La loca de la casa. Conversación entre Pablo Farrés y Germán Prósperi.
Pablo
Farrés: La modernidad se basa, entre otras cosas, en la autonomía
de los ámbitos discursivos (el compartimento estanco del arte, la ética, la
política, etcétera) y en una administración de las facultades que pone en juego
(la división kantiana entre la estética, la lógica y la dialéctica). La
literatura moderna se jugó a partir de esa repartición, incluso las vanguardias
históricas ganaron su espacio crítico a partir de tales divisiones. Ahora bien,
de tu obra se desprende otra cosa. En relación a las facultades, hay un
corrimiento del modo de pensar la imaginación, ya no recluida en el cerco
antropológico sino en el plano ontológico. Te pregunto entonces si esto implica
una ficcionalización del mundo, y si ese es el caso, ¿cuál es la relación de la
literatura con la filosofía?, ¿supone tal ontología de la imaginación el fin de
la autonomía moderna?
Germán
Prósperi: En Metanfetafísica, mi último libro, propongo una
ontología fenomenológica de la imaginación. Esto significa que el Ser coincide
con el Aparecer, aunque vale la pena aclarar que no por eso el dominio
ontológico está exento de zonas de Inapariencia y de Impresencia. Mi referencia
aquí es Heidegger, desde luego, ya que él muestra que para los griegos antiguos
el término phýsis era equivalente a eînai, que es el infinitivo
del verbo ser. Phýsis significaba Ser para los griegos. Pero además
Heidegger muestra que la raíz phy- de phýsis y la raíz pha-
de phaínesthai, que significa aparecer, manifestar, dicen lo mismo.
Ahora bien, esta raíz, pha-, no sólo forma parte de phaínesthai,
sino también de otra serie de palabras afines, tales como phantasía y phántasma.
Todos estos términos remiten a phaíno, brillar, refulgir, y a pháos,
luz. El movimiento que ensayo en Metanfetafísica consiste en identificar
al phaínesthai, al aparecer, con el acontecer mismo de la phantasía,
que significa imaginación, al menos según una de sus acepciones. Cada vez que
algo se manifiesta es porque la phantasía encuentra la oportunidad
singular de su mostración, del phaínesthai. Dicho de forma breve: Ser e
Imaginación, para mí, son una y la misma cosa. De esto se deriva que la
Imaginación no tiene que ver con una capacidad o una facultad humana, sino con
el Ser en cuanto Ser. La imaginación humana es sólo un reflejo de una Imaginación
ontológica, del Ser en tanto Imaginación. Las cosas son, es decir se muestran,
se manifiestan, porque el Ser imagina. Sin embargo, no hay que creer que el Ser
es una especie de sujeto que eventualmente podría realizar la acción de
imaginar. No, el Ser es sólo el acontecimiento del imaginar, los efectos
imaginarios y nada más. Hay una horizontalidad inmanente entre los phantásmata,
el phaínesthai y la phantasía. La phantasía no es algo
diverso de los phantásmata; es más bien el principio genético y
proliferante de los phantásmata. El horizonte que abre la phantasía,
si es que se puede hablar en este caso de horizonte, no es más que el mero
tener lugar de los phantásmata, los phantásmata y nada más.
El
segundo movimiento que trato de efectuar en Metanfetafísica, luego de
identificar al Ser con la Imaginación, es identificar al phaínesthai, al
manifestarse o el aparecer, con la ficción. ¿Por qué hay cosas en el mundo?
Porque la Imaginación, el Ser, ficciona, es decir se muestra, aparece. Y aquí
vale la misma aclaración: la Imaginación no es más que el puro acontecimiento
de la ficción, el ficcionar y nada más. Todo esto pertenece a un registro
ontológico, no antropológico o psicológico. El Ser ficciona, el Ser en tanto
Ser. De lo cual se sigue que el mundo mismo, lo real, no es más que una
ficción, una mostración, un phántasma. La tradición platónica fue la que
pensó con mayor radicalidad al mundo como una imagen. Platón dice en el Timeo
que el mundo es una imagen sensible del dios inteligible. Él no usa el término phántasma,
sino el término eikón, que significa algo así como imagen semejante (al
modelo inteligible). Para la metanfetafísica, que se toma muy en serio la
muerte de Dios nietzscheana, el mundo no es una eikón, sino un phántasma,
una imagen desproporcionada y desequilibrada, lo cual se desprende de la
condición ficcional y delirante de la phantasía.
Esta
idea de una Imaginación ontológica o metafísica, que nunca terminó de encontrar
su legitimidad en la historia de la filosofía salvo quizás en el Romanticismo,
se insinúa sin embargo en varios pensadores de tradiciones diversas: William
Blake, Coleridge, Shelley, Schelling, Böhme, Ibn Arabi, etcétera. Si uno lleva
esta metafísica de la imaginación hasta el extremo, y si además identifica
imaginar con ficcionar, entonces habría que decir que en cierta forma la
literatura, incluyendo en ella al teatro y a la dramaturgia, en tanto es el
ámbito y la actividad ficcional por antonomasia, pasa a ser algo así como la
filosofía primera. Si ser = imaginar e imaginar = ficcionar, y si la literatura
es el espacio (y el acontecimiento) mismo de la ficción, entonces la literatura
coincide con la ontología. Que la ontología sea ficcional no significa
simplemente que la literatura tome por objeto al Ser o al ente. La relación
entre literatura y ontología es todavía más íntima, más originaria. Si la
literatura es ni más ni menos que la filosofía primera es porque ser y
ficcionar dicen lo mismo, en el sentido de que funcionan de la misma manera,
operan igual. Por eso cualquiera de tus libros, Literatura argentina, Las
pasiones alegres, Las series infinitas, El país de los sueños,
el que sea, puede ser leído perfectamente como un tratado de metafísica en su
sentido más genuino. Los planetas son, se muestran, aparecen, por el mismo
principio metafísico que hace que Hamlet sea, se muestre y aparezca en la obra
de Shakespeare. Entre La Divina Comedia y lo que llamamos realidad la
diferencia es de grado, no de naturaleza. En otro lugar he llamado “filosofía
ficcional” (ficta philosophia) al discurso en el que la ontología y la
literatura se vuelven indistinguibles.
Como
resulta manifiesto, una metafísica de la Imaginación de estas características
implica una transmutación de las facultades y las categorías kantianas. No
obstante, hay que decir que ya el mismo Kant (un autor, aclaro, que me gusta
mucho) había advertido, sobre todo en la Crítica de la facultad de juzgar,
que la imaginación entraba a veces en conflicto con el entendimiento. No por
nada los modernos llamaron a la imaginación, con una fórmula evidentemente
patriarcal, la folle du logis, la loca de la casa. Bueno, lo que viene a
anunciar la metanfetafísica es que esa loca es ni más ni menos que el Ser en
cuanto Ser. Heidegger decía que el lenguaje es la casa del Ser. Yo creo que la
loca es la dueña de la casa y en consecuencia del lenguaje. ¿Qué sucede con el
lenguaje cuando es hablado por la loca? Sucede la literatura, ni más ni menos.
La casa, que, como la natura de Eriúgena, incluye tanto lo que existe
cuanto lo que no existe, es una ficción de la loca. Si los entes son efectos
ficcionales, y si la literatura no consiste más que en producir esos entes y
hacerlos subsistir más allá de todo horizonte humano, entonces la literatura es
la verdadera onto-logía, el verdadero discurso (lógos) que da cuenta de
los entes (ónta). Pero de nuevo: la literatura no es equivalente a la
ontología porque hable del Ser y tome a los entes por objeto, sino porque los
produce a partir de un mismo principio operatorio, porque abre un horizonte
donde los entes van a manifestarse, de la misma manera que el Ser, equivalente
como dije a la Imaginación, abre un horizonte donde los entes van a mostrarse.
Esa mostración, ese aparecer, es ficción pura. Se trata de una idea que
encuentra su antecedente, por supuesto, en el Romanticismo, e incluso mucho
antes: el arte funciona de la misma manera que la naturaleza o Dios. Tal vez
esto explique el hecho de que el libro haya sido mucho mejor recibido (o
simplemente recibido) por la gente que se dedica a las letras que por la gente
que se dedica a la filosofía.
Pablo
Farrés: A fuerza del malentendido general, podríamos decir que
desde hace un tiempo hay dos corrientes decisivas para la filosofía
contemporánea: el posthumanismo y el realismo especulativo. Entiendo que se
trata de clasificaciones un tanto equívocas, pero tienen la virtud de iluminar
ciertas zonas del presente y generar efectos discursivos. En primera instancia,
entiendo que la ontología de la imaginación que presentas puede leerse en clave
del posthumanismo, pero quiero preguntarte cómo pensás su relación con las
humanidades en general.
Germán
Prósperi: El tema que planteás, la relación entre la ontología de la
imaginación y las humanidades, es muy interesante y también muy complejo. Creo
que sería necesario contar con un conocimiento histórico mucho más preciso del
que yo dispongo, por lo cual sólo puedo ofrecer algunas ideas vagas. Tengo la
impresión de que en la llamada Modernidad, siglos XVII-XVIII aproximadamente,
se produjo algo así como una excomunión de la imaginación del ámbito filosófico
considerado “serio”, en general representado por la institución universitaria,
cuyo origen se remonta a la Edad Media. Es probable que esta excomunión haya
estado impulsada por el creciente poder que fueron adquiriendo las ciencias
consideradas “duras”. De algún modo, se produjo una doble operación: por un
lado, se confinó a la imaginación al reino de lo ilusorio o irreal; por otro
lado, se la excluyó del ámbito de la filosofía legítima y respetable. Un
momento paradigmático de esta exclusión, que posee un vínculo esencial con la
exclusión de la locura de la que habla Foucault en su libro de 1961, es la
distinción que establece Descartes entre concebir e imaginar en la sexta
meditación metafísica. La imaginación puede ser separada de mí, dice allí
Descartes, y sin embargo yo seguiría siendo el mismo que soy. Yo creo que esta
separación, que supone entender a la imaginación como algo añadido o secundario
y no como algo esencial a la naturaleza humana, terminó produciéndose
efectivamente en el dominio universitario, acrecentándose incluso en el siglo
XX. Heidegger se quejó de esto, y con buenas razones a mi entender. Sucede que
la imaginación es una potencia muy singular, no procede de forma cuantitativa,
sino cualitativa. Por eso resulta difícil encontrar el modo de evaluarla y
ajustarla a los parámetros que rigen la actividad académica. No digo que no
suceda, sólo digo que la relación entre academia e imaginación no es del todo
pacífica. Cuesta pensar a Nietzsche consignando en su CV: “en Sils-Maria, a
orillas del lago Silvaplana, tuve la revelación del eterno retorno”.
Por
otro lado, la imaginación, lo que los medievales y renacentistas llamaban vis
imaginativa o vis phantastica, establece también una relación
retorcida con el tiempo presente. Hay algo en el proceso imaginativo que
implica una distancia respecto del ahora, de lo inmediato. Cuando imaginamos,
de algún modo nos desprendemos del momento presente. Yo creo que esa excomunión
moderna de la imaginación, a pesar de los cambios de época, continúa todavía
hoy y se expresa en un hecho muy simple: todo filósofo o filósofa que hable a
la comunidad (académica o no) sentirá, más tarde o más temprano, la necesidad
de justificar su labor aclarando que lo que piensa resulta relevante y
encuentra su sentido en la medida en que ofrece herramientas o claves para
comprender el presente. ¿Desde cuándo hay que pedir disculpas por los delirios
que se nos ocurre pensar e imaginar? Me parece que vivimos una especie de
tiranía del presente. Un pensamiento será relevante y tenido en cuenta si y
sólo si habla directamente del presente. Como bien sabés, Foucault
le confió a la filosofía la tarea de realizar una “ontología del presente”,
pero la cuestión es que hay muchas maneras de realizar esa ontología. Por mi
parte, no siento que tenga demasiado que aportar a la discusión desde un
presunto lugar de lucidez, del que siempre me sentí ajeno; no sirvo para
analizar críticamente lo que sucede, aunque leo con mucho interés a colegas que
sí lo hacen con gran inteligencia. Yo carezco de esa capacidad. La relación del
pensamiento, y especialmente de la imaginación, con el presente no es para nada
directa, sino oblicua y enrarecida, análoga más bien a la que mantiene el sueño
con la vigilia. Claro que el sueño puede decir algo sobre la vigilia, pero lo
dirá de un modo encubierto, oracular incluso, un modo que además será necesario
producir retrospectivamente a partir del discurso del soñador. La imaginación
entra en tensión con esta forma instituida o tácitamente consensuada de
concebir la relevancia de la actividad filosófica en términos de actualidad
porque no se relaciona con el presente al modo de la ciencia, sino al modo de
la literatura. No es necesario que un cuento o un poema hable de un tema de
actualidad para ser interesante o potente. Hay otras cosas en juego en un texto
literario, cosas incluso más importantes que la presunta vigencia de su
contenido. Uno puede leer a Virgilio y resultar transformado completamente por
esa lectura. Hay una potencia allí que no tiene que ver con lo que entendemos
por presente o por actualidad, el menos en su sentido tradicional. La tiranía
del ahora, para serte franco, me resulta bastante insoportable. Lo mismo me
sucede con otra actitud, también frecuente entre nosotrxs, académicxs e
intelectuales, que consiste en leer un texto y decir: esto es más de lo mismo,
esto ya no va más, es necesario pasar a otra cosa, abandonar tal actitud y
adoptar otra, etcétera. Yo creo que en el fondo esta forma de juzgar la
actividad filosófica es muy limitada porque implica dos malentendidos: 1) creer
que el pensamiento depende sólo de la cronología histórica, y 2) creer
que el pensamiento depende sólo de la decisión del yo que piensa.
Pareciera concebirse a la filosofía como una suerte de sistema operativo: hasta
tal momento funcionó el Windows 98, luego vino el XP, luego el Vista y así. Sin
embargo, como bien mostró Deleuze, el devenir de la filosofía no coincide con
su decurso histórico. La verdad es que yo nunca estuve obsesionado con las
últimas discusiones filosóficas. No me pasa por ahí la escritura. No soy del
todo soberano de mi escritura y de mi pensamiento, no decido qué pensar; más
bien son las ideas las que deciden que yo las piense; los pensamientos se me
imponen, y lo único que puedo hacer, lo único que está a mi alcance, es serles
fiel. Esta fidelidad implica que la vida y el cuerpo se pongan en juego. De más
está decir que este ponerse en juego no concierne meramente a algo biográfico o
personal, que siempre resulta poco interesante, sino a una máquina que comienza
a funcionar, una máquina de la que yo mismo formo parte, y probablemente ni
siquiera la parte principal. Escribir no tiene que ver para mí con una
discusión académica, por más bien intencionada que sea, acerca de cómo el mundo
actual nos exige abandonar viejas teorías y adoptar nuevos modos de
pensamiento. Cuando estás atravesado por una idea no hay tiempo para este tipo
de discusiones intelectuales, es decir sin cuerpo, sin páthos. Te
menciono un ejemplo: cuando Kojève anuncia que la historia ha terminado y con
ella la negatividad en su sentido hegeliano, Bataille le envía una carta en la
que le dice que la herida abierta que es su vida constituye la refutación del
sistema cerrado de Hegel. Es como si Bataille le dijera a Kojève: mirá,
Alexandre, todo bien con el fin de la negatividad, puede ser que tengas razón y
que ya no vivamos en la historia, pero sucede que mi vida, y no mis ideas u
opiniones, sino mi vida, es más: la herida abierta que es mi vida, me
dice otra cosa, me obliga a disentir con tu tesis, aun reconociéndola más
acorde al espíritu de los tiempos. A mí me gustan quienes escriben y especulan
de ese modo. En este sentido, más que teorizar acerca de la especulación,
prefiero especular, correr el riesgo de especular. Por eso creo que en mis
libros no sólo es importante el significado, lo que digo efectivamente, sino lo
que se juega en la escritura, una cierta intensidad apasionada. Más que una
elaboración teórica, Metanfetafísica ha sido para mí un mecanismo de
defensa.
Pablo
Farrés: Por otro lado, la relación entre tus posiciones filosóficas
y las del realismo especulativo (Latour, Harmman, Morton o Meillassoux) parecen
atraerse y rechazarse. En principio, el postulado de la Otredad Absoluta te
permite crear todo un diagrama filosófico y establecer una serie de críticas a
las posturas que sostienen la relatividad de lo Otro. Ahora bien, la
radicalidad con la que sostenes esa Otredad Absoluta del Extra-Ser implica que
toda remisión, imagen o nominalización, choquen con el Límite y nos devuelvan
la imagen distorsionada del caos en términos del Ser, la Nada y lo Alien. En
este sentido, si toda enunciación sobre el mundo implica un efecto de
ficcionalización, parecería entonces que tu trabajo se opone al de Meillassoux
y su planteo ontológico como superación del subjetivismo kantiano. ¿Cómo
planteás entonces tu relación con el programa de Meillassoux?
Germán
Prósperi: Meillassoux, junto a otrxs autorxs pero de un modo
especialmente singular, ha contribuido en las últimas décadas a resucitar el
espíritu especulativo que lamentablemente la filosofía parecía haber perdido
durante la llamada posmodernidad heredera de Kant. Meillassoux mostró que es
posible especular de nuevo sobre la realidad, pero sobre todo especular con
rigor y estilo clásico. Por mi parte, no puedo más que celebrar ese gesto, al
cual me siento muy próximo. Sin embargo, la propuesta especulativa de la metanfetafísica
es incompatible con el materialismo especulativo de Meillassoux en varios
aspectos. El punto de mayor divergencia tiene que ver con el modo de pensar al
Afuera. Meillassoux defiende la posibilidad de conocer el Ser en tanto Ser, el
Ser en sí, el Gran Afuera, y de evitar lo que llama “correlacionismo”. Es
evidente que su enemigo es Kant. El gesto liberador de Meillassoux consiste en
decir que es posible atravesar el límite fijado por Kant y acceder a la cosa en
sí. La metanfetafísica, por el contrario, afirma que el límite es
infranqueable. Es lo que llamo en el libro principio de irrelatividad.
Sin embargo, el límite del materialismo especulativo no coincide con el Límite
de la metanfetafísica. Se trata de límites diferentes o, mejor aún, de límites
que pertenecen a registros diversos. El Límite que la metanfetafísica considera
infranqueable no es el límite gnoseológico o epistemológico decretado por Kant
en la Crítica de la razón pura, el cual no deja de ser un límite antropológico,
sino el Límite del Ser en tanto Ser. Dicho de otro modo: mi punto de referencia
no es Kant, sino Parménides. Cuando Parménides dice en su poema que el Ser (tò
eón) tiene un Límite último o supremo, un peîras pýmaton, según la
expresión griega, no se está refiriendo al ser humano, sino al Ser en cuanto
tal. Parménides no hace antropología, hace metafísica. Yo considero que este
Límite es infranqueable, salvo de forma fantasmática, es decir imaginaria,
es decir como una proyección ficcional. Esta última aclaración es
importantísima. El Límite es infranqueable, y justamente por eso, porque no
puede ser traspasado realiter, es traspasado imaginaliter, como
proyección fantasmática. Hay que recordar lo que dice Parménides en el
fragmento 8: “no hay ni habrá nada ajeno fuera de lo que es”. Esta es la
fórmula del Límite, la Ley del Padre. No hay que olvidar que Platón llama
“Padre” a Parménides en el Sofista. Pero Platón es un hijo rebelde. ¿Qué
va a hacer Platón? Va a transgredir la Ley de Parménides, va a matar al Padre
de tres maneras: 1) mostrando que hay un más allá del Ser al que identifica con
el Bien; 2) mostrando que hay un más acá del Ser al que identifica con la chóra,
que los platónicos identificarán a su vez con la Materia; 3) mostrando que hay
un no-ser que en cierta forma es al que identifica con las cosas sensibles. El
Bien y la Materia son irreductibles a la ontología: uno por exceso, la otra por
defecto. Ahora bien, ¿qué son este más allá y este más acá? Son proyecciones
imaginarias, ficciones fantasmáticas provocadas justamente por la imposibilidad
de atravesar el Límite establecido por Parménides. Pero aquí está el chiste:
dado que ser equivale a imaginar, es decir a proyectar fantasmáticamente, es
decir a ficcionar, y dado que el más allá y/o el más acá no son más que
proyecciones imaginarias, es decir ficciones, entonces el más allá y/o el más
acá son reales para el Ser. En suma: la metanfetafísica no niega la
transgresión del Límite, sólo aclara que esa transgresión es imaginaria o
fantasmática. Pero dado que lo real coincide con lo imaginario, puesto
que ser = imaginar, la transgresión es real.
Volviendo
a tu pregunta, Meillassoux va más allá del ser humano, pero no del Ser en
cuanto Ser. Sale del Hombre pero cae en el Ser; burla el antropocentrismo pero
no lo que yo llamo “ontocentrismo”. Esta salida de lo humano implica utilizar a
la matemática como instrumento privilegiado. ¿Cómo se accede al Gran Afuera? A
través de la matemática, responde Meillassoux, con ecos que hacen pensar en ese
enorme filósofo que es Badiou. La salida del Ser que propone la
metanfetafísica, por el contrario, no se hace a través de la matemática sino de
la ficción. Por eso la ontología para mí no es equivalente a la matemática,
como es en Badiou, sino a la literatura. Pareciera ser entonces que el máthema
es la vía de salida del Hombre, pero el mýthema o el poíema es la
vía de salida del Ser. En este punto me distancio radicalmente de Badiou, claro
está, y me acerco a ciertos autores como Blanchot, hoy demodés, pero con
diferencias también sustanciales. Los axiomas de Zermelo-Fraenkel nos sacan del
ser humano; los poemas, del Ser en cuanto Ser. Badiou objetaría que yo suturo a
la filosofía con la poesía, desde luego. Sucede que mi aventura filosófica y
existencial, el modo en el que encarno una idea, me pasa por esa sutura. No se
trata de una postura a priori acerca de qué es o debería ser la
filosofía, sino de lo que hago concretamente cuando me pongo a escribir, de la
práctica de pensamiento y escritura en la que me veo siempre implicado. Cada
vez que me pregunto retrospectivamente: ¿qué he hecho en este libro?, la
respuesta que encuentro más justa es: filosofía ficcional. Esto tiene
que ver con lo que te decía antes: si yo me guiara por las discusiones
actuales, no optaría por defender la posición que defiendo en Metanfetafísica,
más cercana (aunque a la vez irreductible) a ciertos debates de mediados del
siglo XX, sino que defendería por ejemplo la posibilidad de conocer al Absoluto
o al Gran Afuera, como propone Meillassoux y que hoy pareciera tener mejor
prensa. Sin embargo, tengo que respetar lo que pienso, las ideas que se
instalan en mí y me exigen que las desarrolle. No me puedo distraer de eso, no
puedo permitirme traicionar al daímon o al genius. La inspiración
es muy importante. El tiempo va a pasar y el materialismo especulativo será
olvidado, como la deconstrucción, como la metanfetafísica, como todo. No
obstante, yo podría estar de acuerdo con Meillassoux en que la matemática nos
permite acceder al Afuera, pero sucede que ese Afuera no es el Afuera de la
metanfetafísica, más próximo quizás a lo que Georg Cantor llamó lo
No-Matematizable. El problema de Cantor, como bien mostró Badiou, fue confundir
ese dominio No-Matematizable con el Dios judeo-cristiano, es decir con un
Fundamento. Yo no hago eso, no confundo a la Exterioridad con Dios, pero
tampoco renuncio a un Afuera del máthema, Afuera al que nos conduce el mýthema
o el poíema. Es como si el máthema fuese una isla rodeada por un
océano inaccesible, pero inaccesible para el máthema, no para la ficción
imaginaria. El mýthema y el poíema son justamente las balsas que
nos conducen por el océano extra-matemático. En Badiou también hay en cierta
forma un afuera de lo matematizable: el acontecimiento. Sin embargo, no se
trata de un Afuera absoluto porque justamente introduce una ruptura en una
situación dada. El punto decisivo es este: tenemos que tratar de ser dignos
cuando pensamos. En el fondo es una cuestión ética, una ética que consiste en
escribir acerca de aquellos problemas que nos conmueven y nos estremecen, más
allá de si responden a la agenda filosófica del momento o a algo que dijo
Gregorio de Nisa en el siglo IV.
En
suma, el mecanismo de transgresión del límite es muy diferente en el caso del
materialismo especulativo y en el caso de la metanfetafísica. Para Meillassoux,
el límite es franqueable y la matemática es el instrumento para hacerlo. Para
mí, el Límite es infranqueable y la ficción imaginaria, es decir la literatura,
es el efecto generado al interior del Límite por esa misma imposibilidad. Así
como para Lacan hay deseo porque hay ley, para la metanfetafísica hay Ser
porque hay Límite. La posibilidad de un Afuera absoluto que destotalice al Ser
por completo se asienta entonces en la siguiente paradoja: la única manera
de que el Ser no se cierre es cerrándolo. Esto es: la imposibilidad de
transgredir el Límite realiter es la posibilidad de que el Ser se
desmultiplique imaginaliter, pero dado que Ser = Imaginación,
transgredir el Límite imaginaliter es idéntico a transgredirlo realiter.
Ergo: X, la proyección fantasmática, es real para el Ser. Si el Límite
fuese franqueable o si directamente no hubiese Límite, no habría proyección
fantasmática ni alienación constitutiva de todas las cosas. Sería un Absoluto
sin Exterioridad. Lejos de lo que podría pensarse, el Límite es la perdición de
lo Uno, el agrietamiento transfinito al interior de la Esfera ontológica.
Pablo
Farrés: En consecuencia con lo anterior, te quería preguntar por el
legado kantiano. Este último bien puede pensarse como una filosofía del Límite
y a la vez como fundación del subjetivismo moderno. En tu trabajo, el Límite
con lo Otro Absoluto determina la ficcionalización del mundo, lo que parecería
acercarte a la posición kantiana, pero a la vez el planteo
ontológico-metafísico de Metanfetafísica resulta un descentramiento absoluto
del subjetivismo moderno. Te consulto entonces en relación a Kant y esta doble
confrontación.
Germán
Prósperi: Como decía, la figura de Kant es muy importante para mí.
De hecho, creo que la metanfetafísica es una suerte de hija monstruosa o
esquizoide de Kant y de Hegel, probablemente una hermanastra de las hijas que
fascinaron a Osvaldo Lamborghini. De Kant ha heredado su obsesión
proto-kafkiana con el Límite y la Ley, su gusto por el krínein y las
barreras infranqueables. De Hegel, su afición al devaneo especulativo y la
tentación metafísica. Que es hija de Hegel se nota a las claras porque no tiene
problemas en inflar al sujeto y confundirlo con la Substancia. No obstante,
sigue convencida de que, en tanto Sujeto, y poco importa que ahora coincida con
lo Absoluto, permanece sometido a un Límite infranqueable. ¡Después de todo
también es hija de Kant! La metanfetafísica hace coincidir al sujeto con el
Todo, lo constituye en Sujeto (con mayúscula), es decir en Substancia. Pero al
mismo tiempo que convierte al sujeto en Sujeto, convierte al límite en Límite.
Kant estaría feliz porque se respeta el límite, pero se mostraría desconcertado
porque ahora el límite no concierne al ser humano, sino al Ser en tanto Ser, no
ya al sujeto = hombre, sino al Sujeto = Substancia. Hegel, por su parte,
estaría feliz porque el Sujeto coincide con la Substancia, pero se mostraría
desconcertado porque ahora el Sujeto = Substancia, vale decir: lo Absoluto,
posee un Límite infranqueable. Hegel objetaría que lo Absoluto, por definición,
no puede estar limitado por nada. Por eso en Hegel, como advirtió agudamente
Lévinas, toda negatividad, toda limitación, es siempre interna al propio
Absoluto, el cual carece de Exterioridad. En rigor de verdad, y aquí sigo a
Werner Beierwaltes, esto que plantea Hegel ya había sido planteado, aunque en
un sentido ligeramente diverso, por Nicolás de Cusa al postular que Dios no
tiene un Otro o un Afuera y que justamente por eso es Absoluto, es decir
desvinculado, sin respecto. El mundo, para el cusano, no es un Otro radical
respecto a Dios, sino que es en Dios y, dado que Dios es infinito, el
mundo también lo es. Lo máximo contracto o universo es en lo máximo
absoluto o Dios. Esta preposición, en, salva a Nicolás de caer en el
panteísmo. No hay oposición entre estos dos máximos, pero tampoco confusión.
Como verás, se trata de la misma relación que existe entre las dos naturalezas,
humana y divina, en la hipóstasis del Cristo, que no por nada representa para
el cusano el nexo entre lo máximo absoluto y lo máximo contracto. La
importancia que para mí tiene el principio de irrelatividad es que
asegura, en contra de toda esta tradición metafísica, la condición radical de
la Exterioridad, el hecho de que lo Absoluto pierda su autonomía y su potestad
unívoca. Autores como Badiou o Meillassoux han criticado duramente la idea de
límite o de finitud, cansados de la cantinela post-estructuralista heredera de
Kant y Heidegger. Sin embargo, yo creo que esa finitud en la que piensan ellos
es en última instancia siempre una finitud antropológica, como bien se
advierte al leer Después de la finitud o La inmanencia de las
verdades, pero no ontológica en sentido propio. Por eso yo creo que la
noción de Límite último, el peîras pýmaton de Parménides, resulta
verdaderamente insoportable para la filosofía, razón por la cual no ha
sido pensada en toda su radicalidad, ni por Kant, ni por Heidegger, ni por la
fenomenología, ni por el post-estructuralismo. En efecto, la consecuencia de
que el Todo posea un Límite infranqueable es, como bien constató hace muchos
siglos Damascio, el último diádoco de la Academia de Atenas, que el Todo ya no
puede ser un Todo en sentido estricto, puesto que hay algo que le falta,
precisamente el Afuera, al cual nunca accede. Damascio vio con mucha nitidez
que postular un Afuera incoordinado e irrelativo implicaba la implosión radical
e irreversible de la totalidad. Por eso el Límite no excluye la idea de
infinito; más bien la requiere. El peîras pýmaton provoca una
transfinitización del Ser, es decir una proliferación de multiplicidades
transfinitas, pero siempre al interior de la Esfera ontológica. La existencia
del Límite introduce un principio de insuficiencia en lo real, una
imposibilidad de clausura o de cierre. De ahí la paradoja que mencionaba antes:
la única manera de que el Ser no se cierre es cerrándolo. Al cerrarlo,
el Ser se abre; al comprimirlo, se descomprime; al sujetarlo, eclosiona.
Pablo
Farrés: En tus libros, resulta fundamental la distinción entre sýmbolos
y diábolos. A su vez, este último nos remite a la dimensión de lo Alien,
el Espectro y el Fantasma, que analizás en términos de una ontología
extra-humana. Te quería consultar si no encontrás en la producción filosófica y
sobre todo literaria de las últimas décadas una apropiación o captura de la
dimensión de lo Alien, ya no en términos de diábolos sino bajo el
trabajo de costura de una simbolización cultural, funcional a su
mercantilización global. Si esto es así, si lo abierto por el diábolos
queda capturado por el sýmbolos y el mercado, ¿existe un modo todavía de
poder diferenciarlos?
Germán
Prósperi: La Imaginación, que como dije coincide con el Ser, se
define por una anfibología fundamental: es a la vez simbólica y diabólica. El sýmbolos
es la fuerza o el principio de unión o sutura; el diábolos, la fuerza o
el principio de escisión o separación. La imaginación diabólica o, mejor aún,
el vector diabólico de la imaginación abre a los entes, hiende a todo aquello
que se muestra, abisma a todas las cosas, nosotros incluidos, en un dominio
completamente ajeno a toda mostración y aparecer: lo Alien. Lo Alien es un
extra-Ser, un Otro-que-Ser, pero un Otro relativo, justamente porque guarda una
relación con las cosas que son y existen. El diábolos permite el
comercio entre la dimensión ontológica y la dimensión alienígena. Dicho de otro
modo: lo Alien designa una Exterioridad relativa, a diferencia de X (o,
según la grafía más precisa que empleo ahora, [ ]), que es
una Exterioridad absoluta.
Ahora
bien, en general se suele insistir en el aspecto simbólico de la civilización
humana. Si uno lee textos de antropología de los siglos XIX-XX, puede constatar
que la cultura humana se identifica en efecto con una dimensión simbólica.
Incluso en un libro relativamente reciente se afirma que, a diferencia de los
bosques, nosotros pensamos en términos simbólicos. La centralidad del sýmbolos
atraviesa varios campos del saber acerca de lo humano: desde la antropología a
la sociología, desde la historia al psicoanálisis, desde la religión a los
estudios artísticos, etcétera. Sin embargo, yo creo que estas disciplinas
descuidan lo que constituye precisamente la contracara del sýmbolos, la
fuerza opuesta, es decir el diábolos. Ni lo humano ni nada en este mundo
se explica si no se atiende a la escisión generada por el diábolos. ¿Por
qué es tan importante este vector diabólico? Porque reconduce todas las cosas
al vacío que las constituye; abisma a todo ente en la Exterioridad alienígena
que es paradójicamente su interior más íntimo, devuelve todo aquello que se
muestra a un Hueco abrasivo, impone un extrañamiento radical en todo lo que
aparece. En suma, el diábolos expone la alienación intrínseca e
irreversible de todo lo que existe, el hecho de que nada coincida consigo
mismo, de que todo exista fuera de sí. A través del diábolos (diá
es una preposición griega que significa justamente “a través de” o “por medio
de”) las cosas salen de sí o, mejor aún, descubren que siempre han estado fuera
de sí.
Desde
luego, podría decirse que el Mercado global es una de las tantas maniobras de
sutura: ganemos dinero, seamos prósperos, seamos emprendedores, realicémonos
como individuos capaces y entusiastas… Todas formas de sutura, de
simbolización, manotazos para conjurar la Insubstancia radical en la que
navegamos a diario. Igual el problema no es ganar dinero y prosperar, está todo
bien con eso, lo que digo es otra cosa. No hay dudas de que el sýmbolos
es necesario. El trabajo de sutura es imprescindible para que algo acceda a la
mostración. Pero tampoco hay dudas de que no hay sýmbolos sin diábolos,
no hay sutura sin herida, costura sin laceración. El sýmbolos y el diábolos
constituyen una dialéctica sin resolución, la dialéctica que rige el doble
movimiento del Ser en su darse. La importancia del diábolos es que
muestra la Insubstancia detrás de la Substancia, el Otro detrás del Yo, la
comunidad detrás del individuo. En este sentido, siento a la metanfetafísica
muy próxima a la teoría militante de Damián Selci, en la medida en que la
militancia parte justamente de la Insubstancia y promueve una organización
activa y responsable de la praxis. La militancia no conjura al diábolos,
que en un registro humano implica la imposibilidad de cualquier forma de
individualismo; más bien extrema la escisión, la otrificación del yo, se hace
cargo de la alienación constitutiva de todas las cosas y propone una
praxis organizada que busca permanecer en el tiempo.
Pablo
Farrés: Deleuze plantea los procesos esquizofrénicos como una
dimensión ontológica de las máquinas deseantes, pero también, en otro registro,
los mismos procesos esquizofrénicos determinan el análisis de las máquinas
sociales y entonces se plantean como una clave de interpretación histórica y
política. En tus escritos el análisis de la esquizofrenia resulta fundamental,
no sólo en relación al planteo psico-histórico inscripto en legado warburgiano
sino también como un modo de acceso al Límite con el Extra-Ser y un acercamiento
al caos primigenio. Ahora bien, ¿cómo pensás tal análisis de la esquizofrenia
en relación a la política? Claro está que la pregunta implica la relación de tu
pensamiento con el de Deleuze como también con el aceleracionismo al que dio
lugar.
Germán
Prósperi: Deleuze ha sido y sigue siendo un autor fundamental para
mí, pero diría que me ha influenciado más en el cómo que en el qué. Siempre me
fascinó su modo de pensar la filosofía, su manera de leer, de crear
posibilidades de pensamiento. Sin embargo, en cuanto al contenido de nuestras
respectivas filosofías, en cuanto al qué, hay divergencias evidentes, por
ejemplo en lo que concierne a la esquizofrenia, que es lo que me preguntás. En
Deleuze, la noción de esquizofrenia está directamente vinculada a su manera de
pensar el deseo, que es a la vez una noción ontológica, política y social. Él
concibe al deseo como creación y positividad, no como falta o carencia. La
esquizofrenia, de hecho, no es más que la circulación liberada, anárquica, de
los flujos deseantes. Por eso el capitalismo, que se define por una
descodificación inmanente de los flujos, es esencialmente esquizofrénico, a
pesar de su maquinaria axiomática con la que intenta aplacar la
desterritorialización absoluta. En el caso de la metanfetafísica, por el
contrario, la esquizofrenia es pensada más bien en términos substractivos, no
ya como una productividad deseante, sino como un vaciamiento, un desasimiento
del mundo, una suerte de anonadamiento que sin embargo no implica una
deficiencia o una incapacidad. No es azaroso que mis autores de cabecera, a
diferencia de los que uno puede encontrar en El Anti-Edipo, sean en
general fenomenólogos y exponentes del así llamado psicoanálisis existencial.
De hecho, te confieso que lo que más me ha interesado y atraído siempre de la
fenomenología han sido sus análisis y descripciones de patologías mentales. Me
refiero a autores como Binswanger, Minkowski, Blankenburg, Parnas, Sass,
etcétera. Realmente he leído sus textos con mucha pasión. Algo mío se ha puesto
en juego en esas lecturas.
¿Qué
sucede con el esquizofrénico? Deja de existir en un mundo. El enfermo
experimenta el colapso de ese trasfondo afectivo, pre-conceptual, que nos
permite orientarnos en un horizonte compartido de significación. De allí los
innumerables testimonios de pacientes que encarnan la paradoja de no existir,
de no ser algo real, de no coincidir con el cuerpo que al parecer deberían
sentir como propio. Yo creo que lo que experimentan los esquizofrénicos es el
Límite de la ontología, el punto cero del Ser. En este sentido, es
completamente cierto que no habitan en el mundo ni en el cuerpo, ya que se han
desplazado al Límite del mundo y del cuerpo, a lo Alien precisamente, donde
nada se muestra ni aparece. Conforme avanza la enfermedad, el paciente va
abandonando su condición ontológica y, dado que ser = aparecer, va también
desapareciendo. Es como si el esquizofrénico hiciera el camino de la
ontogénesis en sentido inverso: cada vez es menos, cada vez está más diluido,
cada vez las ficciones le resultan más ajenas e inaccesibles. Lo cual es
evidente: como dije antes, para la mentanfetafísica aparecer = ficcionar. Ergo:
en tanto el enfermo carece de ficciones porque las metáforas lo han abandonado,
carece de ser, es decir de índice de aparición.
En
el caso de Deleuze, la relación de la esquizofrenia con la política es directa
y evidente. El deseo que está en juego en la esquizofrenia es inmediatamente
político-social. En el caso de la metanfetafísica, la relación no es tan
lineal. Aun así, arriesgaría lo siguiente: la esquizofrenia muestra el grado
cero de lo social, el vacío sobre el cual se asienta toda sociedad. El
esquizofrénico exhibe el proceso de simbolización pero en sentido contrario: en
vez de construir un mundo, muestra cómo el mundo se va erosionando, en vez de
establecer anudamientos y puntos de anclaje, muestra cómo todo se desanuda y
flota a la deriva, en vez de ficcionar la vida, muestra la sombra a la que se
ve reducida la vida una vez que se le han sustraído todas sus ficciones. En
tanto viaje retro-simbólico, la esquizofrenia posee una relación esencial con
el diábolos, con la imaginación diabólica. Pero lo que en las personas
supuestamente “normales” es sólo una experiencia fugaz, protegida siempre por
la lógica (fálica, diría cierto psicoanálisis) del sýmbolos, en el
esquizofrénico se convierte en toda la experiencia: todo se reduce a lo Alien,
nada se conecta con el Ser. Es realmente el crepúsculo del mundo.
La
metanfetafísica es de cierta manera un aceleracionismo, pero no en un sentido
político-económico, sino eminentemente metafísico. En términos políticos yo soy
más afín al desaceleracionismo que proponen Danowski y Viveiros de Castro en la
línea de Stengers. El movimiento conocido como aceleracionismo pretende llevar
las contradicciones del capitalismo hasta sus últimas consecuencias a fin de
que el sistema se vuelva contra sí mismo e implosione. La metanfetafísica
realiza un gesto parecido: retoma cierto impulso excesivo de la metafísica y
busca extremarlo a fin de que el sistema ontológico se desmultiplique y
descomplete. En el núcleo de la metafísica, según yo la entiendo, se encuentra
este vector excesivo. Heidegger tiene razón cuando dice que la metafísica nace
con Platón, pero no sólo porque lo real comienza a pensarse bajo el parámetro
de la Idea, sino porque el mismo Platón excede el ámbito del Ser cuando postula
al Bien como epékeina tês ousías, es decir más allá del Ser o de la
esencia. Este exceso, que yo identifico con la sobredosis del Ser, y por eso
para mí la metafísica nace con una sobredosis, encuentra su expresión
lingüística en dos términos griegos: la preposición hypér, que significa
arriba o por encima, y el adverbio de lugar epékeina, que significa más
allá. Ahora bien, la tesis que propongo en el libro es que el rasgo
característico de la metafísica consiste en postular un más allá del Ser pero
al mismo tiempo postular una relación de fundamentación con ese más allá. Lo
que yo trato de hacer es postular un Afuera absoluto, es decir una Exterioridad
que no implique ninguna relación con el Ser y por ende que impida toda forma de
fundamentación. En este sentido, el gesto de la metanfetafísica puede ser
entendido como una aceleración de la sobredosis. Si la metafísica efectúa una
sobredosis relativa, cautelosa, a fin de mantener al Ser con buena salud, la
metanfetafísica efectúa una sobredosis absoluta, a fin de romper al Ser y
desfundarlo.