Los grandes desvíos - G.Guerber


Presentación de G. Guerber - M. Ignacio Moyano Palacio

 

Hay un Mapa en la cabeza de G. Guerber. Y ese Mapa es Dios.

Cabeza de G. Guerber = Mapa = DEUS

La última vez que alguien hizo el cálculo, escribió: Dios es la raíz de menos uno. Inmediatamente aclaró: Menos Uno, Cero y Más Uno son los tres enigmas insolubles de la Creación.

DEUS = (-1) + 0 + (+1)

La cita viene de At-swim-two-birds y está firmada con aliento de cerveza irlandesa. Pero me doy cuenta que al situar a Dios en el Mapa y al Mapa en Dios, debo recomenzar: hay un MA/PA en la cabeza de G. Guerber y ese MA/PA es Menos Uno, Cero y Más Uno. La ecuación se reformula:

Cabeza de G. Guerber = MA/PA = DEUS = (-1) + 0 + (+1)

El 12 de agosto del año 2023 leí El colapso de lo posible, primera novela publicada del autor. Entre las anotaciones, resalto ahora una para los lectores de La Novela Rota: La literatura es lo que viene después del sol. Hacia allá vamos. (Sí, me subrayo perfectamente porque nunca releo sino entre rayas).

¿A dónde es que vamos?, ¿dónde queda el lugar que está más allá del sol?, ¿dónde canta sus sonetos Dios? En la cabeza de G. Guerber.

Joyce dijo alguna vez que escribió su Ulises como un acto de amor: si Dublin alguna vez fuera completamente destruida, la ciudad amada se podría rehacer de pé a pá con su Libro. Creo que puedo decir algo en sintonía respecto de la escritura del Doctor G. Guerber: si alguna vez Dios fuera aniquilado de forma total, podría reconstruirse siguiendo sus novelas: El colapso de lo posible y la que ahora me enorgullezco en dar a conocer, Los grandes desvíos.

Pero mientras leo los fragmentos iniciáticos de esta nueva ficción, me doy cuenta que con las sagradas escrituras de G. Guerber podríamos reconstruir no solo a Dios y al MA/PA, sino también a la ciudad que lo vio esconder el astro lumínico en su cráneo cuando apenas tenía 8 añitos: Pozo del Molle. La ecuación se reformula:

Pozo del Molle = Cabeza de G. Guerber =  MA/PA = DEUS = (-1) + 0 + (+1)

Ahora tenemos ante nuestros ojos una novela por registros. El avance es cinematográfico, místico y pisquiátrico —técnica, religión y locura o la santísima trinidad de la ecuación que guía a toda ficción de orígenes mayores.

En un momento, el narrador anticipa un ruego para seguir sus línea: La siguiente representación escénica y textual —que por benevolencia debería comenzar con 37 páginas en blanco o 45 minutos en silencio— pretende visualizar algunas pocas cuestiones referidas al proceso de marcado de los individuos consagrados a DEUS.

De inmediato, se aclara el acrónimo: DEUS: Deformitas Ecclesiae Ultra Satanam. ¿Un error? Sí: Los acrónimos atraen incautos. Entonces todo debe justificarse, aún a riesgo de introducir errores. Los errores se propagan con potencia, y DEUS es un error. El Gran Error.

El error fundamental de Dios fue Satanam. Dios es Satán. Y como todo se reformula constantemente, la ecuación también —pueden imaginarla e incluirse en ella.

Yo creo que cuando el futuro lea a G. Guerber, sabrá que está dentro de aquel que fue Dios y sabrá que Dios era su propia desviación. Sabrán, en el futuro, que para captar este axioma había que entregar una vida, una literatura, una muerte. ¿Era Dios aquel que nos esperaba agazapado en el fondo de Pozo del Molle cuando con apenas 8 añitos nos acercamos con una escopeta en la mira y disparamos con susto? Sí, era el Dios de los colapsos y los desvíos. El Dios de la Gran Llanura donde escribe aquel que no parpadea masturbando cadáveres

 

***

 

Los grandes desvíos

Novela

G. Guerber

 

“I think there will be a kind of inward collapse. But that's when things might start to get interesting. It's quite possible that deregulation of the airwaves will lead to a deregulation of the imagination. I've always believed that ultimately every home will be transformed into its own TV studio. We'll all be simultaneously actor, director and screenwriter in our own, soap operas. People will start screening themselves. They will become their own TV programmmes.”

J. G. Ballard, i-D Magazine (1987)

 

“For every way that there is of being here, there are an infinity of ways of not being here. Historical accident snuffs out whole universes with every clock tick. […] Art is a way of saying, in the face of all that impossibility, just how worth celebrating it is to be able to say anything at all.”

R. Powers, Conjunctions (2001)

 

“This is a singular perturbation problem, and its analysis can sometimes be particularly difficult.”

S. R. S. Varadhan, Large Deviations and Applications (1984)

 

Exordio:                                                                

Expone el mecanismo para la ahora ausente Anna Hunt: “Repara en esto: tu función consistía en identificar la luz de una luciérnaga en medio de una explosión nuclear. Para ello habías sido diseñada, con esa mirada clara de perfecta definición, como los ojos múltiples de un insecto. Pupilas dilatadas que tantas noches se abstrajeron frente a numerosas pantallas encendidas, en distintas frecuencias, en distintas exposiciones, en la oscuridad aberrante de la Deep Web. Visiones que auguraban un destino trágico para la experiencia humana. Ondas de mutilaciones y reconstrucciones fallidas. Errores superados por otros errores. Sangre mezclada con otra sangre. El acto final de contemplación de quien se asoma al balcón de un piso superior y no distingue el límite de la noche. Pero tú no caíste en esa tentación, Anna Hunt. ¡Tú, la ausente! Venerada por todos aquellos que accedieron a la estructura de tu cerebro, no programado para el quebranto ni para las emociones asociadas a las pérdidas. Ni siquiera cuando siendo niña te separaste de la bicicleta amarilla con dos pequeñas ruedas traseras adicionales. Un equilibrio lateralmente estable. Recuerdas que la maquinaria ambulante quedó firme para siempre, encadenada al añoso tronco de una glicina, formando una estructura única e indisociable. Sonreías, Anna, sonreías desconsideradamente. Podías hacerlo; todos esos recuerdos eran parte del programa. Y traficar órganos y alucinógenos era entonces tan sencillo como transportar en el equipaje de mano un frasco con hormigas, langostas o grillos condimentados con sal y ají. Nada que no pudiésemos controlar desde Constellatio. Claro que también giraba el tema de las influencias. Y tú eras una influencia, ¡tú, la ausente! Dimetiltriptamina, fentanilo, órganos humanos internos y externos. Todas esas maniobras relegadas a tu perímetro regional y a tu buen tino. A tu juicio y a tu sensualidad prefabricada.

Pero vayamos al Hospital que cargabas (y aún cargas) en tu memoria, ausente Anna Hunt. Inmovilicemos unos minutos el relato. Tiempo sin acción, sin viento, una luz de verano. Tu casa familiar tiene en estos momentos un patio externo y un patio interno, separados por un tapial con alero y una puerta de madera pintada de celeste. De un patio y del otro crecen, y se alimentan desde los agujeros entre piedras lajas, dos troncos de glicinas que se cruzan formando una bóveda ramificada, una sombra de flores y sonidos de abejorros. La música zumbante de los perfumes de la primavera. Y sobre el costado, perpendicular al muro que separa el interior del exterior: la construcción anexa de tres niveles, la estructura lateral del Hospital. La primera puerta de madera (también celeste) desemboca en un pasillo. La segunda puerta, con marco de hierro y gruesos vidrios de colores translucientes, conduce directamente a las salas de internación. Dos ventanales con idénticos cristales de tonos oscuros (cuatro, seis, ocho vidrios azules, rojos, verdes, amarillos) permanecen casi siempre cerrados, pero pueden abrirse hacia tu patio infantil. Deberías dibujar todo eso, Anna Hunt, ¡tú, la ausente! Todo eso: una unidad de paredes, puertas, ventanas, vidrios opacos, hierros, masilla seca, glicinas, flores y abejorros. Y una bicicleta amarilla incrustada en un tronco. Entonces tus visiones y tus gritos y tus llantos de deseperación originados en ese lugar oscuro, con dos pisos de habitaciones y un tercer piso superior, con un sótano, con pasillos y corredores para los condenados. A muy temprana edad te familiarizaste con esa escenografía del horror. Luego todo se transformó en tormentas de datos invisibles procesados a gran velocidad. Alucinaciones resonantes como la música de las esferas. Sonidos anfibios y barrosos. Pero con cuerpos que no eran esféricos y con una música electrónica emparentada con el noise. Ese encantamiento monstruoso generado y amplificado en tus primeros años de existencia. El territorio árido y funesto hacia el cual nos dirigimos. La naturaleza conceptual torpemente expandida por los falsos signos de la realidad.”

 

→ Interior del Hospital abandonado: Una pantalla plana abarca la totalidad de la pared posterior del primer nivel. Partículas se dispersan en el aire; un polvillo seco y gris. No hay allí observadores humanos, ni posthumanos, ni androides, ni cyborgs, ni psycho robots, ni elementos inteligentes de Constellatio. Todo recuerda a un autocine vacío en medio del campo. Aunque haces de luz se activan al detectar movimientos de aquello que pueda considerarse vida organizada en régimen gregario: cucarachas, gusanos, ratones, escarabajos, escorpiones. El proceso de aniquilación dura milésimas de segundo. Lo que queda: un humo de color verde radiante.

 

→ La Pantalla Gelver: [¿Presentador? Hay un presentador y se hace llamar El Uno D. ¿Se observa su rostro? Apenas se perciben gestos mínimos y movimientos de su lengua; podría tratarse de un depravado. ¿Constellatio es eso? Constellatio es eso y también es algo muchísimo más aberrante que eso. Es el organismo que produce los desvíos. Es la fábrica de eventos raros que compensan la igualmente repulsiva medianía del mundo. Se existe y no se existe; se mezclan las partes y se estudian sus efectos. Y esos efectos son el espanto que nos rodea. Difícil de creer, imagino. Créalo o no, no es asunto de relevancia; pero por favor limpie sus partes traseras, levántese del inodoro automático, y escuche lo que tienen para decirnos.] “La siguiente representación escénica y textual --que por benevolencia debería comenzar con 37 páginas en blanco o 45 minutos en silencio-- pretende visualizar algunas pocas cuestiones referidas al proceso de marcado de los individuos consagrados a DEUS. Se trata aquí de los privilegios y desventajas que, a cada portador de la marca, acompañan durante tiempos aleatorios. Se trata también de redes cerebrales perturbadas con moderadas y no moderadas dosis de alucinógenos y anestésicos. De todo eso trata: ascensiones, deslizamientos y declives; visiones y caídas; furia y lucidez. Que todos los asuntos infrahumanos, tal y como los conocemos, desaparezcan con la vehemente velocidad de la invocación de un conjuro.”

Y continúa, forzando aún más su afectada voz: “Ven aquí lo que llamaremos estado inicial. Quienes aparecen en pantalla han recibido el llamado de Constellatio: un sobre de manila con la invitación en clave: //Concilio de Nueva Éfeso – Núcleo UR-148 (sin fecha): ¡LA BOMBA ES HOY! ¿SERÁ HOY?// Y es así que a la vista de nadie hay siete residentes dispuestos geométricamente como se indica en la figura. Ellos no están aquí. No ocupan este mismo espacio que antes fueron salas de internaciones. No pueden ver las oxidadas herramientas de medicina desparramadas por el piso. Ellos, pobrecitos, no imaginan lo que les espera.”

[Detalles técnicos sobre la disposición y las imágenes de los siete personajes en pantalla: sus posiciones respectivas están marcadas en el suelo, formando un triángulo dentro de otro triángulo y un nodo central. La estructura jerárquica queda señalada por los colores de los nodos (negro el centro, rojos los vértices del triángulo interno, azules los del triángulo externo), y por las relaciones de cercanía, también marcadas con pintura. La filmación que sigue es poco nítida y, a pesar de los avances tecnológicos, parece realizada por una cámara Super-8: colores tenues y borrosos; los patrones de interferencia contribuyen a la sensación general de desconcierto. Un efecto visual comparable al de los videos del asesino Anatoly Slivko, ahorcando y quemando a los jovencitos miembros del club de exploradores.]

 

→ Los elegidos: Vestimentas que remiten a profesiones clínicas o ligadas a la medicina; incluyendo sus consecuencias no deseadas. No dejan ver sus extremidades superiores y portan caretas o máscaras con personajes de historietas. No es otro el objetivo de las máscaras que el de ocultar los verdaderos rostros y contribuir al desorden y a la confusión general.

1- Anna Hunt: aquella que goza trepanando cráneos. Cirujana; máscara de Tía Vicenta.

2- Regina: aquella que acuchilla partes blandas. Sepulturera; máscara de Hägar the Horrible.

3- Micaela: aquella que sonríe arrancando muelas sin anestesia. Dentista; máscara de Olive Oyl.

4- Dio Fau: aquel que engulle carne humana. Psiquiatra; máscara de Afanancio.

5- Teodoreto: aquel que se regocija hundiendo ojos con sus dedos. Oculista; máscara de Fritz the Cat.

6- Oksana: aquella que se persigna crucificando personas. Enfermera; máscara de Dippy Dawg.

7- Gelver: aquel que no parpadea masturbando cadáveres. Anestesista; máscara de Curugua Curuguagüigua.

 

Un brazo ajeno para el principiante

Registro 1: “Observad lo diáfano y lo oscuro, lo fulgurante y lo opaco; observad la descartable podredumbre de los hombres. Y clavad la afilada pluma de la escritura en esa tinta sanguinolenta envuelta en carne. Registrad todo y estudiad lo que no sobra: el manto de las cosas reales, lo que no se puede percibir pero es.” Habla Anna Hunt, experimentada cabecilla del núcleo local de DEUS. Rostro oriental de muñeca de silicona y una boca que imita los vanos intentos respiratorios de un pez gigante fuera de la laguna. Claro que nada de eso se percibe bajo el mascarón de Tía Vicenta, la de rizos apretados. La envoltura de alambre y papel maché cubre toda la cabeza, y hay apenas tres agujeros: uno para cada ojo y un tercero para el ingreso de aire. La escena que transmite la pantalla se desarrolla en un baldío ínfimo rodeado de glicinas.

DEUS: Deformitas Ecclesiae Ultra Satanam.

Aquí la imaginación no es un punto fuerte. Los acrónimos atraen incautos. Entonces todo debe justificarse, aún a riesgo de introducir errores. Los errores se propagan con potencia, y DEUS es un error. El Gran Error. Y la suma de todos los errores (aún cuando constituyan sucesos extremadamente raros) marca el ritmo de la evolución. En este caso: el ritmo del camino cierto hacia la brutalidad. O hacia un monte de espinas. O como quiera que se llame. Bienvenidos sean los eufemismos.

De manera que Anna Hunt, afilada lengua y exuberantes medidas superiores, es escuchada con alguna atención por las jerarquías menores. Única líder del sínodo regional desde el último recambio, un par de años atrás. Aquella belleza ostentosa en cada una de sus propias células. Posee Anna Hunt la capacidad de encandilar a una multitud; aunque en este momento la multitud que la envuelve sean seis personas. Las sentencias vuelan como sanguijuelas o como babosas, penetrando y pegoteándose en los oídos sórdidos.

“Pensad en la remanida alegoría de la punta del iceberg y de la parte oculta en las profundidades...” Alguien estornuda, propagando una brevísima ola de incomodidad. Ella produce indecorosos sonidos con su áspera garganta. “Las profundidades... del mar. Lo que es bueno es una vez bueno, pero lo que es malo lo es incontables veces. El Mal se replica; el Bien es un evento raro, o sea: una desviación mayor. Aquel que se desvíe lo suficiente (y cada uno de ustedes deducirá lo que quiero significar con esto) llegará a la espesa jungla de la ensoñación...”

Nuevo estornudo. Puede decirse que Anna Hunt abusa de los modos hiperbólicos para introducir la temática de sus discursos. Viscosos minutos en los que pronuncia oraciones sin significado alguno, para llegar a un cierre a toda orquesta en que suelta tres o cuatro palabras reveladoras que avivan las neuronas ardorosas. Una de esas palabras es la palabra marca. Entonces la máscara de Tía Vicenta eleva la vista, como si quisiese adivinar cuándo llegará la anunciada tormenta eléctrica. Tormenta y tormento son otras de sus palabras claves. En síntesis, dice cualquier cosa, pero lo dice de una manera tan convincente que los demás podrían pasarse noches enteras intentando develar el significado.

Ellos, especialmente los tres vértices del triángulo externo, son actores secundarios, por decirlo de alguna manera; vehículos de la propagación del mensaje, sus mosquitos Aedes aegypti, infectados por la euforia y las palabras ajenas. Media docena de diseños caricaturescos y enmascarados, con nueve brazos en total (por ahora), rodeados de árboles de glicinas.

 

Registro 2: El recién ingresado Gelver, el nodo superior a quien Anna Hunt da la espalda, trata de comprender aquello que escucha y ve --y que aún le es impropio-- en términos de similitudes y analogías. Pero muy rápidamente es guiado hacia las tinieblas mórbidas de la Deep Web. El iceberg, la profundidad, lo que anestesia las percepciones. Aquella red de miembros arrancados de sus cuerpos, de cortes con bisturíes y motosierras o con juegos de cuchillos fabricados en Singapur; de animales recién nacidos colocados en licuadoras, en hornos microondas. Todo el sadismo de los lunáticos del orbe a disposición de los curiosos, de los empastillados, de los onanistas, de los espíritus traumados en la juventud. Pero Constellatio es otra cosa, le habían dicho. Y esas otras cosas eran las que habían guiado su ingreso a la tierra prometida de rosas sin espinas, o de espinas sin rosas, o de calas en panteones colocadas en recipientes sin agua. Es su primera participación en un evento de esta naturaleza, lo que le acarrea cierto peso de pudor y timidez. Y es en esas instancias cuando la subdivisión hace el trabajo a nivel molecular, para en días posteriores dar paso a la integración de todas las partes en la Poderosa Estructura que es DEUS.

Pero la pantalla se encarga de mostrar, como tantas veces, que algo de naturaleza inesperada ocurre con los novatos. Es entonces que Gelverito, el cacique Curugua Curuguagüigua, el anestesista, siente el deseo arrollador de conocer cuál de los dos brazos es el que manca (en ese momento) a Anna Hunt. Y pregunta con impostada solemnidad: “Este viento que agita nuestras vestimentas médicas y sepulcrales, oh adorada Tía Vicenta, luz y guía de nuestros razonamientos, ¿es acaso el viento norte que nos trae el calor del trópico?”

Su superior inmediato Dio Fau, el caníbal, siente deseos de acogotarlo con su miembro único. Pero enseguida ese deseo parece transmutar en lástima y en la voluntad de abrazarlo, aunque (en ese momento) no le resulte posible. Anna Hunt, en cambio, no deja adivinar ninguna emoción en sus movimientos: extrae su brazo derecho por la manga del delantal médico, introduce la mano dentro de la máscara de Tía Vicenta que cubre su rostro, y sobre su dedo índice despacha un sagrado escupitajo. Luego, y sin demorarse un segundo, lo eleva al cenit con la vista fija en Curugua Curuguagüigua. “Efectivamente: viento norte. Pero del norte selvático, no del norte helado. No confundir una cosa con la otra. No confundir Allá con Más Allá.” Y arriesga, para horror de los presentes: “¿Puedo suponer que no habrá más preguntas?”

La pantalla seguía brillando con tonalidades azules en la pared del Hospital. Bien. Muy bien. Excelente con felicitaciones. Todo un avance observacional y deductivo de parte de Gelverito: Anna Hunt carecía (por ahora) de su brazo izquierdo. Ruido de engranajes en el cerebro del onanista. Tres coágulos se reacomodaron entre las neuronas. Pero el muchacho fue por más. “Me gustaría saber cuántos golpes de puño de un psycho robot se necesitan para voltear una sequoia de 1500 años. Sé que mi inquietud puede sonar algo ridícula, pero he soñado durante siete noches consecutivas que todos los santos mártires colgarán algún día de las ramas de esos árboles gigantes. Pueden dudar de mí; no es el tema. Aquellos descabezados colgarán de alguno de sus miembros, y aquellos desmembrados colgarán clavados en anzuelos de tamaños humanos”. Lo del novato sequoia ya bordeaba la provocación y el ridículo. “Aquí no hay sequoias”, dijo Dippy Dawg. Los otros masticaban asombro, como si la flema invadiera sus gargantas. “Que no haya sequoias ahora, no significa que no haya sequoias en algunos siglos. Puedo encargarme de sembrar algunos tallos.” La constelación de dementes ya lo observaba como a un gusano de seda. “Son posibilidades: yo no deseo colgar de una sequoia...” Entonces la interrogada procedió del siguiente modo: acercó nuevamente la mano a sus labios santos (siempre bajo la máscara de Tía Vicenta) y esputó varias veces sobre cada uno de sus cinco dedos. A continuación le pidió al audaz iniciado que por favor se acercase hasta una distancia del largo de su brazo y que levantase por un momento la máscara de Curugua Curuguagüigua. Un cachetazo sonó seco y contundente y los ojos del necrófilo sequoia fueron habitados por el estupor.

“¡Las lecciones no se aprenden en el primer día!”, lanzó Anna Hunt a la multitud de seis. Y continuó: “No me buscarías si no me hubieses ya encontrado. Lo que se recibe es lo que se da y lo que se encuentra es lo que se olvida. Este fue el sonido de una mano contra una desvergonzada mejilla. Ya conocerás el sonido del cachetazo de una mano contra ninguna mejilla.” Y el parloteo aleccionador siguió varios minutos. De manera que Gelverito se vio obligado a agachar su cabeza enmascarada. Había sido una torpeza innecesaria. La humillación lo dejó petrificado, y en vano alguna máscara trató de consolarlo dando a entender que todos habían atravesado ya por esas situaciones. El desconcierto del hombre sequoia no podría definirse con un color. Era un desconcierto rojo con matices negros, y era también un desconcierto negro con matices rojos. Su rostro era el yin y el yang del desconcierto, aunque el plano posterior mostrase la máscara de un indio fiero y de nariz enorme.

 

Registro 3: […] Largos e intrascendentes minutos continúan proyectándose en la sala vacía, pero no ocurre nada digno de destacarse, más allá de la monotonía sonora de algunas voces que apenas se escuchan. Hasta que la pantalla por fin se apaga y la oscuridad vuelve a cubrir toda la sala del Hospital. Luego de ese corte final, y aunque no haya imágenes, Constellatio elige a uno de los participantes para someterlo al proceso de marcado. Y no se requiere demasiado sentido común para imaginar a quién. La desafortunada intervención del muchacho sequoia señaló su suerte. Entonces la imaginación y las visiones del sueño monopolizan el relato: nadie vio nada, nadie agregó nada. Podrían haber transcurrido horas, días o meses enteros. Y lo cierto es que pasó el tiempo con la velocidad de una tortuga drogada. Pasó el tiempo, pasó mucho tiempo, pasó más tiempo, cayó la arena egipcia en la bóveda inferior y volvió a caer, los cuerpos celestes palpitaron copiosas veces en el terror del sistema. Y entonces Gelver, el novato, el onanista, abandonó los efectos opiáceos sobre una camilla de metal helado, en el recinto conocido como El Masturbatorio, para descubrir que ya no tenía su brazo izquierdo. Pero no era que le faltase un brazo; lo que faltaba era su brazo. En ese lugar alguien o algo había colocado un trozo de carne musculoso, peludo, carcelario, pendenciero, con el tatuaje de un ancla hecho con agujas sin desinfectar. Podría tratarse del brazo de Popeye the Sailor, pero no fue eso lo que lo preocupó en los primeros instantes. Resonaba una voz: “Yo soy la vacuidad del Mundo / Tú eres la vacuidad del Mundo”. Sus desvaríos anestesiados iban hacia el lugar del placer que se propinaría a sí mismo con la nueva estructura corporal. Y, sobre todo: ¿cómo masturbaría a un cadáver con ese miembro ajeno? En ese territorio vergonzante dejó vagar sus pensamientos.  



[Fuente foto: archivo personal de Maigua y Editorial Nudista]

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