El muñeco maldito o las desgracias de la ventriloquía - Rafael Arce

 

En los 90 fui al cine a ver From Dusk Till Dawn sin saber quién era Robert Rodriguez. Solo conocía a Tarantino, que actuaba en la película y había participado del guion. Como tampoco sabía nada del argumento, me sorprendió el giro de la trama. From Dusk Till Dawn está partida en dos. La primera parte es una historia tarantinesca, un policial con conversaciones ingeniosas, acción, sangre y humor negro. La segunda es “rodriguezca”: una mezcla de película de acción y de vampiros, un pastiche gore en el que los cuerpos estallan junto con el verosímil. Si los temas fueran del gusto de Aira, podría haber escrito una novela así: a mitad de camino, todo se va a la mierda.

El muñeco de José Retik también está partida en dos (solo que la fractura es aparente). Con una diferencia no desdeñable: lo que en la película de Rodriguez es brusquedad, giro brutal, en la novela de Retik es transición sutil, elegante, casi imperceptible.  Aunque dividida en dos capítulos, no sabemos bien en qué momento las cosas se empiezan a ir a la mierda. Pero lo más genial es que, cuando el descalabro parece insalvable, un pase de manos preciso nos devuelve la segunda parte al plano de la prestidigitación y, según lo quiera o pueda el lector, la historia “cierra” juntando las dos mitades. Ese cierre es no obstante relativo: puesta teatral en medio de la historia, no sabemos qué es representación y qué es acción novelesca, cuándo la primera empieza a simular ser la segunda.

Un melancólico o depresivo burócrata es favorecido con una jubilación por discapacidad. Ha sufrido un accidente que lo dejó con una férula en uno de sus brazos. Con ella, hace lo que más le gusta: crear personajes. Desocupado, lee acerca de autómatas y marionetas. Así conoce a un extraño personaje que lo convence de convertirse en ventrículo, su verdadera vocación. Su mentor le fabrica, para eso, un muñeco que es su réplica exacta. Por otro lado, una amiga científica, que investiga sobre inteligencia artificial, le propone someterse a un experimento para transformar su espectáculo y también su vida.

Arte y ciencia, como en el Renacimiento, se mancomunan para llevar las peripecias hacia el terreno alucinante de la pérdida del yo, el desdoblamiento informático/biológico, las oscilaciones del Amo y el Esclavo, las bodas contra-natura, los vivientes que actúan como autómatas y los muñecos que cobran autonomía. El humor de Retik suaviza una erudición que no desdeña la reflexión sobre lo contemporáneo: la metamorfosis airiana de la historia lleva la aventura a las regiones de Silicon Valley. El experimento antropotécnico o mecanotécnico no puede más que desembocar en un terreno teológico. Y el tecnopaganismo posmoderno, en sectas macabras y espeluznantes.

El humor de la novela puede también aliviar lo siniestro, o directamente terrorífico, de la aventura, porque lo monstruoso no es solo la alquimia de la historia, sino también las experimentaciones entre lo mecánico y lo biológico, entre lo viviente y lo digital. En su novela anterior, Cine líquido, Retik operaba por yuxtaposiciones. Como su tema mismo, El muñeco es más cerebral: tiene algo de elaborado truco de magia. Una magia artesanal que, paradójicamente, es lo que la vuelve interesante: no que sea verdadera, sino que obedezca a un mecanismo bien pensado y espléndidamente ejecutado.

Los cambios de registros son también discretas alusiones a su biblioteca. Uno empieza leyendo una novela de Polleri, sigue leyendo una de Aira y termina con una performance de Andy Kaufman. Aquí y allá, se salpica, a lo Pollock, con alguna truculencia de Farrés, algunas referencias taimadas (o no) a Borges (a quien también le interesaban los autómatas), apelaciones a la ciencia y a la tecnología. Lo abigarrado de las alusiones filosóficas y literarias no impiden que el lector pueda pensar en Chucky, el muñeco maldito o, como en mi caso, en From Dusk Till Dawn. Esa posibilidad, me parece, no es el menor de sus logros: entrar a la literatura para salir de ella.