El deseo de escritura - Francisco Magallanes

 

        Esteban López Brusa me mandó un audio después de leer El Palomar: "Lo que más me gustó fue el deseo de la escritura. El deseo de escribirla." El deseo como una relación íntima con las palabras y sus formas, sus texturas y sonidos, la poética que compone una lógica del adentro. Las escrituras nos anteceden y nos van a trascender. Como dice Polleri somos Médiums o como dice Luppino, vehículos de escritura. Hebe Uhart también lo decía de una manera genial: "Solo soy escritora cuando escribo, el resto del día soy vecina, maestra, etcétera.” Con esta frase Uhart desarticulaba el rol social del Escritor. Porque a ella no le interesaba esa figura. Si un escritor es solo cuando escribe, ¿Qué es el resto del día? Por supuesto que Hebe Uhart escribía en todo momento, sobre todo cuando dejaba de ser escritora y eso puede leerse en toda su obra. Incluso creó las condiciones para seguir escribiendo mientras viajaba. Después el mercado se encargó de etiquetar esos libros como “Crónicas” pero ante todo hay una escritura, una poética: Hebe Uhart.  

        Durante años construí una vida para la escritura. No en el sentido de que merezca ser escrita, justamente lo contrario. En una entrevista me invitaron a separar mi rol de editor del escritor. Esa era la trampa. Las escrituras que edito escriben conmigo, y yo escribo con ellas. Nunca escribimos solos por más que lo estemos. El Palomar es un ejemplo. La escribí a partir de una propuesta del artista Juan Pablo Montero. En 2015 desplegó una obra demencial llamada "Un día, una obra", que pueden visitar en Facebook. Cada día, durante un año, caló en papel una palabra. No lo hacía encerrado en un atelier, sacaba los materiales donde estaba, y calaba la cartulina blanca.  Su vida estaba inmersa en la obra, las palabras que escuchaba se volvían calados. Pero no conforme repartió las 365 palabras entre 12 escritores. Me tocaron las 31 palabras que componían Enero. Nunca me entusiasmaron las consignas para escribir pero acá pasaba algo diferente. Era una invitación a seguir escribiendo. Continuar la conversación del arte porque como decía Laiseca: “lo que no intercambia muere.” Y esas palabras caladas las internalicé para sacar de adentro la poética de El Palomar. Y me di cuenta mientras la escribía que ya la había escrito en el cuerpo durante cinco años. Ahora me invitaban a escribirla en el papel. Ponerla en circulación. El Palomar salió publicada en Argentina en el año 2021 por Club Hem. Además de la felicidad de poner en circulación la novela, una experiencia dobló mi escritura para abrirla. La Otra Caja, también conocido como LOC, del Maestro Ariel Luppino. Algunos pueden confundir a LOC con un taller pero es ante todo una experiencia. Leer toda la obra de Mario Bellatin y escribir. El carácter epifánico en la Obra de Bellatin, me reveló, entre otras cosas, que la lectura de un libro siempre es un diálogo con uno mismo y que no se trata de un libro, o 10 o 100, sino de una escritura. Los libros nos hablan y siempre busco ese estado de euforia que sentí la primera vez. Pero además se vuelve una conversación con otros cuando compartimos una lectura escrita. Lecturas que no sean réplicas o reiteraciones de lecturas anteriores y repetidas hasta el vacío. La experiencia de La Otra Caja es como caminar por la reserva ecológica y leer la escritura de las plantas, la coreografía de los insectos en el aire, maquinarias perfectas con una lógica propia. Eso mismo intento transmitir en mis grupos. Vivamos una vida de escritura sin creer que la escritura se agota en el acto de escribir frente al cuaderno. Porque separar vida de escritura lo vuelve todo artificial. La celebración es escribir con otros, los que están y los que solo están a través de sus escrituras. Siempre pienso en el paradigma de Aurora Venturini. Escribió toda su obra sin reconocimientos, convencida del poder de la escritura, y de la estupidez del sistema literario. La victoria final le llegó unos años antes de irse, pero ya estaba la escritura para seguir dialogando con los lectores del futuro. En una charla con Luppino reparamos en el texto que María Moreno escribió para la reapertura del Museo de La Lengua: "Nunca más volveré a provocar a los dioses que convierten a la escritura en una profecía". A principios de diciembre organizamos EDITA, una feria de 140 editoriales que convocó más de 6 mil personas. Como era al aire libre dependíamos de que no lloviera, pero los pronósticos eran desalentadores. Corría riesgo de suspensión y lo que más me angustiaba de ese escenario era que el invitado principal que venía de Uruguay no pudiera leer. Es decir que el Genio de Felipe Polleri viniera a La Plata a una actividad suspendida. Cada uno aposto a su fe y lo que hice fue escribir, escribir y escribir en mi cuaderno: "Pero el abuelo de Bulla dicen que dijo, la muerte no es tal como la imaginamos y las aguas tampoco. Cuando no podés correr las aguas quedan dos posibilidades: anticiparlas o suspenderlas en el cielo. Y eso fue lo que sucedió." No llovió y Polleri desplegó toda su escritura. La noche anterior, en la mesa de la terraza de Club Hem, nos contó que Levrero le recomendaba que dejara el trabajo y solo se dedicara a Escribir, y Felipe siempre le contestaba, es que tengo hijos, a lo cual Levrero respondía, y yo también.