Médicos - Carlos Surghi

Desde que abandoné la casa de mis padres para transformarme en el estudiante de letras que quería ser, se suspendieron las visitas a los médicos. Tal vez por ese tiempo adquirí lo que se dice una salud de hierro que, con el fin de esa conquista solitaria y la demanda de obligaciones futuras que le siguieron, se alteró en una serie de cuadros alérgicos que despistaban a cualquier especialista poniendo todo de nuevo en su debido lugar: la molesta dependencia de encontrar un origen a una afección de mínimas alteraciones. Claro, cumplido el objetivo de recibirme, la incertidumbre disparaba mi ansiedad hacia lo más predecible: lo obvio y lo obtuso del síntoma. Antes de ello, viviendo como un monje lo que otros vivían como el desenfreno juvenil que jamás regresaría, apenas si un resfrío me distraía de la concentración lectora que, ya de muy chico, había querido como lugar de residencia. Evidentemente, familia y amigos eran una distracción que conducía a la enfermedad; perderlos, a camb...