Platón, el primer yonqui de la filosofía - Rafael Arce

 

 

Del mismo modo, la metanfetafísica vuelve a la metafísica contra sí misma y encuentra en el epekeina tes ousias de Platón, no ya la fundamentación de lo Real propia de la ontoteología, sino la posibilidad (la sobredosis, el Gran Flash) de una Alteridad radical, ajena a todo Fundamento pero también a todo Ser.

 

Germán Osvaldo Prósperi

Metanfetafísica. Ensayo de sobredosis ontológica

 

Al contrario de la democracia, la filosofía argentina goza de muy buena salud. El término “pensamiento latinoamericano”, que habría dado cuenta de una modestia o una imposibilidad, ya no resulta apropiado. Nuestrxs filósofxs especulan sin complejos en la estela post-metafísica de toda la tradición occidental. Esto no significa un desprendimiento de la realidad continental o nacional, sino, todo lo contrario, un estar situado que suscribe la célebre tesis borgiana: la argentinidad es una fatalidad, no es necesario tematizarla para los europeos o, peor aún, para la academia angloamericana. Tenemos derecho a escribir sobre el universo y no solo sobre una presunta realidad local reconocible.  

En este contexto, algunos de ellos lo hacen a contracorriente del sentido común filosófico contemporáneo. Son metafísicos: no renuncian a la interrogación de lo invisible, ese arcano de la filosofía, la mitología y la magia. En un mundo en el que la visibilidad presupone una ontología vulgar, los nuevos metafísicos, los post-metafísicos, reaniman la pregunta por las zonas oscuras y amenazantes de lo que no puede ser no solamente percibido, sino incluso meramente pensado. El sentido común filosófico, obvio es decirlo, es el materialismo, amén de les excelentes filósofes materialistas que piensan en nuestra contemporaneidad (lo que no tiene nada que ver con la vulgata):

 

El Ser y la Nada constituyen la matriz y la condición de posibilidad de las dos grandes vertientes de la metafísica occidental, el idealismo y el materialismo. En el primer caso, el idealista, la estrategia consiste en identificar al Espíritu con el Ser y a la Materia con la Nada; en el segundo caso, el materialista, en identificar a la Materia con el Ser y al Espíritu con la Nada (287).

 

Germán Osvaldo Prósperi es, tal vez, uno de los más arriesgados de estos metafísicos contemporáneos. Sin ruborizarse, viene proponiendo, desde hace algunos años, en sus libros, artículos y ensayos, una filosofía propia, que cuaja ahora como Sistema General de Metanfetafísica. Para Platón (punto de partida de su libro), el filósofo es aquel que se asombra. Para Blanchot, citando una conjetura de Bataille, es, en el siglo XX, el que tiene miedo. Para Prósperi, en el siglo XXI, filósofo es el que flashea. Además de Fabián Ludueña Romandini, al que Prósperi dedica un capítulo completo, solo puedo atinar a pensar en la obra de Pablo Farrés: una radicalidad que implica ir lo más lejos posible, aun a costa del verosímil y del pudor, de la pacatería racionalista del lector y de la prudencia del super-yo institucional (académico o literario). No en vano traigo el nombre de un escritor. Prósperi mismo arruina las clasificaciones disciplinarias. En su rigor filosófico, en su atención filológica y en su detallismo bibliográfico, no desentonan las interpolaciones literarias, ni los desbordes ensayísticos. Un libro que propone una ontología post-metafísica no podía más que ser él mismo un saque: también el lector que encara sus 400 páginas lo hace con la lucidez de un adicto.

Prósperi propone (al menos) dos cosas:  una relectura de la metafísica desde Platón hasta nuestros días y el Sistema General de la Metanfetafísica. La relectura no es ni una destrucción heideggeriana ni una desconstrucción derridiana sino una suerte de esquizoanálisis de esa historia: a partir de una intuición de Lévinas, Prosperi demuestra que la metafísica ha presentido un Afuera extra-ontológico pero, cada vez, ha retrocedido por miedo al coma filosófico. La empresa metafísica ha bordeado el Afuera, no obstante lo ha conjurado: ese presentimiento es una sobredosis de Ser, una apertura de alucinado. Se trata de un esquizoanálisis porque el recorrido de Prósperi implica no un diagnóstico curativo, sino una conmoción que provoque el exceso, una invitación al salto y al suicidio. Bajo el signo de Artaud, la metanfetafísica constituye un mito de origen del Ser y de la Nada, en un alba en el que la distinción entre mito y logos es irrelevante (como entre literatura y filosofía), porque es “anterior” a la partición del Caos y su Afuera relativo: la Nada, el Dios teológico, la Otredad, el Espectro. El “otro” Afuera, como la “otra noche” de Blanchot, el Absoluto, la X que recorre todo el libro, sería extra-ontológico.

Ahí donde la metafísica se ha detenido (por salud), algunos escritores han continuado (por exceso): Artaud, Rimbaud, Borges, Kafka, Menville, Aira, Farrés. El Afuera, que no puede tener relación alguna con el Ser (tampoco con la Nada), es no obstante imaginado. La ontología fenomenológica, adelantada por Prósperi en sus anteriores libros, se refina aquí en el SGM. El Ser y el Aparecer coinciden: no hay más realidad que las imágenes. Aunque parezca abstracto, no deja de reenviarnos, casi sin proponérselo, a una reflexión sobre nuestra condición actual: nuestro carácter de espectros, de muertos-vivos, especialmente políticos. Pero el Ser imagina el Afuera Absoluto, con el que no tiene ninguna relación: la literatura, el mito, la filosofía, pero también la imaginación humana, las pesadillas, la esquizofrenia. La Stimmung de este Afuera es la Fobia.

La genealogía de la sobredosis de Ser, y de su rehabilitación, permite un recorrido por Platón, Plotino, Dionisio el Aeropagita, Lévinas, Derrida, Marion, Blanchot y Ludueña Romandini. No es accidental o negligente este salteo de los Modernos (que comparecen, no obstante, en la segunda parte): ni el sujeto ni la conciencia atañen al trayecto, toda vez que la postmetafísica se vivificaría después de la muerte del Hombre y la crisis del Sujeto, diagnóstico al que Prósperi ha sabido darle una nueva vuelta en un libro anterior, La máquina óptica. Antropología del fantasma y (extra)ontología de la imaginación. Todo indica que la Modernidad, con su Yo sano y neurótico, ha sido la época menos sensible a las afecciones del Afuera Absoluto. El Genio Maligno de Descartes habría sido, como la idea y lo sublime kantianos, apenas un atisbo o fábula de aquello que requiere ser asediado mucho más allá de la distinción entre un sujeto y un objeto.

La segunda parte, propositiva, procede por analogía, pero el método ya se insinúa, de algún modo, en la primera, al hacer jugar los conceptos de los metafísicos en el sentido del SGM. Entonces el Afuera se enfrenta a la Nada de Heidegger y de Sartre, pero también el Límite se las ve con la experiencia interior de Bataille. El cruce entre genealogía y diseño del sistema es diagonal, inclinado. Prósperi procede metódicamente coloreando los conceptos ajenos con los propios del SGM. La analogía cada vez demanda deslindar las distancias. Cada diferencia opera en una conjetura mayor, la dependencia de esa Otredad no radical, ora en un metafísico, ora en el otro. En efecto, para Prósperi, quienes se han asomado a ese Afuera no han dejado de volverlo relativo a una ontología que lo transforma en alteridad, espectros, noche, Nada, vacío, Dios o dioses. También contra cierto sentido común filosófico, Prósperi vuelve a Parménides en detrimento de Heráclito: el Ser tiene un Límite. La cuestión es el origen de ese Límite, cuya mitología Prósperi imagina como un Deseo del Caos (hesiódico) por dominar esa X (Afuera) en la que se proyecta la Fobia. Ninguna categoría del SGM se piensa en términos ni de sujeto ni de ser humano, ni siquiera de ser viviente. En todo caso, las mayúsculas designan los dramatis personae cuya fábula filosófica apela a la prosopopeya. El Caos se estrella con el Límite-Espejo y engendra ese Afuera relativo que ha recibido tantos nombres, pero que no se confunde con esa X que es el Afuera Absoluto. El SGM permite a Prósperi el osado ejercicio de releer el Génesis bíblico en sus propios términos:

 

La imaginación designa la potencia de manifestación del Caos, que incluye tanto al Ser cuanto a la Nada, es decir a la inapariencia y a todas sus latencias. Fiax lux: el Caos se ordena, se da, encuentra ocasión de su aparecer originario. Y para darse, para exponerse, como se expone una fotografía o un negativo, es preciso que se divida en luz y oscuridad, lux et tenebrae, phaos kai skotos, es decir en dos lotes: uno positivo, el falo ontológico, y uno negativo, el orificio meontológico: el Ser y la Nada. Fiax lux, entonces, indica el momento en el que el Caos se vuelve manifiesto, se revela (283).

 

La imaginación del SGM no es simbólica sino diabólica: no une (lo sensible con lo inteligible, el signo con el referente, el significante con el significado), sino que separa: es experiencia de la dehiscencia en el Ser. En la estela de Lévinas, el Deseo no es humano ni sexual, sino metafísico (para Ludueña Romandini, la sexualidad es la marca de la dehiscencia en el ser vivo individuado). La imaginación diabólica implica un ejercicio de pensamiento y de escritura que saque de quicio el sano juicio metafísico del Ser.

En el SGM, las experiencias del Afuera Absoluto son la pesadilla y la esquizofrenia. Desde luego, ambas se piensan en términos no clínicos y no antropomorfos. No es casual, entonces, que se apele a escritores más que a filósofos y, por añadidura, argentinos: Borges y Farrés. Borges habla de la pesadilla como una conexión con lo que no puede reducirse al mal sueño ni a la afección de un sujeto individual. La pesadilla es conexión inmediata con algo que no es de este mundo. Farrés ha hecho de la esquizofrenia una máquina de antropotecnia: en este sentido, el ser humano no existe y nunca ha existido. Esa tesis ya la adelantaba el mismo Prósperi en La máquina óptica: lo humano es una imagen, un fantasma. La esquizofrenia desarma el entramado del mundo y disocia el asentamiento de una consciencia que puede dudar de todo menos de sí misma.

El último libro de Prósperi es una apuesta por excederse en el pensamiento. La sobredosis ontológica implica un compromiso con lo que amenaza toda integridad, racional, individual, mundanal. El Límite, lejos de cerrarnos en una totalidad, nos permite imaginar lo que, sin ser, tampoco se confunde con un no-ser: la Fobia, o el Horror, que no son ni el miedo ni la angustia, constituye la potencia de lo que puede aniquilarnos. Siendo la realidad ese desierto del nihilismo contemporáneo, destruirla, en un panorama sombrío, no puede ser más que auspicioso.