Una lectura lacaniana de Las nubes - Leo Arsenio

 

   La novela Las nubes (1997) de Juan José Saer parece querer contradecirse de entrada con su epígrafe: “da espacio a tu deseo, La Celestina, Acto VI”. Cuál puede ser el espacio posible del deseo si el argumento de la novela versa sobre cómo controlar las pulsiones de un puñado de locos que están sueltos por la llanura argentina. En pocas palabras, en el texto se cuenta cómo el doctor Real y el doctor Weiss fundan en Argentina, en 1804, una institución llamada Casa de la Salud y lo que ocurre en el reclutamiento de pacientes. La pregunta del epígrafe entonces se lanza al vacío, o quizás haya que redirigirla. No es el deseo de los locos el que necesita un lugar, sino el de los doctores.

   Juan José Saer chicanea de forma evidente con el nombre de uno de ellos, el doctor Real, también narrador del relato. Aunque el psicoanálisis todavía no existía, el anacronismo no impide leer en él la resistencia a lo Simbólico. Lacan sitúa a lo Real como el registro de la realidad humana que resiste a la simbolización; lo que hace evidente una barrera entre su nulo asidero referencial y lo Simbólico. El doctor Real, desde esta perspectiva, condensa lo desconcertante y lo impredecible: quiere analizar el deseo de los enfermos, que no se puede explicar, y mucho menos saciar.

   Frente al seductor epígrafe, y al narrador ataviado con el nacimiento del deseo como nombre, en las primeras páginas se efectúa un cambio brusco de expectativas: en el manicomio Casa de la Salud de Saer nadie parece interesarse del todo en curar a sus enfermos, sino que se señalan los problemas y se los coloca como un defecto del alma: “En nuestra Casa de Salud, había a decir verdad muy pocos remedios. Según el doctor Weiss, de las causas variadas que podían explicar la locura, las que provenían del cuerpo eran las más improbables, y puesto que se trataba de enfermedades del alma, era en el alma donde había que buscar la causa”. No es casual que se encuentre en Lacan mismo esta lectura del manicomio: “Los sufrimientos de la neurosis y de la psicosis son para nosotros la escuela de las pasiones del alma”. Pero como los doctores de Las nubes sólo pueden curar el cuerpo porque no conocen el psicoanálisis, el alma pertenece a otro ámbito, del que nada parecen saber. Lo que en Lacan “alma” es metáfora de la psiquis humana, en el contexto de la época de la novela viene a ser “lo desconocido”.

   Tanto el doctor Real como su mentor (el otro doctor) están formados en Europa y son famosos por su terapia de rehabilitación de la locura; pero esa fama no reside tanto en la efectividad de su disciplina –que de forma evidente nunca se explicita en el texto– como en su función social, que es la de retirar a los sujetos indeseables de la sociedad: “Pero una de las pretensiones mayores de los poderosos, aquella que justamente quiere fundar la legitimidad de su poder, es la de encarnar la razón, de modo que, en su seno, la locura representa un verdadero problema para ellos. Un loco pone en peligro una casa de rango desde el techo hasta los cimientos…”. Está claro que el loco es, en definitiva, un problema de clase.

   Aún más, si la locura para la ciencia es un objeto de estudio, su fascinación es proporcionalmente opuesta a la incomodidad social que el loco genera. Y puntualizo: a cierta clase social, la burguesa. Entonces, la literatura y los doctores se parecen un poco, ya que cuanto más difícil y complicado sea describir el comportamiento de un loco, mayor será su interés. En cambio, en la materialidad de su existencia, es decir fuera del manicomio, donde están lejos de ser objetos conceptualizables, los locos son seres indeseables.

   Las nubes es menos una búsqueda de nuevos pacientes que una búsqueda del deseo, aunque el doctor Real no sabe que es eso lo que va a encontrar en su viaje. Como en otros textos saerianos, aquí también se cuestiona cuál es el asidero de la percepción sobre la realidad. Francamente, poco tiene que ver con los locos, cuya esquizofrenia los desliga de la realidad, sino que quiero aislar en el narrador mismo y su propia resistencia simbólica. Y como lo Real poco tiene que ver con la realidad o lo evidente, el deseo del doctor tampoco va a encontrarse en su vida cotidiana, en el hospital, sino mucho más lejos, en un lugar privilegiado por excelencia para la introspección de sí: la llanura.

   El doctor Real es encomendado a un periplo algo innecesario pero productivo –alegoría quizás de la terapia– de ir a recorrer la llanura a buscar cuatro nuevos pacientes que, por el delicado tipo especial de locura que poseen, no pueden llegar al manicomio. La verdadera razón es mucho más familiar y edípica: “En la primera de ellas [las cartas] el doctor [Weiss] me explicaba que el traslado de los enfermos hubiese podido organizarse de otra manera, sin requerir mi participación en el viaje, pero que él prefirió mandarme para alejarme un tiempo de su lado, porque según el doctor, yo estaba demasiado acurrucado bajo su sombra…”. El narrador, si bien es un doctor “completo”, es el aprendiz del otro doctor, más sabio, y el viaje será la primera vez que se separan luego de haber comenzado juntos el emprendimiento de la Casa de la Salud.

   Ya señaló Premat en su libro sobre escritura y melancolía en Saer que el padre en las novelas saerianas suele estar excluido o directamente muerto. La muerte no siempre se asocia a algún sentimiento específico, y toda reacción emocional frente a ese hecho más o menos desgarrador se borra en el discurso narrativo, como si no tuviese nada que ver con la órbita del deseo. Después de todo, agrego yo, tampoco hay muchas madres para completar el mito edípico, lo que explica por qué los personajes de Saer siempre parecen estar sedientos del contacto fraternal con otros hombres, porque de otra forma, el pasado fantasmagórico de la descripción de la memoria los puede devorar y hacerlos perder el asidero con el aquí y ahora.

 

   La negatividad de esta melancolía no impide narrar, de todas formas, novelas familiares (en palabras de Premat). Como “familia” significa en Saer algo así como “origen”, incluso la relación estrecha entre los dos médicos de Las nubes es suficiente para reconstruir la condición de sujeto del narrador. Desde Lacan, luego del estadio del espejo, el sujeto siempre vuelve a esa primera identificación. Asimismo, el individuo adulto sigue encontrando en los otros y en el mundo exterior otras falsas formas de identificación. El doctor Real, atravesando la categoría del Imaginario hacia la llanura, va en la búsqueda (sin saberlo) de nuevas formas de identificación. Y como dije antes, el viaje del doctor Real es en cierta forma el comienzo del análisis psicoanalítico. Esta idea está fundada en cierta cita de Lacan: “En el recurso, que nosotros preservamos, del sujeto al sujeto, el psicoanálisis puede acompañar al paciente hasta el límite extático del ‘Tú eres eso’, donde se le revela la cifra de su destino mortal, pero no está en nuestro solo poder de practicantes el conducirlo hasta ese momento que empieza el verdadero viaje”. El texto de Saer se va a construir como la explicación de esa figura retórica, del análisis como un viaje verdadero.

   Pero como la terapia, el viaje del doctor no es fácil. La llanura que hay que atravesar en este periplo es un espejo que no devuelve ninguna imagen, porque en ella no hay nada (por ahora), más que los sujetos que la transitan: el doctor, los locos y algunos otros acompañantes. El doctor Real no sabe lo que le espera, porque no cree posible encontrar ningún tipo de identificación en los enfermos, porque como profesional sabe que la Razón se encuentra del otro lado de la locura.

   Rafael Arce en La felicidad de la novela ya señaló sobre la llanura de Las nubes que “al no ocultar nada, al no cerrarse a nada, permanece refractaria por su misma evidencia. Es la forma espacial de lo indistinto, como se le aparece al doctor Real”. Este espacio parece ingresar en la consciencia humana a través de todos los registros: imaginariamente, se puede argumentar que devuelve nuestra misma imagen en su soledad, simbólicamente es un espacio que hay que atravesar para lograr un cometido, buscar a los enfermos. Sobre el tercer registro, lo Real, yo lo leo en el siguiente fragmento: “Lo mismo que el mar, la llanura es únicamente variada en sus orillas: su inte­rior es como el núcleo de lo indistinto”. Cuanto más se ingresa en ella, todo es lo Mismo, es decir, Nada.

   Me pregunto desde Lacan si esa fascinación que nuestro doctor va a sentir por la llanura y la soledad no es un momento de suspensión en el comercio constante con objetos de deseo. Si entendemos al objeto a como una satisfacción ilusoria del deseo, es asimismo indicador de una resistencia perpetua del deseo de saciarse y buscar sustitutos. En esa cadena que no se detiene, el momento en que el doctor Real se escapa de la caravana y se encuentra frente a la llanura, sin su mentor Weiss, solo él con su caballo, y la nada, no es sino un salto en la metonimia simbólica, una pausa del deseo. Arce dice “La soledad es esencial para la experiencia espacial del hom­bre (…) pues permite prescindir de garantías intersubjetivas”. No obstante, ese escapar de las relaciones intersubjetivas, en Las nubes se efectúa por una saturación de las mismas. El doctor Real se encuentra rodeado de personas, que lo miran y esperan de él, y hasta algunos lo desean.

   Lacan posiciona la mirada como el eje central de la formación del yo. Como dije, en el texto de Saer el doctor Real continuamente se siente observado y a su vez mira (analiza) a los cuatro locos que lo acompañan en su travesía. Cada uno es el desbalance del principio de placer y en cierta forma producen un desbalance en el doctor mismo.

   El primer loco es Prudencio, un estudioso de filosofía, que de forma quijotesca devora tratados de filosofía, pero, en vez de salir a la aventura, lo fuerzan a esta travesía de cruzar el desierto. Melancólico por su relación imposible de saberlo todo, cierra su puño hasta lacerarse. El segundo loco es una mujer, sor Teresita, una monja lasciva que no puede controlarse y debe fornicar para poder así llegar a la verdadera comunión con Cristo. Termina por convencer al narrador, que se pregunta si acaso no son todas las formas de la fe cristiana válidas: “El amor que ella sentía por Cristo “era intenso y sincero, y especular sobre si lo manifestaba de forma adecuada es ocioso, porque a mi modo de ver si ese objeto tan alto de adoración existe de verdad (…) sería difícil determinar cuál es la correcta entre las tantas formas diferentes de adorarlo que sus fieles han imaginado”. Finalmente, él se acuesta con la monja. El tercer y cuarto loco consisten en un par de hermanos con verborragia. Ellos son la abundancia, el verbo y el sustantivo en exceso.

   En el trato del doctor Real con todos los locos conforman un cuestionamiento de lo que él creía que era la  Razón. El doctor Weiss ya lo había hecho reflexionar acerca de ellos cuando le dijo “la razón no expresa siempre lo óptimo de la humanidad”. Si el loco entonces carece de razón, él que no es loco, ¿de qué carece? Aquí se habilita la lectura del comportamiento homosocial: él desea al doctor Weiss, a su mentor; lo extraña y lo necesita. Es una posible respuesta. La homosocialidad entre ellos no tiene castigo, porque es mantenida por correspondencia, lo que parece ser suficiente. Además, su mentor no tiene dudas acerca de su condición como sujeto, y mucho menos de sus objetos de deseo: dice Weiss en una carta que “el instante, respetado amigo, es muerte, solo muerte. El sexo, el vino y la filosofía, arrancándonos del instante, nos preservan, provisorios, de la muerte”. El doctor Weiss mantiene un equilibrio entre la pulsión de vida y la de muerte, entre el principio de placer y de realidad. En cambio, el doctor Real, solo por un momento en la llanura y el silencio, duda:

   Una idea absurda se me ocurrió: me dije que, desterrado de mi mundo familiar, y en medio de ese silencio desmesurado, el único modo de evitar el terror consistía en desaparecer yo mismo y que, si me concentraba lo suficiente, mi propio ser se borraría arrastrando consigo a la inexistencia ese mundo en el que empezaba a entreverse la pesadilla. 

   Como el estadio del espejo conlleva consecuencias en el estado psíquico del sujeto adulto, puede llegar un momento en que, como señala Josep María Blasco, “en el momento en que al otro yo no lo amo, sino que deseo agredirlo, lo que está en base de mi agresión es el retorno a mi cuerpo fragmentado”. Por eso quizás el doctor le escribe luego a su mentor Weiss, pidiendo ayuda. Enfrentarse al cuerpo fragmentado es desear el yo-ideal que nos ha devuelto alguna vez el espejo. Un yo que no está presente, tampoco. La respuesta es desequilibradora: “El doctor adoptó una expresión grave y reflexionó un buen rato antes de contestar: Entre los locos, los caballos y usted, es difícil saber cuáles son los verdaderos locos”. Lejos de querer significar un desbalance clínico, leo en la respuesta del doctor Weiss el tajo sobre el Sujeto, que lo divide entre lo que conoce de sí mismo, y lo oscuro, espontáneo, imprevisible, incontrolable, indomable e inalcanzable que el doctor Real encontró en la llanura: un atisbo de lo Real. Solipsismo delicioso del Yo.

   Ese momento en donde nadie lo mira, y él puede mirarse a sí mismo, lo sobrepasa. Liberarse de conceptos como la razón, la locura, la medicina, los otros… lo llevan a mirar el caballo, las plantas, a fin de cuentas: la Naturaleza. Se mira a sí mismo, y luego de sentirse diferente (“el mundo y yo éramos otros y, en mi fuero interno, nunca volvimos a ser totalmente los mismos a partir de ese día”), el doctor Real retorna a la civilización. Después de todo, nadie resistiría una terapia ilimitada.

   En conclusión, el lugar del deseo, clave de lectura inaugurada por el epígrafe, no se aplica a los sujetos largamente descriptos en el texto, que son los enfermos de locura, sino al narrador mismo, el doctor Real. El guiño de su nombre hacia la teoría lacaniana sobre el sujeto permite leer en el personaje una incomodidad para satisfacer su deseo, nunca explicitado del todo, ni desarrollado. Su deseo, como lo Real, parece inaccesible. El viaje por la llanura que el doctor realizó fue una suerte de comienzo forzado de análisis, propiciado por su mentor o Padre. Dije que es en la llanura como zona libre de relaciones intersubjetivas que el doctor Real se cuestiona sobre su propia existencia. La llanura es el lugar-objeto del deseo, máscaras del Otro.