Contingencia y materia: una lectura conjetural para un diccionario en versos o sobre Lexikón de Sergio Raimondi - Laura Soledad Romero
Hace
meses que quiero escribir una reseña sobre Lexikón
pero: Mundial, comienzo de escritura de tesis, visitas médicas, mudanza de
ciudad, nueva sociabilidad, dispersión lectora, me han llevado a posponerlo.
Aunque tal vez la razón principal de la demora radique en la necesidad de “pensarlo
un poco más”, lo que no significa más que hundirme en una neurosis que da
vueltas y vueltas alrededor del objeto. Por algo un ancla ilustra el libro.
Algo del sentido se fija, al menos momentáneamente, para poder narrar mi
experiencia lectora. Entonces presento este ensayo en lugar de la reseña que
hubiese querido escribir.
(Una
digresión: al momento de bajar la imagen del libro que acompañará este texto he
visto que en mi carpeta de fotos que tengo la primera ilustración de la edición
del Leviatán de Tomas Hobbes. Retomaré …)
Podría
precisar la lectura del Lexikón como
la experiencia de una intensidad que circula a lo largo de los doscientos
cincuenta y cinco poemas que componen, permítanseme decir, el catalogo
multilingüístico de mundos posibles o de lenguas del mundo. Ante la peculiar
elección, de ser, por un lado, un libro escrito en español y, a la vez, pergeñar
una forma de entrada del “diccionario” con palabras provenientes de todo el
mundo (pasado, presente, futuro), tales como aymara, quechua, francés, alemán,
chino, indio, el libro denota el carácter irreductible del territorio de
escritura de cual no es posible distinguir un adentro sin una pura exterioridad,
o ya no es posible decir-nos adentro. Tal es así que muchos hemos recurrido a
googlear casi frenéticamente los títulos (y/o entradas) de este peculiar
diccionario. Frente al primer síntoma de desconcierto, me pregunto: ¿Qué
circula por ese tráfico de palabras? ¿Es posible una traducción? O en términos
espaciales: ¿Cuál es el territorio de la lengua propia, nunca pura, siempre contaminada,
asediada, territorio que territorrializa desterritorializándose?
Intuyo,
tal vez, que el Lexikón sea, sobre
todo, o antes que nada, además de una política de la lengua, o lo político en
la lengua, un procedimiento. El modo en el cual el curso azaroso, contingente,
de lo vital del lenguaje se da a través de los significados poéticos de las
palabras; porque este diccionario (peculiar, no lo olvidemos) no se propone
definir para cerrar o cancelar las puertas del significado, sino que se ofrece
como praxis, imaginando otro modo de
“explicar” (en un sentido laxo) o, mejor aún, de reinventar poéticamente los
usos del lenguaje. Entonces, puedo ahora tímidamente, especular: se trata de un libro sobre la materia y el
lenguaje, y se trata, a la vez, de una metafísica de la materia y del lenguaje.
Todo ello nos motiva a pensar que estamos ante uno de los mayores
procedimientos en la poesía argentina de los últimos tiempos.
Algo
de lo señalado anteriormente transita como un continuum las 414 páginas de este libro que enuncia o advierte en
la contratapa - al modo de un instructivo de las características del objeto (libro)-
el peso específico de su materia: “doscientos cincuenta y cinco poemas, ciento
treinta y ocho encabalgamientos abruptos, cuarenta y nueve mil quinientas
sesenta y nueve palabras, siete mil novecientas dos estrofas, dieciséis mil
doscientos cuarenta y ocho versos”. Un muestrario matemático y excesivo de la voluminosa
y casi titánica empresa que el poeta bahiense ha realizado en la poesía
argentina. Si Poesía civil ha sido la
inscripción poética o sintomática poética de una década marcada por las
políticas económicas neoliberales de finales de siglo XX; o más bien, si Poesía civil metaboliza la trama
(genealógica) en el campo de una poética vital, si eso es así, el Lexikón no se aparta del camino, sino
que avanza como una de las poéticas fundamentales de los inicios del siglo XXI.
La máquina de nombrar que horada los campos específicos de la técnica y se
aplica a conjeturar las constelaciones políticas, económicas, geológicas,
biológicas, entre muchas otras, otorgando una primera impresión de enciclopedia
de los saberes que no es más que un trabajo sobre la inmanencia vital que
resulta el lenguaje. El Léxikón es
todo y nada de eso.
Sergio
Raimondi ha venido explorando, desde Poesía
civil e intervenciones críticas, una horadación de los elementos liricos y
la consecuente deflación del yo lírico, ganando predominio la impersonalidad y
el notable trabajo de especulación sobre el pensamiento. Diremos, una poesía especulativa
que se piensa en el cruce indiscernible entre filosofía y literatura, entre
poesía y ciencia.
Si
la historia moderna ha sido gestada como la narración de los acontecimientos
mayores bajo los nombres que el sujeto soberano ha sabido apropiar en la
narración central de la historia; si la historia es la política de un nombre
propio (aunque, sabemos, los acontecimiento se
gestan en la multitud), entonces Lexikón
propone otra política de los nombres (del sujeto) y del lenguaje, un enfoque multifocal, estrábico, que
potencia la propia materia: la muestra compleja, pesada, ardua, móvil, y sobre todo vital. Si como decía Alberto
Giordano en relación con las marcas escriturarias autobiográficas que resultan como
las fuerzas vitales impersonales que horadan cualquier pretendida objetividad,
esto es, “el paso de la vida a través de las palabas”, la apuesta de Raimondi
sería, ensayando, el paso de lo poético (ποίησις) a través de la materia, siendo
la poesía misma materia, y siendo
indiscernible a la distinción entre vida y materia: “Pero en verdad la
conclusión fue la dificultad/ para distinguir lo que se dice vivo de lo que no”
(120). Como para poder decir: “Al final puede ser solo un instante/ lo que
demora una piedra en brotar” (184).
Ese
engranaje se monta de manera casi maquínica allí donde la máquina poética tamiza
el lenguaje para darle la apariencia de “objetivo” pero no obstante se hace
cargo de la interrupción, la falla en las cosas, de las cosas que se pierden en
el camino del sentido o la referencia. La A abre con “abaco” y la insistencia
en el materialismo:
pero tampoco sin esos otros
instrumentos
ni menos palpables ni menos
necesarios
para auscultar con atención
el matiz
singular del sonido
surgiendo de la piedra. (9)
En
otro mundo posible, la piedra podría ser uno de los grandes sujetos de la historia.
De la historia de las multitudes evanescentes, que se juntan y disuelven con la
misma velocidad, pero que gestan una trama colectiva y singular. La piedra
agencia otra historia política desde la irrupción vital. Porque: “Prestar
atención a las desigualdades/ es prestar atención al movimiento” (74).
Es
como si la escritura fuera ella misma parte de una razón. Lo reformulo. Es como
si la escritura misma quisiera dar cuenta de una crítica de la razón poética: “Sería
impropio comenzar a leer sin afección/ una investigación geométrica sobre los
afectos” (55). Y entonces vuelvo a pensar en Spinoza y digo que tal vez es un
libro que trata sobre la inmanencia, una gran teoría poética sobre la pregunta
por el todo. Por eso “no sería extraño que perciban en sí una vibración/
incomprendida con la llegada de cada amanecer” (87).
En
algún momento abocarse a la tarea del poetizar nos conducirá indefectiblemente
al punto en el cual el pensamiento se abisma, lo que paradójicamente solo es
posible cuando el pensamiento se adentra en el misterio del universo, o dicho
orticianamente, en el misterio de las cosas, porque: “lo que es exacto en el
entendimiento político/en el entendimiento de la poética no lo es” (102).
Sin
embargo, hay ciertas declinaciones o puntos de fuga, humanos, demasiado humanos,
que parecen, sino irrumpir, al menos provocar cierta distensión en el andamiaje
–que por momentos resulta casi quirúrgico-: esas zonas de una cuasi intimidad
cotidiana resultan ser disruptivas del tono general. “Nyarlathotep” (239) es un
poema (no perdamos la referencia a Lovecraft) que ahonda en el origen, la
evolución y el futuro de la vida en el universo. Se teoriza que al ser la vida
un fenómeno reciente e ilimitado “quizá le convenga a la astrobiología cambiar
objeto/ y abordar cuestiones de otro tipo de magnitud” (239). Virar la
perspectiva podría radicar en “la lectura filológica de una biblioteca
heteróclita/ con atención a la mitografía de un literato lateral/cambiando
espectroscopio por mate para tardes de estudio” (239). El poema del dios de la
mitología lovecraffsiana concluye en un verso metamorfoseado por un fluido
corrosivo de signos (¿!#$%&) que
alteran el habitual modo de lectura ordenada para finalizar con “regiones
intergalácticas /incluyendo un patio con limonero del conurbano” (239).
Señalábamos
cierta insistencia de lo vital, pero también un compromiso de revisitación
especulativo que abre el panorama a múltiples teorías (las cuales conforman nuestro
clima de época en vistas al futuro) en torno a los avances científicos del
genoma, de la vida por fuera de la tierra, de la inteligencia artificial, entre
otros tantos. De aquellos registros problemáticos la conciencia especulativa
acerca de la expansión y de los (nuevos) límites del universo, se emparenta con
otras tramas tales como las narrativas del fin del mundo, la extinción, el
cambio climático, entre otras. El poema Ω es representativo de estas encrucijadas
con una propuesta que se podría definir como transhumanista:
de combinar cristianismo y
evolución
mediante una conciencia
progresiva
destinada
a superar el lastre del cuerpo animal
para
permitir que la vida humana entendida
como patrón informativo
pueda acceder al fin
a la
inmortalidad incesantemente aspirada
una vez
que el universo se contraiga en un punto
según propondrían constantes
de leyes físicas
y la divinidad sea puro
procesamiento infinito
si bien
por lo pronto se ignora qué se entenderá
entonces
por vida o si acaso esa misma eternidad
no sería un modo de la inexistencia.
(252)
Lo
que emana e insiste siguen siendo las formas de una experiencia vital posible
con sus infinitas variables y a la vez el modo de darle forma, y con la forma el
nombre, a un hecho tan necesario como azaroso: la vida al igual que el orden
que propone un diccionario es obra de la contingencia. Por ello el Lexikón insiste: “habilitar otra opción
vital (…) hasta eliminar lo conocido/ y permitir la emergencia” (261).
Y
al mismo tiempo expone las contradicciones (u otras posibilidades enunciativas)
de las múltiples dimensiones que el libro abre: “(…) Anteayer los mismos
sublevados/ cortaban rutas exigiendo tractores e internet” (285). De modo
análogo, las actualizaciones de un materialismo ondulatorio que versa el poema “Quanta
(recherches su la théorie des)”:
Entre
estar y no estar hay opciones innúmeras.
Se trata de calcular lo que
pasa por dos ranuras
para explicitar
que no existe una alternativa
u otra. Si hay contradicción
hay dinámica. (287)
Hay
territorios comunes que insten. Los universos lingüísticos a la vez son
territorios de intervención, de acción, de vida. La Ñ abre con “Ñame” (tubérculo
comestible me dice google, ¿será una batata?) donde el conocimiento de “la
organización política de una sociedad” es posible, entre otras cosas, buscarlo
en el suelo y “concentrarse en su modo de vincularse al mundo vegetal”. La
tierra como la lengua, ya se ha dicho hasta el hartazgo, es un territorio de
disputas. El poema “Ñan Küyen” materializa el enfrentamiento de las mujeres
frente a grandes petroleras: “reclaman el derecho a sus tierras
sagradas/agitando una bandera en la que asoma la nueva” (245). En sintonía, el
poema “Tekohá” es capaz de comenzar con una alusión a Kant, pasar por un
entramado ritual epistemológico, y finalizar con la instalación en el Chaco
boreal de una forestal internacional. No perdamos de vista, para escuchar lo
armónico en el poema (tensión y hasta contracción) que el título hace alusión
al lugar donde se desarrolla el estado de vida y la búsqueda del buen vivir.
Una ética, un modo de ser y sobre todo un modo de habitar la tierra, el
lenguaje, la página. Porque cada poema puede ser leído en continuum con el otro poema, como latencia, raíz, rizoma. O puede ser leído (escuchado) como resonancia,
siguiendo el latido de ese continum y
buscando, no sé si núcleos de sentido, pero sí, al menos, afinidades electivas
que me permitirían esbozar una intuición que explicaría, al menos a mí me
serviría de explicación o de consuelo, por qué algunos grafemas en el alfabeto
raimondiniano me gustan más que otros. Interpretación, antes que el sentido, escuchar
las resonancias; entonces tal vez google haya sido en vano, tal vez se trate de
mantener el oído sutil, dicho orticianamente (otra vez), para escuchar el pulso
pasado, presente y futuro del mundo, del verso, de las cosas, de la hoja. Se podría decir que la poesía de Raimondi es
lo contrario a la improvisación; parece que hablo de eso, pero en realidad
quiero decir otra cosa.
Retomo
para terminar con la digresión del principio. He mencionado la azarosa relación
que une Lexikón con Leviatán en la base de datos de mi
computadora: una bestia mitológica, una portada de un animal marino, un poeta
bahiense, un ancla, la política, la lingüística, el Estado, la disposición
azarosa de dos imágenes, todo junto a mi imposibilidad de escribir una reseña.