Pensamientos discontinuos sobre fútbol - Rafael Arce

 

Para Martín Kohan y para Fermín Rodríguez

 

Juego y deporte.

 

Se sabe: en un partido de tenis gana el que juega mejor. No el mejor necesariamente, pero sí el que lo hace en ese match. Un número 50 del mundo le puede ganar a un top ten si tiene una mejor tarde. Aunque no es superior en la previa, lo fue esa jornada y ganó. Esta regla es aplicable a casi todos los deportes (o eso me invento).

Por este motivo el ajedrez es un deporte y no un juego. El juego se define por el predominio del azar. Puede ganar el que juegue mejor, pero si alguien tiene suerte no hay con qué darle. Uno puede jugar muy bien al truco pero si el que juega mal liga no hay caso. Supongo que los jugadores profesionales de póker lo discutirían. Pero justamente, son los que lo consideran un deporte.

El fútbol es un deporte distinto porque, aunque en general gane el que juega mejor, un porcentaje de partidos terminan siendo decididos por la suerte. La peculiaridad del partido también es de rigor: muchas veces el candidato a ganar no juega bien, o el candidato a perder juega mejor, y el pronóstico se va al tacho. En esa peculiaridad del partido concreto puede pasar que los “planes” del presuntamente mejor equipo no funcionen (estrategia). También, como dicen los comentaristas, que tal equipo “no se sienta cómodo en el partido” (idea difícil de explicar a un no futbolero; cuando, hace muchos años, tenía que explicarle a alguien el esquivo concepto ajedrecístico de “iniciativa”, recurría a esa idea del fútbol: en ajedrez, la iniciativa la tiene no el que ataca, sino el que se siente cómodo en el partido). Otras, el que juega mejor no gana y, en ocasiones, pierde. Esta condición hace del fútbol el deporte más imprevisible, lo que lo acerca al juego. Explica, en parte, que sea además el más emocionante y el que prefieren las masas.

Se llama “juego” a los deportes cuando se practican disminuyendo el elemento competitivo, cuando se juegan para divertirse, incluso aunque se quiera ganar. La distensión llama al azar.

 

Mitos y seudo conceptos.

 

La raza de los periodistas deportivos es una de las peores, por lo menos en el fútbol. Pocos son verdaderamente conceptuales (Gambeta Latorre, Morena Beltrán). En general, predominan los seudo conceptos y los mitos, largamente arraigados.

Seudo concepto:

Técnica. Es un concepto, pero se hace seudo concepto cuando de Fulano se dice que “tiene buena técnica”. No se explicita, pero se aplica a esa clase de jugadores que son buenos aunque no llegan a crack. Como un artesano que hace bien su trabajo pero le falta ese plus que lo convierte en artista. Si yo fuera jugador de fútbol, y escuchara sobre mí decir a un periodista deportivo que tengo buena técnica (y sin ningún otro comentario) me sentiría vagamente insultado.

Mito:

La “ley del ex”. Alguien inventó que si un jugador se enfrenta a su ex equipo y le hace un gol, corrobora la mentada ley. Supongo que tiene un vaporoso fundamento empírico. A mí me parece una estupidez.

(El colmo: en este Mundial, un jugador de Suiza nacido en Camerún le hizo un gol a la selección de su país natal; nunca jugó para Camerún, algo que por lo demás el reglamento de la FIFA prohíbe, jugar para dos selecciones diferentes; aun así se habló de la “ley del ex”. Ya no sé si es falta de imaginación o exceso.)

Seudo concepto:

Offside aclarado. Se escucha hasta la náusea la expresión “cuando partió el pase, el delantero estaba en posición adelantada”. Si el concepto de offside implica que la posición del receptor debe establecerse en el momento en que sale la pelota del lanzador, la citada expresión es redundante.

Mito:

Golpe anímico. Alguien la discutió hace un tiempo (no sé si no fue Latorre). ¿Cómo puede un revés del juego afectar a todos los jugadores? Sería más factible que uno o varios jugadores sean afectados y con eso baste para que el funcionamiento del equipo se estropee. ¿O el equipo tiene algo así como un alma colectiva?

Seudo concepto:

Lujo innecesario. El concepto de lujo implica inutilidad. En consecuencia, todo lujo es innecesario. Alguien esgrimirá que un taco puede o no terminar en gol, siendo parte de una jugada exitosa o no. Concedido. Pero su condición de lujo deriva de su carácter de taco, independientemente de su funcionalidad. Uno de los lujos más recordados de Pelé, en el que gambetea al arquero contrario sin tocar la pelota, terminó con el disparo afuera (Brasil vs. Uruguay, Mundial de 1970, 17 de junio). En Internet se repite una expresión curiosamente lacaniana: el mítico no gol de Pelé.

Mito:

Figura de la cancha. Cuando los hay, y más de uno, casi siempre es el que hace los goles (curiosa excepción: el debut de Inglaterra en el Mundial, en el que eligieron a Harry Kane, que siendo el 9 no hizo ninguno de los seis goles; pero me parece que es por la chapa que mete el histórico capitán, y porque ahora se elogian los delanteros que son “generosos” y en vez de convertir dan asistencias; lo moral predomina por sobre lo específicamente futbolístico).

Seudo concepto:

Gol del honor. Perder 6 a 1 es tan deshonroso como perder 6 a 0.

Mito:

Golazo de penal. Sí, se puede picar… Igual los golazos no son de penal.  

Seudo concepto:

Arquero con buen juego de pies.

Mito:

Todos los partidos importantes son “finales”.

Seudo concepto:

Jugador de buen pie.

Mito:

Falso nueve.

Seudo concepto:

Falso nueve.

 

River, Boca, la política y la economía.

 

La oposición argentina, o porteña, River-Boca, excede nuestra tradición futbolera y es irreductible a la Historia. Se trata de propuestas éticas y estéticas, y en última instancia económicas y políticas, absolutamente contrarias. La expresión ganar a lo Boca, que un futbolero conoce bien, implica el esfuerzo, el trabajo, la modestia. Boca es una ética proletaria del sacrificio y una estética plebeya de la rusticidad. River, en cambio, constituye una ética del don y de la dispensa, una dilapidación de recursos, una ética aristocrática (en sentido nietzscheano), una apuesta en el que la estética predomina por sobre cualquier otra dimensión. Carlos Bianchi, aunque con su jugador dispensador (Juan Román Riquelme, un crack no casualmente admirado por los hinchas de River y que ha sido más de una vez criticado por elogiar a su archirrival), llegó a Boca después de hacer de Vélez un campeón por trabajo y esfuerzo. Marcelo Gallardo, con pocos papeles, encarnó la mística sagrada del gasto sin reserva, lo que implica la pérdida (regalar una final por no cuidar el bostero 1 a 0). Boca es la racionalidad práctica del trotskismo futbolero. River, la irracionalidad anárquica, acéfala (Gallardo no tuvo, como Bianchi, su Riquelme), de la dilapidación. Un hincha de Boca argumenta, explica por qué Gallardo perdió más de lo que ganó, pero lo hace desde una concepción restringida de la economía. Para el punto de vista de una economía general, la era Gallardo es la más grande porque triunfa el exceso, la épica, la fiesta, las victorias y la pérdida: la voluntad que hace regalos.  

 

El mito personal del jugador.

 

Maradona (escribo estas líneas en el segundo aniversario de su muerte) fue el último jugador con mito personal. Esto era posible en la era analógica, lo que explica que en un país con tradición futbolera, como el nuestro, hayan existido mitos personales como el del Trinche Carlovich. La obra de Maradona es inseparable de su vida. De ahí proviene su mística. La actual ultra exposición mediática de los grandes cracks vuelve imposible el mito personal. En los diarios deportivos podemos leer acerca de las esposas, hijos, ex esposas, amantes (ninguno sale, por lo demás, del closet, al menos ninguna star). Desde luego, esta exposición fue de la mano de la ultra profesionalización, lo que volvió obligatoriamente la vida de los deportistas ejemplares, so pena de no participar en las grandes ligas. Lo que me hace pensar de nuevo en el ajedrez: el último mito personal de ese deporte fue Garry Kaspárov, y su archirrival Anatoli Kárpov. El campeonato del mundo que disputaron, el segundo más grande acontecimiento deportivo de la Historia (el primero fue la final entre River y Boca en Madrid), representó la oposición entra la rusa soviética (el trabajador Kárpov, de ética boquense) y la perestroika (Kaspárov, el último batailleano del ajedrez). A Kaspárov solo pudo arrebatarle el título otro artesano del deporte, Vladimir Kramnik, quintaescencia del juego posicional. Kaspárov nació en Azerbaiyán, ex Unión Soviética. Se dedicó sin éxito a la política y fue encarcelado por Putin. Sin ser Maradona, era a su modo, un modo muy ruso, un quilombero. En la era de la IA, el mejor ajedrecista de la actualidad es un niño genio, de vida ejemplar, que viene de los gélidos países escandinavos.