Disco Wilcock. Amor a Roma - Diego Carballar

 

1.

Unos días antes de la presentación de Disco Wilcock en la Feria del Libro, nos encontramos con Matías Raia y Manuel para acordar sobre qué forma darle a nuestra conversación acerca del libro. Cuando llegué al café en la que quedamos para encontrarnos, un poco más tarde de lo pactado, Matías y Manuel ya estaban hablando acerca de las delicias y temores de la paternidad: los tres somos felices “portadores” de las nuevas masculinidades y nos prodigamos en la atención de nuestros hijos e hijas, de las incertidumbres de esa tarea (el amor de padre), del reconocimiento irrestricto de la maternidad, de su sabiduría y sus alianzas, de la zozobra, la duda, la alegría cotidiana, esas cosas.

Cuando comenzamos a pensar la charla, saqué el libro, una edición hermosa que se muestra como un artefacto mimético ya desde una primera aproximación, que reproduce o imita, con realismo tipográfico, la escritura wilcockiana desde el diseño. Lo hace remitiendo a la revista DISCO dirigida por Wilcock durante dos años (entre 1945 y 1947), y que duró diez números.

En los pliegues de su mímesis, Disco Wilcock tiene dos ropajes. Una sobrecubierta –luminosa y caravaggesca– que cubre la portada. ¿Se tratará de un vestido que remite a la segunda e-tapa wilcockiana, romana, desaforada y carnavalesca, que sobrevuela a la que sería la primera etapa del escritor? Esa segunda piel imita aún más fielmente las tapas de la revista dirigida por Wilcock en sus años de poeta argentino cercano al grupo Sur.

Allí, podemos leer uno de los lemas de la revista (lemas que el libro repite e imita en la separación de cada parte interior (no tanto como capítulos, sino como movimientos), que bordaban al sol de cada número.

Tiendo a pensar que, como ocurre en una de las escenas narradas en Disco Wilcock, algo del mundo caótico y entrópico del poeta llegó como una estocada, una broma más de los asteroides que este artefacto convoca: los tres, padres amorosos, que conversábamos hacía unos instantes de nuestras amadas hijas e hijos, leímos el epígrafe que Wilcock había elegido para el último número de Disco:

Mejor es matar a un niño en su cuna que albergar deseos incumplidos”.

–Qué bárbaro, che… Me limité a comentar.

 

2.  

Una mañana, luego de nadar en el mar, mientras pensaba obsesivamente en un cuadro, El Angelus del pintor francés Jean-François Millet, Salvador Dalí debía cruzar para llegar a Port Ligat, donde estaba su casa, “un prado amplio de hierba gruesa y carnosa”.

En ese prado, una mancha de verde en el paisaje calcinado y árido de Port Ligat, abundaban los charcos de agua estancada donde solían haber ranas. También, había entre los pastizales una gran cantidad de langostas de color verde y, sobre todo, mantis religiosas –aquel pequeño monstruo que aquí llamamos “tata dios” (“papá Dios” o “¿dónde está Dios?”)–, del mismo color verde que la hierba. Este insecto le provocaba a Dalí pensamientos acerca del mimetismo. Mientras cruza el prado, Dalí lleva la vista clavada en el suelo, en la hierba, procurando esquivar a los pequeños insectos y, especialmente, preocupado por evitar el ataque de las langostas, por las cuales sentía una fobia de un poder aterrorizante total.

En un momento, Dalí se cruza con un pescador, al que alcanza a ver, y cuando decide esquivarlo, como en espejo, el pescador se mueve para el mismo lado y ambos colisionan de manera absurdamente brusca. Este encadenamiento de sucesos –el golpe de las langostas en la pierna, las mantis religiosas y el encuentro con el pescador– le desata a Dalí la posibilidad de un método de investigación que explorará en el libro para leer la imagen que lo obsesionaba en el cuadro de Millet: el método paranoico crítico.

 

3.

Diría que Disco Wilcock es un libro que tira hacia afuera, o mejor dicho: que se dirige siempre hacia un límite, por eso imagina y le pone corazón (vida) a la escritura, que es puesta bajo el lema del fraseo (una organización del tiempo, de las notas de una vida).

Como su mimética primera tapa, Disco Wilcock funciona como una piel: está en contacto con el exterior, envuelve, cubre y también es permeable. ¿Cuál es la forma de la piel? ¿Dónde termina lo que siente, donde empieza lo que la toca? Este libro es un proceso de  indiscernibilidad de los límites en la literatura. Es un objeto, no diría peligroso, sino mutante, que está escrito en una lengua mimética y desbordante: capaz de tomar la forma de una vida. No sé, bien leído podría hacer aparecer rinocerontes en la sala. No es ropaje solamente, como dije, o sí: pero viste como una cebolla, en la que cada capa envuelve a la interior y se contacta con la otra.

Es un libro objeto: un artefacto, un área de operaciones e inscripciones. Es un libro-piel (puede tener escamas de serpiente, plumas de aves o espejitos), es un libro háptico, táctil.

Por eso pasan este tipo de cosas que pasan: en el libro, por el libro y durante el libro.

 

4.

El fraseo es la clave de la Disco Wilcock: una organización temporal de sonidos, de resonancias; es la experiencia de escritura de una partitura. Moyano Palacio busca el fraseo de Wilcock y desde allí escribe: su escritura se parece a la paranoia crítica y así funciona: se entrega al contagio y a la proliferación. “El fraseo de Wilcock, las palabras de Wilcock, los nombres de Wilcock: todas formas del destierro. Arriba y abajo” (37).

“L’esiliato” es un poema que publicó Wilcock en Luoghi comuni, el primero de sus libros de poemas publicado en Italia, y el primer libro escrito en una especie de lengua mundial, que es otra de las propuestas de este libro.  

 

5.

Hay lemas en Disco Wilcock, como había lemas alrededor del sol en la revista Disco que Wilcock dirigió a fines de los años ‘40. Uno de los lemas es Babel, que se complementa y opone a la Biblioteca de Alejandría, aquella que albergabas las primeras letras que no resistieron el fuego. Babel “torre-pozo” que conecta con la dispersión de las voces y sus variaciones, desde la estridencia al murmullo: la migrancia, el exilio, la fuga, el infierno, el caos y lo monstruoso. Babel: un pozo que lleva consigo la confusión de las voces. Moyano Palacio nos dice que anotó en su cuaderno de notas: “construir un lenguaje - construir un infierno”. La confusión que permite el descalabro de la palabra: los etruscos convertidos en turcos, la pesadilla de la Liga Lombarda. Para Moyano Palacio, Wilcock es un arquitecto, un ingeniero babélico que sabe que toda construcción tiende a su caída (39).  

La operación babélica es el plurilingüismo de su biografía y de su escritura: “una vocación debilísima pero irresistible” (40).  A esto, Moyano Palacio lo llama “cliché proustiano”, tocado por el virus influyente de quien escribe. Proust había dicho, lo leemos en Deleuze: “Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera”.

Wilcock hace un uso enciclopédico (e infernal) de las lenguas: las trabaja en su fraseo como lenguas neutras (apenas algunos localismos en sus primeros poemas, que de ser localismos, son todos librescos): usa las lenguas como un extranjero, como quien aprende usando los manuales, con los giros y el cuidado de un extranjero o un analfabeto. Escribe en “tan raro castellano”, en “una especie de italiano”. Wilcock, nos dice Moyano Palacio: “extraña la lengua solo para manejarla con la perfección técnica de manuales y diccionarios”.

“Wilcock siempre juega de visitante, es sumamente respetuoso de la lengua porque no pertenece a ella”. Esa distancia lingüística wilcockiana lo hace escribir en un idioma cero, un idioma diamantino, en el que se acumulan los siglos, las huellas de todos los hablantes. En una entrevista, Wilcock ponderaba el uso de la lengua de Beckett en sus últimos relatos: “escribe en una especia de lengua sumeria, casi pictográfica”. Usa el italiano como “la música de una entonación” extraña (41). La lengua es para Wilcock algo así como una entonación arqueológica.

En el relato “Escriba” de El caos, leemos que todos los poetas escriben en una lengua muerta.

 

6.

En sus desbordes, Disco Wilcock persigue una forma que no encuentra su estilo. En la sección “SU JOVEN AMANTE YA SE FUE SOLAMENTE LE QUEDAN LAS MARCAS”, la escritura adquiere matices operísticos. De hecho, esta sección es una pequeña ópera literaria que hasta podría dividirse en tres actos para su representación:

 

I.   El encuentro con el amante

II.  El manifiesto mamífero

III. La canción atlántica

 

La ópera ocurre durante el viaje que lleva definitivamente a Wilcock hacia Italia. Podría ser cantada en italiano y castellano. Es excesiva y melodramática, como la poesía castellana de Wilcock; y cruel, como sus relatos.

Moyano Palacio compone los lemas que recorren Disco Wilcock como juegos de lenguaje. Los lemas, etimológicamente, son: leyendas, divisas, reglas y letras. Moyano Palacio trabaja con escenas que son a su vez lemas, también. Algunos confunden los límites de la leyenda, la ficción y la letra. Así aparecen Mitre traduciendo la Commedia en el bochorno del Paraguay; Echeverría y el matadero en La Matanza: ambas escenas, escenas de la lengua y el territorio, de desbordes y nominaciones (el matadero mazorquí y La Matanza, el partido bonaerense) enmarcan los lemas moyanista-palaciegos: “la lengua actuando como un matadero, la lengua como matanza”. Disco Wilcock es también un ajuste de cuentas con la literatura… ¿cómo llamarla?: ¿nacional?, no; ¿argentina?, tampoco… aquí juego con un concepto abierto de otro poeta: transplatina. Moyano Palacio ajusta cuentas con la literatura transplatina a partir del cristal de Wilcock: modula nombres en su fraseo (Farrés, Conde de Boeck, Copi, Laiseca, etc.) y propone otras relaciones, la reescritura obsesiva: Reescribir El matadero para crear una literatura, salir por el fondo del infierno para construir una torre. Reescribirlo para poner la literatura argentina en un lenguaje fuera de sí” (64).   

Aquí ya estamos en otra sección, no en el guion de la ópera de los amantes transatlánticos, esta sección tiene como lema: “ESE JUEGO DE LENGUAJE QUE ATRAVIESA LA DEVASTACIÓN DEL MUNDO”, en el que Moyano Palacio escribe sobre la “literatura argentina” desde la extrañeza romana, porque Disco Wilcock es un diario, también, un diario sentimental, el diario de una beca, una canción de amor a Roma.

 

7.

Como novela de formación, Disco Wilcock, a la mitad del camino de su vida, está completamente afectada y contaminada por sí misma. “Por sí misma” quiero decir por Wilcock, que se sobre-imprime en la escritura de Moyano Palacio. Por ejemplo, cuando describe la obra de Llorenz Riber, aquel catalán de La sinagoga de los iconoclastas, que Wilcock imaginó como el dramaturgo y director de una representación de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, lo hace siguiendo la descripción de Wilcock, pero levemente extrañada.

Es un juego sutil, una pequeña mascarada. El pozo babélico es auricular, se excita en las volutas del oído, la concha que sostiene el descalabro de Babel. Y como es auricular, posee volutas y pliegues en los que se producen leves extravagancias.

(Resonancias. La descripción de la obra de Riber resuena en las descripciones que Kafka hizo en su Diario (que se salvó del fuego amigo), en sus descripciones del Teatro Oriental de Praga y las escenas jasídicas: las largas descripciones para construir un lugar donde albergar a las chicas judías, las actrices orientales que lo enamoraban en el escenario.)

Y en esas extravagancias, las escenas, la “rosca del lenguaje” y “las palabras-moscas” (que pertenecen a una escena escrita por Pablo Farrés) que emputecen a la literatura argentina, la narrativa wilcockiana (desde El caos en adelante), anota Moyano Palacio en las páginas de su Diario: “es una celebración de ese juego de lenguaje que atraviesa la devastación del mundo y encuentra la vieja canción, la nueva naturaleza” (68).

 

8.

Aturdido por la luz de una bochornosa tarde romana, Moyano Palacio cuenta que intenta escuchar en las lieder de Hugo Wolf la palabra de Wilcock. Pero la luz es pura y en su pureza diamantina (la luz es un monstruo tranquilo que no se espanta) obtura al sonido, que es luz degenerada (según la tesis de  Franz Piet Vredjuik, un sepulturero holandés).

“¿Cómo es la voz de Wilcock?” se pregunta el escritor. Aturdido por la música, la luz y las gaviotas, se pregunta por la voz del poeta.

“¿Cómo pudo el poeta romántico llegar al caos?”

Wilcock cruzó el océano, dejó atrás el castellano, se dice que huyó de Borges. Todo parece indicar que, sobre todo, huyó de sí para encontrarse.

Mientras hace un repaso de algunos escritos sobre los libros de Wilcock en castellano, la lectura de un artículo excelente de Ricardo Herrera, que habla de una “regresión órfica” en la poesía wilcockiana, Moyano Palacio tiene una epifanía, en la Fontana dell’Acqua Paola: puede escuchar los “lugares comunes” –ese libro, Luoghi comuni, si se editaran nuevamente los libros del joven poeta en castellano, debería publicarse también en la colección– entre las frases perfectas del prosista extraño y el exceso ciego y ardiente del poeta neorromántico. Y encuentra un poema que es el sueño de ser un monstruo, un insecto monstruoso, la tendencia excesiva y caótica de aquellos versos (cuyo aprendizaje neoclásico, según la descripción de Herrera, le habría permitido, podemos suponer intentar un dominio sobre el exceso).

 

9.

Horror y profecía. Los hechos se superponen en cada paso de la escritura en Disco Wilcock. Conviven la traducción mitrista y un crimen aberrante ocurrido en Roma. Moyano Palacio, que lee la historia de la literatura argentina desde la crítica wilcockiana, destaca la historia literaria de un instrumento de tortura: la picana, utilizada por el comisario Lugones en los interrogatorios durante la década del ‘30. Entra otro nombre al vendaval: Carlos Busqued, quien quiso escribir “un libro sobre el mal” (para el que se entrevistó con un asesino, serial y descolorido). Escribir sobre el mal está en relación con otro anhelo de la literatura moderna: “escribir un libro sobre nada”, un anhelo de Silvina Ocampo, un anhelo flaubertiano. Y también, el juego nihilista de la lírica, ya en lengua occitana: “Farai un vers de dreit nien:”/ “Voy a hacer unos versos sobre nada”.

(“TODO ESTÁ CONECTADO”, es el estribillo, el lema que leemos una y otra vez.) 

Wilcock es poeta y vidente, así se declaró una vez en una entrevista: “La videncia toca precisamente el punto ciego de la evidencia” (93). Moyano Palacio hace uso de Wittgenstein para recorrer el hecho inquietante de la literatura de Wilcock, que puede haber anticipado el horror estatal y paraestatal de la dictadura argentina en el relato “La festa dei nani”.

Los hechos inquietantes son sugeridos: son huesitos dejados entre cartas de amor a una abuela, cartas de amor excesivas (“mi vidita”): el horror que resopla en la cordillera, al borde de la Nación, desde otra lengua. Cosas del ingeniero civil que juega con la lengua (y canibaliza). 

 

10.

Después de una sección que podríamos llamar filosófica –allí está Wittgenstein, está la pregunta sobre el mal y la nada, sobre el estatuto literario–, la siguiente sección es una fascinante pieza policial.

Con los datos del archivo (“que te buscará para matarte”, según Daniel Link), los lemas son ahora pistas, fragmentos de una frase que podría nombrar al culpable de un crimen.

“LOS VERDADEROS MOTIVOS DEL CRIMEN SE MANTIENEN A LA SOMBRA”.

Nosotros quedamos temblando por el horror del ingeniero caníbal y en este relato (esta sección), Moyano Palacio nos cuenta que una vez, al recibir una llamada relacionada con una propiedad que Wilcock tenía en Mariano Acosta, fue Adolfo Bioy Casares el que tembló. Con el archivo y el chisme (la intempestiva partida de Wilcock de la Argentina ha sido motivo de muchas especulaciones, no solo literarias) como método –que más paranoico que el método del investigador policial que busca siempre la huella de carmín del crimen–, Moyano Palacio resuelve un crimen en el fraseo de los diarios de ABC.

No diré más porque arruinaría la experiencia. Hay un pederasta muerto en esta historia.

 

11.

Lector de Wittgenstein, como Wilcock, Moyano Palacio se aproxima a Wilcock desde diversos caminos, desde diferentes juegos de lenguaje: llega a esta figura, Wilcock, pero andando entre diferentes senderos por la ciudad de la lengua. Como en la ciudad que Wittgenstein propone para imaginar a la lengua: hay barrios en el centro, barrios periféricos (llenos de gitanos y putas), barrios abandonados, tinglados y palacios, etc. Disco Wilcock se propone como una operación de la lengua. Llega a través de diferentes caminos a Wilcock y todo tiene una luz diferente. Puede ser el tratado filosófico, el enigma policial, el guion en prosa de una ópera (como los guiones literarios que Tarkovsky escribía).

 

12.

Disco Wilcock interroga los lugares comunes en los que las conexiones funcionan por omisión y no por comisión, en ese sentido: desdeña a los lugares comunes. Y hay lugares comunes sobre la figura de Wilcock que quieren domar o monumentalizar, normalizar, al monstruo.

Moyano Palacio propone una clasificación –borgeana, por supuesto– de ese perezoso sector que cae en su propia parodia:

 

Más allá de sus pruritos de salvaguardia, en sus remotos papers está escrito que los Wilcock se dividen en a) neorrománticos b) poetas argentinos de la generación del cuarenta c) exiliados antiperonistas d) traductores y políglotas e) experimentalistas italianos f) surrealistas que pintan el realismo de la imbecilidad g) cómicos grotescos h) incluidos en esta clasificación i) metafísicos con giros satíricos y brutales j) enciclopedistas fragmentarios k) novelistas de metanovelas l) etcétera m) absurdos fantásticos n) que de lejos parecen moscas (113)

   

Con furia arremete luego contra “el Salón Literario”, cosa que tal vez, a esta altura, sea una bestia imaginaria. En su contagio, Moyano Palacio-Wilcock desprecia a la crítica: esos que se visten con la piel de un muerto o que escarban en las canaletas como una cucaracha: “no se puede ser crítico sin ser una cucaracha”, escribe Moyano Palacio que tenía anotado en su cuaderno. Esta sección es, a todas luces, una sección crítica (“LA FELICIDAD DE SALIR DEL SALÓN LITERARIO”) que propone una lectura, insisto, crítica, de la relación Borges-Wilcock, de la escritura y del auto-exilio[1].

Las herramientas para llevarla a cabo aparecen en los lemas del libro, utilizados aquí como vectores críticos que pueden poner en relación dos estéticas: el fraseo borgeano frente al fraseo de Wilcock.

La recepción, en una tertulia, con Wilcock ausente, de un poema leído por su “hijo” Livio Bacchi Wilcock, de un poema acerca del fuego que le gusta muchísimo a Borges, Moyano Palacio la usa para establecer la conflictiva relación entre ambos: un lento atardecer uno, y el incendio original el otro. El de los laberintos entre los segmentos del cosmos y el cantor de la nota muda de la entropía.

Esta lectura crítica, lo incomoda a Moyano Palacio, pero es un desborde más de su escritura que esta vez quiere controlar: anuncia oblicuamente que se convertirá en una cucaracha para explorar el polvo de los archivos y la dispersión de las partículas.

 

13.

Disco Wilcock es libro que habla de un escritor punk imposible (que escribe versos líricos y cancioneros de amor) y de un surrealista desganado. ¿Hay un nihilismo lírico, en Wilcock, en cualquier lírico? El poeta –“poeta” y nada más, dice la lápida de Wilcock en el Cimitero acattolico de Roma– es “quien mezcla el veneno de los reptiles con el canto de las aves”. Wilcock hace uso de imágenes líricas en sus libros de prosa que, muchas veces, parecen comentarios poéticos –en los términos de una poética posible– de las instituciones de la lírica.

La serpiente emplumada, aun para él, que realizó hacia Europa un viaje de vuelta, es la figura de la poliformidad americana y de la lírica de la tierra novomundana (las Indias).

Moyano Palacio continúa recorriendo y delirando con Wilcock. Escribe una no muy conocida anécdota sobre Daniel Balderston y un asado caníbal, donde la crítica académica, que se prueba la carne de un muerto, literalmente, devora el cadáver de un estudiante uruguayo, en un acto de antropofagia a la Copi.

 

14.

Y Moyano Palacio hace su propuesta estética (y ética): hay que escribir en wilcockiano. Esa es la lengua de Disco Wilcock, que es también la lengua de Sexto y Luoghi comuni, el último y el primer libro de las orillas oceánicas.

La lengua literaria es una lengua muerta, neutral, extranjera e isabelina (femenina). Es una lengua teatral y animalesca (como las princesas que fornican con bestias de grandes proporciones del poema Hae puellae de Sexto (texto-sexto-sexo desarma y arma Moyano Palacio babélica y anagramáticamente).

El wilcockiano es crítico y periférico, se extravía entre los senderos textuales, los gitanos y las putas que viven en las afueras[2] de Roma.

Wilcock mismo se asume como un zíngaro de los estados cuando se escribe con Elsa Morante y le dice: “cualquier comisaría mísera me puede expulsar” (p. 95). Es un escritor migrante, siempre, aun cuando haya vivido en dos momentos tan centrales del Siglo XX para las literaturas en las que vivió (169).

La lengua wilcockiana es santa e infernal, es como la disco: nocturna, oscura y salvajemente festiva. Es romántica como la China, que lo invade todo y se desborda. Ese es su gesto: asume la concatenación profunda de las cosas (179). Es el otro lado de las Indias.

Moyano Palacio escribe en wilcockiano: “Eso es romantizar: leer como un paranoico, leer el universo bestial en el sujeto que soy hasta alcanzar el caos y convertirme en un místico” (180).

El wilcockiano es la lengua de los indios, es la lengua indiana en todas sus dimensiones: la americana y la india, la europea indiana. Es una tensión irresuelta entre “la misantropía pesimista y la alegría” (183). Wilcock se distancia del salón literario, profundiza su máscara misántropa, se aparta para ser el rey de su mundo. Moyano Palacio lee ahora a Wilcock como el autor de una ética.

Llegando al final de su novela (porque se trata de una especie de novela), Moyano Palacio, como imaginó a Mitre, reescribe un diálogo de Alicia a través del espejo, el cambio es muerte por mermelada (morte por marmellata), y es feliz:

 

 Es una excelente muerte’, dijo la Reina.

 ‘Bueno, no quiero una muerte hoy, en ningún momento’.

 ‘No podrías tenerla aunque la quisieras’, la Reina dijo. ‘La regla es: muerte mañana y ayer –pero jamás muerte hoy’.

‘Pero alguna vez tendría que tocar ‘muerte hoy’, objetó Alicia.

‘No, no puede ser’, dijo la Reina. ‘Es siempre muerte otro día: y hoy no es otro día, ¿no es cierto?’. (211)

 

15.  

La parola morte es el último lema, en donde “la nada vibra de mortalidad”; Moyano Palacio lee desesperado. Wilcock ha abierto una serie de resonancias que parece abismarse hacia un canto que es veneno y nada más (212). Pero al igual que en las muchachas (puellae) que el poeta escuchó cantar entre las terrazas y entre los trapos de la ciudad, antes de partir a Italia, Moyano Palacio abre un hueco en el vacío para reencontrar el método: reinas-reinas de Lewis Carroll-reinas isabelinas, una serie posible entre la disolución y la conexión (como cantar un ritornello).

Es la lengua wilcockiana, la de “esas chicas”.

En el pico de su escritura, que errante se mueve entre la interpretación y la paranoia, encontramos otra superposición posible:

 

Y todavía escucho más voces femeninas, más y más. Las voces de las ondas en D’una onda all’altra. Escucho o veo o no-se-qué: algo hay en esa nulidad ondulante que las define –todas mujeres isabelinas en cuyas vocales se abre un agujero atravesado por las consonantes de las palabras muerte y nada, y sexo, y caos– rayos intensificadores de chistes mandibulares ( 214)

 

Y aquí citamos el final de “Hae puellae” (el poema que abre Sexto (1953), el último libro de poemas escrito en castellano):

 

Son ellas, sin embargo, las mujeres del mar

que en las calles del centro oigo a veces cantar

detrás de las dos Dársenas y de la Costanera,

cuando el invierno arrastra sus trapos por la acera;

las verdaderas dueñas del collar de Teodora,

las eternas sopranos, la familia escultora,

las santas que escribían Xristo en las catacumbas

y adornaban con peces las tapas de las tumbas,

las únicas personas que vivieron en Ur,

las alegres cretenses que no pisan el Sur;

hijas de la memoria con flautas y banderas

que en la noche sin término recorren las praderas

donde los unicornios fornican con leones

y las reinas con bestias de grandes proporciones,

anotando en cuadernos que la sombra pervierte

fragmentos del coloquio del hombre con la muerte;

cariátides sin manos de las quintas latinas,          

musas que lame el humo del tiempo entre las ruinas.

 

Y volvemos a Moyano Palacio, en la misma página:

 

Conexiones de palabras por todas partes. Cada palabra lleva a una nada. Me estoy conviertiendo en una isabelina. Quiero gritar y llorar con risitas de duquesa, corretear por los campos y avanzar como Dante en las luces surrealistas de su Purgatorio. Tocar la puerta de la filosofía e invitarla a jugar a la salchicha. Llegar a las visiones del Paraíso y enceguecer. Alcanzar a Beatriz que me hace temblar de éxtasis al punto de callar mi poema. O correr junto a Gilgamesh y Enkidu para buscar las aventuras que concluyen todas en la palabra muerte, muerte, muerte. En el origen de la literatura (224)

 

Terrazas infernales, balcones babélicos, helicoidales vaticanas, la escritura de Moyano Palacio en la Disco Wilcock, parece una realización del “Deseo de convertirse en indio” de Kafka:

 

Si hubiera podido ser piel-roja, listo para salir, y sobre un caballo veloz, medio torcido en el aire, sin poder parar de temblar sobre suelo tembloroso, hasta que dejara las espuelas, ya que no había espuelas, hasta que soltara las riendas, ya que no había riendas, y apenas vislumbraba el campo como césped emparejado. ya sin cogote ni cabeza de caballo.

 

Ya no hay sino un devenir enloquecido y febril.

Esta proliferación (febril entre las palabras) se detiene ante otro nombre: CARAVAGGIO, otro nombre, otro lema: “cada cuadro de Caravaggio parece un negativo del mundo y valdría la pena describirlo” (224).

Es un finale accelerando, con un rubatto muy particular (como quien toca una pieza clásica “romantizándola”): casi sin aire –el aire que falta antes de salir a ver las estrellas o al sol de la Disco– que caotiza la puntuación y al fraseo (oscilante entre la prosa y el poema, respira agitado).

Llega el finale de la Disco Wilcock, de esta novela/poema, de esta divina vita nuova.

 

16.

Para cerrar estas notas, lo haré en wilcockiano (queda mucho por leer, mucho en este objeto tan particular). Voy a hacerlo con el texto de un crítico y maestro, pero lo variaré levemente, como hizo Mitre con la Commedia y el Martín Fierro en la batalla de la lengua; como hace Moyano Palacio en sus remixes y patchworks (la ópera transatlántica, el profesor caníbal, Alicia, etc.). No citaré la fuente, porque es de amor, no de autoridad, y además, es fácil de descubrir, no hay ningún misterio que revelar, al menos que alguna mísera comisaría nos pida los papeles.

En la escritura de Disco Wilcock:

 La lengua wilcockiana se ha vuelto loca para desestabilizar el mundo y dar vuelta la historia. La lengua wilcockiana ha jugado siempre con la autodestrucción y la muerte, ha jugueteado con la risa de la calavera.

 

 




[1] Como Disco Wilcock funciona por resonancias y desbordes, por música y paranoia, en la cita de un poema (vía Daniel Balderston en “La literatura antiperonista de J.R. WIlcock”) algo resuena indomable, a partir de la pesquisa policial del capítulo anterior; algo que va de la lírica a la pederastía y el mal gusto: “… y me decías: ‘Vete, no quiero mamarrachos,/ no quiero violines ni libros, quiero machos/ que me estremezcan la vida entera”.

[2] Hay mucha música inspirada en la deriva gitana. Rapsodias, formas de vivir juntos (Jankélévitch).