¿Qué ramas crecen de esta basura pedregosa? - Patricia Fochi

 

 

La herencia freudiana y la tradición melancólica es un libro del psicoanalista Alejandro Manfred editado este año por Otro Cauce en la ciudad de Rosario. Su escritura nos sumerge en un tema antiguo, medieval, barroco, renacentista, moderno, contemporáneo, y también actual porque concierne a un asunto excesivo, multiforme, y tan persistente que, impertérrito, traspasa e infiltra las eras, se trata de lo melancólico.  Manfred ofrece una prosa muy cuidada que resiste a la agobiante desmesura de su materia, su estilo se empeña en una búsqueda de la justeza de las palabras que redunda en un gesto amable para con el lector.  Señalaré algunos lineamientos en los que considero que toma posición:

 

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Mientras conversa con Benjamin, Nietzsche, y Freud, este libro se asienta en la noción de tradición. En un marco en que la Historia es considerada como una imponente acopiadora de bienes culturales que resguarda el buen orden y la continuidad, la tradición es entendida como una transmisión a través de los tiempos que no rescata ningún valor establecido sino que transporta valores de otro signo, grávidos de densidad y colmados de ambigüedad. La tradición es aquella que ocurre como “un proceso sin agente, una acumulación cuya lógica no está señalada por ningún plan, y nombra aquello que obstinadamente se adhiere a la memoria de los pueblos más allá de las voluntades y los consentimientos”. Es tan importante este término que forma parte del título, La tradición melancólica: aquello que se decanta oscuramente sin que ninguna voluntad le imponga su orden. ¿Qué es lo que transporta esa tradición que se adhiere a la memoria de los pueblos? Todo el libro está escrito en función de esa pregunta alrededor de la que gira como un caleidoscopio y responde: esa tradición se transporta en imágenes, figuras.

Manfred contesta con Freud porque se apoya en su referencia que considera esas imágenes surgidas en la cultura y transmitidas por la tradición como dispositivos que tienen la función de las ruinas arqueológicas que operan en lo actual procurando una experiencia de la verdad que trasciende cualquier rememoración del pasado. Imágenes, figuras, ruinas que llevan consigo derrumbamientos, reconstrucciones, destrucciones, refundaciones, acumulaciones, roturas...

 

2

¿Qué raíces son las que aferran, qué ramas crecen

De esta basura pedregosa? Hijo de hombre,

No puedes decirlo, o adivinarlo, porque solo conoces

Un montón de imágenes rotas

                    

El epígrafe de T, S. Eliot que encabeza uno de los capítulos del libro, define el espíritu que lo encarna y orienta el objeto de su investigación. Un montón de imágenes rotas que “se decantan oscuramente sin que ninguna voluntad le imponga su orden” determinan la condición humana. ¡Vaya herencia la freudiana!  

Así, junto a Warburg, Pigeaud y Bonnefoy, entre otros, Manfred toma el camino ruinoso de las imágenes para hacerles paso con la expectativa de capturar algo de lo melancólico y su basura pedregosa. “La vida espectral de las imágenes libra una batalla sorda entre la figuración y lo irrepresentable”, asegura y escribe entonces sobre esa batalla, rastrea sus traducciones, persigue sus transfiguraciones, y procura registrar sus marcas en distintos momentos de la historia -esta vez con minúscula. Intenta aprehenderlas pero el objeto con el que trata tiene esculpida la risa sardónica de Demócrito desde los albores de los tiempos. Ese objeto es excesivo, es ruinoso, es genio y es locura, uno de sus albergues es el teatro cuyo valor resulta fundamental en esta trama y en este libro. En busca de ese objeto excesivo, pasa por Sócrates y Shakespeare, la lucidez y la podredumbre, la acedia cristiana de los conventos medievales, Burton y Durero y el frontispicio isabelino, la imagen poética y Saturno, y Goya y Rubens, Las flores del mal, la devoración, el crimen, los locos, los enfermos, la pintura poética, innumerables peligros, más Baudelaire, desbordes ingobernables, y, por supuesto, la política acechada. Edipo que es rey y Hamlet, que es príncipe, llamado también “príncipe melancólico” y mucho más. ¿El resultado? Un libro altamente recomendable.

Hay imágenes que se incorporan en la memoria de los pueblos, Edipo, Hamlet, (que son de una enorme complejidad) se vuelven familiares para quienes jamás abrieron las páginas de Sófocles o de Shakespeare, ni vieron siquiera una puesta teatral, porque sencillamente no hay original. Figuras consolidadas por la repetición del rito del teatro se convirtieron en potentes ruinas que intervienen entre nosotros, su hechura no se reduce a la dramaturgia porque lo que allí vive excede con creces lo textual.

El concepto de imagen presente en el libro es algo para estudiar, absorbe las yuxtaposiciones entre palabra, imagen, escritura, encarnadura. Y, fundamentalmente, aborda la imagen en tanto conlleva al encuentro con una realidad trascendente, la experiencia de “una batalla sorda entre la figuración y lo irrepresentable” ocurre en imágenes que son un cúmulo de ruinas que acechan y se incrustan en los humores de los seres humanos. Manfred afirma que “hace falta acopiar imágenes porque solo envuelta en imágenes algo de la verdad resulta atrapada de una manera soportable, imágenes que puedan ser compuestas en palabras, y palabras que puedan cobrar el destello de las imágenes”.

 

3

La melancolía “arrastra los excedentes” asegura el autor mientras comenta con Ritvo que “salvo en el momento inaugural –siglo IV a. de C- la retórica melancólica ha conservado y transmitido un saber anacrónico en el interior de la cultura oficial”

Thomas Mann, en 1936, en la revista Imago, con motivo de la celebración de los 80 años de Freud elogia “su valentía de saber y su melancolía de saber”, una frase impactante.  Manfred repara en ella por esa agudeza sutil de la pluma de Mann que hubo señalado “un saber melancólico, y no un saber sobre la melancolía.  Éste último en tanto crónica de los discursos que se ocuparon de ella muestra que el intento de dominio del objeto melancólico revierte de continuo en un dominio por el objeto. La incesante reversión del dominio por el objeto es algo muy notable en el decir melancólico, que presenta siempre dos notas discordantes e inseparables: la de lo mórbido y la de una verdad irrecusable.

He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros, cuenta Marguerite Duras en una entrevista, y continúa: el alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa; beber no es obligatoriamente querer morir, no, pero uno no puede beber sin pensar que se mata; vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano; lo que impide que uno se mate cuando está loco de la embriaguez alcohólica, es la idea de que, una vez muerto, no beberá más.

El autor toma a Nietzsche quien relata que lo dionisíaco expresa la inmediatez de la vivencia, entretanto lo apolíneo manifiesta la distancia por la Representación. Dionisos, el dios de la embriaguez, prescribe el acceso directo y brutal a un orden de la verdad que derrumba los tabiques que separan lo placentero y lo atroz. Lo dionisíaco evoca figuras atávicas y terribles, las bacantes en éxtasis feroz devorando al animal sacrificial, por ejemplo,  sin embargo, el marco ritual opera colocando una distancia, porque cuando la verdad se acorrala por fuera de los artificios de algún ritual, hace añicos a quien la persigue. Así le ocurrió al rey Midas, quien persigue a Sileno, miembro de la corte de Dionisos, lo atrapa y lo fuerza a revelar sus secretos, le pide que le revele qué le conviene al hombre. Entonces ocurre esto que caracteriza al saber melancólico, produce la reversión del dominio por el objeto. Sileno ríe, “y el atrapado se torna perseguidor”, le arroja brutalmente en la cara su veredicto:

“Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es, para ti, morir pronto”

Alejandro Manfred sabe cuánta falta hace acopiar imágenes, las recopila, las analiza, las busca, las muestra, las comparte en La herencia freudiana y la tradición melancólica.