De hecho, difícil es no hacerlo, no ver
en él una manifestación explicita de sus ideas, sus preferencias, sus caprichos;
y comprobar la vigencia aún hoy de muchos de sus credos. Por ejemplo, si antes
enfatizábamos la lectura socio-histórica, no menos cierto es el desdén aireano por
las distintas formas del realismo (del costumbrismo al naturalismo). De allí el
elogio a la autonomía, al gesto literario absoluto, que por momentos roza el
decadentismo y que el propio Aira ya había ensayado en Ema la cautiva.
“El combate en la tapera”, sangrienta viñeta de aniquilación, que a algún crítico le ha hecho pensar en Homero (…) Fuera de su patria no ha tenido la debida difusión, quizá por la creencia de que para entender sus novelas es preciso conocer al detalle la historia de Uruguay. Es cierto en parte, pero también se lo puede leer haciendo de su espléndido tumulto guerrero un puro acontecer estético [Eduardo Acevedo Diaz]
Sus ensayos también son los de un poeta, indiferente a la verdad de lo que dicen, atento sólo a los encadenamientos musicales del pensamiento [José Lezama Lima]
Bajo las lilas es una pequeña obra maestra proustiana. Los amores que relata Beingolea obedecen a un mecanismo puramente sentimental; es muy raro el autor americano que no contamine una historia de amor con la tragedia de las razas, las guerras o las distintas formas del conflicto social. Beingolea lo logra, con una calculada ingenuidad que no cae en el cinismo [Manuel Beingolea]
Sus nacaradas liras y marfilinos sonetos traían inesperadas escenas, que se dirían de viejas, delicadas tapicerías [Sara de Ibañez]
Es un error deplorar la irrealidad de los indios de La araucana: no son indios, son troyanos, piezas de un mecanismo autónomo, y el único juicio que se les aplica es el de su buen funcionamiento en la máquina general poema [Alonso de Ercilla y Zuñiga]
Tungsteno, novela indigenista-leninista, de militancia y propaganda, tiene virtudes y defectos por igual. Su descentramiento, y el hecho de que termine sin referirse para nada a la explotación minera, es su principal mérito [César Vallejo]
Otra
característica que hace al Diccionario distinto de cualquier otro libro
similar del género, es su rechazo al impresionismo y su predilección por el
análisis minucioso de los procedimientos literarios. Precisamente la mayoría de
los autores en los que más se detiene son aquellos cuya obra está hecha de la
invención de mecanismos, técnicas y formas vanguardistas.
Escribió un poema en el que todas las palabras comienzan con la letra “v”; lo cual le ganó fama entre quienes no buscaron nada más allá de la superficialidad elegante del poeta [Guillerme de Almeida]
La más curiosa es Los esclavos de sus pasiones, de la que el autor no escribió una sola línea, porque es un collage de fragmentos de folletines románticos chilenos del siglo XIX; la única contribución del novelista, además del recorte y pegado, es uniformar los nombres de los personajes; el resultado es una historia de las más locas pasiones y aventuras, que conserva mágicamente el aroma de los viejos folletines [Braulio Arenas]
La primera es una novela en relámpagos. Los capítulos (don centenares) son brevísimos, a veces una sola línea, media página como máximo, cada uno con un título irónico o explicativo (o las dos cosas). A su vez las frases están condensadas, de modo de contener o sugerir la información que normalmente iría en todo un párrafo, y las palabras suelen ser sincretismos de dos o más vocablos. El procedimiento es apasionante en sí mismo, pero se habría necesitado una atención mucho mayor que la de Oswald para usarlo en algo más que frivolidad. En efecto, personajes y hechos de la novela son simplificadas caricaturas. Curiosamente, esa pasmosa sofisticación y aceleración de la comunicación, apenas si alcanza, y muy elípticamente, para transmitir el mínimo absoluto convencional argumento de novela [Oswald de Andrade]
Sus poemas eran suntuosos acertijos cargados de vocablos raros, alusiones hipercultas y conclusiones oscuras. Pese a lo cual hay en ellos una luz intensa y una constante felicidad. Es poesía de laboratorio, pero de laboratorio de Sabio Loco, con algo de “cartoon” excéntrico (…) Con cuentagotas, ha publicado exegesis de algunos de sus poemas. Estos textos son del mayor interés pues iluminan de modo exhaustivo las alusiones históricas o enciclopédicas en general recónditas a las que el autor es proclive, y lo que parece una máquina de puro efecto verbal se revela como un relato perfectamente razonable; de más está decir que sin la colaboración del autor, el lector jamás podría hacerlo. Que estas explicaciones existan, y se hayan publicado, así sea en cantidades mínimas, carga de promesas el resto de la obra y la vuelve más intrigante todavía. De hecho, sugieren un procedimiento de composición, con el que se podrían reconstruir mecánicamente todos los poemas [Gerardo Deniz]
Su poesía muy intelectualizada parece a primera vista fría, distanciada, en ocasiones un juego de simetrías cristalino. Por ejemplo su poema “O sim contra o sim”, dedicado a algunos de sus artistas favoritos, está dividido en cuatro partes, cada una de ellas subdividida en dos bloques de cuatro estrofas cada uno. En cada par de bloques se hace un retrato contrastante de dos poetas o pintores. Los dos primeros son Marianne Moore y Francis Ponge: la poeta norteamericana, explica Jaoa Cabral, escribe con bisturí de corte limpio y neto; el francés, “otro cirujano”, usa un bisturí ramificante que envuelve las cosas (…) Pero lo que hace su grandeza es que este mecanismo se plica igualmente al paisaje y la vida del nordeste brasileño, ese país minimalista, con lo que poesía y regionalismo se funden en una unidad nueva, inagotable de sentidos y evocaciones [Jaoa Cabral do Melo Neto]
Un
último atributo que da cuenta de los aspectos aireanos del libro es la
tendencia a volver inteligible a los autores a partir de comparaciones entre
ellos. Generalmente ésta adopta la forma de la clásica y convencional
influencia, pero cada tanto el proceso se invierte y son los autores
latinoamericanos los que se adelantan a sus sofisticados pares futuros. Hay allí
una cierta provocación en Aira, como si se deleitara en unir a dos universos
incongruentes, inimaginables, inverosímiles.
Más extraños, y en vías de reivindicación, son sus poemas de “ingenio”, entre ellos los combinatorios, que anticipan los de Queneau [Francisco Acuña de Figueroa]
De sus trabajos literarios, lo mejor es una pequeña farsa antirrosista El gigante Amapolas que hoy puede leerse como obra de un aventajado precursor de Alfred Jarry; presidida por un enorme muñeco, el Gigante Amapolas, es decir Rosas, la acción se desarrolla en un preciso juego de absurdos y equívocos [Juan Bautista Alberdi]
El Santos Vago, o los mellizos de La Flor es una lectura deliciosa, con una trama tan fantástica y un desenlace, con resurrecciones y trueques de muertos, tan audaz, que representa una autentica joya en la novelística argentina. (El sistema de digresiones, frondoso hasta lo inverosímil, reclama un dispositivo sistema de paréntesis que virtualmente anticipa a Raymond Roussel, autor con el que tiene muchos otros puntos en común) [Hilario Ascasubi]
Fue llevado de niño, por un sacerdote, a Cuzco, donde ingresó al seminario de San Antonio Abad. Su brillante inteligencia, don de lenguas y sutileza en materia teológica lo hicieron destacar. Se reveló como incomparable orador, las multitudes se reunían para escuchar sus sermones, que leídos hoy parecen redactados por Lezama Lima [Juan Espinoza Medrano]
La Chinfonía burguesa, que en 1936 se transformó en farsa y fue puesta en escena. Es un extraordinario ejemplo avant la lettre de teatro del absurdo, humoristico y sin otra lógica que la de la rima que los autores llaman “chinfónica”, inspirada en la poesía popular: una rima seriada, encadenada, que agota sus posibilidades; y de las sugerencias de esa rima brota el discurso [José Coronel Urtecho]
El realismo es una preocupación que Isaacs puede neutralizar a voluntad, como lo prueba la inclusión del insensato episodio de los amores de Nay y Sinar, que parece extraído de las Impresiones de África de Roussel [Jorge Isaacs]
Por
otra parte, algo de los estudios introductorios de las literaturas nacionales
que Borges empezó a realizar desde los cincuenta deja leerse en el Diccionario.
No sólo en el respeto por las formas (o su gusto por la adjetivación desbocada
y la maledicencia), sino sobre todo en su elección deliberada por la comunicación,
la claridad y la explicación. No obstante el esquematismo enciclopédico de la
escritura, había en esos textos de Borges procedimientos de parafraseo, síntesis,
y condensación de los autores mencionados que recordaban a mucho de su mejor
literatura: “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Examen de la obra de Herbert
Quain”, “Acercamiento a Almotásim”. Dichos ejercicios metaliterarios que
privilegiaban la postulación por sobre la realización resuenan en algunas
elecciones de Aira. Pero sobre todo porque en ellos se juegan todavía las
distintas modalidades de la selección, jerarquización y reducción. Es que Aira
siempre fue un maestro del resumen, un genio de la miniaturización. Por eso no
puede estar más equivocado Laddaga cuando dice que las novelas de Aira se
resisten al resumen. Será porque quizás nunca intentó contarle una novela de
Aira a alguien; si lo hubiera hecho se habría sorprendido, ya que la adhesión
del interlocutor es prácticamente total y su risa casi inmediata. Obviamente el
resumen no las agota, pero lo disparatado de los relatos aireanos funciona bien
en la síntesis extrema. En este sentido el Diccionario está lleno de
pequeños resúmenes de relatos que, intervenidos y mejorados por Aira, parecen
proto relatos de su obra futura.
La novela trata de la vida campesina en las tierras bajas de los arrozales: novela colectiva, de la que se ha dicho que su protagonista es el arroz [Enrique Gil Gilbert]
Su irrevocable propensión exotista lo condenaba a la invención, al enriquecedor collage de culturas. Lo prueba el breve relato “En las montañas”: en el marco de una casi trivial y repetidísima viñeta indigenista (indios vejados que toman venganza de unos pérfidos gamonales) y en tres o cuatro páginas apenas, la narración se carga de sugestiones medievales (la persecución por los cerros) y chinas (los cuerpos muertos atados a postes, a los que siguen torturando) [Ricardo Jaimes Freyre]
En 1958 publicó Vampiro de trapo, sobre un ventrílocuo esquizofrénico al que asesina su muñeco [Rafael Maluenda]
Es el poeta de lo visceral viscoso, de la podredumbre, de los flujos orgánicos externalizados en un paisaje onírico de horrores blandos. Todos sus cuentos son de ambiente rural, sin indicadores de época o lugar, pero para nada abstractos. Su mecánica más constante es la salida al mundo del secreto animal: sangre, pus, fetos, tumores, que asoman confundidos con rencores, recuerdos, traiciones, en una escritura de notable plasticidad [Antonio Márquez Salas]
En “Luz lateral” un hombre se separa de su esposa por la desagradable costumbre de ésta de intercambiar la palabra “¡claro!” en todo lo que dice; el día que se marcha de su casa, después de darle un puñetazo a su mujer, exasperado por el último ¡claro!, se encuentra con una ramera y se va a vivir con ella, tras asegurarse de que nunca emplee la fatídica palabra; no tarda en morir de sífilis, pues la remera le transmite el treponema pálido [Pablo Palacio]
Presiones y diamantes es un experimento curioso, fallido en líneas generales, entre la ciencia y ficción y la alegoría política: en una de las ciudades indefinidas características de Piñera, el narrador presencia, y combate desganadamente, el desaliento de una humanidad que sufre “presiones” tan amenazantes como indefinidas, de las que se evade jugando a la canasta, o haciendose congelar, o metiéndose en la cama, o dentro de grandes preservativos en los que al final se arrojan al mar: anticipo de los balseros [Virgilio Piñera]
Alsino (1920), la historia de un joven a quien le salen alas de la joroba, incomoda combinación de Platero y Zarathustra [Pedro Prado]
Ha sobrevivido gallardamente una bella oda, “A la piña”, donde celebra con acopio de elementos mitológicos, al delicioso ananá; nada más encantador que ver a los dioses del Olimpo probando con sorbete el jugo de piña y dejando que la ambrosía envejezca en las copas [Manuel de Zequeira y Arango]
Así
la explicación social, técnica, contenidista parece capturar la singularidad
del autor, pero sucede que muchas veces la vida de éste es infinitamente más
interesante que su obra, o mejor, que la obra misma está cimentada en “la
novela personal del artista”, en una mitología que bebe de la biografía, pero a
su vez la excede. Uno podría pensar que la gran pregunta del libro es entonces cómo
hacer pasar los distintos avatares de una vida a un esquema formal
relativamente rígido y breve. Pero allí donde el enciclopedista se ahoga, el
novelista nada. En este sentido, Aira utiliza tres procedimientos para dar
cuenta de esas vidas: el relato novelesco de largo aliento que atraviesa décadas,
articulando libros, viajes, amores, accidentes; la anécdota lateral y casual que
consigue metonímicamente dar una imagen integral del autor; y el momento
epifánico de la muerte.
Viajó a Europa, donde pensaba instalarse, pero la muerte de un tío rico que lo alojaba en París lo obligó a volver al cabo de un año. A su regreso a Bogotá causó sensación con sus modales refinados y sus corbatas. Pero el padre murió en quiebra, y el poeta, que no tenía sentido práctico y nunca disminuyó sus gastos exorbitantes en ropa, libros y tren de vida, terminó de arruinarse. En 1891 murió su hermana, por la que sentía gran apego. El presidente Nuñez, amigo de la familia, le dio un puesto en la legación consular de Caracas, pero Nuñez falleció a los pocos meses y Silva debió regresar; el barco en el que volvía naufragó frente al puerto de Barranquilla y perdió todos sus manuscritos. Durante un año trató de revertir la ruina económica, aunque sin cesar un ápice sus gustos caros, y al fin se suicidió de un tiro en el corazón, en 1896. No había publicado una página, y casi nadie fuera de sus allegados sabía que escribía [José Asunción Silva]
Fue un personaje de vida misteriosa, errabunda, muy accidentada; cultivó una imagen de vicio, disipación y bohemia, y exhibió provocativamente su homosexualidad. (…) En Estados Unidos lo protegió el millonario Archer Huntington, que le financió la redacción de una Historia del arte que el poeta no escribió (…) Ganaba mucho dinero y llevaba una vida escandalosa. Lo seguía una turbia fama que él alimentaba con fruición. En Guatemala, donde se hallaba casualmente, debió cambiar de seudónimo porque se buscaba a un homicida con su mismo nombre. (…) Tuvo fugazmente un jardín de infantes en Angostura [Porfirio Barba Jacob]
Escritora naive y mística, cuya revaloración por las nuevas generaciones tiene una buena dosis de ambigüedad: el más honesto de sus lectores no llega a dilucidar si la lee por risa o por admiración. De todos modos su fascinación es ineludible. Fue un personaje casi folclórico entre la clase alta chilena. Todavía se recuerdan su extraordinaria fealdad, su peculiar fusión de teología y vida cotidiana (cuando necesitaba ver a alguien, en lugar de recurrir al teléfono, se metía en la iglesia más próxima y pedía el modesto milagro de encontrarse con esa persona por casualidad). Pobrísima, beata, avara, embrollona, siempre en compañía de su hermana Sofía, que era como un doble suyo. Viajó mucho por el mundo, alojándose con providenciales monjitas, exasperando a los cónsules, viviendo siempre del milagro, que fue algo así como su especialidad [Violeta Quevedo]
La niña mostraba grandes aptitudes para el estudio, pero a los catorce años perdió a su padre y el llanto la dejó ciega. Con auxilio de su hermano que durante muchos años fue su secretario y lector, comenzó a escribir poemas y de ellos uno, “La ciega”, muy patético, que se publicó en periódicos y la hizo famosa en la ciudad [María Josefa Mujía]
Su fobia al peronismo (y a los “negros” que lo representaban ante la clase media) tuvo tal virulencia que pasó cinco años en cama, enfermo de un mal intrigante (“neurodermitis melánica”) que le puso la piel oscura y le provocaba un prurito irresistible. Se curó el día en que cayó Perón [Ezequiel Martinez Estrada]
Era lentísimo y concienzudo en su trabajo literario: en cierta ocasión un editor le encargó la traducción de los Poemas en prosa de Mallarmé; cuando Mastronardi terminó el trabajo, la editorial había desaparecido hacía décadas [Carlos Mastronardi]
Tres recuerdos infantiles lo siguieron toda su vida: una tortuga en el fondo de un pozo, un camaleón que apareció entre las ropas guardadas en un armario y el cadáver de un tía suya, soltera, tendido en un lecho blanco [Amado Nervo]
Tomó el habito franciscano muy joven y pasó a Nueva España en 1554, donde brilló como predicador en lengua mexicana, que aprendió con tal felicidad que se daba el curioso hecho de que, siendo tartamudo en castellano, predicaba de modo fluido y brillante en la lengua nativa del país [Jerónimo de Mendieta]
En 1917 aparece Un perdido. Rigurosamente naturalista, es la biografía completa de Luis Bernales, con el padre monstruoso, el amor contrariado, la bohemia artística y el derrumbe juvenil por el alcohol. Trama y personaje se parecen como dos gotas de agua a El mal metafísico de Manuel Galves, que es estricticamente contemporánea. La coincidencia no molestó a Galvez, que prologó la edición argentina de Un perdido y la elogió como “la mejor novela producida por un hispanoamericano” [Eduardo Barrios]
Hacia 1821, ya de regreso en Cuba, desempeñando el cargo de coronel de milicias provinciales, perdió la razón y desde entonces vivió recluido; uno de sus delirios era creer que al ponerse el sombrero se hacia invisible [Manuel de Zequeira y Arango]
Vivió obsesionado por el temor supersticioso al número 13: había nacido el 13 de noviembre, y murió el 13 de febrero [Ignacio Manuel Altamirano]
Fue ferviente partidario en contra de Bolivar. A éste llegó a odiarlo ferozmente, y participó en la conjura para asesinarlo, introduciéndose subrepticiamente en su palacio, la noche del 17 de septiembre de 1828. Durante la planificación del golpe, Vargas Tejada propuso que, por razones de simetría poética y política, le cortaran no sólo la cabeza, sino también los pies. De ese modo, sin la “B” inicial y la “r” final, quedaría reducido a una “oliva”, símbolo de la paz. Por supuesto fueron interceptados y debieron huir, Vargas Tejada se refugio en la hacienda de un pariente y vivió varios meses en una cueva, donde se entretuvo escribiendo aparatosas tragedias indigenistas [Luis Vargas Tejada]
Como muchos contemporáneos, participó en violentas polémicas sobre temas filológicos, ventiladas en los numerosos periódicos. Barreto participó en una de las más sonadas de tales polémicas, la que sostuvo con el lingüista dominicano Alejandro Javier Angulo Guridi sobre la propiedad de decir “titular” o “intitular”; la polémica se prolongó, con acopio de argumentos, y al fin le correspondió decidir al escritor nicaragüense Enrique Guzman, quién falló a favor de su compatriota con elementos de juicio tan abrumadores que Guridi murió a las pocas horas de haber leído el artículo final de Guzman [Mariano Barreto]
En 1963 Rosa fue elegido miembro de la Academia y durante cuatro años dilató el momento de la toma de posesión, por temor a la emoción que le provocaría el acto. Se decidió al fin y fijó como fecha el 16 de noviembre de 1967; tres días después, en su casa, moría de un infarto [Joao Guimaraes Rosa]
Poeta precozmente famoso, y frecuentador, para su desgracia, del célebre salón en el que Rosario de la Peña reunía a los mejores escritores del momento, todos los cuales, en mayor o menos medida, se enamoraron de ella; el enamoramiento de Acuña le inspiró su poema más conocido y lo indujo al suicidio (…) Según la leyenda, de sus ojos muertos, seguían brotando lagrimas durante el velatorio [Manuel Acuña]
Una gitana le dijo que moriría por asfixia; supersticioso como era el poeta, eso pudo provocar el accidente del que murió, apenas cumplidos los treinta y tres años. Conversando sobre Montaigne con un amigo, por la calle, después de la medianoche, pescó una neumonía que, complicada con pleuresía, lo mató esa misma madrugada, por asfixia [Ramón López Velarde]
Fue condenado a muerte tras un proceso inicuo. Amenazó al fiscal que lo hizo condenar con aparecérsele después de muerto, convertido en búho [Gabriel Valdés “Plácido”]
Una muerte trágica completó su leyenda. Se había casado con el comerciante Enrique Job Reyes, serio y honorable, por el que la poeta sintió una pasión que no fue correspondida exactamente en los mismos términos. La relación debió basarse en un malentendido: al cabo de cinco años de noviazgo se casaron, y al cabo de unos pocos días la esposa abandonó al marido. El matrimonio se deshizo formalmente, y entonces volvieron a verse. Un año después del casamiento ya se reunían clandestinamente en una habitación alquilada; en uno de esos encuentros Job Reyes mató a su ex esposa de un tiro y se suicidó acto seguido [Agustina Edelmira]
Si
por un extraño designio tuviera que entrevistar a Aira la primera pregunta que
le haría es si efectivamente leyó todos los libros que comenta en el Diccionario. Aunque a decir verdad parte del encanto del libro reside en ese enigma, en la ambigua presunción de
erudición y chantez. Nada mejor para liquidar la magia que pedirle a un mago
que explique sus trucos. Por el contrario habría que hacer de esa ambigüedad un
motor para el deseo: una de las cosas maravillosas del libro es que genera las
ganas de volver sobre sus pasos, hacer el recorrido que él hizo y leer todos
los autores nombrados. Pero es la falsa ilusión que genera el Diccionario:
de hacerlo, lo que uno se encontraría, casi inmediatamente, sería el tedio y el
deseo de abandonar. Por eso es un libro monumental, por las tensiones
documentales e imaginativas que parecen reinventar a su manera la literatura de
la región.